Virginia Luque: “El legado andalusí fue un regalo para el mundo”
Virginia Luque nos cita cerca de la Mezquita. Y no lejos de la calle del Pañuelo. La historiadora de Al-Andalus y del legado andalusí considera que algunas de las estrechas calles del cogollo monumental todavía conservan la esencia arquitectónica y cultural de su pasado musulmán, a pesar del efecto del turismo. Por eso, con la publicación de su último libro, El legado de Al-Andalus, busca este rincón en Córdoba para ilustrar una entrevista en la que expresar su devoción por una cultura transfronteriza que tuvo como principal cuna Andalucía pero que hoy se irradia y se recuerda por todo el norte de África y buena parte del resto del mundo musulmán.
Gestora cultural, comisaria de exposiciones y autora de más de una decena de publicaciones, mantiene vivo su blog El Diván de Nur, donde divulga conocimientos sobre historia, antropología, literatura y viajes al Magreb y por todo el Mediterráneo. Un espacio donde la historiadora, como dice en la introducción de su libro, “supera los obstáculos de la rigidez dogmática e imperante”.
¿Qué es un dogma para un historiador?
Es el imperativo que recae históricamente sobre un historiador o un investigador que se dedica a la ciencia histórica.
¿Cuál fue tu último viaje y cuál va a ser el próximo?
Mi último viaje fue a Chauen hace un año, precisamente, para ir recabando una información que necesitaba para este libro. Fue con ocasión también de una conferencia que di en Ceuta sobre los sabios de Sebta y aproveché para visitar esa bellísima ciudad del norte de Marruecos. Mi próximo viaje será dentro de una semana muy cerca de allí, en M’diq, muy cerca de Ceuta. Por cierto, M’diq en árabe significa estrecho.
¿Siempre has sido viajera o alguna vez fuiste más turista?
No me considero para nada turista, me considero más viajera. Es como recogía en El cielo protector Paul Bowles en sus estancias en Marruecos. Cuando uno viaja por el Magreb en realidad uno se acultura y se desposee de todos sus principios culturales para abrirse y recibir los magníficos componentes de esas ricas tierras.
Soy una investigadora libre
¿El norte de Marruecos es el sur de Andalucía o viceversa?
(Silencio) Hay muchos elementos comunes entre Andalucía y el norte de Marruecos, evidentemente. Y de la misma manera que el sur de Andalucía puede considerarse el norte de Marruecos, el norte de Marruecos puede ser como el sur de Andalucía. Son territorios cercanos geográficamente, culturalmente, espacialmente e históricamente.
¿Cruzando el estrecho te sientes en casa?
En el norte de África, la virtud de la hospitalidad de sus gentes consigue que casi nos sintamos mejor que en casa.
Hace solo unos días se publicó un informe en que se señalaba que la islamofobia se ha duplicado en tan solo un año y que se han contabilizado hasta 573 incidentes, de los que un 14,14% iban dirigidos contra mujeres.
Desconocía estos datos y no es precisamente la visión que tengo cuando cruzo el estrecho y me encuentro con muchos viajeros que proceden de Andalucía y de las provincias más cercanas, como Cádiz. Ellos, evidentemente, van no como turistas sino más como viajeros, por eso no dejan de sorprenderme datos así.
¿Y a qué crees que podría deberse este desconocimiento o rechazo de algunos andaluces con respecto a sus vecinos del sur?
Habría que mirar bien esos informes porque se basan en muestreos y sería interesante ver dónde se han hecho porque no es lo mismo preguntar en un barrio determinado de una ciudad que en una zona céntrica de cualquier municipio andaluz. Porque no podemos generalizar ese tipo de ideas. En cualquier caso, creo que se debe, desgraciadamente, a la ola que hay de islamofobia que se está extendiendo no solo por Andalucía, sino en España y en resto de Europa a raíz de esta inseguridad global que sufrimos.
Un historiador tiene que patear realmente el terreno
Y que sufre especialmente el propio mundo árabe.
Efectivamente.
¿La forma en la que enseñamos Historia en el sistema educativo puede tener algo que ver con este problema?
Creo que se debe más a un impulso reciente, a un miedo, a una sensación de temor en ciertos colectivos que se dejan guiar más por instintos que por la razón.
