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Santa Bárbara – Protectora del Rayo y la Tormenta

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Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, dice desengañadamente el refrán; y también cuando llueven bombas sobre las ciudades indefensas, porque si el pararrayos protege del fuego natural del cielo ¿qué nos protege de las bombas? Una vez conjurada la amenaza de las nubes, los hombres inventan terribles sucedáneos mucho más mortíferos.

Bárbara, la estrepitosa, es el escudo contra los terrores más antiguos de las gentes, el fuego y la destrucción que caen de la altura; y de los más modernos, del último grito en materia de aniquilamiento feroz, total, absoluto. Por eso debería se abogada del miedo y la prevención de la hecatombe nuclear, la venerable mártir de hace tantos siglos encontraría así una función que en modo alguno podemos llamar anacrónica.

Es Santa Bárbara una de las mujeres más grandes de los primeros tiempos del cristianismo, que murió como mártir debido a sus creencias en la época romana. Es una de las santas más veneradas tanto en la iglesia católica-romana como en la ortodoxa, pero los testimonios históricos no son suficientes para fijar con seguridad los años en que vivió, ni siquiera su año de nacimiento y de fallecimiento. Sin embargo su culto está muy extendido en Oriente y Occidente desde, como muy tarde, el siglo IX.

La leyenda de Santa Bárbara tiene su origen en la iglesia oriental en la que se encuentra un número considerable de manuscritos. De todos ellos, la “Leyenda Aurea” es la hagiografía más famosa que gozó de gran difusión en toda Europa :

“En tiempos del emperador romano Diocleciano (286-313) vivía en Nicomedia (ciudad de Asia Menor y residencia imperial en aquel período) un hombre extraordinariamente rico llamado Dióscoro, que tenía una hija muy hermosa, de nombre Bárbara. Dióscoro procuró a su hija todos los bienes materiales posibles y un profundo conocimiento de las creencias paganas. Bárbara, que poseía un espíritu penetrante y observador, se preguntaba frecuentemente cómo eran aquellos dioses que su padre idolatraba y ella en secreto despreciaba.Para evitar que se hiciera cristiana y a la vez ocultar su hermosura a las miradas mundanas, mandó Dióscoro construir una torre iluminada por dos ventanas donde la encerró antes de partir a un largo viaje de negocios. Encontró Bárbara el medio de recibir las enseñanzas de un servidor cristiano que se hacía pasar por médico, quien, después de haberla instruido en la religión cristiana, le administró el bautismo.

Para expresar su fe en la Santísima Trinidad, mandó perforar en el muro de la torre una tercera ventana. Ya de vuelta, al saber Dióscoro que su hija se había convertido al cristianismo, la amenazó. Bárbara huyó y consiguió refugiarse en una gran roca que se abrió milagrosamente para darle asilo. Denunciada por un pastor fue detenida y entregada al juez Marciano que la hizo azotar, mandó colocar antorchas encendidas en sus costados, golpear su cabeza con un martillo y cortarle los pechos con una espada por haberse negado a abjurar del cristianismo. Soportó Bárbara la tortura mientras mirando al cielo suplicaba: “Señor te ruego seas mi protector”. Marciano, encolerizado, mandó que la mataran. Su padre, lleno de ira, la condujo a un monte donde con su propia espada le dio muerte mientras ella imploraba misericordia para su verdugo. Cuando su progenitor bajaba del monte, un rayo cayó del cielo y lo quemó, consumiéndose su cuerpo de tal manera que no quedaron de él ni las cenizas”.

Otra leyenda más tardía y totalmente distinta y de menor difusión, refiere que el padre de Santa Bárbara había nacido en Hippo (Argelia) y se llamaba Alipius. Había dedicado su vida al conocimiento y ejercicio de la química en aplicaciones bélicas y a la fabricación de explosivos. Parece que había proporcionado a Bárbara una esmerada educación liberal, que le permitía expresarse en diversas lenguas y participar con él en sus trabajos de investigación, descubriendo ambos un detonante de extraordinario poder. La joven, que estaba dotada de una gran belleza y había rechazado a numerosos pretendientes, se decidió a profesar como religiosa en el convento de Santa Perpetua, fundado por Santa Agustina.

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Era el año 430 y África sufría una invasión de pueblos bárbaros, que sitiaron la ciudad de Hippo. Alipio dirigió su defensa y fue muerto por un flechazo. Entonces, los sitiados llamaron a Bárbara al convento para que prosiguiera la defensa iniciada por su padre, fabricando y utilizando explosivos, luces de Bengala y globos de fuego para ser arrojados con catapultas, que había aprendido a fabricar con su progenitor. Después de catorce meses, la ciudad se vio obligada a capitular y los sitiadores pretendieron vengarse de Bárbara, asaltando el convento al que había regresado. Pero ella, previendo lo que iba a ocurrir, tenía acumulada una gran cantidad de explosivos en el subterráneo del monasterio y, cuando se percató de que ya no podían hacer nada más en su defensa, provocó su explosión. Conquistadores y vencidos fueron aniquilados bajo los escombros. Así murió Santa Bárbara, escapando con sus compañeras al consiguiente escarnio y a los acostumbrados ultrajes de la soldadesca.

No resulta verosímil que las dos biografías anteriores correspondan a una misma persona. Más bien parecen referirse a dos jóvenes cristianas y mártires, distintas, aunque de idéntico nombre. La tradición de la muerte de la Santa, decapitada por su padre por no abjurar del cristianismo prevaleció ante la Iglesia.

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