Partición de Palestina – La gran estafa sionista
La política se corresponde muy rigurosamente a esta ley de la selva: la partición de Palestina que se deriva de la resolución de las Naciones Unidas no fue respetada jamás. La resolución de la división de Palestina, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (formada por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial) el 29 de noviembre de 1947, marca el propósito de Occidente sobre su bastión avanzado: en esta fecha los judíos constituían el 32 % de la población y posean el 5,6 % del suelo: sin embargo ellos recibieron, gracias a la «partición» el 56 % del territorio, con las tierras más fértiles. El Presidente Truman, de origen judío, ejerció una presión sin precedente sobre el Departamento de Estado. El Subsecretario de Estado Sumner Welles escribió: «Por orden directa de la Casa Blanca los funcionarios americanos deban emplear las presiones directas o indirectas para asegurar la mayoría necesaria en la votación final».
El Ministro de Defensa de entonces, James Forrestal, confirma: Los métodos utilizados para ejercer presión, y para obligar a las demás naciones en el seno de las Naciones Unidas, rozaban el escándalo. El poder de los monopolios privados fue movilizado. Dex Pearson, en el Chicago-Daily del 9 de febrero de 1948, precisa algunas matizaciones, entre otras que: Harvey Firestone, propietario de las plantaciones de caucho en Liberia, actuó cerca del Gobierno liberiano, uno de lo votos positivos a favor de la creación del Estado Judío.
Desde 1948, incluso las decisiones parciales han sido violadas por lo dirigentes judíos. Los árabes protestan contra tamaña injusticia y la rechazan, los dirigentes israelíes, con armamento «socialista» procedente de Checoslovaquia, se aprovechan para apoderarse de nuevos territorios, en concreto de Jaffa y San Juan de Acre: ya en 1949 los sionistas controlan el 80 % del país y 770.000 palestinos habían sido expulsados de sus tierras. El método empleado para lograr esa expulsión, una de las más salvajes de la historia de la humanidad, fue el del terror. El ejemplo más clamoroso fue el de Deir Yassin: el 9 de abril de 1948 los 254 habitantes de este pueblo (hombres, mujeres, niños, ancianos) fueron masacrados por las tropas del Irgún, cuyo jefe era Menahem Beghin. Beghin escribe que no hubiera sido posible el Estado de Israel sin la «victoria» de Deir Yassin. La Haganá por su parte realizaba ataques en otros frentes. Los árabes desarmados huían gritando: «Deir Yassin».
Se consideró como «ausente» a todo palestino que había abandonado su domicilio con anterioridad al 1 de agosto de 1948. Fue así como los 2/3 de las tierras propiedad de los árabes (70.000 hectreas sobre 110.000) fueron confiscadas. Cuando en 1953 se promulgó la ley de la propiedad de bienes raíces, la indemnización se fijó sobre el valor que tenía la tierra en 1950 pero, entre tanto, la libra israelí había perdido cinco veces su valor. Además, desde el inicio de la inmigración judía, y dentro del peor estilo colonialista, las tierras se compraban a los propietarios feudales (los effendi) no residentes; pero los campesinos pobres, los fellahs, eran expulsados de la tierra que cultivaban, merced a estos arreglos, hechos sin contar con ellos entre sus amos antiguos y los nuevos ocupantes. Privados de sus tierras, no tenan otro remedio que huir.
Las Naciones Unidas haban designado a un mediador sueco, el conde Folke Bernadotte. En su primer informe el conde Bernadotte escribe: «Sería ofender a los principios elementales impedir a estas víctimas inocentes del conflicto volver a sus hogares, mientras que los inmigrantes judíos afluyen a Palestina y, además, amenazan, de forma constante, reemplazar a los refugiados árabes enraizados en esta tierra desde hace siglos». Describe el pillaje sionista a gran escala y la destrucción de aldeas sin provocación militar aparente. Este informe fue entregado el 16 de septiembre de 1948. El 17 de septiembre de 1948 el conde Bernardotte y su asistente francés, el coronel Serot, eran asesinados por el Irgún en la parte de Jerusalén ocupada por los sionistas.
Este no era el primer crimen sionista contra cualquiera que denunciara su impostura. Lord Moyne, Secretario de Estado británico en el Cairo, declara, el 9 de junio de 1942, en la Cámara de los Lores, que los judíos no eran los descendientes de los antiguos Hebreos y que no tenían la reivindicación legítima sobre Tierra Santa. Partidario de moderar la inmigración en Palestina fue acusado entonces de ser un enemigo implacable de la independencia hebrea.
El 6 de noviembre de 1944, Lord Moyne caía abatido en El Cairo por dos miembros del grupo Stern (de Isaac Shamir). Algunos años ms tarde se revelaba que los cuerpos de los dos asesinos ejecutados habían sido canjeados por 20 prisioneros árabes, para enterrarles en el Monumento de los Héroes en Jerusalén. Curiosamente el Gobierno británico deploró que Israel honrase a los asesinos y les considerase como héroes.