¿Pero la educación no podría servirnos de vacuna ante esa forma de pensar más instintiva que racional?
No sé si en las políticas de sensibilización ha habido un fracaso, pese a que ha habido programas educativos y sociales muy bien planteados. Habrá que preguntarse qué es lo que falla, si ha habido una inversión por parte no solo de fondos europeos para luchar contra esa fobia transfronteriza hacia el otro. Si es así, ¿qué falla entonces? Ha habido programas que han revertido positivamente en la sociedad en los últimos años; por eso habrá que ver qué pasa. Pero insisto: es verdad que en estos dos últimos años el tema de la seguridad se ha vuelto mucho más duro. Olvidamos muy fácilmente lo que hemos aprendido y se tiende mucho más a desaprender que a aprender.
¿Hemos aprendido o enseñado mal nuestro pasado y legado andalusí?
Habría que consultar bien los currículos de Secundaria y Bachillerato. Además, claro, la historia de Al-Andalus es solo una parte de la historia de España y en nueve meses da poco tiempo a profundizar bien en la complejidad de sus ocho siglos. Pero creo que deberían existir, sobre todo, transversalidades con otras asignaturas como la Literatura. Tenemos una asignatura que se llama Literatura Española, ¿pero realmente estudiamos literatura de la península Ibérica? ¿Realmente estudiamos literatura catalana, gallega, vasca o andalusí? Porque esta última fue una literatura producida por auténticos genios que hoy son valorados en el mundo árabe como si fuesen autores de la talla de Cervantes. Hablamos de Ibn Hazm, Averroes, Ibn al Jatib…
¿Qué has aprendido tú escribiendo este libro?
Que estoy en el comienzo todavía.
Mi trabajo, que considero riguroso, es de divulgación
¿Y cómo fue el comienzo del libro?
Pues se remonta a más de 20 años atrás (risas). Fue un proceso individual de exploración e indagación de fuentes, primero aquí en Al-Andalus. Necesitaba conocer y estudiar aspectos relacionados no solo con la cultura material y la arqueología, sino también con las crónicas. Cuando estudiamos historia, muchas veces no nos detenemos tanto en las crónicas y las fuentes primarias. Y la verdad es que no fue hasta que tomé contacto con las fuentes andalusíes y árabes que hablan sobre Al-Andalus, cuando realmente descubrí mi acicate para seguir adelante. Invito a nuestros lectores a que puedan consultar un fragmento de la obra de Ibn Hayyan, uno de los grandes historiadores de la Edad Media de la península que vivió entre los siglos X y XI y que se supone que está enterrado en el arrabal de Shaqunda. Si leemos el Muqtabis II o V veremos qué grado de detalle y narración se alcanza. Yo siempre lo comparo con una especie de máquina del tiempo. Por ahí empezó mi interés con todo lo que tiene que ver los estudios andalusíes. Pero tuve un punto de inflexión hace 14 años, cuando empecé a trabajar en un proyecto de investigación sobre el patrimonio inmaterial entre Andalucía y Marruecos. Entonces, empecé a pensar que un investigador no se tiene que encerrar tanto en una biblioteca, consultando fuentes, sino que también tiene que patear realmente el terreno, concebir y analizar los espacios, la componente humana, hacer trabajo de campo hablando con las gentes y las familias y reconstruir todo ese proceso que tal vez queda cojo solo con las fuentes. Hay un trabajo empírico que hay que realizar.
Ahí estás aunando distintas ciencias humanísticas. Además de la historia, hablas de geografía, antropología, filología… No suele ser habitual una manera tan interconectada de plantear los trabajos especializados en España.
Y soy una investigadora libre. No pertenezco a ninguna institución, aunque es verdad que colaboro con la Universidad de Córdoba en el departamento de Humanidades, aunque no tenga nada que ver con mi línea de investigación. Este trabajo es completamente vocacional y sin ningún tipo de financiación. He tenido que ahorrar para poder pagarme mis viajes, aunque es verdad que he podido aprovecharme de alguna que otra beca de enseñanza en lengua árabe que me fue concedida en 2009 para ir a Túnez. Aprovechaba estas estancias para poder realizar este trabajo. También he tenido la suerte de trabajar puntualmente en Marruecos, desde la región oriental a norte para intentar explorar cuestiones útiles para el libro. Pero es verdad que no es una forma habitual de trabajar porque se nos enseña que tenemos que especializarnos en una parcela y es casi ambicioso y osado intentar salirnos del camino ya trazado de nuestra especialidad.
