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El Olivo, un árbol mítico – Símbolo de la Paz

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En cierta ocasión hubo que escoger rey entre los árboles. El olivo no quiso abandonar el cuidado de su aceite, ni la higuera el de sus higos, ni la viña el de su vino, ni los otros árboles el de sus respectivos frutos; el cardo, que no servía para nada, se convirtió en rey, porque tenía espinas y podía hacer daño.

La palabra olivo y oliva viene del latín olea, que a su vez proviene del griego eala. Más allá de está designación se encuentra el celta olwe o eol. La misma raíz lingüística se encuentra también en el cretense elaiwa y más allá de todas en las lenguas semíticas con la raíz ulu. Parece ser que el nombre cretense irradia hacia Ática como lathi y hacia Grecia continental como elies, pasa a la península italiana como oli y se expande por los Balcanes como eli. Es fácil encontrar esta raíz en las lenguas latinas como el italiano olio, el catalán oli, el francés huile o el castellano olivo-oliva.

En castellano y en otras lenguas peninsulares se utiliza la raíz ole u oli, proveniente del mediterráneo oriental y que ha seguido el curso geográfico y lingüístico de las lenguas latinas. En el lado opuesto del mediterráneo, las culturas semíticas parten de la raíz zait o zeit, que derivó en az-zeitun en árabe y aceitunero o aceituna en castellano. Muchas de las lenguas europeas contienen la raíz latina en sus denominaciones. Así, en inglés es olive o en catalán olivera.

Por otro lado, la palabra griega de elaios significa acebuche (olivo silvestre) y al mismo tiempo designa el acto de arrojar a los malos espíritus, papel que parece ser jugaron de manera importante las ramas de olivo (según R Graves). Nuestra voz acebuche arranca de las formas semíticas y proviene casi directamente del árabe az-zambuy.

La palabra árabe para designar al árbol es, zaitun, la cual parece derivar de zait, cuya raíz es común en las lenguas semíticas. Esta raíz aparece en el fenicio como zeitin y se encuentra también en la lengua hebrea, aramea y, sobre todo, en los antiguos textos que componen la recopilación de libros antiguos conocidos como la Biblia o el Corán.

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Zait equivale en las lenguas semíticas al eol de las greco-romanas; estas dos raíces lingüísticas han recorrido los países y culturas del entorno Mediterráneo de manera paralela. Las voces olimpo y olimpia son propias de los pueblos del norte y Zaid o Said de los pueblos del sur del Mediterráneo, situados concretamente al este del delta del Nilo.

Las palabras adoptadas por las regiones del norte parten de la raíz eol y las que se expandieron por el sur, de la forma zait. Ambas confluyen en la Península Ibérica y se mantienen vivas simultáneamente en el castellano, en las palabras olivo, oliva, aceitunero y aceituna.

La palabra aceite (proveniente, como se ha visto, de la raíz árabe) pasó a designar a cualquier grasa más o menos líquida; tanto en inglés, alemán, francés o catalán conservan la etimología latina, con las denominaciones de oil en inglés, huile en francés y oli en catalán.

La palabra Tat egipcia para designar al olivo ha constituido una raíz que se encuentra en el propio nombre de Toth, el del faraón Tutankhamon y en innumerables denominaciones. Esta raíz se irradió y se diseminó como las arenas del desierto en la voz Tazemurt de los tuareg y otras palabras de origen del centro y norte de África.

La mitología griega afirma también el origen lingüístico y el posible curso de su irradiación. En las excavaciones que dieron a luz el descubrimiento de la ciudad de Cnosos en la isla de Creta se hallaron tablillas correspondientes a la cultura minoica, la cual se desarrollo durante los siglos XXX y X a.C.; entre sus ruinas aparecieron signos que representan tanto al acebuche como al olivo, árbol que debió ser cultivado intensamente en esta isla por una cultura precursora de la civilización griega; así mismo, aparecen registros de inventarios de productos importados, como cereales y aceite de oliva.

La mitología griega atribuye la fundación de Atenas a Cécrope hacia el siglo XVI a.C. y a su promotora y protectora, la diosa Atenea quién, según la leyenda, hizo brotar un olivo en la ciudad con la punta de su lanza.

Algunas leyendas cuentan que tanto Atenea como Cécrope provenían de la antigua Libia, esto es del mundo de los fenicios. Algunas narraciones llegan a establecer que el primer olivo que creció en Grecia provenía de una rama de Libia que fue injertada en un acebuche. Estas versiones aclaran el curso de propagación del olivo en el mundo mediterráneo antiguo.

Ciertas leyendas griegas refieren que Heracles clavó su famosa lanza, hecha con madera de acebuche, en el templo dedicado a Zeus en el monte Olimpia, la cual rebrotó y se convirtió en un árbol sagrado venerado como tal durante siglos.

