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De migrantes, cherifes y conciliaciones – Por Hugo Gutiérrez Vega

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De migrantes, cherifes y conciliaciones

Dentro del terrible cuadro de injusticias, locuras morales, violencias, xenofobias y racismos de todas las layas y colores, hay algunos momentos brillantes en los que el humanismo se impone sobre la brutalidad. Uno de esos momentos es el de la creación y formación del melting pot. La Estatua de la Libertad, que concentraba el mensaje de la revolución francesa sintetizado en tres palabras: “libertad, igualdad, fraternidad”, recibía a los miles de perseguidos o de necesitados pertenecientes a un sinnúmero de lenguas y de culturas. Eran recibidos con impaciente cortesía y así se abrían las puertas de un país lleno de oportunidades para quienes estuvieran dispuestos a trabajar y respetar las normas legales. Muy pronto se adaptaban a su nueva realidad, pero la mayoría conservaba los rasgos esenciales de su primera cosmovisión. Algunos grupos crearon y fomentaron el aislamiento de los ghettos y otros cuidaron con esmero sus rasgos exclusivos, sobre todo los relacionados con las costumbres familiares y con los aspectos folclóricos. Otro momento dorado de humanismo en las relaciones internacionales lo protagonizó México que fue el primero en reconocer a la Unión Soviética, el único que defendió en la Liga de las Naciones a la Etiopía invadida por el fascismo, y el aliado fiel, hasta el último momento, de la República Española asediada por los espadones locales y por el nazifascismo. En esos momentos, México recibió a más de 40 mil refugiados españoles y a 30 mil judíos europeos. Gilberto Bosques, diplomático mexicano acreditado ante el gobierno títere de Vichy, por órdenes del presidente Cárdenas, arriesgando la vida y perseguido por la Gestapo, logró salvar a más de 30 mil refugiados que México acogió con los brazos abiertos. Por muchos años mi país recibió a los perseguidos de América Latina; chilenos, guatemaltecos, argentinos, brasileños, en fin… a todos los que tuvieron que exiliarse para salvar la vida que peligraba en sus países gobernados por gorilas marciales.

 El melting pot es un recuerdo histórico y México ha dejado de ser la casa de los perseguidos del mundo. Ahora priva en Estados Unidos la mentalidad antiinmigrante y en México se desarrolla una pavorosa labor de contención de los latinoamericanos que, a bordo de la Bestia (el tren terrible) recorren nuestro territorio con la esperanza de llegar a la tierra de las oportunidades. Pero pasaron ya los tiempos de la generosidad y de la valentía y se instaló la época del racismo, del menosprecio puritano (un antropólogo cultural espontáneo, el Piporro, expresaba este fenómeno en un corrido de ilegales: “Al pasar por Minnesota y por Cleveland Ohio/ yo noté mucha falta de estimación,/ quesque dicen que es descreminación”). Pasó el new deal, pasó la Alianza para el Progreso y, sobre esos esfuerzos fraternales, se impusieron el odio racial y el temor puritano de los Arpaio y compañía.

Pero, en fin, a pesar de todas estas vicisitudes, vive y trabaja en Estados Unidos una comunidad compuesta por varios millones de migrantes. Esto significa que tanto el país que recibe como los países que se ven obligados a expulsar por razones de pobreza o, más bien dicho, por falta de oportunidades, a un importante número de sus nacionales, deben diseñar políticas en materia de educación y de cultura para atender a las comunidades que han perdido algunos de los rasgos esenciales de su visión del mundo y que encuentran grandes dificultades para integrarse a una cultura que, en muchos sentidos, los rechaza y margina. Tenemos aquí poco espacio, y por eso me limitaré a señalar algunos temas que, a mi entender, pueden contribuir a la salvaguardia de los valores (los verdaderos) nativos y a su conciliación con los que caracterizan a la cultura de su nueva realidad.

Los enumero:

1. En primer lugar, debemos aspirar al bilingüismo. Una lengua es una cosmovisión y encerrarse en ella, mientras a nuestro alrededor late otra visión de la realidad, es una actitud empobrecedora y limitante.

2. Crear los centros culturales en los que puedan convivir las manifestaciones de la alta cultura y las importantes formas del folclor, tanto las del país nativo como las del nuevo país.

3. Fomentar la consolidación de una filosofía que favorezca la conciliación entre las dos culturas. Esto permitirá a los migrantes conservar los rasgos de su primera cultura y enriquecerse con los aspectos más valiosos de la nueva. Por eso vale la pena repetir hasta el cansancio los términos de biculturalismo y bilingüismo. Es claro que esta política debe ser aceptada y fomentada por las dos culturas. De lo contrario se agudizará el conflicto y, en lugar de la conciliación, prevalecerá el rechazo.

La Estatua de la Libertad recibió a los pobres del mundo. Ahí empezó a sazonarse el humanismo del melting pot. Los miles de refugiados políticos encontraron en México una nueva patria. Por eso José Gaos llamaba a los refugiados españoles empatriados o transterrados.

Vivimos los horrendos tiempos de los Arpaio, pero Lincoln, Emerson, Thoreau, Roosevelt, Juárez y Cárdenas están vivos en la historia. Busquemos que sigan vivos en el presente.

Los organizadores de esta jornada de reflexión sobre un fenómeno de antropología social y cultural en su convocatoria hablaron de “continuidad y cambio cultural”. A mí me interesa insistir en la palabra conciliación y en todos los sentidos que tiene, pues se trata de un hermoso vocablo que engendra un concepto de estirpe bíblica.

Los migrantes deben ser apoyados en su búsqueda de la continuidad y el enriquecimiento de su cultura nativa, y deben ser, además, auxiliados para que el cambio cultural que viven, a veces con verdadera angustia, no sea traumático y se instale de una manera natural, como todas las cosas del humanismo, en el terreno de la conciliación. Es claro que las universidades tienen un papel predominante en esta empresa que se ve agravada por la falta de elementos educativos de unos migrantes que, asediados por la pobreza lacerante y padeciendo los extremos de la ignorancia (aunque son dueños de una cultura ancestral) abandonaron su país con muy pocos elementos de defensa de caracter intelectual. Las universidades tienen que analizar estas contradicciones que, en última instancia, nos llevan hasta la necesidad primaria de la alfabetización.

Alguna vez soñamos con los institutos de cultura que México debía echar a andar en Estados Unidos. El proyecto llegó hasta San Antonio y Chicago. Ahí terminó el impulso. Hay que retomarlo bajo el signo de la conciliación. Pienso en un instituto que enseñe español e inglés, que hable de los escritores de las dos cosmovisiones, que dé clases de son huasteco y de blues y jazz.

Tal vez el país que recibe a esos migrantes quiera poner algo de su parte para que el sueño de la conciliación se realice. En esta tarea es urgente recordar la tercera palabra del lema de la Revolución francesa: fraternidad. Estos problemas de urgente solución pertenecen a la esencia espiritual del humanismo, al principio contenido en la frase evangélica: “amaos los unos a los otros”. Heme aquí, hablando de amor en un mundo deshumanizado y en medio de una jornada reflexiva sobre la pérdida del hogar y la urgencia de tener un nuevo hogar. Busquemos la continuidad y el cambio en ese enorme grupo de vidas humanas.

Feria Internacional del Libro, Los Ángeles, abril de 2013.

Con información de : La Jornada

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