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La alimentación en el Mundo Antiguo

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La alimentación en el Mundo Antiguo: El más importante logro de la humanidad.

Hablando de momias

Continuando con momias, y a modo de curiosidad, tenemos que recordar que Napoleón Bonaparte, a su regreso a Francia de la expedición a Egipto, entre otras muchas cosas, llevó consigo la momia de la famosa Cleopatra instalándola en la Biblioteca Nacional, pero durante el sitio de París en 1871 se cometió el error de trasladarla a los sótanos para mejor protegerla, donde se pudrió a causa de la humedad. En el diario de la Biblioteca, está anotado que “ante tal evidencia se le dio digno enterramiento”, pero al omitir el lugar, sus restos han desaparecido.

Los hombres y las mujeres se rasuraban todo el cuerpo, incluida la cabeza, evitando así parásitos no deseados. Poseían diferentes pelucas como vemos en los papiros. Solamente los varones de las clases altas se dejaban una barba rectangular.

Aunque fuera del tema que nos ocupa, creo que como curiosidad se debe comentar el atuendo. Existían para los hombres unos vestidos que cubrían desde el pecho a los tobillos sujetos por unos tirantes, pero la mayoría de ellos preferían la saya plisada de lino que dejaba el cuello al aire, y moldeando la cintura un gran cinturón. Todo esto se adornaba con un muestrario de joyas, collares, pectorales, pulseras… Las damas sobre su desnudez vestían una especie de camisa transparente anudada a un hombro dejando un pecho fuera, y una cantidad de joyas similar a la de los varones.

Las sirvientas de la casa andaban desnudas, sobre todo cuando sus señores recibían invitados. Las sandalias eran el calzado habitual. En los museos encontramos sandalias cuyas suelas y tiras son de oro, por lo que además de incómodas debían ocasionar heridas al calzarlas. Los papiros médicos de Leiden nos informan como a los egipcios les dolían los pies con mucha frecuencia.

Para combatir neuralgias y reumatismo era habitual aspirar la médula machacada de salix (sauce). En realidad del sauce se aprovechaba todo para diferentes usos. Siglos más tarde la casa farmacéutica Bayer pondría en el mercado una pastilla compuesta por ácido acetilsalicílico, y la bautizaría con el original nombre de ASPIRINA. Los hebreos, persas y asirios descubrieron que en el bulbo del nardo se concentraba mucho más ácido acetilsalicílico que en el sauce, e incrementaron su cultivo. Fue tal el culto a esta flor, que los judíos la representan, aún hoy, como la flor nacional.

Higiene doméstica

En cuanto a la salubridad de la vivienda, desde las más antiguas dinastías, recurrían a todos los posibles métodos humanos y divinos para lograr una cierta higiene doméstica. El exterior de las viviendas dependía de la posición económica del propietario, pero el interior siempre se debía encalar bajo pena de ser desahuciado.

Para evitar la acumulación de moscas se utilizaba grasa de oropéndola en un recipiente, como se continúa haciendo en diversos países del Norte de África y Oriente Medio: machacados sus huevos antes de ser incubados, servia como pomada para protegerse de las picaduras de las pulgas. Un trapo impregnado en sebo de gato ahuyentaba ratas y ratones del lugar. Para proteger los graneros de visitantes desagradables se pintaban los suelos y paredes con disoluciones de orina y excrementos de animales (ácido úrico).

La endogamia en el matrimonio, no sólo era habitual, sino un precepto religioso sobre todo en los faraones y clase alta, y no poseemos documentación sobre taras fisiológicas a consecuencia de estas uniones.

Los pueblos más ricos de Asia Menor, lo que hoy conocemos como Oriente Medio, eran sin duda los situados en el valle de río Tigris y el Eúfrates, no en vano se dice que era allí donde se encontraba el Edén, y el más pobre el hebreo. Los primeros, avanzando ya en el tiempo, serían los persas, con su ciudad más representativa, Babilonia (hoy Irak) donde la abundancia, lujo y excesos se manifestaban en todas sus formas de vida. Los segundos, los hebreos, que a excepción de algún valle en Galilea, sus recursos eran muy limitados.