Los atenienses regularon cuidadosamente la conservación de los viejos olivos dentro de la ciudad: herir o cortar un árbol público estaba castigado con el destierro y nadie podía abatir más de dos olivos, aunque se tratara de su propio terreno.

En los jardines de la Academia fundada por Aristóteles crecían olivos. Según algunos relatos, eran los retoños de los centenarios árboles sagrados los que las tropas persas arrasaron en el siglo V a.C.; luego, por sí mismo los árboles brotaron haciendo gala de la fama inmortal que los convirtió en símbolo de fecundidad y victoria.

Las culturas mediterráneas están trenzadas a este árbol que ha sido venerado, cultivado y expandido desde los mismos tiempos en que se originan sus propias culturas: un olivo creció en la tumba del propio Adán; una pequeña rama llevada en el pico de una provisoria paloma anunció a Noé el principio del resurgir del mundo vivo que él rescató. Esta creencia se encuentra inicialmente en las leyendas asirias y después en la del Noé bíblico recopilado, así mismo, por el Corán. Jesús de Nazaret, lloró en un huerto de olivos ante la proximidad de su muerte que se consumaría en una cruz de olivo, según antiguas versiones cristianas.

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Entre los mitos del génesis griego se encuentra la disputa de Poseidón, Dios de las aguas, y Atenea, diosa de la sabiduría y de la guerra. La confrontación se resolvió en una pacifica contienda cuyo juez sería el rey Cécrope (Cecrop) y su pueblo. En la contienda, Poseidón clavó su tridente en tierra de donde salió un brioso caballo. Atenea clavó su lanza en una roca de la cual brotó un olivo. El rey Cécrope y los atenienses dieron el triunfo a la diosa Atenea, puesto que el olivo produciría la ansiada paz y prosperidad al pueblo.

La victoria trajo como consecuencia la fundación de una ciudad que desde ese momento (según esta leyenda) fue nombrada Atenas. El árbol que creció fue un centenario olivo que los atenienses veneraron y cuidaron durante siglos dentro del propio recinto de la Acrópolis. Atenas fue dedicada a su protectora, quien por otro lado representaba los atributos de sabiduría y justicia que permitían el desarrollo de las artes, el cultivo y la paz; atributos que distinguieron a esta gran ciudad y sus habitantes

El león que mató Heracles cuando apenas contaba con dieciocho años, cayó abatido por una estaca sin trabajar, que el héroe tomó de un olivo silvestre que crecía en el monte Helicón. El olivo brinda una madera fuerte y elástica, símbolos que se atribuyen al héroe griego adoptado por los romanos como Hércules. Los productos de este árbol acompañaron a Heracles hasta su muerte. Su cadáver, según la propia voluntad del héroe, fue incinerado con madera de roble y olivo, y su fuego hecho con una varilla de olivo friccionada sobre una base de roble: los dos grandes árboles míticos de la antigüedad.

Higinio cuenta que este árbol era utilizado para ahuyentar a los malos espíritus. La costumbre griega, que pervivió en el Mediterráneo durante siglos, consistente en colocar ramas de olivo en las puertas de los hogares, responde a esta ancestral costumbre e indica una de las propiedades mágicas del olivo: la de proteger los hogares infundiendo paz y ahuyentando el mal

Cuando Teseo preparaba su expedición a Creta, ofreció sacrificios al dios Apolo, al mismo tiempo que le ofrendaba una rama del árbol sagrado del Acrópolis adornada con lana virgen. Esta costumbre pasó a los romanos y está documentada en Tito Libio.

Los vencedores en los juegos olímpicos griegos eran coronados con ramas trenzadas de olivo; originalmente, la rama no provenía de cualquier olivo sino justamente del árbol sagrado de la Acrópolis, cuya historia está ligada a los orígenes de la cultura griega. Sin embargo, no siempre fue así: desde la primera Olimpiada a la séptima se utilizaron coronas trenzadas de manzano hasta que Pausanias consultó al oráculo de Delfos, quien le indicó que abandonara el manzano y en su lugar utilizara las ramas de un árbol que crecía en los alrededores y que estaba cubierto de telarañas. Pausanias encontró ese árbol; se trataba de un acebuche.

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Fragon de Talles dice que desde la séptima olimpiada se instituyó la rama de olivo, puesto que tenía la categoría suficiente para coronar a los vencedores, los cuales se equiparaban en la tierra al Zeus de los cielos griegos.

Las festividades olímpicas tenían su paralelismo en los juegos femeninos que se realizaban cada cuatro años en honor a Hera, la esposa de Zeus. La contienda consistía en una carrera de carros tirados por cuatro caballos. La ganadora recibía una corona de olivo y durante un año tenía ciertos privilegios en la ciudad de Atenas. Frazer ve en esta festividad un paralelismo con el antiguo matrimonio del sol y la luna en las culturas arcaicas e identifica a la figura femenina con la luna, la cual se encuentra asociada al olivo en monedas y otras representaciones

Los curetas y las sacerdotisas de los templos de Donoa dormían sobre hojas de olivo para que la madre tierra, a través de su árbol predilecto, les infundiera el saber oracular; esto habla de una tradición anterior donde el olivo era considerado representación telúrica.