En Oujda (Marruecos) los músicos conocen los zéjeles del cordobés Ibn Quzman. Eso no pasa en Córdoba.
No pretendo ser ambiciosa y lo dejo claro en la declaración de intenciones que es el prólogo: no busco vanidad ni protagonismo con este libro, sino que el objetivo es el deseo de transmitir, me siento una más, un eslabón en una cadena muy larga. Soy una investigadora más que se intenta asomar a esta cuestión y muy humildemente, con total respeto por otras disciplinas de la ciencia y de la mejor manera que he creído posible con una metodología de investigación histórica que es a la que más recurro como historiadora que me siento y soy. Pero sumando otros aspectos en los que he evolucionado científicamente en campos como pueden ser la arquitectura –por un máster en el Instituto andaluz de patrimonio- ya te va permitiendo mirar las cosas de otra manera.
En ese máster nos obligaban a rechazar nuestra identidad científica y a ponernos en el pellejo de otras profesiones que trabajaban el patrimonio, como por ejemplo los arquitectos, los geógrafos o los antropólogos. Y recuerdo preguntas de exámenes bastante atípicas en las que nos pedían analizar un problema patrimonial pero desde la perspectiva de la arquitectura; mientras que a los compañeros arquitectos les tocó esa misma pregunta pero desde la perspectiva de un historiador, de tal manera que ese bagaje nos permita expandirnos por otros caminos. Y en mi caso también está mi filia obsesiva por el mundo del arabismo. En ese sentido es verdad que estudié árabe pero no filología árabe.
La propia diáspora generó el mito y la nostalgia hacia Córdoba
Ante todo, me siento historiadora pero realmente disfruto no solo leyendo las fuentes y las crónicas andalusíes sino estudiando los trabajos de nuestros grandísimos arabistas, desde García Gómez, Julio Caro Baroja, Domínguez Ortiz y Mikel de Balza, profesor de la Universidad de Alicante ya fallecido y quien mejor aportó conocimientos sobre Túnez y sus moriscos. Su obra es de una claridad absoluta y conjuga todo lo que puede aportar un arabista y un investigador de la historia moderna y contemporánea. Para mí ha sido un referente y siempre lo estoy citando. Otros referentes en mi carrera son Jorge Lirola Delgado y su magnífica Enciclopedia de Al-Andalus, que nos ha ayudado mucho a adentrarnos en ciertas biografías de personalidades que desconocíamos y de andalusíes que emigraron. También nos sirven de referencia historiadores como Bernabé Pons, alumno de Mikel de Epalza; o arqueólogos como Henri Terrase, de la escuela francesa. Otros expertos son Muhammad Benaboud, que es un grandísimo historiador que se especializó en la Córdoba taifa y que aporta un gran trabajo para comprender la medina de Tetuán y todos los procesos históricos de los moriscos de esa zona. Y no me puedo olvidar de Manuela Cortés, cordobesa de la Universidad de Granada.
Has desarrollado tu carrera al margen de las universidades. ¿Una decisión sobrevenida o intencionada?
La verdad es que no se dieron las circunstancias favorables para desarrollar esa carrera científica por los problemas de los recortes. Acabé la carrera en 1997 y después llegaron los recortes en el mercado de la investigación y tal vez me faltaron apoyos. Tuve muchos inconvenientes, me aconsejaron que dejara la cuestión y afortunadamente desoí esas recomendaciones y como mi cuestión es casi vital pues me acompañará todos los días de mi vida. Respeto profundamente a la comunidad científica, valoro y considero mis fuentes de información fundamentales que utilizo para mi trabajo, que considero riguroso, pero que evidentemente es de divulgación.
A veces parece que, precisamente, los historiadores no hacen cercana una materia que debería de resultarnos accesible a todos.
