Mi reino por una taza de café !
Los Árabes fueron los primeros en descubrir las virtudes y las posibilidades económicas del café. Ésto fue porque desarrollaron todo el proceso de cultivo y procesamiento del café y lo guardaron como un secreto.
La vida intelectual, ligada a las tertulias, no se concibe sin el café, que despierta el ánimo y agudiza el ingenio de los artistas. Muchas de las grandes decisiones se han tomado entre el humo y el aroma de un buen café. Ha sido fuente de inspiración para políticos, artistas, pintores, escritores, e incluso algún científico ha redondeado su teoría al amparo de un café.
Esta es su magia, su capacidad para crear un entorno agradable, animado, divertido, sosegado, apacible y siempre provechoso. Se ha dicho que los cafés recogían lo más “vivo intelectualmente que quedaba en los pueblos y ciudades de España” y que Unamuno los veía como auténtica universidad popular de eficacia segura.
Como ejemplo de grandes apasionados del café, tenemos a Balzac que llegaba a tomarse 70 tazas en un día; Napoleón y sus más de 20 tazas diarias; Bismarrck, el filosofo Kant o Voltaire, que atribuían su longevidad a esta bebida; el poeta inglés Alan Pope quién afirmaba que el café hace sabios a los políticos y les permite apreciar las cosas con los ojos abiertos,el pintor Goya, médicos como W. Harvey y Ramón y Cajal, políticos como Disraeli o Simón Bolívar; Madame de Pompadour y Du Barry; el gran genio Beethoven y J. S. Bach, entre otros.
El café tiene un aroma y sabor diferente en países del Medio Oriente. Aroma y sabor hablan de generosidad, hospitalidad, amistad, de la conversación sencilla, de la tradición.
El café árabe se distingue porque contiene azafrán y cardamomo, semilla de la planta de jengibre que crece en el Oriente de la India y se usa como condimento y medicina natural.
Por siglos, ha sido la bebida favorita de los beduinos , quienes lo consumen en pequeñas cantidades durante todo el día. Apenas ven llegar a un visitante, se apresuran a preparar una nueva jarra de café para compartir con el recién llegado.
El grano de café se tuesta en una sartén plana, al calor una fogata que se mantiene encendida todo el día. Luego se muele en un mortero de cobre, como señal de bienvenida para el visitante. Mientras el café se tuesta, el anfitrión hace ruido con el mortero para invitar a quienes estén cerca para compartir el café fresco.
Luego vierte el café molido en una jarra de cobre, llamada cafetera de cobre (ibrik, cezve, rakwa, kanaka, zezwa) o «dallah» en árabe, a la que añade agua hirviendo , cuando rompe el hervor agrega el café y baja al fuego al mínimo, dejándolo durante un pequeño lapso y retirando del fuego. En ese momento añade el cardamomo y el azafrán. Luego deja la bebida asentar por unos minutos, mientras el visitante termina de intercambiar saludos y se instala junto a sus anfitriones alrededor de la brasa.
El anfitrión toma en una mano la jarra de café y con la otra mano va repartiendo pequeñas tazas con la bebida caliente. Repetidamente rellena las tazas, hasta que los invitados agitan la taza en señal de que han tenido suficiente, de lo contrario su anfitrión seguirá sirviendo sin parar.
El café comenzó a conquistar territorio en el mundo como la bebida favorita en Europa, y llegó a Italia en 1645 cortesía de el comerciante Veneciano Pietro Della Valle. Inglaterra comenzó a tomar café en 1650 gracias a el comerciante Daniel Edwards, quien fue el primero que abrió un establecimiento de venta de café en Inglaterra y en Europa.
Otro autor, H.J.E. Jacob, afirma que el café como bebida en Europa comienza en Vienna con la invasión por parte de Turkish bajo el comando de Kara-Mustafa. Jacob además da crédito a un héroe de la época, Josef Koltschitzky, por abrir el primer «Café» en Septiembre 12 de 1683 en el centro de la ciudad de Vienna.
El café llegó a Francia a través de el Puerto de Marsella. En 1660 algunos comerciantes de ese puerto quienes sabían del café , sus atributos y efectos por sus viajes alrededor del mundo, decidieron llevar unos cuantos sacos desde Egipto y por 1661 la primera tienda de café fue abierta en Marsella.
La historia señala a Solimán Aga, el embajador de Persia en París durante el reinado de Luis XIV, como el primero en introducir el café en la Monarquía y la alta sociedad Francesa.
La primera tienda de café en París fue abierta al público en 1672 por Pascal Armeniano a lo largo de la tradicional avenida Saint Germain. Un Siciliano de nombre Procopio abrió una tienda similar cerca, donde se reunían alrededor del exquisito sabor del café, muchos de los mejores ejemplares de la sociedad Parisina. En 1689 Procopio trasladó su tienda de café a un lugar cerca al Teatro de la Comedia Francés donde prosperó.
Cuenta la leyenda popular procedente del Monasterio Chehodet de Yemen, según la cual un monje, al que un pastor llamado Kaldi contó que sus cabras y sus camellos se mantenían «vivaces» por la noche si comían determinadas bayas, preparó con ellas una bebida en un intento por permanecer despierto para poder rezar durante más tiempo.
También existe una leyenda que tiene por protagonista al Profeta Muhammad (BPD): se cuenta que un día en que el Profeta (BPD)se encontraba físicamente cansado, el Arcángel Gabriel vino en su ayuda, ofreciéndole una poción que le había enviado directamente Allâh. La bebida era obscura como la Piedra Sagrada,y se la llamó «kahwa». El Profeta (BPD) se la bebió y se reanimó inmediatamente.
