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Presencia árabe en Cuba – Por el Dr. Rigoberto Menéndez

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Para hablar de la multicentenaria presencia de los árabes en Cuba y su irradiación en el espectro variado de nuestra cultura debe hacerse siempre en un sentido policromático y contextual.

Presencia Árabe en Cuba

Aunque se conjetura sobre la presencia de tripulantes moriscos en las expediciones transoceánicas de Cristóbal Colón, el primer indicio de presuntas huellas demográficas lo aportan curiosamente las prohibiciones de la Corona Hispánica, que a través de sistemáticas Reales Cédulas emitidas durante todo el siglo XVI, advertían a las autoridades coloniales sobre la presencia ilegal en el Nuevo Mundo de personas «nuevamente convertidos de moros», denominación dada a los antiguos musulmanes españoles: los moriscos.

La prohibición monárquica se extendía además a los esclavos de diversos grupos étnicos africanos como los beréberes y los yolofes, practicantes de la religión islámica.

La evidente presencia de moriscos en América tuvo su reflejo en Cuba; en 1593 fue bautizado en la Parroquial Mayor de La Habana un morisco oriundo de Berberíe, quien tomó el nombre de Juan de la Cruz. Esta ceremonia y las similares practicadas a la morería hispánica o africana fueron realizadas por altos signatarios coloniales de la Isla. Según hallazgos del Dr. Cesar García del Pino en 1596 arribaron a La Habana algunas decenas de esclavos musulmanes, entre ellos un grupo de naturales de los antiguos reinos de Marruecos, Fez, Túnez y Tremecén y además dos moriscos.

Estos vestigios documentales permiten catalogar la primera etapa de impronta árabe en Cuba como hispano-morisca y morisco-norafricana, compuesta por esclavos y personas libres convertidas al catolicismo. Como una influencia relacionada de alguna manera con esta presencia se observa la huella arquitectónica, pues durante el siglo XVII y principios del XVIII predominó en La Habana, Remedios, Santiago de Cuba y otras ciudades el estilo mudéjar, herencia importante de la escuela de construcción morisca de Sevilla.

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El estilo mudéjar es apreciable en edificios religiosos y civiles del Centro Histórico de la ciudad de La Habana (iglesia del Espíritu Santo, Casa de Oficios # 12 y Casa de Tacón # 4) y de Remedios (iglesia Parroquial de la Ciudad).

La colonización española dejó en Cuba otras huellas de impronta árabe, como el legado lingüístico en varios miles de vocablos de procedencia árabe en la lengua castellana y aun en nuestros cubanismos, la conservación de importantes especies moriscas en la culinaria criolla y de plantas aromáticas en nuestra jardinería.

Algunas influencias indirectas de la cultura árabe islámica llegaron además a través de los esclavos de diferentes denominaciones y grupos étnicos islamizados del África Occidental; ellos fueron portadores de saludos rituales como as salamu aleikum, que significa la paz sea con usted, la vestimenta blanca, el pañuelo turbante usado por las mujeres y otras costumbres íslamitas asumidas en la actualidad por diferentes sistemas religiosos populares cubanos.

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El gran momento histórico de presencia árabe en suelo cubano se produce a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y hasta la primera del XX, con la entrada de libaneses, palestinos, sirios y en menor escala de egipcios, libios, argelinos y yemenitas. Parece que el primer representante de esta oleada fue José Yabor, llegado a Cuba en 1870. Las estadísticas migratorias prueban que entre 1906 y 1913 un 30% de los árabes que llegan a Cuba venían directamente de la denominada Turquía Asiática, y otros grupos de países europeos y de toda América.

El mayor porcentaje de esta inmigración correspondió a los libaneses, salidos de sus territorios debido a la profunda crisis económica que asoló a los-productores nativos y a las contradicciones con el Imperio Otomano que generaron el descontento de las comunidades cristianas, en particular los maronitas. Los palestinos emigraron fundamentalmente en la etapa posterior a la Primera Guerra Mundial. Sólo entre 1920 y 1931 los censos recogen la entrada a Cuba de 9337 árabes del Mediterráneo Oriental.

Desde el inicio de su entrada al país se presentó el problema de la denominación genérica del inmigrante árabe, registrado primero como turco independientemente de su etnónimo real. Después de la derrota turca primó la clasificación de sirios.

Los lugares preferidos para el asentamiento fueron las regiones urbanas de la Isla, las zonas comerciales, y los pueblos con desarrollo de la industria azucarera y la actividad ganadera. Las áreas urbanas de residencia más importantes fueron las ciudades de La Habana y Santiago de Cuba, principales puertos de arribo de los arabohablantes. Además del centro de la ciudad de La Habana (hoy Centro Habana) y del Centro Histórico, los árabes residieron en Marianao, Santa Amalia, reparto Juanelo, Regla y pueblos de la actual provincia de La Habana (Güines, Bejucal, Quivicán y Bauta). En las provincias orientales además de Santiago las áreas preferidas fueron Guantánamo, Cueto, Manzanillo, Holguín, y Las Tunas. En Camagüey se agruparon en Guáimaro, Minas, Morón, Sola, Esmeralda, Santa Cruz del Sur y Ciego de Ávila. En el resto del país se comprobaron asentamientos en Santa Clara, Cabaiguán, Sagua la Grande, Matanzas, Cárdenas y Pinar del Río.

