Atrocidades culturales de la guerra en Siria
A Arnoldo Martínez Verdugo, figura señera del siglo XX mexicano.
A José María Pérez Gay, invaluable amigo.
In memoriam.
El conflicto en el cercano Oriente obedece a una maraña de intereses de muy diversa índole, cuya complejidad se acrecienta con el tiempo mientras que las posibilidades de solución se reducen sensiblemente. La conclusión del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas en su informe de febrero del año en curso no deja lugar a dudas: la solución política para Siria en las condiciones prevalecientes es imposible.
A esta situación de alta complejidad habría que agregar la destrucción de uno de los patrimonios de mayor riqueza en el ámbito cultural y que ha sido cuna de las civilizaciones más antiguas. Esta destrucción parece no tener precedente a escala internacional. Damasco y Alepo, dos de las ciudades sirias de mayor importancia, fueron escenarios de los primeros asentamientos humanos y es en Siria en donde surge la primera sociedad agraria.
Las fuerzas antagónicas en Siria no han reparado en tomar monumentos pertenecientes al patrimonio cultural de la humanidad como resguardo para sus actividades militares, en flagrante contravención de la legislación internacional. El torbellino de la confrontación bélica y la imposibilidad de acceder a los sitios del patrimonio cultural impide ver con claridad la magnitud de esta destrucción sistemática, lo que adicionalmente emboza una información confiable. No obstante, se tiene certeza de que 12 de los 36 museos sirios han sido saqueados. Estos eventos fueron inicialmente negados por el gobierno sirio, que reducía la pérdida a una estatua dorada aramea del Museo de Hama y una pieza de mármol del Museo de Apamea; los demás bienes culturales museísticos, sostenía, se habían puesto a buen recaudo.
Se cuenta ya con información de que han resentido severos daños en Alepo, el mercado milenario, la gran mezquita Umayyad y la ciudadela, así como en la Ciudadela de Raqqa. Lo que también es lamentable es el daño a la capilla de los cruzados en el Crack de los Caballeros, cerca de la ciudad de Azzara. Este sitio patrimonial fue una fortaleza de los cruzados, con un estilo que refleja una mezcla de las culturas francesa y musulmana. A ello habría que agregar la destrucción del campanario de la Iglesia Um Al Zanar, en el norte de la provincia de Homs.
Un templo asirio de la mayor importancia fue destruido en Tell Sheikh Hamad, junto con las paredes y torres de la ciudadela de al-Madiq. Las tropas regulares del gobierno sirio no han tenido escrúpulo alguno en ocupar el castillo de Ibn Maan, en la ciudad romana de Palmira, en cuyo valle de las tumbas apostaron tanques, al sur de la antigua ciudad. La magnitud de la destrucción es un reto a cualquier imaginación.
A lo anterior hay que agregar el pillaje. En el Valle del Éufrates se han identificado excavaciones ilícitas, específicamente en Mari, Doura Europos, en Deir ez-Zor y Zenobia; franco vandalismo en la zona de Mari y el Museo, y ocupaciones ilegales en Doura Europos. Los antiguos poblados del norte de Siria, patrimonio cultural de la humanidad, y en Qala’at Semaan (San Simón) no han sido excepción; se tiene conocimiento del total colapso de una pieza de piedra caliza en una tumba piramidal en El Bara y de vandalismo en Sergilla. Otros de los pillajes de los que se puede dar cuenta es el de Dja’de (sitio neolítico) y en Umm Tell (sitio paleolítico).
En el sur de Siria el paisaje también es desolador: existen excavaciones ilícitas en Bosra (ubicada entre la Ciudadela y los baños termales). Las ciudades de Tell el-Far, Tell Taouil y Tell el-Kharaze también han estado altamente expuestas. El vandalismo y el pillaje no han encontrado límites, como en la región de Hama. Han estado bajo un constante acoso, en Shir, los asentamientos neolíticos; en Raphaneae una fortaleza legionaria romana; en Qasr al’Azm el palacio del gobernador otomano, y en Shayzar/Larissa un asentamiento del periodo helénico.
Desde el inicio del conflicto, la comunidad internacional expresó su gran preocupación de lo que era altamente predecible: la emergencia del mercado negro de bienes culturales. A los pronunciamientos de la UNESCO en este orden habría que agregar la primera intervención de Lakhdar Brahimi, enviado especial de la Liga Árabe, el 24 de septiembre de 2012 ante el Consejo de Seguridad de la ONU sobre la destrucción impune del patrimonio cultural.
