El concepto de La Trinidad en las religiones
En las naciones semíticas se remonta el dogma de la Trinidad a los fabulosos tiempos de Sesostris, que algunos asiriólogos identifican con Nemrod, el “esforzado cazador”. A este propósito refiere Manetho que el rey Sesostris consultó al oráculo, preguntándole:
Dime, Tú, ¡oh poderoso en el fuego! ¿Quién antes de mí subyugó todas las cosas y quién las subyugará después de mí?
Y el oráculo respondió:
Primero Dios; luego el Verbo, y después el Espíritu .
En las citas que hasta aquí hemos ido entresacando, se trasluce el motivo del enconado odio con que desde un principio miraron los teólogos cristianos a los teurgos y paganos, pues todos sus dogmas derivan de las antiguas religiones y de la escuela neoplatónica, hasta el punto de que durante muchos siglos anduvo en esto muy perpleja la crítica. Si no hubiesen quedado tan pronto olvidadas las antiguas creencias, de seguro que fuera imposible dar a la religión cristiana el carácter de nueva Ley revelada por el Padre mediante el Hijo y al influjo del Espíritu Santo.
Por conveniencias sociales transmutaron los Padres de la Iglesia en festividad cristiana la pagana del dios Pan (divinidad de los campos) con las mismas ceremonias hasta entonces celebradas, pues tal fue el deseo de los patricios conversos . Pero llegó el tiempo de romper todo miramiento al paganismo y abrogarlo para siempre con la teurgia neoplatónica, so pena de que los cristianos acabaran por identificarse con los neoplatónicos. No hay necesidad de insistir, por demasiado conocidas, en las violentísimas polémicas entre Ireneo y los gnósticos, que prosiguieron hasta dos siglos después de haber proferido el desahogado obispo de Lyón su última paradoja teológica.
El neoplatónico Celso sembró la discordia entre los cristianos y aun les detuvo durante algún tiempo los pasos, demostrando que el concepto metafísico de sus dogmas estaba tomado de la filosofía platónica. Por otra parte, les acusaba Celso de admitir las más groseras supersticiones paganas y de interpolar en sus obras pasajes enteros de los libros sibilinos sin comprender su significado.
Tan contundentes eran las acusaciones y tan notorios los hechos, que ningún autor cristiano se aventuró a la réplica hasta que apremiado Orígenes por las reiteradas instancias de su amigo Ambrosio, se encargó de la defensa como el más a propósito para ella, por haber pertenecido a la escuela neoplatónica. Sin embargo, la elocuencia de Orígenes fracasó en el empeño, y entonces no vieron los cristianos otro recurso que destruir las obras de Celso, aunque ya entonces eran muchísimos los que las habían leído y estudiado .
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