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¡ Salve Rabbí ! – El beso de Judas

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En las obras de arte se representa a Judas dando un beso a Jesús en la cara, cuando lo cierto es que el beso tendría que ser en la mano, pues era costumbre besar a los Maestros en la mano.

En el apócrifo Evangelio de Judas se da una versión gnóstica de la historia, según la cual fue Jesús quien pidió a Judas que le traicionara: “Tú los superarás a todos ellos. Porque tú sacrificarás el hombre que me cubre (…). La estrella que indica el camino es tu estrella (n. 56-57).

«Si el Iscariote vendió a Jesús, merece el estigma que agobia su nombre, pero si no lo vendió, devolvámosle su dignidad de ser humano y su alta categoría como discípulo de aquél que a sí mismo se llamó el Hijo del Hombre». Juan Bosch

Una de las figuras bíblicas más controversiales y sobre la cual posiblemente más se ha escrito es Judas. De la dignidad de discípulo de Cristo, quien lo había distinguido dentro del colegio apostólico, ha llegado a ser signo de la traición por antonomasia, el hombre que por dinero vende a su Maestro. Vamos a darle una ojeada a este debatible personaje, para verlo en esta doble dimensión bíblica y literaria.

El Judas bíblico

Judas es hijo de un cierto Simón de Keriot (Juan 6: 70). El sobrenombre de Iscariote, derivado de su padre, se interpreta como «el hombre de Keriot», pueblo no identificado del país de Judá (Josué 15:25). Fue uno de los doce elegidos de Jesús. Cuando los evangelios sinópticos mencionan la lista de los Apóstoles, siempre aparece Judas en el último lugar (Mateo 10:4; Marcos 3:19; Lucas 6:16). San Juan es quien más abunda sobre este personaje, y a través de su evangelio se puede trazar la trayectoria de su vida, desde la aceptación de Cristo como Mesías hasta su incredulidad. Arrojan alguna luz sobre la evolución psicológica del mismo los siguientes pasajes, ignorados por los sinópticos: Juan 6:64-70; 12:5-8.

Ocupaba un puesto de probidad entre los doce, pues era el encargado de comprar lo necesario para el sustento de Jesús y los demás Apóstoles. También tenía la encomienda de repartir entre los pobres los bienes que poseían (Juan 13: 29). La delación a su Maestro, según los escritores sagrados, al parecer, se debe a ciertas irregularidades administrativas. Entonces se vende al Sanedrín por treinta monedas de plata para entregarlo (Mateo 26: 14-16). San Juan lo llama «ladrón» (12: 6) y «poseso del diablo» (13:2, 27; 6:71).

Don Pablo de Ballester en una de sus célebres conferencias en el Centro Helénico (México), sostiene la tesis de que Judas no fue enemigo de Cristo :sino un fervoroso discípulo desgarrado por la duda . Argumenta que la animadversión de los evangelistas hacia Judas, se debió a que la mayoría de los ápostoles eran parientes, paisanos y socios entre sí , y de un nivel socioeconómico y cultural más bajo que el de Iscariote ; en cambio , éste provenía de otra ciudad – Queriós- y poseía una educación y posición económica superior; así : «La formación cultural de Judas , superior a la de sus compañeros , lo volvía , sin menoscabar su fe, escéptico y polemista , mientras el resto de los discípulos recíbía acríticamente las palabras del Maestro «.

Mateo y Lucas narran los últimos momentos de Judas, que fueron de pesadumbre y desesperación. Se arrepiente, devolviendo el dinero mal habido y públicamente manifiesta su culpa ante los sacerdotes; pero se desespera, ahorcándose (Mateo 27:3-10; Hechos 1:18-19).

Judas en los Evangelios Apócrifos

El concepto de Evangelio Apócrifo resulta muy difícil de precisar, pues en el transcurso del tiempo se ha denominado así a escritos de muy diversa índole. Esta literatura evangélico-apócrifa nace del pueblo que pretende esclarecer numerosas lagunas en la vida de Jesús, ya que los evangelios no son propiamente una vida del Redentor. Sin embargo, no faltaron gnósticos, maniqueos y autores de otras corrientes cristianas heterodoxas que contribuyeron a su redacción para atacar a la Iglesia. Asimismo, contrarrestando esta influencia herética, escritores ortodoxos utilizaron el mismo medio para defender sus creencias. Sintetizando podemos decir que son escritos de la primera época cristiana que la Iglesia no aceptó como inspirados por el Espíritu Santo. Me parece que en la inmensa mayoría de los casos, una simple lectura a estos «evangelios» nos dejan ver el porqué la Iglesia primitiva no los incluyó en el canon bíblico ya que en ellos falta, entre otros aspectos, lo que algunos han denominado el «sobrio realismo»; asimismo, el que sus autores no estén familiarizados con la época ni con la geografía del Nuevo Testamento.

