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La Historia de Mushkil Gusha – Orígenes de una larga tradición Persa

mushkil gusha
Mushkil Gusha

La historia de Mushkil Gusha  pertenece a la tradición Sufí.

Tiene una asociación particular con Bahâ ad-dîn Naqshband (1318-1389), quien dio su nombre a la Orden Sufí Naqshbandi.

Mushkil Gusha es una historia Persa muy antigua que ha pasado a través de generaciones con el fin de hacer conocer al «Disipador de las Dificultades».

Tradicionalmente se cuenta esta historia todos los jueves por la noche, en familia o entre amigos y se comen unos dátiles o se hace un regalo en su nombre a alguien que ayude a los necesitados.

El rey Artabán

Este cuento transcurre en Babilonia, en Caldea, en Jerusalén, parte en Belén, y parte en las montañas de Persia.

Hubo una vez un rey de Babilonia, en las montañas de Persia.

Se llamaba Artabán, y estaba educado con gran esmero como todos los hijos del palacio, debido a que sería rey.

Vivía rodeado de riquezas y grandezas, eran su más valioso patrimonio una gran herencia, una alta estirpe, y pertenecer a una dinastía próspera.

El palacio donde habían nacido y se había criado Artabán estaba cerca de las ruinas del Palacio de las Siete Esferas.

Había sido un palacio construido por una estirpe de magos ya desaparecida de la faz de la tierra.

Cuando Artabán asume el reino de Babilonia, en realidad la hasta entonces próspera dinastía estaba entrando en decadencia.

Empero Artabán no lo padecía, gracias a su educación espléndida, su ser había desarrollado virtudes muy especiales y una gran sensibilidad para observar lo que acontecía a su alrededor.

Un día despertó comprendiendo un sentimiento extraño que lo aquejaba desde hacía mucho, pudo ver claramente que la verdad era que sentía verdadero tedio por la vida monótona del palacio.

Pasó largas noches de insomnio tratando de hallar una solución a su problema, hasta que un día decide visitar su reino, pero no de la forma acostumbrada para un rey, lo cual implicaba toda una movilización de guardias, cortejos, pregoneros, fiestas y demás.  

No deseaba realizar una visita asediado por los gritos de la gente que vitoreaba “¡Viva el Rey!”… y cosas por el estilo.

Su necesidad esencial era otra.

Artabán no sabía nada de la pobreza y la miseria que sufría el pueblo.

En sus visitas oficiales por la cuidad, el veía que todos lo aplaudían, se mostraban eufóricos y hacían fiestas.

Sólo veía alegría por donde lo llevaban.

Sintió que esta vez debía ir sin previo aviso. No le avisaría a nadie e iría completamente solo.

Se escapa entonces disfrazado de mendigo… aunque inquieto por la aventura en la que estaba embarcado, su corazón por primera vez en mucho tiempo se había aquietado y una dulce paz lo invadía porque en el fondo su sentimiento era como el de un pobre pajarillo encerrado en una bella y cómoda jaula de oro, mimado y atendido, pero privado de la libertad de ver más allá de sus lujosos barrotes.

Artabán se escapó de su palacio ese jueves por la noche  través de algunos pasadizos que casi nadie conocía y una oscura callejuela se lo devoró en pocos segundos.

El horror llegó a su corazón cuando vio un pueblo con hambre, víctima de pestes y enfermedades, tanta gente pobre…

Y él disfrazado de mendigo sentía desgarrársele el corazón de angustia al tomar conciencia de los hechos.

En su mente elucubraba planes para deshacerse cuanto antes de sus ministros, a los que ahora veía como verdaderos rufianes que vivían a costa de sus riquezas y de la miseria del pueblo.

Decide volver al palacio cuando ve por una ventana, en una casa, que estaban preparando el típico arroz persa.

A pesar de lo pobres que eran lo dividían en pequeñas porciones para que alcanzara para todos y también se repartían unos pocos dátiles.