Otra leyenda muy antigua habla de una bebida fuente de éxtasis, capaz de transportar el espíritu hasta las esferas celestiales.
El padre maronita Antonio Fausto Nairone, profesor de teología en la Sorbona en 1700, narra que, en Arabia, un pastor llamado Kaddi había llevado a sus cabras a pastar y notó sobrecogido que éstas, tras haber comido las bayas de una planta que crecía allí espontáneamente, mostraban signos de excitación. Al no conseguir explicarse lo sucedido, el pastor se lo relató al anciano abad Yahia. Éste, intuyendo las propiedades de la planta, preparó una bebida amarga y rica en calor que, calentando el cuerpo lo fortalecía, liberándolo del sueño y el cansancio.
Una leyenda parecida nos dice, en cambio, que el café fue descubierto por un imám de un monasterio árabe, que preparó una pócima e hizo que la probaran todos los monjes del convento, quienes permanecieron despiertos sin cansarse durante toda la noche.
Otra leyenda nos narra que un monje árabe, Ali ben Omar, se quedó solo durante un viaje hacia Moka, ciudad hasta la que acompañaba a su maestro Schadeli, que murió durante el trayecto. Se le apareció un ángel que le animó a continuar hacia aquella ciudad donde había estallado una terrible peste. En ella, con sus oraciones a Allâh, logró curar a muchos enfermos y hasta a la hija del rey, de la que se enamoró. A pesar de lo sucedido, el rey expulsó al monje que, obligado a vivir en soledad, para apagar la sed y el hambre, tuvo que invocar la ayuda de su maestro, que le mandó un magnífico pájaro de plumas variopintas y canto persuasivo. Omar se acercó para admirar al pájaro y, al llegar al lugar, vio un árbol recubierto de flores blancas y frutos rojos: la planta del café. Cogió algunas bayas e hizo con ellas una pócima que ofrecía a menudo a los peregrinos que recibía en su refugio. Cuando se difundió la noticia de las cualidades mágicas de la bebida, el monje fue acogido en el reino con grandes honores.
Una última leyenda cuenta que un inmenso incendio se propagó en un amplísimo territorio de Abisinia, cubierta de plantas silvestres de café, lo que hizo llegar a decenas de kilómetros de distancia el aroma de la que se podría considerar una gigantesca torrefacción natural.
En cualquier caso, los relatos de muchos viajeros dan fe de que el uso del café estaba muy extendido en todo el Oriente islámico a finales del siglo XVI.
En Occidente, el café se difundió a través de Venecia, donde se cree que se abrió la primera «tienda de café» en 1640, aunque hay quienes afirman que se abrió otra antes en Livorno.
Parece ser que los granos del café también aparecen en un relato de la Biblia (primer libro de los reyes), en el que David lleva como regalo de conciliación «unos granos tostados».
Algunos estudiosos afirman que el café era la bebida amarga definida por Homero como útil «contra las penas, los rencores y la memoria de los dolores”, que Elena añadió al vino para secar las lágrimas de los huéspedes en la mesa de Menelao.
Como todos los ingredientes históricos, también en el caso del oro negro, develar su origen no es tarea fácil, comenzando por la palabra café, que probablemente deriva del turco «Kahveh”.
El uso del café está documentado en el 400 en la Meca, desde donde se difundió por todo el Islam, hasta el punto de que, en 1511, se promulgaron las primeras prohibiciones por creerse que alejaba de las funciones religiosas.
En 1544, se abrieron en Estambul las primeras tiendas de café que se convertirían en una auténtica moda.
Los cardenales italianos denunciaron esta bebida obscura del Islam que «proviene del diablo» hasta que Clemente VIII declaró que «el aroma del café es demasiado agradable para ser obra del mal y sería un pecado que los musulmanes tuviesen su exclusiva».
Al principio, se consideró un producto de farmacia y se vendía a un alto precio, procedente del puerto yemenita de Moka, único punto de aprovisionamiento. Los árabes, para proteger su exclusiva, hervían el café verde antes de venderlo para que no se pudiese cultivar en ningún otro lugar.
Pero en 1616, el mercader holandés Pieter Van der Broeke consigue sustraer alguna planta de café que entrega al jardín botánico de Ámsterdam y, en poco tiempo, aparecen las primeras plantaciones holandesas en Asia y francesas en las Antillas.
Encontramos mayor consistencia histórica a partir del siglo XIV, época de la que tenemos noticias sobre la lenta pero progresiva incursión del café en Arabia, Egipto, Siria y Turquía.
En todas partes encuentra de inmediato una gran aceptación entre la población. Y no sólo eso. A partir de este momento, comienzan a aparecer los primeros testimonios científicos sobre las propiedades del café y su capacidad terapéutica.
Avicena, gran médico musulmán, como su colega Rhazes, lo prescribe como medicamento.
Se difunde también en la India y en otros países asiáticos esta «nueva bebida» que «…es del color de la noche, tiene el perfume exótico del harem y el sabor intenso de los frutos del desierto».
Los turcos otomanos bebían café todo el día, hasta el punto de sustituir el vino, ya que se consideraba una bebida de mesa. De hecho, el café también fue definido como el ‘vino de Arabia’ o el ‘vino del Islam’.
Referencias
El libro del café. Colección «Grandes obras de la gastronomía» de, Carlos Delgado
El café en la cocina moderna de la Academia Española de Gastronomía
Federación española del café
Crónicas árabes de María V. Cristancho
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