Las benéficas cualidades del vino
El consumo, cotidiano y moderado, de vino, especialmente tinto, es provechoso para la salud
Desde hace por lo menos treinta y cinco siglos que los hombres se han servido del vino para mitigar algunas enfermedades.
De aquellos lejanos días es la antigüedad del Papiro de Ebers, donde aparecen recetas en las cuales interviene el vino.
Ya en épocas más recientes las investigaciones clínicas ponen de manifiesto las propiedades del vino tinto en el organismo humano.
El efecto salutífero del vino
Comenzaré por mencionar que la palabra salutífero proviene del latín salutifer, que significa “lo que sirve para conservar o preservar la salud corporal”, en tanto que el vocablo salud, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, hace referencia a “la condición de todo ser vivo que goza de absoluto bienestar tanto a nivel físico como mental y social”.
Uno de los tratados médicos más antiguos que se conocen es el llamado Papiro de Ebers, redactado en Egipto aproximadamente mil quinientos años antes de nuestra era.
En esos días reinaba el Faraón Amenofis I o bien su hijo Tutmosis I, ambos de la Dinastía XVIII.
Tiene, por lo tanto, tres mil quinientos años.
Allí aparecen 825 prescripciones medicinales en las cuales el vino figura como sustancia principal.
Hipócrates, quien vivió en Grecia entre los siglos quinto y cuarto antes de Cristo (460-379) es considerado el “Padre de la Medicina”, y a él se atribuye la autoría de la obra Tratados Hipocráticos (Corpum Hipocraticum), donde quedan recogidas 381 menciones al vino como componente de diversas preparaciones medicamentosas.
La frase “El vino es cosa maravillosamente apropiada al hombre si, en salud como en enfermedad, se le administra con tino y medida”, resume el juicio que ese médico tenía de las propiedades del vino.
Algún tiempo más tarde, en el siglo primero de nuestra era, se instalaron en Roma los médicos griegos que hicieron suyo el método terapéutico de servirse del vino como atinada medicina para diversas enfermedades.
Fueron conocidos como phisikos oinodotes, y consideraban a Asclepiades (Esculapio), el dios de la medicina, como su guía y mentor.
En las Sagradas Escrituras se hace mención en 242 ocasiones al vino, encomiando, en las más de las ocasiones, sus benéficas cualidades.
En el Antiguo Testamento hay doscientas dos referencias, en tanto que en el Nuevo Testamento aparecen cuarenta.
En el libro llamado “Eclesiástico”, se lee que “el vino fortalece si es bebido con moderación”.
En dicha obra de la Biblia se consigna, igualmente, la frase siguiente: “Alegría del corazón y bienestar del alma es el vino bebido a tiempo y con sobriedad”.
Y en el Talmud (una compilación de diversos escritos –la piedra fundamental para los judíos ortodoxos— que se remonta al siglo III después de Cristo) se asienta que “el vino nutre, refresca el alma. Donde falta el vino se hacen necesarias las medicinas”.
Siglos después, durante la era bizantina ––entre las centurias IV y VII de nuestra era—, la escuela médica de Galeno preconizaba las virtudes salutíferas del vino en diversas enfermedades.
La medicina árabe, con Rhazes (Mahamed-Abu-Bekr-Ibn-Zacarías, 865-925), Abulcasis (Abu al Qasim, ca. 936-1013), y Avicena (Abu Ali al-Husayn ibn Sina (980-1037), como luminosos faros humanísticos que hicieron de la ciudad de Córdoba, en España, el centro del saber en Occidente, reiteró las enseñanzas de Hipócrates y de Maimónides, entre varios otros, exaltando las propiedades medicinales del vino.
Avicena, una de las más brillantes figuras de la medicina árabe, aconsejaba “beber vino bueno y de buen color”, dentro de lo que él denominó “Método para la conservación de la salud”.
Ya luego vendría la Escuela Médica de Salerno, establecida en el siglo IX, y cuyo apogeo se registró entre los siglos X y XIII, la cual también enfatizaría en las cualidades altamente provechosas del vino, empleado en diferentes formas terapéuticas.
En el documento llamado Regimene Sanitatis Salernitanum se menciona al vino como efectivo agente medicinal.
Y en dicho Código de Salud, quedó establecido que “el vino maduro, de buena calidad, mejora la sangre de quien diariamente lo bebe”.
