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Nacimiento de la vida monástica

San Antonio Abad

Durante las persecuciones muchos cristianos huyeron al desierto. Cuando éstas terminaron algunos decidieron quedarse, entregándose a la ascésis y la oración continua, siguiendo, según ellos, los ejemplos de Elías, Juan el Bautista y Jesús mismo, tentado en el desierto. A estos cristianos les sucedieron otros que abrazaron espontáneamente la vida solitaria en el desierto.




Así el primero en hacerlo fue Pablo de Tebas (+347), quien se encerró en el desierto cercano al Mar Rojo cuando se desató la persecución de Decio. Por la misma época vivió san Antonio (251-356), quien decidió en Alejandría romper con el mundo y, abandonando todos sus bienes y parientes, se fue al desierto, avanzando de Alejandría hasta las costas del Mar Rojo, muy cerca de Pablo de Tebas. Su vida, escrita y difundida por el obispo Atanasio, pasó a ser la carta de fundación de la vida monástica, tanto en Egipto como en occidente, donde Atanasio tuvo que huir a causa de la persecución arriana, haciendo que el ideal monástico llegase a oídos de un Ambrosio de Milán y Jerónimo, en Roma. Los motivos de san Antonio, tal como nos cuenta Atanasio, fueron el amor a la pobreza evangélica, el deseo de la pureza de corazón, de la virginidad y la oración continua.

Este ideal de vida, que desprecia los bienes del mundo por los del cielo, estuvo apoyado por el clima neoplatónico que vivían los mismos cristianos instruidos por Orígenes, quien había creado un clima cultural en Alejandría que en nada se oponía a ese nuevo tipo de vida de los cristianos. Es ante todo en esos medios, y no en un movimiento de rudos e incultos, donde se verifica un vuelco hacia la vida solitaria y monástica. Pero también la carga impositiva que Roma impuso en Egipto fuero creando una pobreza y miseria, especialmente en las zonas más alejadas del Egipto medio y alto, que favorecieron la búsqueda de una protección económica y un medio de subsistencia en grupos sociales desvalidos y desprotegidos por las autoridades políticas.

Tanto Antonio como Atanasio se presentan como los baluartes de la fe ortodoxa frente al sacerdote Arrio (+373), también alejandrino, quien crea una teología trinitaria en la que Cristo no es Dios, sino su más excelsa criatura. Sólo el Padre es inengendrado y por tanto es el único merecedor del título de Dios. Atanasio presenta la Vida de Antonio como la prueba por excelencia de la divinidad de Cristo al hacerlo el único vencedor en las luchas de Antonio contra los demonios. El año 311 Antonio deja su desierto para ir a alentar a los cristianos alejandrinos que van a ser deportados por las autoridades arrianas.

Casi contemporáneamente (330) Amún funda el desierto de Nitria, y Macario el egipcio el de Escete, todos al sur de Alejandría (poco más de 100 km.), con un estilo de vida anacorético o semi-anacorético, como fue también el caso de Kellia (338), a pocos kilómetros de la capital egipcia.

Sin embargo el dato más importante es el de Pacomio (286-346), quien funda en la Tebaida, en el alto Nilo, un monasterio en Tabenesis (320). Pacomio era un joven de la región quien había sido enrolado para el ejército imperial. Durante su marcha hacia el norte es asistido junto con sus compañeros por unos bienhechores cristianos. Admirado por el hecho promete, si se libra del combate, hacerse él también cristiano. Así sucede y se pone a llevar vida semi-anacorética junto al anciano Palamón, no lejos de la hoy conocida biblioteca de Nag-Hammadi.

Sin embargo, siguiendo su recuerdo de los cristianos que lo auxiliaron y le sirvieron, concibió la idea de fundar una comunidad donde se pudiera reproducir ese gesto eminentemente cristiano. Así lo hace en el 320 en la costa oriental del Nilo, al norte de Tebas. Después de un fracaso inicial vuelve al intento y la nueva comunidad encuentra un gran éxito. Las vocaciones se multiplican y con ello las casas para acogerlos. Los monasterios se dispersan en torno a uno central, con una gran organización humana y económica, crece hasta llegar, en el año 400, a ser unos 5000 monjes.




El éxito de estas comunidades pacomianas y sus reglas llevaron a encontrar imitadores en todas partes del mundo. Mar Awgin las lleva a Mesopotamia; Eustacio de Sebaste las lleva a Siria (Asia menor); otros vinieron a admirar su grandeza: en el 335 Epifanio, futuro obispo de Salamina las visita y funda una comunidad cerca de Gaza; en el 357 son visitadas por Basilio de Cesarea e inspirase gran regla en los textos pacomianos que tendrán gran importancia en la vida del monacato griego y eslavo.

Los visitadores latinos son más conocidos: Paladio, Casiano, y Jerónimo, quien traduce las reglas al latín, marcando así el monacato de occidente hasta san Benito. Gracias a este fuerte movimiento monástico los monjes pasaron a ser la estructura de la Iglesia en Egipto y no el clero secular que normalmente era casado.

El monacato pacomiano vive una cierta reforma gracias a la personalidad de un personaje muy importante para el futuro copto: Shenute (334-451). Habiendo vivido unos 116 años, Shenute toma las reglas pacomianas, tal como las había establecido su tío Pjol, fundador del Monasterio Blanco (poco más la norte de los pacomianos), pero las carga de rigor y austeridades, junto con mayores momentos de oración. Shenute tuvo un gran éxito en el sur, donde la mayor parte de los paisanos egipcios vivían en la miseria fruto de los impuestos del poder bizantino. Su monasterio, tan numeroso como los pacomianos, proveía de trabajo y alimento así como también protección contra el peligro bárbaro. Junto con el obispo Juan de Licópolis, Shenute tomó la ofensiva contra “blemmi”, tribu nómade de Nubia que asolaba los desiertos de Egipto y tenían el culto a Isis, que eran aliados naturales, por otra parte, de la resistencia pagana en Egipto.

Shenute reclama la presencia del ejército que realiza una verdadera devastación de la presencia bárbara y pagana entre los años 451 y 452.

Con información de Fernando Rivas, OSB y Cuadernos Monásticos

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