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La venta ambulante — con el clásico refrán de compro y vendo oro viejo — el comercio textil minorista especializado en confecciones de ropa y quincallerías, joyerías, tiendas de tejidos y los almacenes de importación constituyeron los renglones ocupacionales principales de los árabes en Cuba. De gran importancia fueron también las sastrerías y los restaurantes que ofrecían platos típicos de la culinaria levantina. La primera generación de descendientes se destacó y destaca en las ciencias médicas, y otros perfiles profesionales.

El bloque de inmigrados árabes se distinguió por la diversidad confesional propia de la región de origen: cristianos maronitas, ortodoxos, melkitas, asirios caldeos y asirios nestorianos, latinos, musulmanes sunitas, chiitas y drusos. Los más activos en su práctica litúrgica fueron los maronitas quienes contaron con cuatro párrocos de su rito en La Habana, que realizaban las misas en lengua árabe en las Parroquias capitalinas de San Judas y San Nicolás, Jesús, María y José, y Santo Cristo del Buen Viaje. También los maronitas oficiaron en bodas, bautizos y defunciones de los miembros de la comunidad cristiano árabe de Cuba.

La agrupación social de los inmigrantes fue en algunos casos a nivel de nacionalidad, con tendencia histórica hacia la unión de las tres nacionalidades más numerosas. La mayoría de las asociaciones étnicas árabes — que sumaron diacrónicamente más de treinta — eran de tipo benéfico y recreativo, teniendo algunas por excepción finalidades políticas. Gran parte de ellas se concentraron en el denominado Barrio Árabe de La Habana, que abarcó las calles de Monte, como arteria central y otras como San Nicolás, Corrales, Antón Recio y Figuras. También ocurrió un asentamiento sólido en el poblado santiaguero del Tivoli.

En las no pocas décadas de su asentamiento en Cuba los árabes dejaron su presencia en las más diversas esferas de la vida socio-política y cultural de la ínsula: más de una docena de ellos participaron activamente en las luchas independentistas alcanzando distintos grados militares; igualmente en las luchas insurreccionales de la época neocolonial, los nombres de muchos descendientes se inscriben en el martirologio patrio. Los científicos arabohablantes y sus sucesores legaron imperecederos logros en diferentes disciplinas médicas, y en el campo artístico se aprecian sus éxitos en la música, la plástica, y la poesía sin perder de vista aquellos que sobresalieron en la abogacía y la enseñanza filosófica y que ganaron gran prestigio a nivel internacional.

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El cubano descendiente de árabe es el resultado etnogenético de dos formas de uniones: las endógenas, o sea de madre y padre árabe, y las interétnicas, donde sólo el padre o la madre eran miembros del etnos árabe, y tuvo un peso importante la parte cubana. Su tierra natal, su educación, autoconciencia, forma de identificarse, y su desenvolvimiento psico-social le hacen sentir cubano, pero numerosas costumbres y tradiciones de la nación de sus ancestros, transmitidos de generación en generación han quedado en ellos como práctica permanente. Mantienen en sus casas algunos de los platos típicos mesorientales y llevan en si mismo dos huellas imborrables de su etnicidad pasada: los rasgos físicos y los apellidos que simbolizan grupos patronímicos de sus sociedades agnaticias.

Los inmigrantes levantinos y sus descendientes residentes en la Isla se agrupan actualmente en la Unión Árabe de Cuba, asociación no gubernamental constituida oficialmente el 4 de abril de 1979, como resultado de la unificación de la Sociedad Libanesa de la Habana, la Sociedad Centro Árabe y la Sociedad Palestina Árabe de Cuba. Dicha fusión significó el cumplimiento de un viejo anhelo de los directivos de dichas entidades: unificar la familia árabe en Cuba y desarrollar una mejor labor en la promoción y divulgación de la identidad, tradiciones y cultura árabes.

La Unión Árabe de Cuba es miembro destacado y activo de la Federación de Entidades Árabes de América Latina (FEARAB-América) y desarrolla tratemos intercambios con las asociaciones árabes de los países que la integran.

La comunidad cubano-árabe mantiene sus vínculos filiales e históricos con la patria de origen de sus antepasados a través de las relaciones bilaterales y de la FEARAB-América.

Otra importante institución que trabaja en pro de la divulgación del patrimonio cultural árabe en nuestra patria es la Casa de los Árabes de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana; fundada en 1983, contiene en sus espacios un museo etnográfico, y dentro de sus salas, la más novedosa es la exposición memorial de la inmigración árabe en Cuba.

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Otros elementos se suman al acervo cultural de lo árabe en Cuba, que no escapó en los dos últimos siglos a la arabofilia en la arquitectura, como lo demuestran palacios y hoteles de renombre, o la costumbre de comprar tapices con escenas de beduinos, y mercadeo, e incluso la importación de objetos y estatuas alusivos a la cultura del Islam. Estos indicios se unen a aquellos recuerdos conservados por los propios descendientes, que incluyen desde biblias y coranes en lengua árabe, hasta el laúd, instrumento oriundo del mundo árabe que se ha incorporado a nuestra música popular.

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Toda la impronta cultural arábica en nuestra Isla se complementa con la solidaridad histórica y creciente que Cuba ha practicado con diversos pueblos árabes en sus luchas por la independencia y la justicia. El cubano actual ha heredado del pensamiento martiano la admiración de una civilización milenaria cuyos componentes étnicos fueron al decir del Apóstol …

«… las criaturas más ágiles y encantadoras de la tierra». 

Del libro Los árabes en Cuba del Dr. Rigoberto Menéndez Paredes.

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