De la misma manera, en muchos otros libros de medicina, de los siglos subsecuentes, quedó asentado que el vino constituía un poderoso medicamento, en extremo efectivo para tratar múltiples patologías orgánicas.
Entre muchísimos médicos –-una verdadera pléyade de hombres de ciencia– quiero destacar que Alexander Fleming, médico británico nacido en Escocia, quien fue el descubridor de la penicilina, señaló que “la penicilina cura a los seres humanos, pero el vino puede hacerlos felices”.
En tanto que el doctor William Osler, médico canadiense, señaló que “el vino es nuestro medicamento más preciado: es la leche de la vejez”.
En nuestros días, en las dos décadas más reciente, aquellas de los años transcurridos entre 1991 y el año en curso, se han multiplicado las comunicaciones científicas en torno al efecto salutífero del vino.
Carlos Delgado, autor hispano, consigna en su obra Libro del Vino que el vino contiene nada menos que 235 constituyentes, y allí recoge el comentario del Dr. Epstein, experto de la Organización Mundial de la Salud, quien demostró estadísticamente que la incidencia del infarto cardíaco, como consecuencia de la arterioesclerosis, era más baja en los países que consumían preferentemente bebidas de baja graduación alcohólica, como el vino.
En otra fuente de información leí que el vino está compuesto por un 10-15% de alcohol etílico y un 85-90% de agua, y contiene más de seiscientos componentes químicos, entre los cuales los más importantes —desde el punto de vista de su saludable efecto en el organismo humano, especialmente sobre el sistema cardiovascular— son los polifenoles, (quercetina, rutina, catequina y epicantina y el resveratrol), y los flavonoides (antocioanos).
En el año 1991 participó el doctor Serge Renaud (Director de Investigación del Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia —INSERM, por sus siglas en francés—) en el programa de televisión 60 Minutos, de la cadena estadounidense CBS, y en su intervención comentó que la incidencia de las enfermedades cardiovasculares en Francia era menor que en Estados Unidos de América, a pesar de que la dieta de los franceses en más abundante en grasas saturadas.
Explicó que ello era debido a las propiedades salutíferas del vino tinto, consumido ampliamente en ese país.
Este hecho fue denominado la “Paradoja francesa”, y fue el detonante para que el consumo de ese tipo de vino se incrementara notoriamente en Estados Unidos.
Casi dos siglos antes de Serge Renaud haya publicado, en la prestigiada revista médica británica The Lancet, el resultado de sus investigaciones, y participara en el mencionado programa televisivo, Samuel Blake, irlandés, escribió en 1819 un reporte en el que asentó lo siguiente:
“Los franceses comen una gran cantidad de grasas –quesos, otros derivados de la leche completa y foie gras—, y en general tienen menos ataques al corazón que los ingleses y otros europeos”.
Al final del artículo Blake dejo entrever que el consumo de vino tinto podía tener alguna participación en el asunto.
De un artículo periodístico escrito por mí hace poco más de una década (publicado en la edición del bimestre septiembre/octubre de 1999, de la revista “Vinus”, de México), referente a los provechosos efectos que entraña el consumo moderado del vino, transcribo los siguientes párrafos:
“Agosto de 1991 un estudio llevado a cabo en la Universidad de Cornell, en el estado de Nueva York, puso de manifiesto que era el resveratrol, una sustancia química presente en el vino, la que le confería a esta bebida sus cualidades preventivas. En dicha investigación científica quedó asentado que la tasa de mortalidad por enfermedades cardiovasculares era de doscientos por cada cien mil personas en los Estados Unidos de América, mientras que en Francia era, únicamente, de setenta y cinco por cada cien mil habitantes. Estos resultados, al ser conocidos en la Unión Americana ocasionaron que en 1992 las ventas de vino tinto se incrementaran notablemente en el vecino país del norte”.
Considero igualmente pertinente que ahora transcriba otro párrafo del mencionado artículo.
Allí consigno que “El vino no posee únicamente comprobados efectos sobre el aparato cardiovascular. Favorece, asimismo, la digestión, al propiciar la acción eupéptica de los jugos digestivos. Igualmente tiene propiedades bactericidas, debido a sus diversos componentes químicos. Y a más de las cualidades antes señaladas es prudente no olvidar su efecto antitóxico y suavemente euforizante. A este respecto quiero recordar la opinión de Gerard Debenigne, quien dijo: “El vino vierte en los corazones el optimismo, la alegría de vivir y nos produce, además, una mejoría psíquica en nuestro estado de ansiedad”.
