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La leyenda de Hiram

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Antes de penetrar en el dédalo de las tradiciones y el secreto de los rituales prohibidos a los profanos, estamos obligados a pesar de todo a presentar al lector la leyenda de orden que constituye el alma de la francmasonería desde el siglo XVIII. Todo grupo humano unido por una mística particular posee una leyenda: la caballería medieval tuvo la Canción de Roland o la Búsqueda del Santo Grial; los cruzados, la reconquista de Jerusalén. Y las diversas religiones no escapan a la regla: el hinduismo, con el bosque sin caminos; el judaísmo, con sus libros sapienciales; el cristianismo, con los numerosos apócrifos (ascensiones, Apocalipsis, evangelios, etc.). La francmasonería tiene la leyenda de Hiram, que no apareció hasta el siglo XVIII, como veremos muy pronto. Una leyenda que huele a azufre. ¡Y hasta qué punto!

En cuanto a sus orígenes, hablaremos de ellos más adelante. Resumamos, pues, este verdadero hiero logos.

Salomón, hijo de David, recibe de Dios la misión de construir el templo siguiendo las instrucciones del profeta Natán, al que el Señor ha dado en sueños las indicaciones necesarias. Hiram, rey de Tiro, amigo de su padre, le aporta su ayuda en materiales y, sobre todo, en obreros. Le envía, por ejemplo, a Hiram el Fundidor. Un día, este último se dispone a efectuar el vaciado del mar de fundición de bronce para el Templo en presencia de Salomón y de Balkis, reina de Saba, a la que Salomón quiere seducir, a fin de casarse con ella. El pueblo de Israel asistirá al vaciado.

Benoni, ayudante y fiel discípulo del maestro de obras, ha sorprendido a la caída de la noche a tres obreros, Fanor el sirio, albañil, Anru el fenicio, carpintero, y Metusael el judío, minero, saboteando el molde del futuro mar de bronce. Benoni advierte a Salomón de la traición de los tres cómplices, pero el rey, celoso de la admiración que Balkis siente ya por Hiram el Fundidor, deja que prosigan los preparativos.

Al ponerse el sol, Hiram da la orden de proceder al vaciado. Y el gigantesco molde en que debe fundirse el mar de bronce y que ha sido manipulado se agrieta. El metal en fusión surge bruscamente y salpica a la horrorizada multitud. Benoni, desesperado por no haber advertido personalmente a Hiram, se arroja entre la ardiente lava.

Poco después, solo, abandonado de todos, Hiram sueña ante su obra destruida. De pronto, de la fundición que brilla enrojecida en las tinieblas de la noche se alza una sombra luminosa. El fantasma avanza hacia Hiram, que lo contempla con estupor. Su busto gigantesco está revestido por una dalmática sin mangas; aros de hierro adornan sus brazos desnudos; su cabeza bronceada, enmarcada por una barba cuadrada, trenzada y rizada en varias filas, va cubierta de una mitra de corladura (plata dorada); sostiene en la mano un martillo de herrero. Sus ojos, grandes y brillantes, se posan con dulzura en Hiram y, con una voz que parece arrancada a las entrañas del bronce, le dice:

– Reanima tu alma, levántate, hijo mío. Ven, sígueme. He visto los males que abruman a mi raza y me he compadecido de ella…

– Espíritu, ¿quién eres?

– La sombra de todos tus padres, el antepasado de aquellos que trabajan y que sufren. ¡Ven! Cuando mi mano se deslice sobre tu frente, respirarás en la llama. No temas nada. Nunca te has mostrado débil …

– ¿Dónde estoy? ¿Cuál es tu nombre? ¿Adónde me llevas? –pregunta Hiram.

– Al centro de la Tierra, en el alma del mundo habitado. Allí se alza el palacio subterráneo de Enoc, nuestro padre, al que Egipto llama Hermes y que Arabia honra con el nombre de Edri …

– ¡Potencias inmortales! –Exclama Hiram-. ¿Entonces es verdad? ¿Tú eres…?

– Tu antepasado, hombre, artista.., tu amo y tu patrono. Yo fui Tubal Caín.  Llevándole como en un sueño a las profundidades de la Tierra, Tubal Caín instruye a Hiram en lo esencial de la tradición de los cainitas, los herreros, dueños del fuego.

