Intifada cultural
AL SER HUMANO pueden robarle la libertad. Incluso usurparle cada uno de los derechos humanos que deberían asistirle universalmente. Pero hay algo de lo que nada ni nadie le puede despojar: su memoria, su imaginación y su creatividad. Los palestinos han encontrado en el arte, en cada una de sus manifestaciones, una vía de escape a esos muros de cemento que los circundan y asfixian física y mentalmente. El pasado jueves lo pudimos comprobar en la sede compostelana de la Fundación Araguaney, asentada en el hotel Eurostars del mismo nombre.
Durante más de dos horas, poesía, música y artes escénicas fueron las herramientas utilizadas por la periodista Iara Mantiñán Búa y la cantante gallego-palestina Najla Shami, acompañadas por Sami Ashour (presidente de la Asociación Galaico-Árabe Jenin) y Margarida Portela (madre de Micaela Miranda, mujer del director de teatro Nabil-Al Raee, actualmente en prisión), y ante la mirada atenta de Ghaleb Jaber Ibrahim y Ghaleb Jaber Martínez (de la Fundación Araguaney), para mostrar y transmitir toda la riqueza y el potencial artístico de un pueblo, el palestino, que tras años de opresión pone su creatividad al servicio de los sentimientos compartidos por aquellos que malviven en los campos de refugiados.
Lo explicó muy bien Najla Shami, quien definió el arte como arma para despertar conciencias. También Iara M. Búa compartió su experiencia como voluntaria en territorio palestino, y habló de la dimensión cultural palestina y del intento de apropiación de una creatividad cada vez más reprimida por Israel. Un proceso que la periodista entiende como «contra-civilización». Margarida Portela relató la trágica experiencia vital de su hija Micaela, el acoso que sufre el Teatro de la Libertad (Freedom Theatre) del campo de refugiados de Yenín, Cisjordania, a cuyo antiguo director, Juliano Mer, asesinaron, y cuyo director artístico actual, Nabil Al-Raee, se encuentra en huelga de hambre tras haber sido privado de libertad. Como explica Iara M. Búa, Juliano Mer se definía como 100% judío y 100% palestino, y lo único a lo que aspiraba era a convencer a la gente de que la verdadera revolución debería ser artística, y no a través de las armas: «la tercera Intifada (levantamiento) debe ser cultural». El Freedom Theatre se ha convertido en el símbolo de un sueño, una fábrica de ilusiones que cobija a un pueblo abarrotado de niños y niñas sin esperanza a los que el mundo parece haber olvidado. Como dijo una de las artistas invitadas, la poeta Yolanda Castaño, «a cultura debe ser esa ferramenta poderosa que axude a cambiar as cousas». Y como decía uno de sus poemas allí leídos, «se non sei escribir o meu nome, en que lugar me recoñecerán».
Por José Manuel Estévez -Saá
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