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Caravanas del tiempo y de la arena – Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986)
Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 24 de agosto de 1899 – Ginebra, 14 de junio de 1986)

Hay algo que Borges no dice pero que se ve que está sintiendo -nos comenta Santiago De Luca-, y es que en la palabra Oriente está el oro no sólo por la imagen del sol emergiendo en el horizonte, sino por una razón musical, por la aliteración, es decir, la repetición en español en las dos palabras del sonido or: Oriente, oro. La obra de Borges está llena de estas sorpresas poéticas auditivas.

Las mezquitas de Córdoba y del Aksa

Y el tigre, delicado como el nardo.

Tal es mi Oriente. Es el jardín que tengo

Para que tu memoria no me ahogue.




Jorge Luis Borges ha escrito, leído y hablado mucho. Recorrió el siglo a caballo de las palabras, por entre los anaqueles de una biblioteca personal infinita y laberíntica. Atravesó ocho décadas construidas sobre la palabra leída, escrita y dicha. Fundó una nueva escritura, una nueva actitud lectora, una forma original del diálogo -cruzado por la ironía y la inquisición del dato erudito-, y se enroscó, vocacionalmente, en inumerables polémicas, a pesar de que alguna vez haya declarado que la ironía es “una cosa que aprecio y agradezco y de la que soy del todo incapaz”. Y, a pesar de que, ya octogenario, respondiera, a la pregunta “¿Qué es la humildad?”: “En mi caso, una forma de lucidez. Prefiero, como los japoneses y los chinos, que los otros tengan razón. Detesto las polémicas.”

Ese Borges hablador, lector y escritor, que tradujo a los diez años El Príncipe feliz de Oscar Wilde, y que, ya en el otro extremo del arco de la vida, enunció,

 A los otros les queda el universo;

a mi penumbra, el hábito del verso.

recorrió furtiva y arduamente, el universo del pensamiento de la humanidad. La filosofía, los textos cosmogónicos, los discursos metafísicos, los libros considerados sagrados, los sistemas de pensamiento, fueron visitados por su afán lector, así como fueron recreados por su inquieta y caprichosa pluma (valga esta hipálage, figura tan cara a Borges).

Los abundantes exégetas y críticos del orbe literario levantado por Borges no pierden ocasión de referir los sustratos filosóficos que, supuestamente, sustentan muchas zonas de su escritura. Si recorremos la historia de sus libros observamos que, desde los comienzos, en diversos lugares de la inscripción borgeana, asistimos a la deriva filosófica. Sirvan como ejemplo estos versos del fundacional poemario Fervor de Buenos Aires (1923):

 Curioso de la sombra

y acobardado por la amenaza del alba

reviví la tremenda conjetura

de Schopenhauer y de Berkeley

que declara que el mundo

es una actividad de la mente,

un sueño de las almas,

sin base ni propósito ni volumen.

Ezequiel de Olaso, escribía para La Nación de Buenos Aires: “La obra de Borges nació abrazada a la filosofía. Ya en su primer libro de versos aparece la joven flor platónica (Borges no sentía que la eternidad fuera atemporal sino más bien un adjetivo de la juventud) Sabemos de sobra que los escritos de Borges rondan e interrogan temas tradicionales de la filosofía: el tiempo, la identidad personal, las relaciones del lenguaje con el mundo. También nos consta que Borges no quería ser filósofo. Entonces, ¿qué hacer? Los profesores de literatura se han mostrado remisos a penetrar en un territorio desconocido. Los profesores de filosofía presintieron que podían exponerse a una sensacional tomadura de pelo […] Y sin embargo las relaciones de la obra de Borges con la filosofía son un tema legítimo y cautivante que ha comenzado a ejercitar inteligencias sensibles y disciplinadas.”

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En estas páginas nos interesa abordar panorámicamente al Borges que, en puntillas de pie y, muchas veces, a contrapelo de las diversas modas amontonadas en el siglo, se asomó al otro lado del mundo, al Oriente.

En realidad Jorge Luis Borges es el verdadero heredero de Rubén Darío , en 1935 escribe una aguda nota sobre “Los traductores de las 1001 noches”: el capitan Burton, Galland, Lane, el Doctor Madrus y Enno Littmann. Todos ellos traducen la obra a su cultura, a sus conocimientos y caprichos, a su animadversión con otros traductores, a lo desaforado y mezquino de su imaginación. Las observaciones sobre el Doctor Madrus son certeras:

“Madrus no deja nunca de maravillarse de la pobreza de ‘color oriental’ de las 1001 noches. Con una persistenca no indigna de Cecil B. de Mille, prodiga los visires, los besos, las palmeras y las lunas”.

Ya el Oriente es un tópico, unos escenarios desmontables para filmar la siguiente escena, un pretexto no tanto para traducir como para dibujar viñetas art-nouveau. Sin embargo esa traducción tan poco veraz, “es la mas legible de todas”. “Su infidelidad, su infidelidad creadora y feliz, es lo que nos debe importar”.

Este sano reconocimiento marcará todos los trabajos de Borges con motivos arabes. Tal su cuento “La busca de Averroes”, incluido en El Aleph de 1949, tal su parábola en el mismo libro “Los dos reyes y los dos laberintos”, donde el rey de Babilonia hace pasar una amarga tarde al rey de los árabes en el laberinto de piedra de su palacio. El rey árabe, de regreso a su país, convoca a los ejercitos, vence y arrasa Babilonia, y le ofrece a su rey su propio laberinto, “donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerias que recorrer, ni muros que te veden el paso.




Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en mitad del desierto donde murió de hambre y de sed. “La gloria sea con Aquel que no muere”, como concluye Borges ya convertido en narrador árabe que salmodia sus formas rituales en el zoco.

Mas tarde, en El Hacedor (1960) vuelve “a soñar lo ya soñado”, en el poema titulado “Ariosto y los árabes”. Muestra alli como lo que “soñó la sarracena gente” lo recobra y mantiene el Orlando furioso, incorporándose a su versos e imágenes, para cumplir asi la fecunda polinización entre las culturas:

“ésto, que vagos rostros con turbante

soñaron, se adueño del Occidente”.

Es la literatura quien transmite y comunica, pone en contacto y enriquece a los dos interlocutores del diálogo. El libro y su hipotético lector futuro, refrendando quizas lo que Averroes habia dictaminado en su anterior texto : “dijo que en los antiguos y en el Qurán estaba cifrada toda poesía y condenó por analfabeta y por vana la ambición de innovar”. Aqui Borges parece sonreirnos pues modula un viejo acorde:

“Escoria de los sueños indistinto limo que el Nilo de los sueños deja”,

para mostrarnos como un sueño Oriental, un corcel alado, que contamina a Europa en la épica de este poema, retorna a la gente que lo vio nacer, en “los desiertos de Oriente/ y la noche cargada de leones”, para contarnos, una vez mas, la milenaria historia:

“De un rey que entrega, al despuntar el dia,

su reina de una noche a la implacable

cimitarra, nos cuenta el deleitable

libro que al tiempo hechiza todavía”.

Y nada mejor que estas palabras de un ciego, Borges, quien en 1976, visita la Alhambra y siente lo que sigue:

“Grata la voz del agua/ a quienes abrumaron negras arenas/, grato a la mano cóncava / el mármol circular de la columna,/ gratos los finos laberintos del agua/ entre los limoneros, / grata la música del zejel, /grato el amor y grata la plegaria /dirigida a un Dios que está solo, grato el jazmín”.

Referencias
Al Este de Borges de Gerardo Ciancio
Borges, ciego sueña el Oriente de Juan Gustavo Cobo Borda

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