Irán, ¿aislado?
Quien continúe creyendo en la imagen de paria internacional labrada sobre Irán por los medios al servicio de Washington y la OTAN debiera reflexionar. Esta ridícula noción ha quedado hecha añicos después de la decimosexta cumbre del Movimiento de Países No Alineados (Noal), celebrada en Teherán del 26 al 30 de agosto. Lo que cabe preguntarse ahora es si Estados Unidos sería capaz, como acaba de hacerlo la antigua Persia, de reunir a 120 de los 192 miembros de la ONU –todo el sur global, 54 por ciento de la población mundial– y trabajar constructivamente con ellos para arribar a consenso sobre los más diversos y complejos temas internacionales. A la cita acudieron también como observadores China, Brasil, Argentina y México, entre otros 17 países.
Lograr esta concertación entre naciones tan diversas cultural y políticamente requiere de una inagotable voluntad de diálogo, indudablemente favorecida por la realidad internacional. La unipolaridad que se ha pretendido imponer tras la desaparición de la Unión Soviética es resquebrajada por sus guerras de agresión y su economía de casino, los pueblos cobran conciencia de que la globalización neoliberal, lejos de ofrecerles una vida mejor agrava todos sus males y conduce al exterminio de la especie humana. Se afianzan el multilateralismo y la pluripolaridad. Surgieron los BRICS, con su enorme influencia. América Latina y el Caribe pasaron de ser traspatio de Estados Unidos al área más rebelde contra el neoliberalismo en la que se consolida una franja de independencia política. Turquía emergió como poder regional y Egipto –potencia intelectual y militar– renace con el soplo de aire fresco de su rebelión popular, después de haber sido disminuido a peón estadunidense-israelí desde la muerte de Nasser. Irán, gigante petrolero y cuna de una gran cultura, se defiende, desde la revolución de los ayatolas (1979), como polo de resistencia regional contra el imperio.
Señal de los tiempos, por primera vez desde entonces el país persa era visitado por una delegación de Egipto. En esta ocasión encabezada por el recién electo presidente Mohamed Mursi, miembro de la Hermandad Musulmana (HM) y autor de la audaz jugada que mandó a retiro a la cúpula de generales mubarakistas aliados de Estados Unidos e Israel. No obstante que entre El Cairo y Teherán existan diferencias sobre la valoración de la situación en Siria, ambos coinciden en un tema esencialísimo: que el conflicto en ese país debe tener una solución política sin intervención extranjera. Ello contribuyó a la formulación plasmada por la cumbre, conseguida tras intensas negociaciones entre los anfitriones, Cuba y Qatar con el visto bueno de Damasco. Pero lo más importante es que Mursi y su homólogo iraní Mahmud Ajmadineyah adelantaron propuestas de trabajar conjuntamente con otros países de la región para impulsar esa solución.
La restauración de los lazos diplomáticos y de cooperación entre El Cairo y Teherán no demora. No es por gusto que rompiendo los usos el sunita Mursi se haya dirigido al chiíta Ajmadineyah como «mi querido hermano» al entregarle la presidencia del Noal, detentada por Egipto en el periodo anterior, ni que invocara a la «hermana República Islámica de Irán». En el sitio web en inglés de la HM se lee que esta «busca combatir el sectarismo, poner a un lado el conflicto sunita-chiíta y crear un frente musulmán unido, incluso si esto incluye a Irán». Y es que Egipto e Irán pueden hacer mucho por apagar el criminal incendio sectario intermusulmán e interconfesional avivado por las aventuras bélicas recolonizadoras en Irak, Afganistán, Libia y Siria, siempre alentado por los imperialistas y las reaccionarias monarquías sunitas.
La cumbre de Teherán ha demostrado la necesidad como nunca del Noal en la lucha por la paz y por impedir un nuevo reparto del mundo. Si logra mantener su unidad así cabría esperarlo tras reiterar su indeclinable solidaridad con Palestina, con la postura ecuatoriana en el caso Assange, el reclamo argentino por las Malvinas, la condena al bloqueo contra Cuba, el respaldo a Irán y al derecho de todos los estados al desarrollo del átomo con fines pacíficos. Igualmente, el llamado al desarme nuclear, la reforma de la ONU, el diálogo de civilizaciones, la solución pacífica de las controversias, la defensa de la autodeterminación y la soberanía de los pueblos, su derecho al usufructo de sus recursos naturales y la condena a todo tipo de intervención extranjera.
Por Ángel Guerra Cabrera
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Fuente : La Jornada