Llega hasta él el olorcito del arroz persa y siente hambre, recordando que hacía muchas horas ya que vagaba por la ciudad.

Finalmente se anima a entrar, Irrumpe en la casa y dice:

¡Yo soy el Disipador de todas las dificultades!

La gente de la casa lo miraban sorprendidos, lo veían sucio, vestido pobremente…

Y para más, gracias a sus grandes habilidades histriónicas hasta se había ennegrecido los dientes, se había ensuciado las uñas… pero con unos ungüentos que olían bastante mal lo que completaban en él la imagen completa de la miseria, y no era un personaje nada grato.

Y esa, era una casa de pobres, cada uno con su miseria propia, pero igualmente, por hospitalidad lo dejan entrar y comparten con él su escasa comida.

Él, agradeciendo, miró a uno por uno y dijo:

“¡Pidan lo que quieran porque yo soy el Disipador de todas las Dificultades!”.

Y los pobres, entre risas y bromas, empezaron a pedir cosas.

Cuando alguien hacía un pedido todos le deseaban que se le cumpliera.

Unos pedían riquezas mundanas, otros justo pedían lo que les estaba faltando, pero todos pedían algo que tenía que ver con el mundo.

Imposible describir la sorpresa de esta gente cuando Artabán les propuso brindar con vino color rubí…

Brindaron con un vino muy malo, el único que tenían, pero para Artabán tenía un sabor muy especial y disfrutaba enormemente.

Todos brindaron por el Disipador de las Dificultades, y él concluyó feliz su extraña visita nocturna.

Vuelto al palacio comenzó a deshacerse paulatinamente de sus ministros.

Sin olvidarse de ordenar que se cumplieran los deseos de esa gente; una bolsita de oro para el que había pedido oro, unos pocos dátiles para el que había pedido dátiles y así cada uno recibió la justa medida de lo que había deseado.

A partir de esa noche, todos los jueves comenzó a hacer lo mismo.

Mientras tanto continuaba remplazando a sus visires, y modificando todo lo que podía el sistema de gobierno en beneficio del pueblo.

Y así el reino iba cambiando, lentamente, porque todos saben que ningún cambio grande y verdadero se logra de un día para otro, ninguna inercia arraigada durante años y años se interrumpe instantáneamente y sin esfuerzos perseverantes.

Por supuesto, y como siempre sucede no tardaron en aparecer los falsos profetas; mendigos que entraban en las casas y decían “Soy el Disipador de las Dificultades” y comían hasta hartarse pero nunca entregaban nada de lo que  prometían.

Y gracias a la bondad de su corazón y de sus hechos la mente de Artabán se abrió a las grandes ideas.

Llevaba años realizando ésta tarea.

El pueblo ni siquiera agradecía a Artabán; todos decían que el reino había empezado a prosperar a partir que el Disipador de las Dificultades había aparecido.

Todo había cambiado, y el pueblo prosperaba felizmente, cuando un anciano visita a Artabán.

Tenía un ropaje suntuoso, decía ser descendiente del Mago Daniel, perteneciente a la secta de Zoroastro, mostraba dignidad y nobleza en sus maneras.

Artabán se estremeció cuando el mago le dijo que sabía que Artabán era el Disipador de las dificultades.

¡Un secreto que ni siquiera sabían sus allegados! 

Entonces no pudo más que creer en el Mago.

Éste lo llevó al Palacio de las Siete Esferas, que estaba casi en ruinas, y allí enteró al Rey de la existencia de la cofradía de los Adoradores del fuego.

Un medallón de oro colgaba a la altura del plexo solar del Mago.

Educado por él, Artabán se transforma también en un mago.

Tenía otros compañeros de aprendizaje, sus mejores amigos eran Melchor, Gaspar y Baltasar, todos educados por el mismo mago, seguidores de Zoroastro, descendiente de Daniel.