Coetáneos a ellos estaba la antigua Grecia. Sus recursos agrícolas y ganaderos además de pobres, eran escasos. En cambio poseían un mar generoso que mitigaba su hambruna, y supieron moderar sus bisoños con la inteligencia y el tesón.

Si cogemos como modelo los siglos V/ IV a.C. en Atenas, las costumbres, la alimentación y reglas de higiene estaban completamente establecidas.

Las verduras y legumbres eran las mismas que las descritas para Egipto, pero más escasas. Tanto es así, que si bien éstas eran habituales en la dieta del campesino, en las ciudades se consideraban elegantes por su alto costo. Sólo hay una verdura original griega: la alcachofa que se comía cruda. Años más tarde, con la ocupación romana, se desdeñó por ennegrecer los dientes y reaparece cocida con el emperador Augusto.

Los cereales son los mismos de toda la cuenca mediterránea con la excepción que el trigo, en su la mayor parte, se importaba de Egipto y Siria. Su alto precio hacía del pan de harina de trigo algo inalcanzable, siendo el de avena el más consumido.

El arroz entró en la dieta griega a partir de las expediciones de Alejandro Magno a Oriente (325 a.C.), y fue Teofrasto (372-288 a. C) en su obra Historia de las plantas, el primero en describir su cultivo y como se cocinaba.

En cambio, sí hay una diferencia del gusto entre la población egipcia y la griega en cuanto a la condimentación de los alimentos. Mientras que los primeros gustaban de añadir grasa o mantequilla a sus viandas, los griegos usaban aceite de oliva.

Una de la verdura más apreciada era la col o repollo (en la antigüedad no se diferenciaba), Pitágoras la recomendaba por sus cualidades. De sus virtudes alimentarias han llegado hasta nuestros días varios escritos. Se cuenta que Diógenes se mantuvo en su famoso tonel comiendo tan sólo col y agua, para llegar a octogenario.

La receta de Catón

El censor Catón la recomendó en vinagreta y cocida como medicina. El historiador Plinio (s.I) escribe que se había conseguido una “versión gigante” de la col, la cual, para fortuna de los pobres, “desbordaba la mesa”. En el s.I a.C griegos y romanos consiguieron la fermentación de la col o repollo, dado su bajo coste y su más larga conservación, encontraron su utilidad como alimento de las tropas. Se cree que con el Emperador Marco Aurelio, durante sus campañas en Germania pasó a la actual Alemania, originando la conocida choucroute.

Los griegos en general eran bastante austeros y mesurados con la comida, lo que no restaba su gusto por los banquetes y sus excesos consiguientes. Tal vez por ser éstos un acontecimiento excepcional los representaron tan asiduamente en sus ornamentaciones.

Las palabras griegas simposia y simposion utilizadas por nosotros para designar reuniones de carácter serio e importante, distan un poco de sus dos acepciones clásicas: banquete y la parte del ágape donde exclusivamente se bebía, que traducido a roman paladino o vulgarismo: “Reunión de borrachuelos”.

La comida más importante de la jornada era la cena. Se efectuaba recostado sobre un clino con la espalda erecta y acomodados sobre varios cojines. A estos simposia o banquetes, en contra de las costumbres egipcias, las mujeres estaban excluidas. Entre los invitados había que distinguir dos clases: los comensales propiamente dichos y aquéllos que solamente accedían al simposion, es decir, a la reunión de bebedores.

Con el empobrecimiento de las antiguas familias en pos de los nuevos ricos que debían su fortuna al comercio, surgió la figura del parásito. Normalmente eran gentes bien, venidas a menos, que por su elocuencia y cultura eran invitados a los banquetes para lucimiento del anfitrión.

Como bebidas tenían un hidromiel, agua y miel mezcladas, y un mejunge elaborado con sémola de cebada y agua, aromatizado con diferentes hierbas olorosas como el poleo o tomillo. Pero el vino era el verdadero protagonista. Se bebía sin fermentar o fermentándolo artificialmente con agua salada, mas de una u otra forma siempre le añadían agua a la hora de ingerirlo, y en algunos casos miel, tomillo o canela.

Los médicos concedían mucha importancia a los cuidados corporales y a los ejercicios de físicos. La práctica de la gimnasia tanto en hombres como mujeres se consideraba indispensable para la salud. El propio Sócrates, en edad avanzada, la practicó para reducir el vientre que, según él, superaba la medida adecuada.

