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Kabilia, reivindicación de una Argelia plurinacional

Al celebrar el aniversario de la Primavera Amazigh (2001), los kabileños siguen afirmando su identidad propia, no árabe, y denuncian las lagunas en materia de democracia de los gobiernos que se han sucedido desde la independencia.


Once años más tarde, su último mensaje sigue ahí, protegido por una placa de cristal. En su último soplo de vida, acribillado a balazos por la Policía argelina, Kamel irchen, un joven amazigh de 27 años, escribió con su propia sangre «Libertad» sobre una de las fachadas de la pequeña localidad de Azazga. Fue en 2001, en el transcurso de la Primavera Negra de Kabilia, en la que 19 militantes de la causa amazigh y manifestantes fueron abatidos por las Fuerzas de Seguridad argelinas, a los que hay que sumar un millar de heridos y mutilados.

Las reivindicaciones del Movimiento Ciudadano de los Aarchs (nombre que designa a las asambleas democráticas tradicionales de la Kabilia) forzaron al año siguiente al Gobierno argelino a reconocer, junto al árabe, al tamazight (bereber) como lengua nacional.

En la Edad Media y tras la revelación del profeta Muhammad, este territorio, que no conocía el topónimo de Argelia, fue esencialmente una zona de paso para las sucesivas dinastías árabes. A día de hoy, entre el 30% y el 40% de la población sigue siendo berberófona: chaouis, rifeños, chenouis, chleuhs, mozabitas… Los 5,5 millones de kabileños son su expresión más consciente.

En esta región montañosa situada al este de Argel, la población se ha sentido excluida desde los años setenta de un modelo de construcción nacional fundado en la arabidad. En 1980, la Primavera Bereber marca el inicio de una serie de protestas, que se agudizan en julio de 1998 con las manifestaciones tras la muerte del cantautor Lounès Matoub y con las revueltas que estallan tras la entrada en vigor de la ley del 17 de diciembre de 1996 generalizando el uso de la lengua árabe en todos los ámbitos, asociativos y culturales. Hasta entonces el bereber era tolerado mientras el francés servía como lengua vehicular entre los kabileños y los arabófonos. «Negados en nuestra existencia, violados en nuestra dignidad, discriminados en todos los planos, estamos, a día de hoy, administrados como colonizados, somos extranjeros en Argelia», explica Kamira Naït Sid, una militante las 24 horas del día, miembro a la vez del Movimiento para la autonomía de la Kabllia (MAK) y del Congreso Mundial Amazigh (CMA).

El 1 de junio de 2011, el MAK creó, en París, un gobierno provisional presidido por Ferhat Mehenni. «Hemos abandonado la idea de cambiar algún día Argelia. Ahora concentramos nuestras fuerzas en nuestra tierra, por una Kabilia autónoma y democrática», prosigue Kamira.

En el marco de esta iniciativa, el pasado fin de semana, decenas de miles de tamazights salieron a las calles de Tizi Ouzou, capital de la Gran Kabilia, para conmemorar el aniversario del 20 de abril de 1980, fecha de inicio de la Primavera Bereber. Muy vigilados por la Policía, los manifestantes volvieron a provocar el nerviosismo del régimen de Bouteflika, ya debilitado por el efecto contagio del inicio de las revueltas en el mundo árabe-musulmán y por el balance catastrófico de los 50 años de independencia. Una vez más, quedaron patentes el carácter intergeneracional de la lucha, la práctica ausencia del velo entre las mujeres y la asunción de los valores democráticos. En una Argelia enfangada en un conservadurismo social y religioso creciente, la Kabilia se ha convertido en un islote progresista: «Nos reconocemos en los valores occidentales. Apoyarnos es sostener una iniciativa democrática y defensora de los derechos de la mujer», insiste Maizin, una treintañera de la región de Ait el Hamman (Michelet en tiempos de la colonia). Inspirado en la Sharia (ley islámica), el código de familia argelino es en efecto uno de los más retrógrados del mundo: la tutela del varón en las cuestiones administrativas es obligatoria y el divorcio es muy difícil de obtener por la mujer. «En tanto que kabileña, tengo que hacer frente a tres amenazas: el Gobierno, los rigoristas religiosos y el peso de la tradición», añade Maizin.