Todos ellos habían comprendido la Alta Ciencia, se dedicaban a la medicina y estudiaban las estrellas, y siempre continuaron curando y sirviendo a los necesitados, hasta que un día llegaron a la conclusión de que llegaría un Mesías, el nuevo rey de la humanidad.

Todas las profecías eran enigmáticas, podían decir que faltaban siete semanas o siete días…

¡Quién podía estar seguro de comprenderlas correctamente!

Pero ellos tenían la certeza de que es año ocurriría algo grandioso.

Para ese entonces eran un grupo de verdaderos sabios que habiendo reconocido su total ignorancia perseguían  incansables una esperanza.

Se reunieron con otros altos magos, y luego de realizar muchos cálculos concluyeron que el tiempo señalado por la profecía ya estaba llegando.

Sin embargo no todos creyeron en dichas conclusiones, la mayoría , es decir casi todos, menos Melchor, Gaspar, Baltasar, Artabán y otro sabio muy Anciano, prefirieron seguir con sus estudios particulares antes que embarcarse en la aventura de creer, de tener fe en una poco probable profecía, por más maravillosa que esta pudiera parecer.

El anciano que sí había creído, también llevaba un talismán dorado sobre su pecho.

Había pasado toda su vida en busca de la Alta Ciencia, del Verdadero Conocimiento, y ahora en el fondo de su alma sentía la certeza de haber finalmente encontrado lo que buscaba.

Esa noche, reunido con Artabán y sus tres amigos les habló sabiamente y con infinito amor diciéndoles:

“Muchísimos años han pasado desde que me iniciara en los Misterios de las estrellas, los números, la medicina del cuerpo y alma, y aunque aún mi corazón es fuerte y mi mente clara, mi cuerpo obedece a las férreas leyes del tiempo, por eso, aunque me es imposible acompañarlos con mi cuerpo físico en esta divina aventura,  mi boca les habla palabras de mi corazón. Sed osados, es preferible morir persiguiendo la sombra de una esperanza antes que vivir sin haber conocido el intento de la fe. Vuestros corazones son nobles, vuestros cuerpos jóvenes, experimentad lo que para mi espíritu ciertamente ya ES.”

Artabán partió y se fue a estudiar los cielos a una ciudad vecina mientras que sus amigos quedaron en Babilonia habiendo de antemano acordado que cuando Saturno y Júpiter se hubieran aproximado lo suficiente, se encontrarían nuevamente.

Una noche Artabán se había quedado hasta muy entrada la noche estudiando el cielo desde la terraza.

Por un instante contempló la maravilla del manto de estrellas que envolvía sus ojos de emoción.

Su corazón latió fuertemente, agitado por las inquietas olas de un inmenso amor…

Artabán, extasiado, fija su atención en la conjunción de Saturno y Júpiter y comprueba que estaba en el punto justo que habían previsto para la partida, ahora sólo espera alguna señal secreta como la confirmación de que es el momento.

Arrullado por la inmensidad descansa apacible bajo el Cielo de los Sabios, cuando una ligera inquietud le hace abrir los ojos, y…

¡Allí está! ¡La señal esperada!

Una nueva estrella estrena su brillo, y realiza como un movimiento espiralado  que surca el cielo y luego se aleja señalando la dirección en la que debían partir.

Artabán preparó prontamente sus cosas. Compró un rubí, un zafiro y una perla, dejó el reino en manos de otro y partió .

Él estaba en Persia y sus amigos en Babilonia, quince días de caballo a través del desierto lo separaban de sus otros amigos.

Ensilla su caballo, habían quedado en encontrarse en el Palacio de las Siete Esferas, y cabalga por terrenos inhóspitos a través del desierto.

Lo que le sucedió durante la travesía es materia para  muchos cuentos que están aún en el Vestíbulo del Ensueño.

El día quinceno, tras haber dormido bajo las estrellas, con su caballo fiel y aventurero como él, faltando tres horas para llegar, cerca de un bosque de palmeras datileras ve una sombra.