Esta documentada opinión de Frazer puede precisarse: la corpulencia y amplitud de las raíces de este árbol lo identifican naturalmente con la tierra, por ello, la tradición de los cureta era dormir bajo su copa. Pero ramas y hojas son plateadas en virtud de las sustancias céreas que recubren su epidermis, como estrategia del árbol para no perder agua y resistir las sequías de las regiones donde habita

En las noches, la copa del olivo reluce con la blancura de la luna y su apariencia plateada lo identifica con ella. Esta duplicidad pasa a la diosa que lo ama y representa, Atenea, la cual participa de una doble condición: de guerrera, que solo viste sus armas defensivamente, y de reina de la noche. Los sabios ojos de búho de la diosa representan al ave nocturna que canta al cobijo de los olivos.

Las sacerdotisas adivinas tenían una noche perfecta para el oráculo: dormir en verano en un olivar entre las argénteas hojas de sus árboles, dejándose llevar por la magia de la luna llena y el canto agudo de la vigilia nocturna de los cárabos.

El olivo también simbolizaba la fertilidad. Su abundancia en flores y frutos infundía su virtud a las tierras y a las familias que a él recurrían. Los griegos celebraban durante las fiestas dionisíacas ritos y procesiones en los cuales portaban ramas de olivo, flores y frutas; estas fiestas debían propiciar las buenas cosechas; también portaban las consabidas ramas envueltas con hebras de lana.

De la época de los griegos arranca la costumbre de labrar con madera de olivo imágenes (ahora de santos), los cuales eran colocados en los campos para que propiciaran buenas cosechas. Algunas de estas estatuillas han sido reproducidas en bajorrelieves descriptivos, procedentes de la Grecia del siglo I .

El aspecto solemne y noble del aceitunero representaba las categorías que los hombres esperaban de la vida tranquila. Son innumerables las citas referentes al olivo como árbol de la paz: Virgilio en la Eneida refiere cómo Eneas cuando llega a la región del río Tiber es cuestionado por Palante, hijo del rey Evandro, si sus intenciones son pacíficas o viene a hacer la guerra. Eneas responde con una rama de olivo que le muestra desde la popa de su barco. Orestes hace lo propio al dirigirse a Apolo como suplicante.

Jesucristo entró en Jerusalén y fue recibido con palmas y ramos de olivo. Tal era el símbolo universal de paz y abundancia que el olivo representaba en todas las culturas mediterráneas, que continúa jugando ese papel universal al lado de la paloma.

El aceite de oliva fue para los judíos no solo un combustible para alumbrar la noche con los candiles, sino que tenía también una connotación religiosa. El aceite sagrado que representaba el papel de ungidor en la cultura hebrea fue adoptado por los cristianos.

La veneración por el aceite se encuentra mostrada en estas poéticas y bellas frases del Corán:

«Dios es la luz de los cielos y la tierra. Su luz es como la de un candil en una hornacina….Se enciende gracias al árbol bendito del olivo, el árbol que no es oriental ni occidental, cuyo aceite alumbra casi sin tocar el fuego: es luz de la Luz».

En la tradición cristiana, varias son las vírgenes aparecidas al pie o en los troncos de los árboles. La Mare de Deu de Montolivet (La Virgen del Monte Olivo ), se le apareció a un soldado cuando fue apresado en Palestina; el relato cuenta que logró escapar y extenuado por la huida ,se quedó dormido bajo un olivo y cuando despertó encontró un manto con la imagen de la Virgen, pero ahora el olivo estaba en las huertas de su pueblo natal, Ruzafa, Valencia, en el monte que ahora lleva el nombre de la Virgen, Nuestra Señora de Monteolivete. Ésto debió ocurrir, según cuenta la leyenda, hacia el año 1350.

El olivo silvestre o acebuche es un árbol común en el cercano oriente y en el entorno mediterráneo. El olivo y las culturas occidentales originarias dibujan el mismo mapa geográfico. No se ha establecido claramente dónde comenzó a cultivarse, tal vez porque simultáneamente se hizo en varias regiones donde la vida sedentaria asentó la cultura agrícola y con ella sus tres pilares principales: los cereales, el olivo y la vid.

Si su cultivo comenzó en la antigua Persia o si fue iniciada por asirios o si las primeras olivas crecieron en Palestina, es algo que puede considerarse secundario; lo importante es que se encuentra en los orígenes de las culturas fenicias, asirias, judías, egipcias, griegas y otras muchas menos documentadas de la geografía mediterránea. En este sentido, cabe hablar de simultaneidad.