El tema de los saludables efectos del consumo moderado y frecuente de vino, especialmente tinto, ha dejado de ser motivo de reportes médicos para trascender a la prensa cotidiana.
En la revista América Economía (que circula en diecinueve países de América) , en su edición del 21 de marzo de 2002, apareció un interesante artículo de Hugo Sabogal, de donde trascribo un párrafo:
“Desde hace más de treinta años se han venido realizando cientos de estudios, en Estados Unidos, Australia, Asia, Europa y Chile, sobre la estrecha relación entre vino y salud. Estas investigaciones, en las que han participado más de un millón de personas, confirman la tesis de que los bebedores moderados de vino tinto están menos expuestos a ciertas enfermedades riesgosas, en comparación con los no bebedores”.
En el Internet, preciado instrumento de información, leí en fecha reciente diversas noticias publicadas en la prensa de todo el mundo, respecto a las propiedades benéficas que acarrea para el organismo de los seres humanos el hecho de degustar diariamente dos o tres copas de vino, especialmente si se trata de vino tinto, ya que los compuestos fenólicos presentes en el vino han probado, en forma indudable, sus efectos antioxidantes, y también porque reducen los niveles del colesterol denominado “malo” (LDL), inhiben la agregación plaquetaria e incrementan las tasas del colesterol llamado “bueno” (HDL).
Los compuestos químicos presentes en el vino tinto que han sido identificados plenamente por sus cualidades antioxidantes específicas son los siguientes: resveratrol, quercetina, procianidina, catequina, epicatequina y miriquetina.
En un informe del organismo estadounidense cuya razón social es Wine Institute, cuya sede está en la californiana ciudad de San Francisco, leo que numerosos grupos de investigadores clínicos, de Estados Unidos de América, Canadá, Gran Bretaña y España, han venido publicando los resultados de sus investigaciones, que ponen de manifiesto, sin lugar a dudas, que la ingesta, moderada, de vino de mesa, sobre todo el tinto, trae como resultado favorables efectos para el organismo de los seres humanos, lo mismo mejorando la función cardiovascular, inhibiendo el desarrollo de células neoplásicas y favoreciendo múltiples funciones corporales, como las digestivas y mentales.
También, en otra parte de este informe científico figura una veintena de reportes científicos recientes, alusivos a los salutíferos efectos del moderado consumo cotidiano de vino tinto.
En esa sección están enlistados los artículos médicos referentes a investigaciones específicas, como aquella publicada en la Revue Neurologique (Revista Neurológica), número 153, de 1997, en la cual los doctores Letenneur y Orgogozo hacen saber que el consumo regular de vino durante los años de la tercera edad (el estudio fue realizado con tres mil setecientas personas, hombres y mujeres, cuya edad era de sesenta y cinco años o más) disminuye notoriamente los riesgos de padecer la temible enfermedad de Alzheimer, y también la posibilidad de sufrir demencia senil.
En otro reporte clínico leo que cada copa de vino contiene aproximadamente doscientos compuestos fenólicos diferentes, de los cuales un crecido número se han hecho notorios porque se ha comprobado que disminuyen ostensiblemente los potenciales daños del proceso de oxidación celular a la que están expuestos los seres humanos.
De acuerdo a la opinión del doctor Andrew Waterhouse, investigador de la Universidad Davis de California, “el vino es una de las mejores fuentes de aprovisionamiento de compuestos fenólicos antioxidantes con que cuentan los estadounidenses”.
En el libro Boir du vin pour rester en bonne santé (“Beber vino para tener buena salud”, Editions Flammarion, 1997), su autor, Michel Montignac , menciona las diversas propiedades salutíferas del vino (consumido, claro está, con moderación), entre las que enlista las siguientes: acción bactericida, antiviral, antialérgica, antioxidante y antiinflamatoria.
De la misma manera, en este excelente libro de doscientas sesenta páginas, su autor analiza los múltiples mecanismos fisiológicos que intervienen en diversas funciones orgánicas, las cuales están favorecidas por las ochocientas substancias diferentes contenidas en el vino, de las cuales, asevera, sólo una pequeña minoría han sido objeto de estudios precisos.
La Fundación para la Investigación del Vino y la Nutrición (sus siglas son FIVIN) es una agrupación internacional de científicos, principalmente médicos y químicos, cuya sede se halla en la catalana ciudad de Vilafranca del Penedés.