Ahora se ha replicado la misma matriz de pillaje que en Irak; todos los participantes de las diferentes fracciones en pugna se han arrogado el derecho de saquear en beneficio de su causa y contribuyen con ello a enriquecer el mercado negro. El Ejército Sirio de Liberación, que combate al presidente Bashar al-Assad, en su búsqueda de divisas no ha quedado exento de estas acciones depredadoras.
El contacto de Amán
A raíz del conflicto sirio se ha formado una compleja red de contrabandistas y mercaderes de arte que están destruyendo sin ningún escrúpulo uno de los legados más importantes de la humanidad.
Como lo fue durante el conflicto en Irak, Amán, la capital de Jordania, se ha convertido en un centro importante de comercio de bienes culturales ilícitamente exportados de Siria. Ahí es fácilmente asequible la compra de vasijas de la edad de bronce de la ciudad de Tal Shihab, mosaicos bizantinos de la Iglesia de San Simón o de la ciudad romana de Apamea, ubicadas en las cercanías de Alepo, y estatuillas de más de dos mil años de Bosra, una ciudad que albergaba a uno de los teatros romanos mejor preservados. En el mercado negro las antigüedades de la era nabatea y las tablillas de piedra de la era aramea son de las más preciadas. Para remover los mosaicos bizantinos de los pisos romanos de Apamea se han empleado incluso bulldozers por parte de los saqueadores.
La magnitud de este mercado negro y la gravedad del tráfico ilícito obligó a las autoridades jordanas, bajo el alto patrocinio de la princesa Sumaya bint El Hassan, a convocar a la comunidad internacional, a través de la UNESCO, a dos seminarios –en febrero y marzo de este año– para impulsar recomendaciones que pudieran paliar esta catástrofe cultural y elaborar un plan de acción que respondiera a dos diferentes escenarios: el primero atiende la situación actual de la guerra en Siria, en la que se respalda a la Agencia Siria de Antigüedades y de Museos (DGAM por sus siglas en inglés) y se exhorta a las partes contendientes para que dejen de utilizar sitios del patrimonio cultural con propósitos militares. El segundo versa sobre la posibilidad de la recuperación de bienes culturales que hayan sido exportados ilícitamente.
De importancia capital fue la presentación de la Organización de Aduanas Universal (WCO por sus siglas en inglés), que ha elaborado reglas para la protección del tráfico ilícito de bienes culturales a través de su programa ARCHEO, consistente en una comunicación en línea de los medios que emplean los agentes aduanales para prevenir el tráfico ilícito de bienes culturales. Este programa permite consultas súbitas que proveen de información sobre exportaciones ilícitas, y constituye sin duda un medio efectivo para prevenir de manera general el tráfico ilícito.
Sin embargo, la preocupación de las autoridades jordanas alterna con un mercado negro floreciente en Amán, con grandes mercaderes de arte, entre los que sobresale Mohammed Khalil, experto en antigüedades. La inmigración de más de dos mil personas diarias que huyen del conflicto y que ingresan a territorio jordano nulifica cualquier control aduanero.
El problema ha llegado a límites muy delicados; el propio gobierno sirio, por conducto del ministro de Cultura, Lubana Mushaweh, y Maamoun Abdulkarim, jefe de la DGAM, se vieron obligados a convocar a un seminario, para el 12 y 13 de mayo de este año en el Museo Nacional de Damasco, con la intención de tomar medidas para evitar lo que ya se considera una catástrofe cultural sin precedentes. Se tuvo que admitir la rapacidad a la que han estado expuestos los sitios de Mari, Doura Europos, Apamea y Gebel al-Woastani en la región de Idlib, considerada patrimonio cultural de la humanidad.
Finalmente el propio Abdulkarim admitió que si el conflicto continúa, lo que es altamente predecible, no sólo se perderá la historia e identidad sirias, sino una de las fuentes más importantes del conocimiento universal. Abdulkarim solicitó la cooperación internacional y la de sus vecinos, especialmente Turquía, Líbano y Jordania, ya que el gobierno del presidente Bashar al-Assad es ya incapaz de salvaguardar este patrimonio cultural de la humanidad.
La prevalencia del mercado
Al margen del conflicto sirio, y como gran contraste, se abrió una sucursal del Museo del Louvre en Abu Dhabi, ubicada en la isla de Saadiyat, bajo la dirección del emiratí Hissa al Dhaheri, cuya inauguración está prevista para 2015 pero que el 22 de abril de este año, con la muestra Nacimiento de un museo, anticipó lo que será la envergadura del recinto.
