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Los persas y su lengua de aves y de rosas

Tal vez lo que más sorprende al viajero que se adentra en Irán sea descubrir cómo la poesía antigua está vigente y vive en la voz de los ciudadanos: obreros, taxistas, profesionistas, políticos y artistas saben y recitan poemas que fueron acuñados a partir del año mil. Es práctica común de los iraníes visitar los mausoleos de los poetas para leer sus versos y rendirles homenaje; los poetas son considerados, además de sabios maestros, verdaderos héroes culturales y orgullo de la nación.




Se dice que el persa es la lengua de los mil poetas; sin duda lo es. Podríamos incluso decir que la poesía ha forjado la cultura persa. Es un factor de identidad que cruza grupos étnicos y clases sociales; refranes, dichos y anécdotas se desprenden de los textos de los poetas antiguos. De igual forma la música, la miniatura y la caligrafía siguen encontrando en la poesía su fuente de inspiración.

Las fotografías y testimonios que integran este texto son resultado del proyecto de investigación La poesía como experiencia cotidiana en Irán, apoyado por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y el Museo Nacional de las Culturas. La primera etapa de este proyecto incluyó trabajo de campo en Irán entre noviembre de 2010 y enero de 2011. Alejandra Gómez Colorado, antropóloga; Irais Barreto Canales, internacionalista, y el fotógrafo iraní Ebrahim Khadem Bayat, recorrieron algunas ciudades de Irán en busca de testimonios que expresaran la contundencia de la cultura poética de ese país. En Teherán e Isfahán, se reunieron con académicos, artistas, estudiantes y religiosos, mientras que en Tus, Shiraz y Nishapur visitaron los mausoleos de algunos de los principales poetas persas, realizando entrevistas entre los visitantes. Cabe decir que estos mausoleos son verdaderos complejos culturales y de esparcimiento, sus jardines están sonorizados con los versos del poeta que en ellos yace. Cuentan con cafetería, librería y algunos con bibliotecas especializadas.

Además de evidenciar la vigencia e importancia que la poesía persa tiene hasta el día de hoy, este proyecto busca también revertir los estereotipos que se han generado en torno a la cultura islámica y a los países de Oriente Medio a partir de la llamada “lucha contra el terrorismo”; buscamos hacer evidente el refinamiento y sensibilidad de una cultura que ancla su identidad en el arte y la sabiduría milenarias. Se trata de un homenaje al genio y a la sensibilidad y del alma de Irán.

Los poetas

Dos vistas del mausoleo de Ferdosí
Dos vistas del mausoleo de Ferdosí
Foto/ Ebrahim Khadem Bayat

Ferdosí

Nació en 940, cerca de la ciudad de Tus, en el noroeste de Irán. Abol-Ghasem Hassan ibn Ali Tusi obtuvo su nombre de escritor durante su visita a la corte del sultán Mahmud Gaznavi, quien, complacido por su poesía, lo llamo Ferdosí, “hombre del paraíso”. Es el gran poeta nacional, creador de una de las grandes epopeyas universales, el Shahnamé o Libro de los reyes, poesía épica en donde se relata la historia antigua de Irán.

Ferdosí creció en medio de las victorias de árabes y turcos sobre Irán; su país estaba en un proceso de arabización e islamización. El Shahnamé representó un hito de resistencia nacional por la recuperación de la historia antigua de Irán, por la conservación de los valores morales y espirituales existentes antes del islam, y por la eliminación del vocabulario de origen árabe.

En el texto se advierte la gran confianza que tuvo en su obra; se propuso conservar y renovar su identidad nacional, preservar el persa como lengua y fijar los modelos de la cultura e ideales iraníes. Ferdosí comenzó el Shahnamé en el año 980 y lo terminó en 1010. Murió diez años después en Tus, en donde se erige hoy su mausoleo.

 He sufrido bastante en estos treinta años.

He hecho revivir al iraní, con la lengua persa.

Después de esto no moriré, pues estoy vivo

por haber esparcido la semilla de la palabra.




En 60 mil versos, el Shahnamé narra la historia del antiguo Irán, desde el principio de la civilización hasta la derrota del imperio persa por los árabes. Gracias a este libro, el alma ancestral de Irán ha permanecido vigente en la cultura popular durante más de mil años. Ha sido recitado en plazas públicas, algunos de sus pasajes se han representado en las paredes de los cafés y en los palacios. Al conservarse lingüísticamente vivo, sigue ejerciendo una enorme influencia como ejemplo poético y épico, pero también como documento de identidad del pueblo iraní.

