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Egipto: retornan los tanques proscritos – Por Alfredo Jalife-Rahme

Mujeres egipcias esperan formadas, en El Cairo, para participar en un referendo sobre cambios a la Constitución propuestos por partidarios del presidente Muhamed Morsi (Foto Ap)
Mujeres egipcias esperan formadas, en El Cairo, para participar en un referendo sobre cambios a la Constitución propuestos por partidarios del presidente Muhamed Morsi (Foto Ap)

Lo que advenga en el barómetro del mundo árabe, Egipto –90 por ciento sunitas y 10 por ciento coptos cristianos de sus casi 100 millones de habitantes– definirá la orientación teológica regional, amén de su relevante cuan compleja cartografía geoestratégica: canal de Suez, río Nilo, mayor población árabe, principal aliado militar árabe de Estados Unidos, acuerdos de Campo David con Israel, acercamiento con Irán y Turquía, alianza con Hamas, etcétera.

Debido al control multimediático global promovido por la desregulada globalización neoliberal financierista se suele sucumbir en las categorías grotescas de la dominante hegemonía lingüística «occidentaloide» de reducir la cruenta colisión de los sectores de la polarizada sociedad egipcia entre islámicos «moderados (sic)» –los Hermanos Musulmanes–, quienes buscan implementar la omnímoda ley coránica de la Sharia, y los «laicos» (¡súper sic!), quienes supuestamente anhelan la «democracia liberal» y los «derechos humanos» al estilo de su aplicación muy sui generis en las dos costas del Atlántico norte.

Luego con tour de force acrobático, los maniqueos lingüistas de la perniciosa propaganda globalista «occidentaloide» agregan marginalmente a los salafistas, con una hermeneútica más estricta de la Sharia y una demografía nada despreciable, a la extrema derecha de los Hermanos Musulmanes, dejando en el vacío semántico a la entelequia fantasmagórica de Al Qaeda (para muchos «Al CIA»).

Mel Frykberg, de IPS (15/12/12), sucumbe también al tóxico maniqueísmo «occidentaloide», pero agrega ingredientes más apegados a la realidad al aducir preocupantemente que se dibuja «una guerra civil en el horizonte».

Frykberg cita a Gamal Nkrumah (hijo del ex presidente de Ghana, Kwame, y de madre egipcia del rito copto cristiano), hoy politólogo del legendario semanario cairota Al-Ahram: «Egipto se encamina a una batalla política prolongada. La presente situación es insostenible. Parece dirigirse a una guerra civil: la carta desconocida son los militares, y es incierto qué rumbo tomarán».

Los militares aún constituyen la piedra de toque de la nación egipcia desde el derrocamiento de la monarquía en 1953 y difícilmente dejarán que la conflagración degenere a una guerra civil.

Tampoco hay que ser genios para percatarse que la infantería, conformada por devotos feligreses islámicos, se inclinaría del lado de los Hermanos Musulmanes, a diferencia de los mandos medios y altos, más proclives a la coexistencia intercomunitaria y algunos hasta partidarios de los revolucionarios primigenios, lo cual llevaría a su peligrosa fractura de facto.

¿Segundo golpe de Estado (en realidad, serían tres con el «golpe dentro del golpe» de Nasser a Neguib) rectificativo después de casi 60 años, con bendición tácita de Obama, quien tendría que escoger entre su alianza con los Hermanos Musulmanes en el mundo árabe (Egipto, Siria, Jordania, etcétera) y el ejército egipcio, dependiente del Pentágono, que regresaría por la puerta triunfal?

¿O dejarán los imprescindibles militares que Egipto se balcanice en una entidad sunita confederada de Hermanos Musulmanes/salafistas y otra de los coptos cristianos al sur, en la cercanía de Sudán, otro país fracturado?