En el seno de la Tierra, Tubal Caín muestra a Hiram la larga serie de sus padres: Enoc, que enseñó a los hombres a construir edificios, a unirse en sociedad, a tallar la piedra; Hirad, que supo antaño aprisionar las fuentes y conducir las aguas fecundas; Maviel, que enseñó el arte de trabajar el cedro y todas las maderas; Matusael, que imaginó los caracteres de la escritura; Jabel, que levantó la primera tienda y enseñó a los hombres a coser la piel de los camellos; Jubal, el primero en tender las cuerdas del cinnor y del arpa, extrayendo de ello sones armoniosos … Y por último, el propio Tubal Caín, que enseñó a los hombres las artes de la paz y de la guerra, la ciencia de reducir los metales, de martillar el bronce, de encender las forjas y soplar sobre los hornillos.

Y transmitió a Hiram la tradición luciferina.

Al comienzo de los tiempos, dos dioses se reparten el universo. Uno, Adonai, es el amo de la Materia y del elemento Tierra; el otro, Iblis, es el amo del Espíritu y del elemento Fuego.
Adonai crea al Primer Hombre del barro que le está sometido y lo anima. Movido a compasión por el bruto incomprensivo que Adonai quiere convertir en su esclavo y su juguete, Iblis y los Elohim (los dioses secundarios) despiertan su espíritu, le dan la inteligencia y la comprensión.

Mientras Lilith, la hermana de Iblis, se convertía en la amante oculta de Adán, el Primer Hombre, y le enseñaba el arte del pensamiento, Iblis seducía a Eva, surgida del Primer Hombre, la fecundaba y, junto con el germen de Caín, deslizaba en su seno una chispa divina.

En efecto, según las tradiciones talmúdicas, Caín nació de los amores de Eva e Iblis. Abel nacerá de la unión de Eva y Adán.

Más tarde, Adán no sentirá más que desprecio y odio por Caín, que no es su verdadero hijo. Aclinia, hermana de Caín, que lo ama, será entregada como esposa a Abel. Y a pesar de ello, Caín dedica su inteligencia inventiva, que le viene de los Elohim, a mejorar las condiciones de vida de su familia, expulsada del Edén y errante por la tierra. Pero un día, cansado de ver la ingratitud y la injusticia responder a sus esfuerzos, se rebelará y matará a su hermano Abel.

Para justificarse, Caín responde personalmente a Hiram. Insiste sobre lo doloroso de su suerte. Sólo él trabajaba la tierra, arando, sembrando, recolectando, efectuando todas las labores penosas, mientras que Abel, cómodamente echado bajo los árboles, vigilaba sin esfuerzo los rebaños. Cuando les tocaba ofrecer los sacrificios prescritos a Adonai, amo exterior de la esfera terrestre, Caín elegía una ofrenda incruenta: frutos, haces de trigo. Abel, por el contrario, ofrecía en holocausto a los primogénitos de sus rebaños. Y, presagio funesto, el humo del sacrificio de Abel subía recto y orgulloso en el espacio, mientras que el del fuego de Caín caía hacia el suelo, mostrando el rechazo de Adonai.

Caín explica entonces a Hiram que, en el curso de las edades, los hijos nacidos de él, hijos de los Elohim, trabajarán sin cesar para mejorar la suerte de los hombres, y que Adonai, lleno de celos, tras intentar aniquilar a la raza humana mediante el Diluvio, verá fracasar su plan gracias a Noé, advertido en sueños por los Hijos del Fuego sobre la inminente catástrofe. Al devolver a Hiram a los límites del mundo tangible, Tubal Caín le revela que Balkis pertenece también al linaje de Caín y que es la esposa que le está destinada desde toda la eternidad.

Después, antes de la partida de la reina hacia Saba, Hiram y Balkis se unirán en secreto, a pesar de la celosa vigilancia de Salomón. Hiram, descendiente de las Inteligencias del Fuego, y Balkis, descendiente de las Inteligencias del Aire, no podrán sin embargo permanecer unidos.

Hiram, como el Maestro de los Constructores, dividió a sus trabajadores en tres grupos, que fueron llamados Aprendices, Artesanos, y Maestros. A cada división le dio contraseñas y signos por los cuales su excelencia respectiva podría ser rápidamente determinada.

Los tres últimos Artesanos (Jubelas, Jubelón, y Jubelum) descontentos y determinados a forzar a Hiram para revelarles la contraseña del grado del Maestro decidieron confrontarlo.

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