Las construcciones prósperas se destruyen

con la lluvia y los rayos del sol;

yo he fundado un alto castillo de poesía

al que no dañarán ni el viento ni la lluvia.

Al cruzarnos con un hombre mayor que estaba sentado frente a las puertas de la ciudadela de Shiraz le preguntamos:

–¿Usted sabe quién escribió el Shahnamé?

–¿No es usted iraní?

–Sí soy iraní.

–Entonces, ¿cómo es que no sabes quién ha escrito el Shahnamé?…

–¿Usted suele leer el Shahnamé?

–Sí, lo leo con mucha frecuencia.

–¡Estupendo!

–Si no leo el Shahnamé, me enfermo.

–¡Vaya! ¿Se sabe algunos versos del Shahnamé de memoria?

–Sí… Ferdosí me gusta muchísimo. Él no era sólo un poeta, era un sabio. Dice en un poema: “El andar de la bóveda celeste/ La rotación del sol y la luna// No son sólo un juego/ Tal universo no es pueril// En este universo no existe ni una partícula inútil/ Aunque no veamos a quien mueve los hilos// Ni se puede salir de su dominio/ Ni se puede llegar a su origen…”

–¿A qué se dedica usted?

–Soy un simple obrero. Alguna vez fui agricultor, luego vine aquí para trabajar de obrero. Ahora estoy jubilado.




Un profesor de literatura que visitaba la tumba de Attar junto con algunos colegas nos dijo: “Dicen que un sabio egipcio contaba que la civilización egipcia desapareció porque no tuvo un Shahnamé ni un Ferdosí que haya salvado su idioma y que es por esta razón que ahora el idioma oficial de Egipto es el árabe, mientras que antes no lo era. En realidad, Ferdosí es el salvador de nuestro idioma.”

Omar Khayyam Foto/ Ebrahim Khadem Bayat
Omar Khayyam
Foto/ Ebrahim Khadem Bayat

Omar Khayyam

Fue un gran matemático y astrónomo además de un consagrado poeta. Nació en 1048, en la ciudad de Nishapur, capital de las ciencias y las letras del siglo XII. Por su apellido se deduce que su padre pudo ser fabricante de jaimas (tiendas de campaña), sin embargo el joven Khayyam tuvo una educación sólida viajando por Bujara, Samarcanda e Isfahán.

Desarrolló la mayor parte de su trabajo bajo el patrocinio del sultán Maleksha Yalal al-Din, quien lo invitó en 1074 a crear un observatorio astronómico y a hacer reformas en el calendario solar. Sus observaciones dieron como resultado el calendario Yalalí, más preciso que el Gregoriano que se elaboraría cinco siglos después. El factor desconocido de una ecuación (x) fue una aportación de Khayyam a las matemáticas para resolver los problemas de álgebra.

Su producción literaria se compone de cuartetos, rubaiyat, en los que expresa su ignorancia ante los hechos de la naturaleza, su preocupación ante la fugacidad de la vida, la eternidad de la muerte y la insignificancia del ser humano ante el universo.

 Esa caravana de la vida, ¡cómo pasa!

Recibe el momento que pasa con alegría.

Saguí: ¿por qué sufrir por el dolor que tendrán mañana los demás?

Acércame la copa, que la noche está pasando.

Khayyam logró adaptar su pensamiento a las exigencias de la métrica con la precisión de un matemático y expresar un razonamiento profundo de forma breve y con palabras sencillas. Murió en 1131 en Nishapur, donde se alza hoy su mausoleo.

Supón que se hayan cumplido todos tus deseos:

¿Y después?

Figúrate que has acabado tus días: ¿Y después?

Presume de que has sido feliz durante cien años:

¿Y después?

Imagina que te esperan otros cien años:

¿Y después?




En vida, Khayyam no publicó sus cuartetos, los leía a sus amigos más íntimos. Los Rubayyat son un trabajo que ha sido compilado por diversos autores, dando como resultado un gran número de colecciones que difieren entre sí. La más conocida y difundida es la traducción de Edward Fitzgerald, que contiene 158 cuartetos y fue publicada por primera vez en 1859 a partir de un manuscrito encontrado en la Biblioteca Bodleian en Oxford.

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