Su principal actividad gira en torno a los estudios e investigaciones referentes al potencialmente favorable efecto del vino sobre el organismo humano, así como dar a conocer, mediante congresos de carácter multinacional, las cualidades terapéuticas del vino, cuando este néctar etílico es consumido de tres a cuatro copas por día, junto con los alimentos.
En el boletín de FIVIN número 13, correspondiente al mes de octubre de 1999, se asienta lo siguiente:
“Los Estados Unidos de América se han adelantado a los países de gran tradición vitivinícola, anunciando que a partir de ahora las botellas de vino elaborado en el país americano llevarán una leyenda destacando los efectos saludables del vino. Esta decisión se convierte en histórica, ya que por primera vez, y desde el propio producto, se informa al ciudadano de los efectos beneficiosos del vino. FIVIN está llevando a cabo una serie de acciones en este sentido, para que en España pueda producirse este hecho”.
Tengo a la vista un reporte publicado, el día 25 de diciembre de 2001, por la agencia Reuters, en el cual queda asentado que ”un equipo de investigadores británicos ha identificado los componentes del vino tinto que combaten una proteína asociada a las enfermedades del corazón. Los investigadores han descubierto que los polifenoles, que se encuentran en la piel de las uvas y en el vino tinto, reducen la producción de una proteína que estrecha los vasos sanguíneos y reduce el flujo de oxígeno al corazón. Se cree que dicha proteína, la endotelina-1, desempeña un importante papel en el desarrollo de las enfermedades coronarias, según explican el doctor Roger Corden y sus colaboradores de la Universidad Queen Mary de Londres. Sus descubrimientos apoyan los resultados de otros estudios anteriores, que demostraban que un consumo moderado de vino tinto puede reducir el riesgo de padecer una enfermedad del corazón”.
En esa misma nota informativa leo que “según otro estudio, éste italiano, el consumo moderado de alcohol puede ser beneficioso para el cerebro. Sin embargo, el consumo excesivo puede tener el efecto contrario. Este estudio demuestra que el consumo moderado de alcohol protege contra los problemas mentales en la tercera edad, afirma el director del informe, el doctor Giuseppe Zuccala, de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, de Roma. En la edición de diciembre de 2001 de la revista Alcoholism: clinical and experimental research (Alcoholismo: investigación experimental y clínica) el equipo del doctor Zuccala afirma que los ancianos italianos tienen por costumbre beber vino, sobre todo durante las comidas, aunque raramente consumen otras bebidas alcohólicas”.
En otra noticia, del 28 de enero de 2002, se menciona que ”En un estudio de ocho mil personas, publicado en la revista médica The Lancet, Monique Breteler, epidemióloga de la Escuela de Medicina de la Universidad Erasmus, de Rotterdam, Holanda, informó que la ingestión de bebidas etílicas, de leve a moderada, disminuye el riesgo de desarrollar demencia, en un cuarenta y dos por ciento, y de demencia vascular, en otra forma de senilidad, en un setenta por ciento. Ya sea vino, cerveza o whisky, las personas de más de cincuenta y cinco años que se toman un trago diario tienen menos probabilidad, que los que no beben, de desarrollar la enfermedad de Alzheimer u otros tipos de padecimientos relacionados con la senilidad. Los científicos creen que las cantidades moderadas de alcohol pueden disminuir el riesgo de demencia senil al liberar acetilcolina, una proteína del cerebro que ayuda a transmitir mensajes entre las células cerebrales que controlan funciones como la memoria, la atención y las adicciones”.
Conforme han transcurrido los años se han multiplicado las investigaciones, en infinidad de países, tendientes a demostrar las innegables propiedades del consumo moderado y cotidiano del vino, principalmente tinto.
Entre muchas otras —quizá un centenar de reportes médicos que figuran en mi archivo acerca de este asunto— puedo citar una investigación médica reciente: aquella publicada el 14 de diciembre de 2011 (en el boletín on-line vinogourmet, donde leí que “ investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y el Hospital Universitario La Princesa, de Madrid, España, han realizado un estudio que demuestra que varios de los compuestos fenólicos del vino presentan actividad bactericida frente a Helicobacter pylori, la bacteria responsable de la mayoría de las úlceras y algunos tipos de gastritis. De momento, los ensayos se han realizado in vitro, por lo que es necesario investigar más su efectividad en humanos. La investigación ha dado lugar a una patente del CSIC.
