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El cínico Premio Nobel – Por José Blanco

Bob Dylan, Haruki Murakami, Amos Oz, Adonis, Philip Roth. Foto: Archivo / El Comercio

Una pequeña investigación sobre el origen, disposiciones e historia de los más famosos galardones del planeta, los premios Nobel, es posible que los degrade ante su vista; una investigación mayor quizá los degrade profundamente. La que yo he hecho es pequeña y no profunda, motivada porque, como a millones de los terrícolas, nos ha dejado estupefactos el Premio Nobel de la Paz: ¡a la Unión Europea!

Por supuesto, por mi formación, me interesó, cuando era estudiante, primero enterarme qué diablos premiaba el Nobel de Economía. Mi primer desencanto fue enterarme que no había sido instituido en noviembre de 1895 por Alfred Nobel para ser entregado a través de la Nobelstiftelsen (Fundación Nobel) a los ciudadanos del mundo cuya nobleza había sido volcada en algún bien de largo alcance para beneficio de la humanidad, sino hasta 1901 y por el Banco Central de Suecia desde 1969. Y la inmensa mayoría de las veces había sido entregado a pensadores de la economía de mainstream del pensamiento económico en cada ocasión casualmente favorable a los grandes intereses económicos de las grandes potencias.

Alfred Nobel decidió antes de morir crear la fundación citada, firmando un documento que decía lo siguiente: “Se dispondrá como sigue de todo el remanente de la fortuna realizable que deje al morir: el capital, realizado en valores seguros por mis testamentarios, constituirá un fondo cuyo interés se distribuirá anualmente como recompensa a los que, durante el año anterior, hubieran prestado a la humanidad los mayores servicios. El total se dividirá en cinco partes iguales, que se concederán: una a quien, en el ramo de las ciencias físicas, haya hecho el descubrimiento o invento más importante; otra a quien lo haya hecho en química o introducido en ella el mejor perfeccionamiento; la tercera al autor del más importante descubrimiento en fisiología o medicina; la cuarta al que haya producido la obra literaria más notable en el sentido del idealismo [whatever that means]; por último, la quinta parte a quien haya laborado más y mejor en la obra de la fraternidad de los pueblos, en favor de la supresión o reducción de los ejércitos permanentes, y en pro de la formación y propagación de congresos de la paz”.

No entraré en consideraciones sobre los primeros tres premios (física, química y medicina), que deben tener fantásticas historias dignas de ser conocidas, pero se sabe la cantidad de «grilla» internacional cuasi descarada que ha rodeado a muchísimos de los premios de literatura. Y no se diga sobre el Premio Nobel de la Paz: casi, plenamente, política pura.

Nobel, nació en Estocolmo, estudió en Rusia e ingeniería en Estados Unidos junto al famoso ingeniero John Ericson; su formación científica en todo lo referente a explosivos la alcanzó trabajando junto a su padre. Joven aún, Inmanuel Nobel, con toda la familia, emigró a San Petersburgo, donde fundó primero un establecimiento destinado a la fabricación de torpedos y después, sucesivamente, un astillero, una fundición de hierro y fábricas de armas, en los que laboraron intensamente, junto al progenitor, los tres hijos mayores. Alfred, que unía a su genio creador en la química, una especial habilidad para los grandes negocios, antes de cumplir treinta años, fundó por cuenta propia, en 1862, una fábrica de nitroglicerina en Estocolmo y tres años después otras dos, en Winterviken y Kummel del Elba, llegando a ser esta última una de las más importantes de Europa.

En 1867 Nobel acababa de descubrir la dinamita, con lo que hacía posible el uso industrial de la nitroglicerina. Multiplicó los establecimientos dedicados a esta industria, de grandes proyecciones, e introdujo el nuevo explosivo en toda Europa y en Estados Unidos. En 1873 fijó su laboratorio en Saint-Servan, cerca de París, y creó ahí la gelatina explosiva, llamada también gelatina de Nobel, una mezcla de nitroglicerina y nitrocelulosa. El espíritu pacifista del Nobel de entonces no era muy evidente. Su apodo era El rey de la dinamita, y para quien escribió su epitafio, éste había sido el significado de la vida de Alfred Nobel.

No, no es el fantasma de Nobel el responsable, pero con frecuencia al comité Nobel de la Paz nos defrauda, apartándose, a veces considerablemente por los dispuesto en los estatutos por su creador.

¿Qué le parece Mahatma Gandhi? No, nunca recibió el Premio Nobel de la Paz. Es seguro que muchas personas podrían hacer una larga lista de quienes no lo recibieron ateniéndonos a lo dispuesto por Nobel, y podríamos hacer también la contraria: «es un individuo o grupo que haya trabajado por la fraternidad de las naciones, por la abolición de los ejércitos o por la promoción de congresos de paz», Yasser Arafat, ¡Henry Kissinger!, Anwar el Sadat, Al Gore…

«Durante un periodo de 70 años, Alemania y Francia han combatido en tres guerras. Hoy una guerra entre ambos países es impensable. Esto demuestra cómo, por medio de esfuerzos bien intencionados y construyendo una relación de confianza mutua, los históricos enemigos se han convertido en estrechos aliados», escribió el Comité Nobel de la Paz para otorgar el Nobel de la Paz a la Unión Europea… «La división entre el este y el oeste llegó a su fin, la democracia se fortaleció, muchos conflictos étnicos se han solucionado». Mientras, Bruselas, con la señora Merkel con la rienda de Bruselas en las manos, ha enriquecido como nunca a los ricos europeos y ha destripado a las mayorías de los pueblos europeos. ¡Cínica la «racionalidad» del Nobel!

Fuente : La Jornada

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