Judas también es un personaje notable en esta literatura apócrifa. San Ireneo, San Epifanio y Teodoreto Cirense mencionan un Evangelio de Judas Iscariote utilizado por los gnósticos, particularmente de la secta de los cainitas [de Caín] y también los de la corriente setiana, cuyo texto se perdió. Parece que la idea de ellos se resume en que la humanidad debía gratitud a Judas porque había puesto en manos de la justicia a un impostor. Otros, por el contrario, consideraban que la gratitud se le debía porque con su actuación había acelerado la redención humana al entregar a Jesús a sus verdugos. Al encontrarse recientemente este libro, se comprueba que encierra la segunda idea.

El evangelio Árabe de la Infancia, en el capítulo 35, narra numerosos incidentes sobre la vida infantil del Salvador. Entre otros, que le llevaban muchas personas endemoniadas al Niño Jesús para que los curara; entre ellas estaba Judas, quien al estar poseso por el demonio mordía a quien se le pusiera a su alcance. Satanás salió del cuerpo de Judas bajo la forma de un perro rabioso y mordió al Niño Jesús en un costado. Éste fue el mismo sitio que traspasó el soldado romano con su lanza cuando Cristo yacía muerto en la cruz.

La declaración de José de Arimatea viene a ser un apéndice de otro apócrifo de la pasión y resurrección de Cristo, Acta Pilati. Judas aparece como sobrino de Caifás y, según este texto, hacía dos años que estaba con Jesús, mandado por los judíos, para espiarlo y ver cómo podía entregarlo: «Por esta gloriosa empresa le daban regalos y un dridacma de oro cada día» (capítulo 1). La acusación contra Jesús, que le valió su condena a muerte, fue por el robo de los libros de la Ley. Judas declara al pueblo que Cristo los había robado para que no celebraran la Pascua.

Según la versión copta del Evangelio de Bartolomé (capítulo 9, versículos 21-15), Cristo resucitó en medio de una turba angélica, bajó al Infierno y después de atar a los demonios, liberó a las almas justas y maldijo a Judas. Sólo quedaron tres almas allí: Herodes, Caín y Judas.

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Judas en la literatura moderna

El tema bíblico, señala con acierto la doctora Edna Coll, ha sido motivo de inspiración en todo tiempo, pero últimamente ha despertado gran afición. Entre todas las figuras bíblicas, las evangélicas adquieren mayor importancia, particularmente aquéllas que ofrecen mayor contraste. Mirando los títulos de algunas obras, nos damos cuenta de ello: Barrabás de Par Lagervist; David, biografía de un rey de Juan Bosch; La pecadora de Magdala de Armando Cordero; Magdalena de Carlos Esteban Deive; Poncio Pilatos y Gólgota de Félix J. Torres Rosado y El Buen Ladrón de Marcio Veloz Maggiolo.

Las vidas de estos personajes ofrecen una rica cantera para explotarla literariamente. Piénsese, si no, cuántas posibilidades novelescas ofrece, por citar sólo algunos ejemplos, la figura de David y sus episodios con el león, Goliat, los filisteos, Betsabé y Absalón. O Poncio Pilatos, quien ante un dilema político-moral opta por complacer las exigencias de las autoridades judías y condena a un hombre -que sabe es inocente de lo que se le acusa-, contraviniendo la ley romana. No obstante, los novelistas casi siempre explotan los elementos positivos del personaje; por ejemplo, el premio nobel sueco, Lagerkvist, presenta a Barrabás como símbolo de un ser humano indeciso ante lo que ve y lo que cree; o sea, escéptico ante todo ideal.

Sin embargo, la figura de Judas, por lo complejo que resulta, ejerce una atracción especial en los escritores. Su contradictoria personalidad ha suscitado numerosas conjeturas. Algunos ven en su traición, más que un aspecto de incredulidad y avaricia, un elemento político. Quien sabe si haya contribuido a esto la muerte de su homónimo Judas Galileo, acaecida por los años 6 ó 7, el cual instigó a los judíos para que se rebelaran contra la opresión romana en Palestina. Su acción contribuyó a la formación del partido de los Zelotas (Hechos 5:37). El historiador judío Flavio Josefo también menciona esta revuelta.

Entre algunas de las novelas que se han ocupado de este personaje están: Judas de Lanza del Vasto, la cual considera a Judas, no el clásico traidor, sino el hombre de espíritu atribulado que sufre, que duda y a quien no le falta generosidad. Judas Iscariote de Leónidas Andreiev; Judas de Gabriel Miró, quien estudia las figuras de la pasión y logra en este personaje una de sus mejores realizaciones. Judas, mi hermano de Frank Yerby, Judas de Marcio Veloz Maggiolo, Judas Iscariote, el calumniado de Juan Bosch, quien opina que este apóstol no traicionó a su maestro y Gólgota del puertorriqueño Félix J. Torres Rosado.