Se acerca concierto temor.

El frío de la muerte recorre su columna: era un moribundo.

Enciende un fuego, y ve en su piel que amarillea y sus manos huesudas y frías, la caricia de la muerte.

Le quedaba muy poco tiempo de vida.

La muerte típica en el desierto era dejar que los buitres hicieran lo suyo, era el entierro más legítimo.

Pero cuando está a punto de partir la mano del moribundo se extiende, le toma de las ropas y le pide auxilio.

Al Rey se le estremece el corazón, sabe que tiene tres horas para llegar al encuentro estipulado, ya que sino sus amigos partirían sin él.

Por un momento se pregunta si debía acaso dejar de lado su fe para darle agua a un moribundo.

Pero sin pensarlo demasiado, lo acomoda bajo una palmera, busca agua para hacerle beber unas hierbas medicinales y se dedica a cuidarlo durante horas y horas, hasta que el moribundo empieza a recobrar su ánimo.

Ante la pregunta del desconocido le cuenta:

Yo soy Artabán, voy en busca del Rey. Estoy retrasado, y seguramente mis compañeros ya van camino a Jerusalén”.

El moribundo era un hebreo teólogo y cabalista, y notablemente agitado le cuenta que había pasado muchos años de su vida en soledad estudiando la profecía de la cual el mago le estaba hablando.

Entonces le cuenta que por medio de sus estudios, supo que el Mesías no nacería en Jerusalén sino en un pequeñísimo pueblo de Judea llamado Belén.

Artában se había retrasado mucho, así que se despiden rápidamente deseándose las bendiciones de Dios uno al otro.

Y el Rey parte íntimamente agradecido a Dios por las noticias que le hiciera llegar por medio del moribundo.

Luego de tres horas de cabalgata llega a las ruinas, cerca de la madrugada, pero solo encuentra un trozo de pergamino en el que sus amigos le decían que no podían esperar más que los siguiera.

Artában sabía que ningún hombre podía aventurarse solo en el desierto, sus tres amigos iban en una caravana de la que él no lograría encontrar ni una sola huella luego de tres horas.

Finalmente decide regresar a Babilonia y cambiar el zafiro por víveres y caballo.

En su mente se agolpan las dudas.

Se decía a sí mismo:

 –“Sólo el Dios de la Verdad dirá si seré recompensado por mi acto de servicio o ésta fue una tentación y no veré al Rey”.

Así parte hacia Belén.

El viaje era terrible y Artabán ya no era tan joven, tenía cuarenta años.

Era una mezcla de ensoñador y guerrero. Poseía ojos estudiosos y perseguía una historia que no sabía si era cierta.

Sus anchos hombros le conferían un aspecto imponente, pero la ternura que emanaba de su ser era más avasallante todavía.

Llevaba en sí el sello de haber vivido toda una vida de soñador.

Durante bastante tiempo peregrinó por el desierto, sabía que pronto sucedería el gran acontecimiento, pero llevaba días de retraso.

La travesía se transformó en una senda de dolor.

Finalmente logra atravesar el desierto y llega a las proximidades del mar de Galilea.

Se encamina directamente hacía Belén, tal como le había indicado el cabalista.

Y encuentra una choza con una luz en su interior.

Desmonta, su fiel caballo estaba tan cansado y agotado como él mismo, pero aun así no flaqueaba.

Mira en el interior de la choza y ve a una joven madre amamantando a un niño.

Entra silenciosamente pero la mujer se sobresalta ante su presencia imponente y siente temor, entonces él le dice que no tenga miedo que es el mago Artabán y que va en busca del Rey.

Le pide información y la mujer recuerda que a donde había nacido Jesús habían llegado unos extraños, que le habían ofrecido oro, incienso y mirra.

Artabán inmediatamente se da cuenta de que se refiere a sus compañeros.

