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Antisemitismo: una funesta invención europea – Por Aisar Albornoz

 

Amigos ...
Amigos … El mito del antisemitismo en Oriente Medio

Desde tiempo inmemorial existía en Jerusalén una costumbre emocionante: los niños judíos y musulmanes nacidos en el mismo barrio y en la misma semana eran tratados por sus familias como hermanos de leche, (el niño judío era amamantado por la madre musulmana y el niño musulmán por la madre judía). Esta costumbre establecía relaciones íntimas y duraderas entre las dos familias y las dos poblaciones. La costumbre cayó en desuso …

Con esta referencia quiero refutar desde el comienzo el mito de la enemistad tradicional entre judíos y árabes. La historia, hasta la funesta invención del Oriente Medio por los europeos durante el siglo XIX, no había conocido conflictos serios entre ellos. Muy al contrario, estas dos ramas de la raza semítica habían vivido durante muchos siglos pacíficamente, una al lado de otra, habían tenido el mismo destino, habían sufrido las mismas contrariedades, particularmente en Tierra Santa. El antisemitismo es una invención de Occidente. Tiene sus hondas raíces en el mundo greco-romano, y las primeras persecuciones de judíos tuvieron lugar en la Alejandría helenística.

Se intensificaron durante el obscurantismo medieval, cuando el pueblo judío fue difamado, atribuyéndosele el asesinato de Jesucristo. Cuando los cruzados conquistaron Jerusalén en el año 1099, pasaron a cuchillo no sólo a los habitantes musulmanes, sino también a los judíos, en una de las matanzas más horrorosas de la historia. Y durante los siglos que siguieron, los países musulmanes fueron refugio para sus hermanos israelitas perseguidos en Europa.

Las víctimas de la Inquisición española, (los llamados sefardim o sefardíes), huyeron a los países árabes de África del Norte y hasta Egipto y el Oriente Medio, donde fueron recibidos fraternalmente.

De la misma manera este mundo árabe fue en el siglo XIX refugio para los judíos que escaparon de las persecuciones en la Europa central y oriental, de aquellas horribles matanzas en Polonia y en Rusia.

Con toda razón la Enciclopedia hebraica, en su edición española de 1936, podía escribir: «Durante varios siglos los países islámicos fueron la verdadera salvación para los judíos europeos».



Todavía entre las dos guerras mundiales, en Marruecos y en Túnez hasta después de 1945, hubo judíos que figuraron como ministros en los gobiernos árabes. Durante la Segunda Guerra Mundial, el rey de Túnez y el rey de Marruecos emplearon todos sus esfuerzos para proteger a sus súbditos judíos contra las leyes racistas del régimen de Pètain. Y el autor judío Eric Rouleau escribió en el prólogo al libro del autor sirio Sami Al-Yundi, Juifs et Arabes, que «como judío que pasó su infancia y su juventud entre los árabes, puedo atestar que el antisemitismo es completamente ajeno a las tradiciones y a la mentalidad de los pueblos de Oriente Medio».

Las relaciones entre los dos pueblos hermanos fueron envenenadas en Tierra Santa sólo en el siglo XX, y únicamente por las potencias europeas. En primer lugar por los ingleses, que dispusieron  de un país que no les pertenecía, para lograr sus objetivos imperialistas en la región.

Doscientos mil judíos abandonaron España en 1492. De cien a ciento veinte mil entraron a Portugal, donde les esperaba un destino cruel; sólo una parte de ellos pudo salvarse al llegar, en  1497, a tierras islámicas, donde se habían refugiado aproximadamente ciento cincuenta mil judíos. Otros se fueron a Italia y a los Países Bajos.

Un flujo considerable de expulsados llegó por distintas vías, por los puertos italianos y los caminos magrebíes, a través de dolorosas aventuras, al Imperio Otomano: «millares y decenas de mil», (nos cuenta el cronista Eliyahu Kapsali), «llegaron después de 1492, y llenaron aquella tierra», (paráfrasis del Éxodo,1,7), estableciéndose en la Península Balcánica, Asia Menor, Siria y Palestina.

Otro cronista judío cuenta que «el sultán Bayasid, que reinaba entonces en Estambul, (1481-1512), dió la orden a los gobernadores de las regiones y de las ciudades del país de acogerlos con generosidad y bondad». ¿No se cuenta acaso que «el soberano otomano se sorprendió del comportamiento del rey de España, Fernando, y de la necedad de su decisión de expulsar a los judíos, y que añadió: «este príncipe con fama de sensato ha empobrecido su reino y enriquecido el mío?».

En la correspondencia de un judío turco a su correligionario establecido en Europa, leemos lo siguiente:

Turquía es un país donde cada cual vive en paz, a la sombra de su higuera y de su viña … Es un vasto espacio, (literalmente «océano»), que nuestro Dios, por su gracia, ha abierto ante nosotros. Allí los pórticos de la libertad están ampliamente abiertos y puedes aplicar todas las leyes y todos los preceptos del judaísmo.

Los judíos se establecieron en Salónica, Safed, Bagdad, desarrollando actividades económicas y culturales.

Por supuesto que la mayoría de los casos citados han transcurrido antes del invento del sionismo por parte del judío húngaro Theodor Herzl, y se sobre-entiende que dichos ejemplos no aplican hoy en los territorios palestinos ocupados.

Por Aisar Albornoz

Con información de:

  • Historia de Palestina. Desde los primeros tiempos hasta nuestros días. R.Reichert.
  • El mensaje del Islam. Muharram 1417

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