Eterno San Charbel
La mañana de navidad del año de 1898, hacia las ocho, un modesto cortejo de monjes y de laicos deja la Ermita de los Santos Pedro y Pablo. A través de la espesa nieve, haciendo grandes esfuerzos porque llevan sobre una camilla el cuerpo de un viejo solitario, van por un sendero hasta el convento.
Un viento glacial permite, por momentos, descubrir a contraluz los rasgos demacrados del difunto que irradian una angélica dulzura al mismo tiempo que una imponente majestad.
Las manos están cerradas sobre un rústico crucifijo y sobre un pobre rosario. La camilla está formada con algunos maderos sin pretensión. Arropados con bastones en las manos camilleros cantan la dulce salmondia siriáca del oficio fúnebre.
Un sacerdote echa incienso sobre el cuerpo. El padre Makarios, compañero del eremita sigue al cortejo, traspasado de dolor. Cerca de él se reconoce al padre Jawwad, al hermano Francisco de Qartaba, y al cura Michel Abi-Ramia. En el camino, mujeres con bandas negras sobre la frente, en señal de luto se arrodillan y rezan.
A lo lejos una campana toca a muerto. Ya están cerca del Monasterio de Mar Maroun de Annaya. Aquí y allá aparecen algunos campesinos que se persignan. Algunos tienden las manos, ya sea para ayudar a los que cargan el cuerpo, ya para tratar de tocar devotamente la camilla o el hábito del difunto.
Frente al monasterio, monjes de todas edades esperan la llegada del cortejo fúnebre rezando el rosario.
En cuanto llega a la puerta de la iglesia, el coro es reforzado por las voces de toda la comunidad. El canto está lleno de una primitiva y tierna simplicidad: «Netffahun tar’aik … que tus puertas se abran ¡oh celeste Jerusalem!…’’
El sonido de la campana se apaga lentamente y la ceremonia prosigue en un silencio que es interrumpido solamente por los pasos sigilosos de los asistentes. Se deposita el cuerpo en la nave , sobre una tabla cubierta con una mortaja.
Después de haber besado, por turno, la mano del sacerdote difunto expuesto en su sencillo hábito religioso, el pequeño grupo se retira. No quedan en la capilla sino cuatro cirios que alumbran dos cuadros: el del catafalco y el del Nacimiento.
¿Quién es el monje ?
La noche de ese dia de Navidad, en la oficina del Padre Superior, Antonio Michmichani, los monjes están reunidos para las condolencias. En la chimenea se están quemando grandes leños que echan sus fulgores cambiantes sobre las graves caras de la comunidad.
Cuando se van, el Superior enciende su lámpara de aceite. Se instala en su escritorio y reflexiona. Su cara tiene una expresión de solemnidad profética. Coge el archivo del convento , lo abre, voltea las páginas, y después, con su pluma de caña, anota lo que sigue:
“ El 24 de diciembre de 1898 el Padre Charbel, de Biqa –Kafra, ermitaño, atacado de parálisis, habiendo recibidos los últimos sacramentos, es llamado al seno de Dios a la edad de 70 años. Fue enterrado en el cementerio de la comunidad, siendo superior el Padre Antonio Michmichani. Lo que realizará después de su muerte me dispensa de dar más detalles sobre su vida. Fiel a sus votos, de una obediencia ejemplar, su conducta fue mas angélica que humana”.
Luz en la Iglesia
En la sombra de los pasillos del monasterio, una silueta avanza a tientas hacia la capilla. Cuando abre la puerta, la luz de los cirios prendidos frente al cuerpo del ermitaño y cerca del nacimiento, ilumina su cara. Es el hermano Elie Mehrini que llega, hacia las doce, según su costumbre, a visitar al Santo Sacramento.