”Los investigadores examinaron 28 cepas de Helicobacter pylori obtenidas de pacientes con sintomatología digestiva. Las cepas fueron cultivadas y sometidas a distintos compuestos fenólicos, todos presentes en la uva y el vino: resveratrol, metil galato, epicatequina, quercitina, ácido vinílico, kaempferol, ácido gálico, ácido cumárico y ácido ferúlico. Los dos primeros compuestos demostraron actividad in vitro frente a todas las cepas aisladas de la bacteria y, excepto los tres últimos, todos mostraron eficacia contra alguna de las cepas.”
Hasta aquí esa cita.
En el boletín on-line Directo al paladar (del 1° de Marzo de 2012) se menciona que la Revista de Medicina Interna (Journal of Internal Medicine) hace referencia a un estudio titulado “Investigación Prospectiva Europea sobre Cáncer y Nutrición (EPIC, por sus siglas en inglés), coordinado por la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer, de la Organización Mundial de la Salud, y allí queda asentado que fue “realizado en muchos países de Europa, con una población de 30.000 personas.
Por lo que se pueden extraer datos muy concisos y valiosos sobre lo que afecta el consumo moderado de vino en las personas.
Sobre la diabetes les ha ayudado para identificar que hasta un 10% de los hombres y un 20% de las mujeres que consumen vino de esta forma son menos propensas a tener diabetes de tipo 2.
“Los otros factores determinantes son: el sobrepeso de las personas. En los sujetos que tienen sobrepeso y además consumen vino de forma moderada el riesgo de padecer diabetes de tipo 2 es aún menor. Parece ser que los que tienen sobrepeso metabolizan el alcohol de una forma más rápida. Además, el alcohol, siempre que sea menos de 50 gramos por día, hace un buen trabajo sobre las proteínas que se encuentran en la grasa corporal. Pero pasado esa cantidad de alcohol al día el riesgo puede ser mayor. Por último parece que socialmente un bebedor de vino es diferente a otros bebedores de otro tipo de alcohol ya que suelen tener una mejor dieta y ser menos fumadores. Lo cual también puede ser un motivo para no padecer ciertas enfermedades”.
Hasta aquí esa cita.
A este particular quiero señalar que en una botella de vino californiano, degustado por mí hace algunos años, observé que en la contraetiqueta aparece la leyenda que a continuación transcribo:
“ The proud people who made this wine encourage you to consult your family doctor about the health effects of wine consumption”. La traducción de esta frase bien puede ser la siguiente (sin olvidarme de recordar la expresión italiana que afirma “traduttore, traditore”): “Las personas que elaboraron este vino, del cual se sienten justamente orgullosas, le sugieren a usted consultar a su médico acerca de los efectos saludables de su consumo moderado”. Esta mención fue autorizada, en 1999, por el Departamento de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos de América, lo que sin duda en mucho contribuyó para que el vino fuese visto como una bebida saludable (cuando es consumida con sobriedad), y dejase de ser satanizada su ingesta.
Las investigaciones clínicas que actualmente tienen lugar en infinidad de instituciones del mundo entero permiten aseverar, sin riego a equivocaciones, que las personas que diariamente consumen de dos a tres copas de vino, tinto principalmente, durante las comidas, tienen mayores probabilidades de disfrutar de una vida más sana.
No se trata únicamente de darle más años a la vida, sino de darle más vida a los años.
Es decir, que no únicamente alcancemos una edad más prolongada, cronológicamente hablando, sino que la calidad de la vida sea más gratificante, merced al estado de salud que se tenga.
Esta es, a mi parecer, la sana actitud que debemos observar con respecto del vino: tener un conocimiento más amplio y preciso, sin falsos prejuicios, de que el vino degustado con sobriedad y mesura, acompañando a los alimentos, constituye el camino más atinado para mejorar el estado de salud corporal.
Para concluir con esta relación de los efectos salutíferos del vino, comentaré que el día de ayer, 16 de abril de 2012, apareció publicada en el boletín on-line Notialfa –de la ciudad de México– la noticia de que el hecho de ingerir diariamente una bebida alcohólica o dos podría ser beneficioso para hombres que sobrevivieron a un ataque al corazón, según una nueva investigación publicada en el European Heart Journal.