El 22 de julio de 1946, el ala del hotel Rey David, de Jerusalén, donde se hallaba instalado el Estado Mayor militar del Gobierno británico, explotaba, causando la muerte de alrededor de 100 personas: ingleses, árabes y judíos. Fue obra del Irgún, de Menahem Beghin, quien reivindicó el atentado.
El Estado de Israel vino a sustituir a los antiguos colonialistas y con sus mismos métodos: por ejemplo, la ayuda agrícola que permitía el riego fue distribuida de una forma discriminatoria, de tal suerte que los ocupantes judíos fueron sistemáticamente favorecidos: entre 1948 y 1969, la superficie de tierras de regadío pasó, para el sector judío, de 20.000 a 164.000 ha. y para el sector árabe de 800 a 4.100 ha. El sistema colonial fue así perpetuado e incluso agravado. La segregación se manifiesta también en la política de vivienda. El Presidente de la Liga Israel de los Derechos Humanos, el Dr. Israel Hahak, profesor en la Universidad Hebraica de Jerusalén, en su libro «Le Racisme de l’Etat d’Israël» nos enseña que existen en Israel ciudades enteras (Carmel, Nazareth, Illith, Hatzor, Arad, Mitzphen-Ramen, y otras) donde la ley prohibe residir formalmente a los no judíos.
Esta cultura del odio racial ha dado sus frutos: Después de Qana (Sobre la matanza judía de Qana, en el Líbano ver: Norberto Ceresole, El nacional judaísmo, un mesianismo pos-sionista, Capítulo primero), algunos soldados judíos, cada vez más numerosos, imbuidos de la historia del «Holocausto», imaginaron toda clase de escenarios para exterminar a los árabes, recuerda el oficial Ehud Praver, responsable del cuerpo de profesores del ejército. El mito del «Holocausto» fue creado para legitimar el racismo judío. Según Praver demasiados soldados creen que el «Holocausto» puede justificar cualquier acción criminal contra los árabes.
El problema fue expuesto muy claramente con anterioridad incluso a la existencia del Estado de Israel. El Director del Fondo Nacional Judío, Yossef Weitz, escribe ya en 1940: Debe quedar claro para nosotros que no hay lugar para dos pueblos en este país. Si los árabes lo abandonan, nos bastará (…) No existe otro medio que el de desplazarles a todos; es necesario no dejar una sola aldea, una sola tribu. Es preciso explicar a Roosevelt, y a todos los Jefes de Estado amigos, que la tierra de Israel no es demasiado pequeña si todos los árabes se marchan, y si las fronteras se ensanchan un poco hacia el norte, a lo largo del Litani, y hacia el este sobre los altos del Golán.
En el rotativo israelí «Yediot Aronoth» del 14 de julio de 1972, Yoram Ben Porath recordaba con fuerza el objetivo a alcanzar: Es el deber de los dirigentes israelíes explicar clara y valientemente a la opinión un cierto número de hechos, que el tiempo hace olvidar. El primero de ellos es el hecho de que no hay sionismo, colonización, Estado Judío, sin la expulsión de los árabes y la expropiación de sus tierras. Nos encontramos, aquí y ahora, en la lógica más rigurosa del sistema sionista: ¿cómo crear una mayoría judía en un país poblado por una comunidad árabe palestina autóctona? El sionismo político ha aportado la única solución que deriva de su programa colonialista: crear una colonia de población expulsando a los palestinos y sustituyéndolos por la inmigración judía.
Arrojar a los palestinos y apropiarse de sus tierras ha sido una empresa deliberada y sistemática. En la época de la Declaración Balfour, en 1917, los sionistas no poseían más que el 2,5 % de las tierras y en el momento de la decisión de la partición de Palestina, el 6,5 %. En 1982 tenían el 93 %. Los procedimientos utilizados para despojar al nativo de su tierra son los del colonialismo más implacable, con un tinte racista aún más marcado en el caso del sionismo (excepcionalismo judío).
La primera etapa tuvo los caracteres de un colonialismo clásico: se trataba de explotar la mano de obra local. Era el método del barón Eduardo de Rothschild. Igual que en Argelia, aquel explotaba, en sus viñedos, la mano de obra barata de los fellahs, éste había extendido simplemente su campo de actuación a Palestina, explotando en sus viñedos a otros árabes igual que a los argelinos.
Un cambio se produjo, alrededor de 1905, cuando llegó, procedente de Rusia, una nueva ola de inmigrantes tras la derrota de la Revolución de 1905. Los judíos revolucionarios rusos importaron a Palestina un extraño socialismo sionista. Crearon cooperativas artesanales y Kibbutzs campesinos eliminando a los fellahs palestinos para crear una economía que se apoyaba en una clase obrera y agrícola judía. Del colonialismo clásico (del tipo inglés o francés) se pasó, de esta manera, a una colonia de población, en la lógica del sionismo político, que abarcaba a ese flujo de inmigrantes en favor de los cuales y contra nadie (como dice el profesor Klein) deberan ser reservadas la tierra y los empleos. Se trataba de reemplazar al pueblo palestino por otro pueblo y, naturalmente, apoderarse de su tierra.
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