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Los provocadores saben que política y religión no se mezclan

Así que lo que publicaron en Internet unos intelectualoides vuelve a incendiar Medio Oriente: caricaturas del Profeta (BP), quemas de ejemplares del Corán, y ahora, un video de «terroristas» de túnica en un falso desierto. Después de sus actos, los perpetradores occidentales cristianos se esconden en el anonimato (porque esto es un requisito indispensable para que la publicidad funcione) mientras los inocentes mueren asfixiados, decapitados. Así, la excesiva venganza de musulmanes «demuestra» las afirmaciones racistas de quienes gustan de regar la mentira sucia de que el islam es una religión violenta.

Los provocadores, desde luego, saben que la política y la religión no se llevan bien en Medio Oriente, y son siempre los mismos. Chris Stevens, sus colegas diplomáticos en Bengasi, sacerdotes en Turquía y África, personal de la ONU en Afganistán, todos han pagado el precio por lo que han hecho «curas católicos», «caricaturistas», «cineastas» y «autores» –las comillas son necesarias para marcar la diferencia entre quienes en verdad ejercen estas profesiones y los ilusionistas– que con conocimiento de causa deciden provocar a mil 600 millones de musulmanes.

Cuando una caricatura danesa que mostraba al Profeta Muhammad (BP) con bombas en el turbante apareció en un periódico prácticamente desconocido, la embajada danesa en Beirut estalló en llamas. Cuando un pastor en Texas decidió «condenar a muerte al Corán», se desenfundaron cuchillos en Afganistán. Eso sin mencionar al personal estadunidense que quemó «accidentalmente» ejemplares del Corán en una base militar en Bagram, Afganistán. Ahora, una película deliberadamente insultante provocó el asesinato de uno de los más justos diplomáticos del Departamento de Estado estadunidense.

En muchos sentidos, esto es territorio ya recorrido. En la España del siglo XV, caricaturistas cristianos pintaron ilustraciones del Profeta (BP) cometiendo actos abominables. Y para que no creamos que hoy en día tenemos las garras muy limpias, recordemos que cuando en París se proyectó una película en la que Cristo hacía el amor con una mujer quemaron el cine, una persona fue asesinada y quien la mató fue un cristiano.

Con la ayuda de la maravillosa nueva tecnología, bastan un par de locos para echar a andar una guerra en miniatura en el mundo musulmán en cuestión de segundos. Dudo que el pobre Christopher Stevens, un hombre que entendía a los árabes de una manera en que sus colegas no podían hacerlo, supiera algo del «filme» que desató el ataque contra el consulado estadunidense en Bengasi que causó su muerte. Una cosa es proclamar torpemente que Estados Unidos emprenderá “una cruzada contra Al Qaeda –gracias, George W. Bush– pero otra es insultar, de manera muy deliberada, a todo un pueblo. Este tipo de racismo enardece a muchos corazones enloquecidos.

¿Acaso Al Qaeda, derrotada por revolucionarios árabes que no querían pertenecer a un califato encabezado por Bin Laden en Medio Oriente sino que exigían dignidad, ha decidido beneficiarse de resentimientos populistas para avanzar en su causa islámica?

El prácticamente impotente gobierno libio culpa a los estadunidenses por el asesinato de Stevens, pues el consulado debió haber sido evacuado, y sugiere que la pandilla de Kadafi está detrás del ataque, lo cual es ridículo. La milicia armada de Bengasi, los Defensores de la Sharia, está formada por combatientes que se fingen rudos pero son unos cobardes, por lo que más bien hay que sospechar del involucramiento de Al Qaeda.

Curiosamente, se han abierto espacios de discusión serios sobre, por ejemplo, una reinterpretación del Corán. Pero con la provocación occidental y Occidente en general, se cierran esas posibilidades. Nos damos golpes de pecho en favor de una «prensa libre»: el editor de un diario neozelandés me comentó orgulloso que publicó en las páginas de su periódico la caricatura del Profeta (BP) con el turbante lleno de bombas. Pero cuando le pregunté si planeaba publicar alguna caricatura de un rabino con una bomba en la cabeza la próxima vez que Israel invadiera Líbano, estuvo de acuerdo conmigo de inmediato en que eso sería antisemita.

Por  Robert Fisk

© The Independent

 Traducción: Gabriela Fonseca

Fuente : La Jornada

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