El presidente egipcio Muhamed Morsi, gran triunfador de la enésima guerra reciente de Gaza –gracias a su invaluable mediación entre los Hermanos Musulmanes de Hamas y el gobierno desfalleciente de Bibi Netanyahu, quien se desprendió de su gravoso canciller Avigdor Lieberman (ex saca borrachos de antros en Moldova, quien renunció por presuntos desfalcos)–, se engolosinó y a los pocos días se arrogó por decreto alarmantes poderes autocráticos, que sometían al Poder Judicial, y cuyos jueces se insubordinaron insólitamente, lo cual fue aprovechado por la oposición heteróclita de «laicos», mujeres y coptos cristianos, aterrados de sufrir persecuciones teológicas de la Sharia.

Ante las violentas protestas, Muhamed Morsi no tuvo más remedio que cancelar su decreto autocrático y solicitar «increíblemente» la protección del ejército para impedir la toma del palacio presidencial por los ultrajados manifestantes, quienes se sienten despojados de haber detonado la Revolución de las Pirámides y que, por la ley del número democrático/demográfico, les fue arrebatada en las urnas por los muy hábiles Hermanos Musulmanes, quienes permanecieron a la expectativa para acabar controlando parlamento y presidencia.

Las revoluciones muchas veces no saben para quiénes trabajan.

Muhamed Morsi sabe que la ley del número democrático/demográfico lo favorece (90 por ciento de sunitas): se dio el lujo de modificar cosméticamente su decreto autocrático para apaciguar las veleidades judiciales y se apresuró a convocar un referendo para una nueva Constitución, cuyo anticipado resultado no requiere la oficialización de los votos de los devotos islámicos, a lo que se preparan lúgubremente los coptos cristianos, según Christophe Ayad, de Le Monde (15/12/12): «Los coptos votan masivamente contra la nueva Constitución». So what?

Se anticipa que los coptos (quienes se ostentan como descendientes de los faraones) y laicos serán aplastados por la ley del número democrático/demográfico.

Nathan J. Brown, de Foreign Affairs (9/12/12), desmenuza las sinuosidades hieráticas de la Constitución, para concluir que los «laicos» saben que corren a su derrota.

Brown juzga que la Constitución de Muhamed Morsi /Hermanos Musulmanes, que deja en el aire la supervisión de los militares por los civiles, «introduce dos nuevos elementos»: 1) la provisión de que el centro teológico Al-Azhar (icono del sunismo) será consultado en materia de ley islámica, y 2) “los principios de la Sharia islámica (principal fuente de legislación desde 1980)”.

Marina Ottaway, de Carnegie Endowment for International Peace, considera que está en juego «La selección entre dos tiranías» (National Interest, 29/11/12): «el lado de los Hermanos Musulmanes que luchan por el voto»; y el otro, «la élite judicial», que cuenta con el apoyo de los rescoldos de Mubarak; ambos han recurrido al plebiscito de la violencia en la calle.

¿Opción entre «tres tiranías», si se agrega el golpe de Estado rectificativo y antes no se disloca también el ejército?

Lo peor de la cíclope cosmogonía «occidentaloide» es que se pretenda que los musulmanes cesen de ser islámicos.

Se profundiza la islamización de Egipto concomitante a su descristianización –análoga al destino de los cristianos en Líbano, Siria e Irak (gracias a las guerras religiosamente petroleras del episcopalista Daddy Bush y el metodista Baby Bush), justamente mediante la ley del número democrático/demográfico a través de las urnas electorales y/o funerarias.

Muhamed Morsi y los Hermanos Musulmanes aplican una «democracia islámica» –que sustenta una teocracia moderna, de acuerdo con su idiosincrasia muy respetable para quienes profesamos el «diálogo de las civilizaciones»–, que hoy conviene a la OTAN por las nuevas coordenadas geopolíticas y que nada tiene que ver con la aún utópica «democracia» que no existe siquiera en «Occidente»: cuándo y dónde deben prevalecer imperativamente ante todo el respeto y los derechos inalienables de las «minorías», absurdamente excluidas como cuerpo extraño de un cuerpo integral, frente a la implacable tiranía del número demográfico y aleatorio de las urnas electorales y/o funerarias.

La seudodemocracia «occidental» es aún barbárica.

 Fuente: Bajo la lupa

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