El ex presidente James Carter y su supuesto «antisemitismo»
Segregación institucional
En realidad, la acusación de que Israel está imponiendo un sistema similar al apartheid es cada vez más frecuente en ese país por parte de críticos del gobierno y organizaciones de derechos humanos. Por ejemplo Daniel Seidemann, un valiente abogado israelí que lleva años defendiendo a los palestinos recurriendo a las leyes israelíes.
La comparación entre el régimen del apartheid sudafricano y la ocupación israelí de los territorios palestinos no es nueva. Diversos autores han explorado estos dos escenarios y también el de Irlanda del Norte. La Fundación socialdemócrata alemana Friedrich Ebert impulsó, por ejemplo, la investigación y publicación de tres estudios sobre el proceso de negociación y transición sudafricana y los aprendizajes que podrían extraerse para un proceso de paz en Palestina e Israel (16).
Desde otra perspectiva, parte de la elite política de Israel ha especulado en diversos momentos con expulsar o transferir a la población palestina. El viceprimer ministro, Avigdor Lieberman, propugnó la expulsión de los palestinos de los territorios ocupados, y también de los ciudadanos árabes con nacionalidad israelí. Para muchos israelíes, indicar similitudes con el apartheid tiene serias implicaciones porque los sitúa en una posición de dominio racial similar a la que sufrieron bajo el nazismo, y porque sugiere que el mismo Estado de Israel sería ilegítimo. Israel, afirman, es un sistema democrático mientras que el apartheid se basaba en el voto cualificado. A la vez, indican que la intención de Israel no es racista sino que busca establecer un territorio seguro para su población.
Ningún gobierno de Israel ha aceptado públicamente una voluntad racista. Sin embargo, investigaciones en Israel indican que desde 1948 ha habido una política de «limpieza étnica» que comenzó con la expulsión de 750.000 palestinos y que continuó con el asedio a los palestinos por diversos medios para que abandonen su lucha por un Estado y se marchen o acepten vivir en zonas aisladas, sometidos a una clasificación como ciudadanos de segunda categoría. Según esta interpretación, la retirada israelí de Gaza ha sido una forma de encierro para su población.
Uno de los exponentes de esta revisión histórica es Ilan Pappe, quien considera que si «limpieza étnica» significa «la expulsión por la fuerza con el fin de homogeneizar a una población étnicamente mixta de una región o territorio particular», y si «el propósito de esa expulsión es provocar la evacuación de la mayor cantidad posible de residentes, utilizando todos los medios a disposición del que expulsa», entonces Israel ha practicado este procedimiento durante seis décadas. En su último y documentado libro, Pappe describe las formas represivas e institucionales que su país ha usado para desplazar a la población palestina y someterla como ciudadanos de segunda categoría (17).
El 20% de la población que vive en Israel es palestina. En los últimos años ha habido una progresiva inquietud ante el crecimiento demográfico árabe. Si se incluye a los palestinos que viven en los territorios ocupados, dentro de quince años serán más que los israelíes. Actualmente conviven 2 millones y medio de palestinos con seis millones de judíos en Israel, pero otros 2 millones y medio viven en Gaza y zonas de Cisjordania que Israel quizá ceda.
Según explica Pappe, la política que está llevando a cabo el gobierno de Olmert consiste en anexionar territorios ocupados y, a la vez, dejar bajo control de los palestinos zonas restringidas en las que son mayoría. En definitiva, «apoderarse lo más que se pueda de Palestina con la menor cantidad de palestinos dentro». El muro de 670 kilómetros cumple la función de consolidar esta política, que otros autores también consideran que no es sólo una cuestión de seguridad sino de racismo, unida a un ascenso del discurso racista dentro de Israel.
Pappe considera que «el objetivo del proyecto sionista ha sido siempre construir o defender una fortaleza ‘blanca’ (occidental) en un mundo ‘negro’ (árabe). En el corazón del rechazo a permitir el derecho al retorno de los palestinos se encuentra el miedo de los israelíes judíos a ser superados en número por los árabes». En este punto, Pappe establece la conexión con la elite sudafricana: «Un ejemplo reciente del mismo tipo de mentalidad de cerco la encontramos en los colonos blancos en Sudáfrica durante el momento de auge del régimen del apartheid».
Esta situación es destructiva para los palestinos pero también para la sociedad israelí. Un artículo en la revista judía Tikkun, publicada en Estados Unidos, indica que los ideales del sionismo de crear un Estado que proveyera refugio a la comunidad judía en el mundo y que fuese un modelo de libertad se ha visto frustrado. «El sueño sionista se ha vuelto una pesadilla», dice Jerome Slater, «en parte porque no hay sitio más inseguro para los israelíes que Israel, y por el ‘pecado original’ de haber despojado de su tierra a los palestinos» (18).
Notas
- (16) Yair Hirschfeld, Avivit Hai, Gary Sussman, Learning from South Africa. Lessons to the Israeli-Palestinian Case, Friedrich Ebert Stiftung y Economic Cooperation Foundation, Israel, 2003.
- (17) Ilan Pappe, The ethnic cleansing of Palestine, Oneworld Publications, Oxford, 2006.
- (18) Jerome Slater, «The need to know» (Reseña del libro de Tanya Reinhart, The road map to nowhere), Tikkun, enero de 2007.
Por Mariano Aguirre
Con información de Le Monde diplomatique
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