“El estudio, llevado a cabo por investigadores de la Facultad de Medicina de Bringham y del Hospital para Mujeres en Boston, encontraron que los hombres que consumieron dos bebidas alcohólicas por día después de su primer ataque al corazón, se encontraron en menor riesgo de morir que los hombres que no consumieron alcohol.
El tipo de bebida no tuvo influencia en los resultados, pero los bebedores en exceso mostraron tener un riesgo de muerte similar al de los no bebedores.
“Los investigadores hicieron el seguimiento de más de 1,800 hombres que sobrevivieron a un ataque al corazón.
Los participantes llenaron cuestionarios sobre su estilo de vida y los científicos encontraron que los hombres que bebieron alrededor de dos bebidas alcohólicas tenían un 42 % de menor riesgo de morir por problemas cardiovasculares y un 12 % de menor riesgo de morir por cualquier otra causa, comparados con los abstemios.
La doctora Jennifer Pai, autora principal del estudio y profesora asistente de medicina en Bringham y el Hospital para Mujeres de la Escuela de Medicina de Harvard, observó que el consumo moderado de alcohol ha sido asociado desde hace mucho a un menor riesgo de padecer enfermedades coronarias entre las personas saludables.
“Recientemente algunos estudios sugirieron un efecto benéfico por el consumo moderado de alcohol sobre una menor mortalidad entre individuos que ya padecen de alguna enfermedad cardiovascular, pero los resultados, de alguna manera, fueron contradictorios”, continuó Pai. “Nuestro trabajo es el primero en examinar el efecto que tiene el consumo moderado de alcohol, previo a que un hombre padezca un ataque al corazón y después de que sobrevivieron a él.”
Hasta aquí esa cita.
Todo lo antes mencionado dio forma a la disertación que Miguel Guzmán Peredo hizo en ocasión de la trigésima tercera cena de la serie denominada Gastrónomos y Epicúreos, del Grupo Enológico Mexicano, celebrada ayer, martes 17 de abril, en el restaurante “Piazza Navona”, de Polanco.
Al concluir esta charla los allí reunidos degustaron dos vinos de la Vinícola L. A. Cetto, fundada en Baja California en 1928 por un emigrante italiano, Angelo Cetto, quien llegó al Valle de Guadalupe (nombre de la región vitivinícola más importante de nuestro país, que se localiza no lejos de la portuaria ciudad de Ensenada, sita a ciento doce kilómetros de Tijuana) en el año 1926, y allí estableció su residencia.
Su hijo Luis Agustín Cetto se inició en 1951 en el negocio vitivinícola de su padre, y para 1965 se incorporó a la naciente empresa familiar el enólogo italiano Camilo Magoni, el artífice de la extraordinaria calidad de los vinos de la marca L.A.Cetto.
Hoy en día es Luis Alberto Cetto Salazar, hijo de Luis Agustín Cetto, quien dirige los destinos de la bodega vitivinícola más importante de México, tanto por el volumen de los vinos elaborados como por la calidad de esos vinos.
La extensión del viñedo asciende a mil cien hectáreas, ubicadas en varias zonas de esta región: Valle de Guadalupe, San Antonio de las Minas, San Vicente y Tecate. Colorado.
El mayor número de hectáreas sembradas con una variedad es de doscientas cincuenta, cubiertas con viñas de la cepa Cabernet Sauvignon.
Otras variedades ampliamente cultivadas son las de Chenin Blanc, Sauvignon Blanc, Zinfandel, Nebbiolo, Chardonnay y Grenache.
Otros vidueños son los siguientes: Malbec, Merlot, Syrah, Petit Verdot, Viognier, Dolcetto, Sangiovese, Petite Sirah, Riesling, Barbera, Tempranillo y Colombard.
Los vinos de la marca L. A. Cetto están clasificados dentro de varias categorías.
La línea Clásica cuenta con nueve.
La Reserva Privada, con tres; La Sierra Blanca, con tres; Don Luis, con cuatro: Conmemorativa, con cuatro; a más de otros vinos de la Línea Boutique.
La producción anual de vino se acerca a los diez millones de litros (nueve punto nueve millones), y de esa cantidad son exportados, a treinta países, aproximadamente un millón quinientos mil litros.
Los principales países importadores de estos exquisitos néctares etílicos son Gran Bretaña, Estados Unidos de América, Canadá, Holanda, Dinamarca y Francia.