Ni la noche profunda ni el pensamiento de la muerte turban la serenidad de su alma recogida. Se hinca y se prosterna en una ferviente adoración. De pronto le llama la atención una luz que sale del tabernáculo y parece acariciar la cara del difunto. ¡Esta extraña luz, que vacila dulcemente, da al hermano Elías la impresión de que el cadáver se anima!… Justamente sorprendido , se levanta y sale, sin comprender lo que pasa. Corre a tocar en la puerta del padre superior. En cuanto éste le abre, despertado bruscamente, el hermano grita:
-¡Ay!¡padre!
-¿Qué tiene Usted, hermano?¿Qué le pasa?
-¡Padre- sigue el hermano-, está pasando algo extraño en la capilla: una luz sale del tabernáculo e inunda la figura del ermitaño!
-Bien, bien … hijo – responde el superior con una sonrisa apurada-. ¡Domínese! Estaba usted cansado … Ha debido quedarse dormido … y puede ser que haya soñado…
-Le aseguro, padre…
-Ande –corta el superior-, vaya mejor a tocar las campanas. Es media noche, es la hora del oficio del segundo día de Navidad…
El hermano obedece. Pero las campanas, en lugar de tocar fuertemente para la gran fiesta, suenan, a pesar suyo, como un largo toque de agonía. Bajo la nieve y la noche el monasterio se despierta. Un cuarto de hora mas tarde sombras encapuchadas van de prisa, con una linterna en la mano, hacia la capilla.
De dos en dos los monjes avanzan de cada lado del catafalco y se ponen en sus lugares en la nave, frente al nacimiento. El canto del oficio comienza, todo perfumado con incienso mientras que fuera, en la noche profunda, los rayos y el trueno se desencadenan.
La sepultura
Hacia las diez de la mañana del segundo día de navidad, de un modo sencillo pero emotivo, se llevaron a cabo las exequias del ermitaño.
El oficio fúnebre, el ginnaz terminado, el cuerpo con la cara descubierta según la tradición monacal, es llevado por los monjes a su última morada, mientras que las campanas suenan con más tristeza y los salmos maronitas imploran la misericordia celeste.
Adivinando que acaba de perder a un santo, la gente ha llegado. Algunos están de rodillas en la nieve, otros lloran, todos se persignan con piedad. Lentamente el cortejo se encamina hacia el cementerio. Se deposita allí el cuerpo del ermitaño, sin ataúd, cobijado solamente con su pobre sotana. Algunos hubieran querido un entierro especial… pero la regla de la orden no admite excepciones. El padre Charbel va a dormir en su último reposo como sus hermanos en religión.
Dos tablas puestas sobre piedras alejan del suelo lodoso el cuerpo del piadoso solitario. ¡Ay!, el agua de la lluvia que escurre de la terraza no va a tardar en iniciar su obra destructora.
Se vuelve a cerrar la bóveda sepulcral con una piedra grande que se asegura con mortero.
Por última vez se echa incienso en la tumba y se rocía con agua bendita. Es allí, cerca del muro de la capilla, con la cabeza a menos de dos metros de donde se celebra diariamente el santo sacrificio, ese sacrificio del cual había hecho el centro de su vida. ¡Mas allá de la muerte, el padre Charbel hace sentir por eso una felicidad que se renueva todo los días!
La multitud se ha retirado lentamente, rezando y repitiendo como un refrán: “ Hniyalou, quiddis!… ¡Es dichoso, es un santo!”…
Algunas semanas después de su entierro , se produjeron ciertos fenómenos luminosos inexplicables en la tumba del Padre Charbel . Y fue a los cuatro meses de sus funerales , cuando se decidió permitir la exhumación del cuerpo.
En presencia de diez testigos religiosos y laicos y conforme a las recomendaciones patriarcales, la tumba fue abierta. Era el 15 de abril de 1889.
Los siete testigos que pudieron entrar en la cueva para extender el cuerpo sobre las tablas , para después sacarlo, rindieron fe bajo juramento, frente a la Comisión Eclesiástica, y después de haberlos interrogado por separado , de su testimonio oficial sobre el estado de conservación del cuerpo.