En ese momento el niño que tenía la mujer le tiende los bracitos y le sonríe, el Rey, sorprendido, por un instante piensa que tal vez ese niño hubiera nacido allí y fuera el Mesías, pero el Dios de la verdad había reservado para él otro destino.

La mujer le cuenta que se comentaba que José, María y Jesús habían partido probablemente a Egipto.

La ciudad de Belén estaba casi abandonada, no había hombres.

Artabán pregunta el motivo y ella le contesta que estaban todos temerosos porque Herodes cobraría un nuevo tributo.

En ese mismo momento irrumpen trompetas que anunciaban a los soldados de Herodes.

Se escuchan gritos y lamentos por todos lados… ¡Matan a nuestros niños! ¡Matan a nuestros niños! Sólo había mujeres en las casas.

Los hombres se habían ocultado en las montañas con los niños, ya que el tributo era la vida de sus propios hijos.

El corazón de Artabán se estremece de sufrimiento.

Ante su vista tiene una mujer indefensa y aterrorizada que cubre con sus cabellos al bebé que amamanta, mientra llora y suplica sin cesar.

En tanto el ruido de los cascos de los caballos se escucha cada vez más fuerte.

Artabán ya ha tomado su decisión. Sale de la choza, los soldados se detienen ante semejante estampa de guerrero.

Su ropaje suntuoso impresiona. El capitán desciende del caballo y despectivamente lo llama intruso.

Artabán, cubría la entrada de la choza, mirando hacia la nada, con sus ojos hacia lo Alto, muestra una lágrima de sangre en su mano: es el rubí y como contemplando las estrellas dice:

“No hay nadie en ésta choza, pero ofrecería esto al capitán si me dejase en paz, puesto que tengo mucho que hacer”.

El capitán sucumbe a su codicia y abandona el lugar apretando entre sus manos la valiosa joya.

Artabán, inmóvil en el mismo lugar, alzando los ojos al cielo pide disculpas al Dios de la verdad por haber mentido para salvar a esa mujer y a su criatura.

Ésta agradecida promete rezar a Dios para que ilumine la senda del bondadoso mago.

Artabán estaba preocupado, ya había usado dos de las ofrendas que tenía destinadas al Rey.

El no sabía si todos esto sucesos eran tentaciones para desviarlo de su camino o si finalmente lo conducirían hasta el Rey.

Su gran corazón llevaba las riendas de sus decisiones y sólo el tiempo daría las respuestas que ansiaba.

Tres días hacía que habían partido los tres magos, José María y Jesús a Egipto. También él parte hacia allá.

Durante la marcha pregunta a todos si saben algo del Mesías y de sus padres, pero en esas tierras ya nadie conocía a Jesús, ni a María ,ni a José.

Los busca durante mucho tiempo. Cada tanto encuentra algún religioso que puede darle indicios.

Él visita hasta los lugares de mayor pobreza, pero nadie sabía nada de sus compañeros, ni del niño ni sus padres.

Sus recorridas siempre estaban marcadas por cientos de actos de servicio.

Siempre haciendo el Bien, siempre curando, siempre aliviando los dolores ajenos…

Pasó años en parajes desconocidos y se fue haciendo viejo.

Desde los cuarenta años se volvió anciano en la senda del alivio de las dificultades ajenas, pero siempre buscando resolver el enigma que los dioses le habían regalado…

Su cabello y sus barbas eran ya completamente blancas.

Su columna perdía firmeza con el correr de los años, pero jamás perdía la esperanza de encontrar al Rey.

Uno de los religiosos al que había consultado en Egipto le dice que Jesús había vuelto a Jerusalén.  El mago ya tenía setenta y tres años.

Habían pasado treinta y tres años desde el nacimiento del rey, treinta y tres años de búsqueda y permanente servicio.

A pesar de su edad, Artabán viaja hasta Jerusalén, transita las calles, y siente todavía vibrar en su interior esa pequeña y vieja esperanza.

Conservaba aún la perla, el último de sus tributos al rey.