En esta última novela se ve a Judas como un hombre angustiado que debe tomar una decisión «sin salida». María Magdalena y Judas vienen a ser las figuras centrales de la obra. Éste intercede por Jesús ante el Sanedrín y aquélla ante Claudia, la esposa de Pilatos. Según el autor, Judas no traicionó, sino defendió a Cristo; sin embargo, el mundo no ha comprendido su actuación. Por esta razón les dedica la obra a todos los «calumniados e incomprendidos», ya que la vida condenó a Judas a hacer lo que hizo. En esencia sigue la misma línea de su novela Poncio Pilatos, la cual puede considerarse prácticamente un tratado sobre la libertad humana. Existe en ambos relatos un dilema entre la salvación y la condenación. Comentando sobre el personaje de Judas, dice Edna Coll en su Índice informativo de la novela hispanoamericana: «Las dos figuras que más amaron al maestro, sin duda, según el autor, víctimas de la calumnia y del destino. El beso de Judas, inspirado por su amor a Jesús y dado en señal de despedida, fue juzgado por los envidiosos y malintencionados, ósculo de traición […]»

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Veloz Maggiolo, a su vez, -para destacar sólo a dos antillanos-, presenta la traición de Judas como «una treta del destino» que le hace tomar una decisión más allá de sus fuerzas. Se convierte, de esta manera, en un personaje existencialista, angustiado por el papel que debe desempeñar. A través de la obra se justifica la actitud del discípulo, quien resulta ser una víctima más. Plantea la problemática teológica de la libertad humana y su correspondencia a la gracia divina. Judas, en la novela del dominicano, se considera: «El instrumento encargado por Dios para que Cristo demuestre su poder».

Se mira al personaje, por consiguiente, luchando entre su libertad y ser el vehículo para que se cumplieran las profecías mesiánicas en Cristo. Estas ideas sobre la libertad y la correspondencia humana a la gracia no son nuevas, ya habían sido planteadas teológicamente en la literatura del Siglo de Oro español, por ejemplo, en los dramas de Tirso de Molina El condenado por desconfiado y El Burlador de Sevilla.

La Iglesia cree que la voluntad humana no puede obrar sobrenaturalmente sin el auxilio de la gracia y que esta gracia no elimina ni disminuye la libertad del ser humano. Esto suscitó unas acaloradas discusiones teológicas entre dominicos y jesuitas a fines del siglo XVI: la «Predeterminación Física o Tomismo Perfecto» defendido por el dominico padre Domingo Báñez y el de la «Ciencia Media» sostenido por el jesuita padre Luis de Molina. Ambas posiciones tomaban en consideración la eficacia de la gracia y la libertad humana. Realmente no constituían sino otros sistemas ideados para esclarecer de algún modo este misterio de sicología sobrenatural. Por esta razón, el Papa Pablo V en el siglo XVII ordenó terminar la disputa, prohibiendo a unos y otros tachar de errónea la doctrina de su contrario.

Esta relación literaria del libre albedrío, pues, le ofrece a los novelistas un fecundo campo donde las puertas siempre estarán abiertas a diversas interpretaciones, ya que, en último término, sólo Dios conoce lo profundo del corazón humano.

La conjura del apóstol

El nombre de Judas lleva el estigma de la traición, así lo recogen la Biblia, el folclore y la literatura apócrifa. Sin embargo, la narrativa -y algunos poemas también- están mirando a esta debatible figura desde otra perspectiva, fijándose más bien en la lucha interna que libra cualquier ser humano, circunstancia que los autores existencialistas han explotado literariamente.

Esto último les permite a los novelistas presentar a un personaje «agónico», en palabras de Unamuno, muy semejante al individuo común y corriente. No constituye, por consiguiente, una literatura maniqueísta de buenos y malos, sino de personas que luchan en el concepto griego del vocablo agonía , con lo cual le dan mayor verosimilitud al personaje novelesco. Sin duda alguna. Judas ofrece esta característica y la literatura ha sabido explotarla.

La acusación de felonía que por espacio de  más de dos mil años, ha pesado, y es una maldición, sobre este infeliz, de quienes ni siquiera sabemos como era, ¿perdurará?.

«Nadie lo sabe- como era Judas- si joven o viejo, si imberbe o barbado, si de tez quemada o rubia, si de ojos negros o claros, si alto o bajo, si delgado o grueso …»

Referencias

«Judas y Pilatos : los calumniados» ,de Don Pablo de Ballester
«Judas como personaje bíblico – literario», del  Dr. Roberto Fernández Valledor
«Judas Iscariote el calumniado», de Juan Bosch,
El Evangelio Árabe de la infancia

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