Las primeras referencias documentadas del cultivo del olivo se encuentran en las regiones orientales de la actual Siria e Irán, cuya antigüedad se remonta a 4000 años antes de la actual era. Lo más probable es que los fenicios jugaran un papel determinante en su expansión a través de las islas del Mediterráneo oriental como Creta o el extremo occidental en la actual Península Ibérica.

En la Biblia se encuentran unas cuatrocientas menciones al olivo o a su aceite. Era la base del ungüento de la unción y la luz que iluminaba la oscuridad de los templos y hogares. Es muy probable que Jerusalén estuviera, desde tiempos anteriores a la palabra escrita, rodeada de olivos.

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El olivo en la Península ibérica

Parece ser que los primeros olivos de la Península Ibérica fueron cultivados en Cádiz y Sevilla; Cádiz fue un enclave muy visitado por los fenicios, los cuales mantenían relaciones importantes a través de su puerto. Otro tanto ocurrió con Sevilla, cuyo río el Guadalquivir fue siempre navegable.

Cundo las tropas de Julio Cesar se enfrentaron en la Hispania con las de Pompeyo, éstos acamparon entre olivos en la región del Aljarafe que rodea a Sevilla, tradicional enclave de éstos árboles y famoso por su excelente aceite. Tales hechos fueron narrados en De bello hispanico por un narrador anónimo al servicio de César en el año 45 a.C. Esta es una de tantas menciones de olivares de la Bética del sur de España.

La palabra Córdoba significa molino de aceite y las menciones de sus olivares y la calidad del aceite por ellos producido ya era famosa desde el tiempo de los romanos, al punto de que el poeta hispanorromano Marcial llamaba a las regiones andaluzas Betis olifera.

La región de Ampurias, inicialmente una colonia griega rodeada de ciudades íberas cuyos vestigios aún se conservan, también fue un importante centro de introducción del olivo, que vio su esplendor en la época romana, en las fértiles tierras de Tarragona, lugar donde se producen hasta hoy día excelentes aceites finos.

Los pueblos árabes que recorrieron la península se encontraron con los magníficos olivares. El geógrafo y viajero Muhammad Al-Idrishi, que vivió entre 1100 y 1166, describe y señala los mayores olivares que se encontraban en la península: hace mención especial de los olivares de Priego de Córdoba y del resto de la Subbética. Señala el aceite sevillano como uno de los mejores de toda la Bética.

En la época de Al-andalus, se expandieron y mejoraron tanto las técnicas de cultivo como las de obtención del aceite; no hay que olvidar que en el oriente Mediterráneo, lugar de donde provenía la cultura árabe, tenían una larga tradición en este sentido. La mezcla cultural tanto agrícola como económica e intelectual dio como resultado la magnífica cultura agraria andalusí que floreció durante el califato de Córdoba.

Durante los siglos XV y XVII se consolidó la expansión y distribución geográfica de los olivares actuales, cuya mayor densidad de plantaciones se encuentra en el centro de Andalucía y comprende a las provincias de Jaén, Córdoba y Sevilla.

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Símbolo de paz y prosperidad, de sabiduría y de victoria. Su tronco agrietado y grueso, que aguanta impávido la dureza del clima invernal y los golpes recibidos en sus ramas por los vareadores, que hacen así caer la aceituna para recogerla del suelo, nos habla de resistencia y de generosidad al darles a cambio el dorado y rico fruto del aceite.

Las hojas pequeñas y perennes, de un color verde oscuro por un lado y plateado por el otro, nos hablan a la vez de la eterna dualidad de lo manifestado y de su permanencia frente a la ciclicidad de sus frutos. Estos, redondos o también ovalados, son símbolo de la esperanzadora preñez del eterno femenino, generador y nutricio, balsámico y apaciguador para los hombres.

Ningún árbol como el olivo para simbolizar la Paz y la Concordia.

«Debemos encontrar la manera de plantar un árbol de olivo en nuestra tierra, que la quemaron. Un árbol de olivo. Para simbolizar –y recordarnos también– la rabia que sentimos.

Para que no se pierdan en el olvido los recuerdos del pasado, que no se pierda en el olvido la rabia del presente, que no se pierda en el olvido nuestro propio futuro. Que algunos, con nombre y rostro, nos lo pisotean. Allá y aquí. En Atenco y en Olimpia, en la Selva Lacandona y en el Peloponeso, en México y en Oriente, en Europa y en América Latina. En el mundo entero.»

Referencias
Nueva Acrópolis Uruguay
Un árbol de olivo (campaña una escuela para Chiapas), Eugenia Mihal.
R. Graves
Rallo, Luis , «Variedades de Olivo en España»., Sevilla, Madrid, Barcelona, México.

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