Llegado a Jerusalén, siente un tumulto, y ve gente que corre apresuradamente, entonces pregunta:

_“¿Qué sucede?”

“_ ¡En el Gólgota, en el Gólgota, está crucificando a dos ladrones y al supuesto Rey de los judíos que hizo prodigios y ahora parece que blasfemo por decir que él era Hijo de Dios!”

En Artabán resurge la esperanza de encontrar al rey, empieza a erguirse se toca el pecho y tiene la perla, cada vez más resplandeciente por su servicio. Se dice

_“Ahora sí voy a ver al Rey “.

De pronto cerca de él siente gritos y ve a unos soldados que arrastraban de los cabellos a una mujer. Ella logra soltarse y se dirige hacia Artabán.

Lo toma de las ropas y le  pide su favor, explicándole que ella era hija de un mercader al que habían asesinado y ahora ella sería vendida como esclava para pagar las deudas.

Artabán aún tenía una mano sobre su pecho, compadecido por la tristeza de la muchacha extiende su mano y al abrirla brilla tibiamente en su palma su último tributo al rey, alcanzándole la perla, con voz tierna le dice:

_“Toma compra tu libertad “.

Él no sabía si ésta era su última tentación. Recuerda toda la gente a la que había ayudado durante tanto tiempo.

¿Cómo estar seguro de que no eran pruebas puestas a su fe?…Aún así el impulso de su amor fue mayor.

En ese momento, todo en Jerusalén se volvió oscuro. Los soldados huyeron, tembló la tierra.

Una laja se desprendió de una casa y golpeó la cabeza del anciano y por la herida manaba abundante sangre y en ella sentía irse rápidamente la vida.

La mujer rescatada permanece todavía a su lado, y teme que el anciano muera desangrado.

En medio de la oscuridad, Artabán siente una voz, como si saliera del mundo. La mujer también la oye.

El anciano balbucea palabras entrecortadas.

_“¿Cuándo estuviste enfermo y yo te visité”?

_«¿Cuándo tuviste hambre y este siervo te dio de comer?”

Un resplandor dorado se presenta ante el anciano y ambos escuchan claramente la dulcísima Voz del Rey que le dice:

“Mientras se lo hayas hecho a uno de tus hermanos más pequeños, a mí me lo hiciste”.

Entonces Artabán comprendió el por qué toda una vida de servicio.

Ese había sido el destino, regalo de los dioses a quien había preferido vivir tras la sombra de una esperanza que transitar una vida inútil y estéril.

Tal había sido el camino de retorno elegido por su noble corazón. Y habiendo ido siempre en pos de lo Alto, ahora veía al Rey.

Jesús había estado durante todos sus treinta y tres años vida consciente de la búsqueda de Artabán, había visto todos sus actos, había registrado cada uno de sus servicios.

Y sucedía al fin el esperado reencuentro.

Ahora, en el momento de su crucifixión, el Rey y el Mago funden sus corazones en un divino abrazo.

Entretanto la joven salvada, sintiéndose participe de un milagro, y llena de adoración y amor por el ser dorado, cuida de las heridas del anciano profundamente agradecida.

Luego él poco a poco se reestablece.

Una sonrisa permanente se había dibujado en el rostro del mago y rejuvenecía día a día, ya no parecía un anciano.

Un jueves por la noche, apunto de despedirse de la bondadosa mujer, siente otra vez la voz, que le dice:

_“Mi amigo eres, también amigo de todos los hombres, por quienes tuve la dicha de dar la vida, y como tal conozco que eres el disipador de todas las dificultades. A partir de hoy, y como regalo mío, te llamarás Mushkil Gushá y serás Inmortal”.

Y a partir de esa noche Mushkil Gushá estuvo en los brindis de todos los que lo recordaban y en la de todos los que supieron de su historia, y su bondad danzó en cada copa de color rubí que se alzó en cada jueves de la vida de la Tierra.

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