Coincido contigo. Hace poco leí dos entrevistas, una a Francisco Núñez Roldán, profesor de Historia Moderna jubilado y que se preguntaba para qué existía la historia si no trascendía socialmente. La otra entrevista era a Eva Díaz Pérez, una escritora sevillana que comentaba que con su manera de contar la historia trataba de hacerla accesible y huyendo del lenguaje críptico que usamos los historiadores. Cuando leí aquello me dejó planchada porque a mí se me ha criticado un poco a nivel de investigación por el hecho de usar un lenguaje excesivamente fácil. No sé qué problema puede haber en eso. No conozco otra forma de escribir en la divulgación o en hacer fácil lo que aparentemente puede ser difícil. Y no dejo de citar las fuentes.
Fuentes como las memorias del rey Abd Allah de Granada, escritas desde el destierro.
Las recomiendo encarecidamente y me sirvieron para contar el complejo siglo XI. La escribió en Agmat, donde fue enterrado con su opositor político y enemigo en Al-Andalus que era el rey de Sevilla. En su momento, aquella ciudad, hoy muy pobre, fue una ciudad rica y caravanera. Hoy nadie va a Agmat pero siempre hay algún arabista, fueron los hispanistas y los arabistas y los románticos que conocían bien la historia y la poesía del rey Almutámid de Sevilla. También atrajo a andalucistas como el propio Blas Infante, que descubrió la tumba. Sobre ella se levantó un mausoleo en los años sesenta. Pero nadie sabe que 100 metros más allá está la tumba de Abd Allah. Por eso titulamos el capítulo como Reyes desterrados, vecinos enterrados.
Aquí lo andalusí suena a anacronismo mientras que en Marruecos se cita en la Constitución.
Porque esta extraña pareja terminó allí empujada por los almorávides.
Claro, les pidió ayuda el rey de Sevilla porque les amenazaba Alfonso VI tras la caída de Toledo y les echó un cable en la batalla de Zallaqa. Y tras rechazar a los cristianos fueron uno por uno tomando todos los reinos y reyezuelos de Al-Andalus. Apresó al rey Abd Allah de Granada y todo eso lo cuenta él en unas memorias subjetivas pero en las que no deja demasiado mal parado al rey de Sevilla, aunque fuese su enemigo. Cuando llegan los almorávides se los llevan presos.
El libro se basa en las crónicas de primera mano de casi el momento de personas que ordenan la realidad que les tocó vivir por escrito y sujetos a su propia subjetividad. ¿Cómo recoges todo eso para tratar de ser lo más imparcial u objetiva posible?
Intento ser objetiva porque recopilo, compilo y expongo en función de mis lecturas y mi trabajo de campo fruto del contacto con las fuentes y el territorio. Y siempre saltando de las diacronías a las sincronías y viceversa. Y a partir de ahí, dejo que el lector deduzca. Intento que no haya carga ideológica. Yo hago narrativa histórica y trato de que sea lo más fácil, accesible y amena posible viendo cómo toda esa herencia ha llegado a la actualidad y ha tomado muchos caminos. No podemos hablar de autenticidad, eso sería un crimen, pero sí que hay un cúmulo de herencias que ha tomado forma en todas las manifestaciones culturales.
¿Por ejemplo?
En la música. Realmente de las músicas andalusíes que se hacen hoy en modo tradicional y clásica, conocida como nuba y que se cantaba en la corte del Alcázar de Córdoba o en las almunias califales en el siglo XI lo único que nos queda es la literatura. Eso es imborrable. Me he llegado a encontrar con que nuestro gran artista de Córdoba, Ibn Quzman, que debería de formar parte de los programas de literatura en Secundaria por la forma popular, trovadoresca y muy divertida de sus obras, es muy apreciado en Marruecos. En Oujda (Marruecos) los músicos conocen los zéjeles del cordobés Ibn Quzman. Eso no pasa en Córdoba. Y lo admiraban porque tenía piezas tan atemporales que mil años después podía ser interpretado y vocalizado en árabe como si se hubiese compuesto el día anterior. Y eso les pasa también porque el legado andalusí lo tienen perfectamente integrado en su acervo propio. Al-Andalus fue aquel periodo tan interesante en el que se conjugó lo clásico con una compilación de saberes de herencia clásica que produjo una efervescencia cultural tan grande que con la diáspora se vomita todo eso, se expulsa y se expande. Y mucha de esa transmisión oral se hizo por vía femenina, como ocurrió con los sefardíes.