Hay tres rasgos característicos en la gimnasia griega: la desnudez (gimnasia deriva de gimnos que significa “desnudo”), las unciones corporales de aceite y son del oboe. Desde muy pequeños, los niños aprendían a bañarse y nadar a orillas de un río o del mar y hacia los ocho años comenzaban a practicar la gimnasia. Las mujeres de clase humilde aprovechaban ir por agua a las fuentes para bañarse bajo sus caños.

Éstos estaban situados altos para permitir la ducha. En cambio, estaba terminantemente prohibido bañarse en el estanque que recogía las aguas, para evitar toda contaminación.

Los atletas y hombres que usaban los baños públicos no podían sumergirse en las piscinas comunes sin antes haberse duchado.

Los griegos acostumbraban a caminar descalzos dentro de las casas y las gentes humildes también lo hacían por las calles. Para aliviarse de las caminatas, era habitual encontrar en las vías públicas unas canaletas donde refrescar los pies y en los patios de las casas era indispensable.

Antes de la cena se bañaban, por lo que el verbo bañarse solía ser sinónimo de “voy a cenar”. Dado que no conocían el jabón como nosotros lo entendemos, usaban un carbonato de sosa impuro, extraído del suelo, o bien una solución de potasa obtenida de cenizas de madera, lo mismo que se utilizaba para el lavado de la ropa. Hasta Alejandro Magno los hombres no se rasuraban, pero las mujeres sí se depilaban con ayuda de una cuchilla.

Con la ocupación romana llegaría una pasta depilatoria hecha con esperma de burro pero, dado su alto costo, sólo estaba a disposición de las damas adineradas. También se decoloraban el cabello con potasa para conseguir ser rubias o con tintes temporales para lograr tonos rojos, azules o verdes.

Llegar a Roma

Y con todo lo anteriormente explicado tendríamos que llegar a Roma y, sobre todo, a la Roma Imperial, la cual es imposible describir en pocas líneas.

A modo de bosquejo, si nos situamos a partir de la época de los emperadores Adriano y Trajano, mitad del S. II, la situación social con respecto a los mundos anteriormente descritos, no tienen nada que ver. En cuanto a la alimentación, todos los productos conocidos en la actualidad, excepto los de procedencia americana, están a su disposición.

Se desarrolla el culto al gusto por la comida y emerge una figura imprescindible en las familias acomodadas romanas: el cocinero-refinado. Hasta nosotros han llegado recetarios de algunos de ellos, así como los grandes emolumentos que llegaban a cobrar.

La sociedad romana de los primeros siglos del Imperio es culta, curiosa, sedienta de novedades y snob, pero nunca vulgar. Con el paso de los siglos tenderá a la exageración y con ella al desorden. Pero todos sus defectos, creo pueden ser disculpados simplemente por haber sido: Roma.

Yo propongo, a modo de homenaje a esa Roma, que si bien no es el origen de nuestro bagaje cultural Helenístico, primer puntal de la Cultura Occidental, sí fue su principal transmisor, dedicarle todo un capítulo.

Todos estos logros del Mundo Antiguo, tanto en alimentación e higiene se perderán por siglos con el oscurantismo de la Edad Media. No solamente desaparecerán como uso y forma de vida, sino también se olvidará el cultivo de ciertas especies vegetales. Con el olvido llegará la hambruna, las grandes pestes y la miseria.

Con la Edad Moderna, a partir del Renacimiento (s. XIV) hasta nuestros días, hemos logrado, no sin esfuerzos, grandes adelantos en todos los campos. Sin embargo, corremos el riesgo que esta aparente “opulenta” cultura en la que estamos sumergidos, nos absorba el agrado por los alimentos básicos y nos haga olvidar la importancia de una buena nutrición. Esperemos que no sea así, porque todavía el gusto es uno de nuestros cinco sentidos y no debiéramos estar dispuestos a perder lo que es nuestro y cultivado durante siglos.

Por Myriam Sagarribay
Vicepresidenta y Portavoz de la Asociación de Amigos de la Biblioteca de Alejandría (Unesco) y Miembro de la Comisión Española de Cooperación con la Unesco.

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