La Vinícola L. A. Cetto ostenta la preciada distinción de haber sido galardonada con el mayor número de medallas y Reconocimientos que alguna bodega vitivinícola mexicana haya recibido: 290 hasta el mes de Marzo de 2012, en concursos enológicos internacionales de señalado prestigio.
Los Miembros de Número del Grupo Enológico Mexicano presentes en esa ocasión, describieron las características organolépticas de los dos vinos degustados esa noche.
Primeramente el vino Chenin Blanc, cosecha 2011, de color amarillo paja muy cristalino, brillante, con buen escurrimiento de glicerol, y al olfato se advertían los aromas de la guayaba, el membrillo, la manzana verde, la toronja y el durazno, entre otros frutos tropicales.
A la boca su ataque mostraba una equilibrada acidez y un prolongado retrogusto, confirmándose en el paladar los aromas previamente detectados.
El vino tinto fue Cabernet Sauvignon, cosecha 2010, de bello color rojo rubí, y cuyos aromas recordaban los frutos rojos no maduros (cereza, ciruela, frambuesa), la barrica y el cuero.
A la boca fue un vino delicioso, en su cabal momento para ser degustado.
A continuación fue servida una deliciosa cena, cuyo menú consistió en las siguientes sabrosuras.
Como entrada Cuori di Lattughe con Pere, Gherigli di Noci, Anitra Affumicata, Salsa al Gorgonzola (Corazones de Lechuga Baby con Pera, Nuez , Pato Ahumado, Aderezo de Queso Gorgonzola).
En seguida, Ravioli di Asparais e Ricotta, con Salsa alla Crema di Fungí (Ravioles Rellenos de Queso Ricotta y Espárragos Frescos en Salsa Cremosa de Hongos).
El postre, una exquisitez, Croccante di Arancio Ripieno con Mousse di Yogourt, Frutti di Bosco e Sorbetto di Lamponi (Crujiente de Naranja con Mousse de Yogurt y Frutas Rojas, sorbete de Frambuesa).
Terminamos con un delicioso café.
A manera de colofón citaré una frase de Salvatore Paolo Lucia (1901-1984), médico estadounidense, quien dedicó mucho tiempo de su vida profesional a difundir las propiedades benéficas del consumo mesurado del vino:
“Desde hace miles de años el vino ha sido utilizado, con efectos benéficos, por casi todos los grupos culturales. No sólo como alimento y medicina, sino también por su valor al proteger al hombre contra los síntomas de la tensión y el stress”.
Addenda
En mi obra El Libro del Vino, publicado en 1983 por la Editorial Océano, en Barcelona, España, dejé asentado en el capítulo inicial –titulado ¡Salud!— que “Cualquier festividad o celebración constituye la mejor oportunidad para levantar nuestra copa y brindar por la salud, el bienestar y la felicidad de nuestros familiares y amigos.
En el Salmo 116 de las Sagradas Escrituras leemos: “¿Qué podré, yo dar a Jehová por todos los beneficios que me ha hecho?.Tomaré el cáliz de la salud e invocaré el nombre de Jehová”.
Y a continuación escribí: “Los pueblos del Medio Oriente, al brindar, utilizaban la fórmula hebrea Lkhayyim, que quiere decir “a las vidas”, como expresión de bienaventuranza y paz.
Los godos lanzaban sonoras exclamaciones, al pronuncia la palabra eils, que significa Salud.
Los nórdicos emplean el vocablo skoal, que al parecer proviene del recipiente (un cráneo) donde bebían sus antepasados.
Los germanos, por su parte, decían Gesundheit, como deseo de salud, cuando levantaban su copa, o tarro, y libaban algún néctar embriagante”.
¿Cómo se dice «salud» en el mundo?
Alemania : Prosit
Arabia : Fischettak
Cataluña: Salut
República Checa: Nazdar
China : Kong chien
España (Hispano América) : Salud
Francia: A votre santé
Gran Bretaña (países anglófonos): To your health
Grecia : Is yan
Israel : Le chaim
Holanda : Gesondheid
Hungría : Egeszegere
Irán : alamat shemoh
Italia: Salute
Japón Banzai
Noruega Skoll
Polonia : Naz dravie
Portugal : A vossa saude
Rumania : Noroc
Rusia : Vasha zdarovia
Turquía : Serifiniza
Yugoslavia: Nazravije
Por Miguel Guzmán Peredo
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