Cuando comenzó la dominación francesa en 1830, la larga resistencia de los bereberes conducirá a la administración colonial a llevar adelante una política de unificación lingüística de venganza a través de las «oficinas árabes». Es así como, por ejemplo Iwadiyen en bereber se convierte en las Ouadhias en árabe. Tras la independencia de Argelia y sobre todo tras la llegada al poder de Houari Boumediène (1965-1978), el país se enfrasca en una nueva y reforzada política de arabización. Aunque legítima desde el punto de vista de algunas regiones históricamente arabófonas, sus ideólogos, inspirados por sus antiguos maestros y dominadores jacobinos, buscan borrar a la fuerza las diferencias regionales y culturales en el seno del incipiente Estado.

Desde 1968, la función pública, la enseñanza, la justicia y la radiotelevisión generaliza el uso de la lengua del Islam. Los años 80 verán una profundización de la arabización de la enseñanza superior y una reordenación cultural de los argelinos hacia los países de Oriente Medio, sustituyen la influencia de los canales franceses por los de aquella convulsa región (la aparición de Al Jazeera será posterior pero no menos decisiva). Paralelamente, la arabización y la propia evolución política reducen la impregnación de valores occidentales como la laicidad y hacen resurgir un Islam conservador, encarnado simbólicamente por el retorno de la hidjab por las mujeres y la emergencia de una corriente política islamista a partir de los noventa.

Por su parte, los kabileños conocen la dirija, el árabe dialectal argelino, pero no entienden el árabe clásico, y menos aún el egipcio o el saudí. «Nuestras parabólicas siguen dirigidas a París, cuando las de otros muchos argelinos se redireccionan hacia Qatar», ironiza Kamira. Esta polaridad mediática ha derivado de forma incontestable en una ruptura cada vez más evidente en el seno de la sociedad argelina. En Kabilia, la abstención ronda el 90% en cada elección. Culturalmente, el término Maghreb, oeste en árabe, ha sido prácticamente desterrado de la lengua porque se define en referencia al mundo arabomusulmán. «No querría parecer racista, pero yo no soy ni árabe, ni magrebí. Soy norteafricano, un autóctono. Nosotros estábamos aquí hace 3.000 años. Somos los vascos de África del Norte», intenta precisar Saladin Dilem, un joven treintañero originario de las montañas de Akfadou.

De generación en generación

La asunción del modo de vida, la cultura y la lengua tamazight se transmite de generación en generación y crece a medida que uno se aventura en las aldeas más allá de los valles, rodeadas por montañas nevadas en invierno. En ellas una población con la piel más clara y con ojos azulados parece haber buscado refugio desde siempre. Llaman a los franceses «erromi», en referencia a los rumanos que tomaron el control de la región tras las guerras púnicas, en el siglo III de nuestra era. «Cuando nuestros hijos bajan a Argel, tememos que vuelvan con barba o con hidjab», ironiza Adid, una mujer entrada en años originaria de la localidad de Bouzguène. En fin, el sentimiento identitario se reafirma a medida que la presión religiosa se refuerza y la situación económica se deteriora. El principal maná de la región, el dinero de la emigración, mengua con el paso de los años de la mano del debilitamiento de los lazos entre los emigrados y los que se quedaron en el país. Las inversiones son prácticamente inexistentes, por razón del bloqueo casi total en el que vive la Kabilia, pero también a causa de la estructura mafiosa de la economía.

«Desde 2001, el Gobierno construye mezquitas y cuarteles de Policía en todos los pueblos. Tiene dinero pero solo para intentar fundirnos en el magma de Argelia, para imponernos valores que no son los nuestros», explica Saladin Dilem. ¿Hasta cuándo? El estallido periódico de movimientos de protesta kabileños es la mejor prueba, junto al fracaso de su política de uniformización lingüística, de la incapacidad de Argelia de crear espacios de tolerancia y de apertura a los derechos de las minorías, que constituyen, al fin y a la postre, la base misma de la democracia.

 Por Jean Sébastien Mora

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