Pero Córdoba y Al-Andalus también sirven de inspiración a autores contemporáneos.
Sí, eso sale en el último capítulo del libro, tanto en la literatura, teatro o cine. Un director usa a nuestro Averroes de una manera anacrónica para defender el librepensamiento. Y Rosa Martínez Lillo nos cuenta que en literatura se ha creado un término para expresar el sentimiento de algunos árabes al llegar a Córdoba. Es lo que se conoce como wayd. Es una palabra que significa a la vez melancolía, alegría, nostalgia y tristeza. Córdoba forma parte de un mito y González Alcantud, al que le tengo mucho respeto y admiro mucho, ha dicho desde el punto de vista antropológico que la propia diáspora generó el mito y la nostalgia hacia Córdoba desde el primer momento. Él considera que hay más partes de pathos que de logos y es partidario más bien de deconstruir la misma narrativa histórica que yo defiendo (risas). También Pedro Martinez Montálvez, que en sus libros Significado y símbolo de Al-Andalus, España y España en la literatura árabe contemporánea nos ayuda a entender cómo se desarrolla el mito y cómo la literatura termina idealizándose. De la misma forma que se terminó idealizando la relación entre Ibn Zaydún y Wallada, pero Mahmud Sobht, que es el máximo experto en el poeta, pone en entredicho que la relación existiese tal y como la cuentan. Pero el mito ya funcionaba en época contemporánea a su escritura y corrían primero en boca de los cordobeses para rápidamente cruzar el estrecho.
Ese intercambio no paró por el estrecho. Hasta el siglo XVII con la expulsión de los moriscos.
En Testur, un pueblo a unos 60 kilómetros de Túnez, se hizo una arquitectura mudéjar a pesar de que los últimos migrantes del XVII que llegaron estaban más habituados al manierismo y al barroco. Que también se inserta en unos pueblos cercanos. Pero en este caso, como los que se instalan en Testur venían de Aragón, llegaron empapados del mudéjar turolense. Y lo más curioso es cómo las comunidades de emigrantes se fueron instalando por sus orígenes. Los moriscos extremeños, por un lado, los valencianos, por otro, los catalanes por otro. Y ahí tienes a los tagarinos (tagar significa frontera) y son los catalanes y valencianos que hablaban catalán. Y ellos dieron nombre a un barrio del centro de Argel que se llama Les tagarins y en Testur conservaron el catalán durante siglos. Y el castellano se mantuvo en Túnez hasta el siglo XIX. Perdimos mucho, pero ellos ganaron y se apropiaron de algo que ya forma parte de su identidad, lo andalusí; y no solo entre los descendientes de los moriscos sino en la cultura de todos los habitantes. Incluso en la nueva constitución de Marruecos, en su preámbulo, se tiene en cuenta la pluridentidad de Marruecos citando a los andalusíes, los beréberes, los árabes y los judíos. En nuestro Estatuto se habla de multiculturalismo. Aquí lo andalusí suena a anacronismo mientras que en Marruecos se cita específicamente.
El legado andalusí se transmitió por vía femenina, como el sefardí
Porque queda en las ciudades.
Mira Tetuán o Rabat o Tánger. Es muy gracioso porque hay piques entre Tánger y Tetuán. Los primeros llaman pijos a lo segundos porque los de Tetuán son descendientes de moriscos y muchos de ellos pertenecientes a la nobleza granadina y esas élites siempre estuvieron cerca de los sultanes de Marruecos hasta tal punto que se les llama pijos y se hacen chistes sobre ellos. Es verdad que son caracteres totalmente distintos. Los tangerinos son abiertos y mediterráneos, mientras que los tetuaníes son más como los cordobeses, más reservados y discretos. Esto no es científico lo que estoy diciendo pero son pinceladas de mis viajes desde un punto de vista antropológico. No se puede generalizar un carácter, pero está claro que Tánger es una ciudad completamente abierta y Fez o Tetuán son mucho más herméticas y misteriosas.
Por Manuel J. Albert
Con información de Cordópolis
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