Los testigos dicen de un modo unánime lo que sigue :
» El agua de lluvia , penetrando a través de la terraza de tierra y de las paredes que no eran impermeables , había llenado el cementerio y convertido la tumba en una cloaca lodosa. ¿Y el cuerpo ? Estaba dentro de ese lodo y el agua le caía especialmente sobre la cara descubierta. Sin embargo , al quitarle el lodo que lo recubría el cuerpo se encontraba intacto en todos sus miembros , elástico, suave,como un cuerpo viviente. La piel conservaba su frescura, los músculos su flexibilidad. Ni un pelo de su barba, ni un cabello de la cabeza se habían caído».
«Las manos, atestigua el Padre Josseph Younes, estaban puestas sobre el pecho , deteniendo el crucifijo; el cuerpo, tierno , fresco y flexible; sobre la cara y las manos cierto moho blanco como algodón fino .Cuando se limpió el moho, la cara y las manos aparecieron como los de un hombre dormido . Sangre roja mezclada con agua corrió de su costado.»
Con más o menos detalles , numerosas declaraciones atetiguaron el mismo hecho …
Es importante señalar que todos los estudios posibles han sido hechos para tratar de descubrir la causa natural que explicaría la conservación del cuerpo del padre Charbel . Todos han sido infructuosos.
El prodigio de la exudación
Aquí el testimonio dado por el Padre J. Al Kfoury, en presencia de la Comisión Canónica, el 5 de octubre de 1926 :
«A los tres días de haber llegado , hice bajar el cuerpo de la cueva y lo deposité en una celda al norte del monasterio . De allí, durante la noche ,transporté el cuerpo ayudado por el hermano Ijidios at- Tannoury , y lo deposité en la terraza exponiéndolo completamente al aire para que se secara la sangre que corría de su costado y espalda. ¡Esta sangre era tan abundante que tuve que envolver el cuerpo en dos sábanas y cambiarlas todos los días porque ese líquido misterioso las dejaba completamente impregnadas ! ¡Veía el cuerpo transpirar por todos los poros ! ¡Seguí exponiendo el cuerpo durante casi cuatro meses , sin ningún cambio en la sudación !
Se pensó que la ablación de las vísceras abdominales resolvería la situación , encargando a Saba Moussa la operación , quien al abrir el cadáver para retirar el estómago y las entrañas , constató que tenían la apariencia de un ser vivo.
Esta lúgubre intervención resultó perfectamente inútil: ¡el cuerpo siguió transpirando !!!. Desde entonces , el cuerpo del Padre Charbel , preservado de la corrupción transpira milagrosamente …
En 1925, fue remitida la solicitud de su beatificación y declaración de su santidad al Papa Pio XI de la mano del Padre Ignatius Dagher Al Tannouri y su Vicario General el Padre Martinos Tarabeih. Dicha solicitud junto con las del Padre Naamatallah Kessab Hardini y Sor Rafka El Rayess fueron aceptadas en 1927. En 1950, la tumba del Padre Charbel fue abierta en presencia de la comisión oficial con los médicos, quienes comprobaron el buen estado del cuerpo y redactaron un informe médico y colocaron el cuerpo en una caja dentro de la tumba. Asimismo, se acrecentaron los milagros de sanación diversa de forma espontánea y sorprendente, y decenas de miles de peregrinos de diferentes confesiones acudían al Convento de Annaya en busca de la intercesión del Santo. Ver nota
Casi todos los peregrinos de Oriente , de Tierra Santa llegan hasta Annaya. Saben que Beirut, Baalbeck, Sidón y Biblos no son todo el Líbano. Saben que el alma religiosa de Líbano se encarna esencialmente en los lugares santos, en Nuestra Señora de Líbano, en el Valle de la Qadicha … ¡ Pero la ermita de un piadoso monje resplandece más que todos ellos ahora… !.
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Referencias:
- Extractos del libro : Charbel, Taumaturgo del Líbano de P. José Bustani
©2012-paginasarabes®
Eterno San Charbel
http://paginasarabes.wordpress.com/2012/12/24/eterno-san-charbel.