¿Acaso Túnez no es país para laicos?
Es erróneo identificar las iniciativas de gobierno de los políticos tunecinos con la historia cultural y social de un pueblo. La mirada occidental sobre los países musulmanes prefiere simplificar y ahorrar matices que lastren la visión rápida y eviten las conclusiones llamativas. Pero los países árabes son más variados de lo que pensamos. Por ello, no es conveniente que sus ordenamientos jurídicos nieguen esta pluralidad. Los primeros pasos de la Asamblea Constituyente de Túnez son inquietantes –“los integristas quieren que la “sharía” sea la principal fuente del derecho” (Ignacio Cembrero, La ley islámica se abre paso en Túnez, (El País, 6/III/12)-. Pero esto no significa que la tradición cultural tunecina sea unitaria y homogéneamente musulmana. Túnez formó parte del Imperio Otomano y recoge un amasijo de identidades culturales que no pueden reducirse al islam.
Los individuos tenemos unas capacidades cívicas eliminables en una definición cultural o religiosa de la personalidad. Si la religión es el patrón de identidad de cada individuo se elimina la serie de filiaciones –aficiones, gustos, vocaciones, sensibilidades, hábitos, preferencias diversos- que pueden conectar a seres autónomos, independientemente de la religión que profesen o si no practican ninguna. Tanto el “choque de civilizaciones” como el “diálogo de civilizaciones” han exagerado la importancia de la “civilización” en la definición de la identidad de las personas. No faltan en Occidente quienes niegan la variedad de identidades en la cultura árabe. Uno de los más beligerantes contrincantes del islam ha sido Giovanni Sartori al resaltar el carácter público de la religión musulmana, que imposibilitaría reservar la religión al ámbito íntimo de los creyentes. Primero tendrían que cambiar “Ellos”, antes de que “Nosotros” les busquemos el encaje en las sociedades occidentales.
En el comienzo espléndido de Las identidades asesinas (1998), Amin Maalouf muestra las líneas de pertenencia a identidades muy diversas de un libanés de hoy que escapan a la rápida etiquetación de “islamista radical”. Propone que hagamos un “examen de identidad” como el que expone: en vez de buscar una pertenencia esencial en que reconocerse, deja que aflore la mayor riqueza posible de componentes de su identidad. En el caso de de Maalouf, sus ingredientes son muy diversos: cristiano de familia originaria del sur de Arabia establecida en la montaña libanesa, familia dispersada migratoriamente desde Egipto a Brasil y de Cuba a Australia, de lengua materna árabe que le proyecta a los oradores y a los eruditos de una “madrasa” timurí, escritor en francés, nacido en una comunidad católica griega (reconocida a la autoridad del Papa pero seguidora fiel de algunos ritos bizantinos), melquita aun registrado protestante, educado como católico por los jesuitas, de abuela turca y abuelo anticlerical y librepensador, de segundo abuelo maronita, su tatarabuelo fue el primer traductor de Molière al árabe para representarlo en 1848 en un teatro otomano,…
Todos los individuos tenemos –en opinión del escritor libanés- diversas pertenencias y múltiples fracturas que nos hacen singulares. Por ello, es tanto más disparatado que se trate forzadamente de inflar la importancia de alguna de ellas o se nos atribuyan prejuiciosamente defectos, crímenes, o malos modos. ¿Cuántas veces hemos escuchado decir que los musulmanes son pendencieros, los judíos son arrogantes, los católicos resignados o que los protestantes venderían a su madre por dinero? Con frecuencia somos moldeados por los estereotipos desde afuera. Mostramos solidaridad con los miembros del grupo al que pertenecemos y desarrollamos un miedo paranoide hacia el extraño que puede conducirnos al crimen. Como recuerda Amin Maalouf, se trata de una tendencia a la violencia que podemos desarrollar todos porque Mr. Hyde se alberga en todos nosotros.
Precisamente por esta cuadratura imposible del círculo de la identidad individual, abierto a múltiples intersecciones, es tanto más rechazable la posibilidad de un Estado confesional de cualquier religión. Un Estado laico y democrático, que mantenga una posición neutral en materia de religión, puede desmantelar la violencia religiosa a través de políticas de igualdad. Y este es el camino, por el momento, desechado por los islamistas de Ennhda (Renacimiento) en Túnez. Pero es necesario recordar que este partido musulmán alcanzó una mayoría simple del 41,5 por ciento de la Asamblea Constituyente y el resto, entre los que se encuentran muchos partidarios de un Estado laico y democrático, no le votó. A pesar de las declaraciones de algunos de los líderes de Ennhda, el islam no es un elemento esencial de la personalidad del tunecino, sino una preferencia de una parte, más o menos, elevada de la población.
Una sociedad atravesada por la expulsión de la mujer del ámbito laboral, la imposición del velo islámico y la prohibición del alcohol acabará fragmentando a aquella colectividad. Sería deseable la reconsideración del pacto constitucional para lograr un Estado neutral en materia religiosa, que reserve las creencias en la moral privada, en vez de situarla en la justicia pública. Luego, será posible alguna forma de tolerancia, o “modus vivendi” entre islamistas y no islamistas en aquel país impulsado por la “primavera árabe”. Si no, el Islam perderá, allí, su significado de “sumisión a la paz”. Aflorará la violencia y la insatisfacción social en Túnez. Y, entonces, no será país para laicos.
Por Julián Sauquillo
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