Abu Dhabi se convertirá en uno de los centros culturales de mayor relevancia en el ámbito universal. El Museo del Louvre alternará con el Guggenheim, diseñado por Frank Gehry, un museo marítimo obra de Tadao Ando y un auditorio emblemático, bajo la dirección de Zaha Hadid, entre otros.
El Medio Oriente se ha convertido en un mercado del arte de primera importancia y se anticipa que una buena parte de los tesoros sirios será albergada en este nuevo Museo del Louvre en Abu Dhabi.
La precariedad del derecho
El término genocidio cultural no es una noción que haya sido aceptada ni por la Convención de Nueva York de 1948 para la prevención y la represión del crimen de genocidio, ni tampoco en los Estatutos de la Corte Penal Internacional (Roma 1998). No obstante ello, esta noción novedosa introducida por la literatura especializada (Scovazzi) identifica sus elementos definitorios en el precedente Plan de Sánchez que conoció la Corte Interamericana de Derechos Humanos, así como en el precedente Krstic, del que conoció la sala de primera instancia del Tribunal Penal internacional para la antigua Yugoslavia.
Ese tribunal, en su resolución del 2 de agosto de 2001, formuló la interrogante de si más allá de la destrucción de un grupo o comunidad se puede considerar también como genocidio su destrucción por la erradicación deliberada de la cultura e identidad de un grupo o comunidad. La Corte sentenció que si bien no se satisfacía el presupuesto del genocidio, constituye un elemento de convicción importante la destrucción física de un grupo o comunidad, las alteraciones de sus instituciones y monumentos culturales y religiosos, como los ataques a mezquitas, y en general de su patrimonio cultural.
Los aspectos culturales del genocidio, un crimen que inflige grandes pérdidas a la humanidad pues se le desprovee de las aportaciones culturales de ciertos grupos humanos, merece una amplia reflexión en el derecho internacional en casos como el de Siria.
El mismo creador del neologismo genocidio, Raphaël Lemkin (1900-1959), en su obra Axis Rule in Occupied Europe, ya había sostenido que debía comprenderse como uno de los elementos de este crimen la pérdida de una cultura. Lemkin afirmaba que el genocidio se efectúa por un ataque sincronizado contra los diversos aspectos de la vida de un pueblo, específicamente en sus ámbitos políticos, sociales, culturales, económicos, biológicos, físicos, religiosos y morales.
De lo que existe certeza es que en Siria no se han observado las reglas más elementales del ius belli, no obstante que ese país forma parte de la Convención de la Haya de 1954 en materia de protección del patrimonio cultural en tiempos de conflicto armado y de su Primer Protocolo de 1958, aun cuando no haya ratificado el Segundo Protocolo de 1999; también es parte de la Convención de la UNESCO de 1970. Por lo demás, las Convenciones de Ginebra, y el Protocolo Adicional Segundo de 1977 por lo que respecta a la salvaguarda del patrimonio cultural, tampoco han sido observados.
La relevante información obtenida para la realización de este ensayo –proporcionada por fuentes confiables y no divulgada antes en ningún otro medio– no hace más que evocar que en Siria estamos frente a un Armageddon cultural en donde prevalece el desprecio a la creatividad humana, una guerra civil que ha quebrantado todas las normas del ius belli. Los conflictos bélicos han sido una constante en la humanidad; repetidamente, sin embargo, se ha sostenido que no todo en los conflictos bélicos debe estar permitido. Una y otra vez, empero, esta premisa, y los esfuerzos por crear un ius belli fijando límites, han sido ignorados.
Las antigüedades son testigos de la genialidad y creatividad de arquitectos, escultores, pintores y grabadores, entre otros artistas, y receptáculos de información valiosa e irremplazable que explican a las civilizaciones a través del tiempo. La cultura tiene finalmente un significado universal, pero las partes contendientes en Siria han ignorado la importancia del legado cultural.
La población siria, y junto con ella la humanidad, están perdiendo una de las fuentes más valiosas de conocimiento para descifrar la historia de la humanidad. La rapiña y el mercado negro se han sumado a la destrucción sistemática del patrimonio cultural de la humanidad en beneficio del mercado del arte, siempre insaciable. Los museos y archivos, repositorios del conocimiento universal, se desvanecen y la violencia se enseñorea como una de las características del siglo XXI.
Por Jorge Sánchez Cordero (Doctor en derecho por la Universidad Panthéon Assas).
Con información de Proceso
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