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Los Mamelucos, una casta de guerreros

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Mameluco significa en árabe “poseído”, porque estos soldados eran esclavos propiedad de los emires, pero algo así como la aristocracia de los esclavos.

En árabe el verbo “malaka” significa “poseer”. La forma del participio es “mamluk”, que se traduce por “poseído” o “tenido en propiedad”, de donde procede la voz “mameluco”.

Los mamelucos eran todos de raza blanca y procedían de Anatolia, el Cáucaso, Asia Menor y los Balcanes, y nunca llegaron a fundirse con la población local, lo que explica el hecho de que desaparecieran del mapa sin dejar descendencia en forma de tribus o pueblos.

Educados para el arte de la guerra, vivían recluidos en cuarteles, ejercitándose en la equitación, el arco y la esgrima, pero también en la poesía y la caligrafía, porque los mamelucos eran además unos estetas.

En 1230 el sultán Salih Ayub decidió comprar 12.000 esclavos procedentes del Asia Menor y el Cáucaso, georgianos y circasianos, principalmente. Pretendía formar con ellos un cuerpo militar escogido. Seleccionados por su denuedo, vigor y belleza, habían sido capturados por los mongoles, en tanto que fueron traficantes genoveses y venecianos quienes los suministraron al sultán.

Paradojas del destino, les fue impuesto abrazar el Islam y, sin embargo, terminaron por constituirse en sus principales guardianes desde el norte de África hasta Iraq. Llegaron como esclavos y terminaron siendo príncipes, en la cúspide social.

Constituyeron la mejor fuerza armada de la región. En el momento de apogeo llegaron a ser 70.000. Su papel fue fundamental a la hora de defender el Islam ante las última cruzadas y frente a las invasiones de los mongoles a cargo de Hulagú, nieto de Gengis Kan y destructor de Bagdad en 1258, y de Ghazán (1271-1304).

Custodiaron las ciudades santas de La Meca y Medina e hicieron de El Cairo su plaza fuerte.


Una intriga palaciega

Los mamelucos llegaron al poder con una intriga palaciega en 1250, y tras esa fecha ejercieron el poder absoluto durante 267 años, en los que se sucedieron nada menos que 52 sultanes en los tronos de El Cairo. Un sultán mameluco rara vez moría de viejo, y su sucesión era debida a la intriga, la guerra, el envenenamiento o la traición.

Los sultanes mamelucos eran temidos por su avaricia y su crueldad: no dudaron en extorsionar al pueblo en los años fatídicos de la peste negra, y sus métodos de tortura aportaron escalofriantes novedades, como el empalamiento con una estaca engrasada o la crucifixión a lomos de un caballo.

El sultán Qaitbey, hoy famoso por su extraordinaria mezquita que preside la Ciudad de los Muertos y adorna los billetes egipcios de una libra, llegó a sacar los ojos a un químico que no había conseguido convertir el plomo en oro.

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Unos apasionados del urbanismo

Pero los mamelucos eran también unos apasionados del urbanismo: construyeron palacios, murallas y acueductos, y sobre todo llenaron El Cairo de mezquitas y mausoleos, tanto que comenzó a ser llamada “la ciudad de los mil alminares”.

A ellos se les debe no sólo un tipo de mezquita originalmente cairota, sino también la construcción de enormes alhóndigas y de zocos cubiertos tan célebres como el de Jan el Jalili.

Porque la riqueza de los mamelucos se debió sobre todo al comercio: siendo El Cairo paso obligado de las rutas de la seda y de las especias, los sultanes gravaban hasta con diez veces su valor estas mercancías por pasar por Egipto.

A fines del siglo XIII, El Cairo tenía 250.000 habitantes, casi el triple que París y Londres. Por allí transitaban mercaderes judíos, esclavos abisinios, comerciantes y cónsules catalanes o genoveses, cuentistas magrebíes, alquimistas, saltimbanquis, faquires y prostitutas, además de miles de soldados, y casi todos contaban con un barrio específico.

La estabilidad del reino se debía al inigualable ardor guerrero de los mamelucos, que consiguió mantener a raya a los cruzados por el oeste, los temidos mongoles por el este y los nubios por el sur.

Uno de los sultanes mamelucos se llegó a traer como trofeo una puerta entera de una iglesia cruzada en San Juan de Acre, que colocó en una mezquita de El Cairo, donde hoy aún puede contemplarse.


No pudieron con los otomanos

Con quienes no pudieron los mamelucos fue con los otomanos, por su desprecio por las nuevas armas de fuego, y sobre todo los cañones, que consideraban como la forma menos caballerosa de hacer la guerra.

El último sultán mameluco acabó decapitado en 1517 y su cabeza colgada por los otomanos en Bab Zweila, una exquisita puerta en las murallas de El Cairo que aún hoy sigue intacta.

Pero para entonces El Cairo ya había iniciado su propia decadencia por culpa de los portugueses, que descubrieron en el Cabo de Buena Esperanza una ruta naval alternativa a El Cairo y acabó así con su prosperidad.

Así pues, los otomanos y los portugueses acabaron con la gloria de El Cairo, pero no con los mamelucos, que siguieron siendo un poder en la sombra durante casi tres siglos más.

Napoleón pronto descubrió las virtudes de los mamelucos

Cuando Napoleón llegó a Egipto comprendió las virtudes del soldado mameluco y enroló a cientos de ellos en un cuerpo especial que fue el que combatió contra los españoles en la Puerta del Sol.

El primer escuadrón de mamelucos fue formado en 1801 por 240 soldados, que regresaron con el Ejército de Oriente de la expedición en Egipto. Numerosos mamelucos formaron parte del ejército napoleónico, entre ellos Rustam Raza, quien sería el sirviente personal y guardaespaldas de Napoleón Bonaparte. Constituyeron un escuadrón adscrito a los cazadores a caballo de la Guardia Imperial y sirvieron en Bélgica. Tras la batalla de Austerlitz, se convirtieron en un regimiento.

Los mamelucos pintados por Goya eran soldados egipcios de caballería y estuvieron al servicio del invasor francés durante la Guerra de la Independencia (1808-1814). Los días previos a la revuelta permanecieron en Carabanchel, ya que formaban parte de la guardia personal del mariscal Joaquín Murat, gran duque de Berg y cuñado de Napoleón.

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Los mamelucos entraron en España en marzo de 1808, llegando a Madrid. Formaron parte de la escolta de honor del Gran Duque de Berg, Joachim Murat, y fueron acuartelados en Carabanchel, donde les sorprendió el levantamiento del 2 de mayo. Tras la caída del Primer Imperio, se dispersaron. Muchos de ellos fueron asesinados en Marsella durante el Terror Blanco.

Solían ir muy bien armados: disponían de un trabuco, una cimitarra, dos pistolas que solían llevar al cinto junto a un puñal, y una maza de armas o un hacha que llevaban pendiente del arzón de la silla de montar.

El final de los mamelucos llegó en 1811, cuando el ambicioso Mohamed Ali, nuevo rey de hecho del país, comprendió su peligro: invitó a una suntuosa cena a más de 400 jefes militares y sirvientes de esta casta, les obsequió con viandas y regalos y a los postres, al pasar sus invitados por un estrecho pasadizo, fueron asesinados a quemarropa.

Dice el mito que sólo sobrevivió uno de ellos, pero ningún cronista ha podido encontrar rastro de él.

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Por Al Muru Andalucí

Referencias:
Los mamelucos,una casta de guerreros – Javier Otazu
El fenómeno mameluco en el Oriente islámico – David Ayalon

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Los Mamelucos, una casta de guerreros por Al Muru Andalucí se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
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