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¿Importa todavía Al Qaeda? – Por Immanuel Wallerstein

Al Qaeda ha demostrado ser un monstruo con cabeza de hidra

En el décimo primer aniversario de lo que ha llegado a conocerse como el 11 de septiembre, Al Qaeda sigue siendo un asunto discutido en repetidas ocasiones, tanto en Estados Unidos (y en el mundo pan-europeo en genera) y en Medio Oriente. El frecuente énfasis principal en Estados Unidos es el modo en que su poder está siendo contenido por acciones militares de muchos tipos, y por tanto hay la idea de que es una amenaza menguante. El énfasis principal en Medio Oriente parece ser el opuesto: que ha sobrevivido a todo lo que se ha hecho para decapitarlo y que continúa representando una amenaza importante para todas las otras fuerzas políticas en la región.

Todo lo relativo a su historia y sus relaciones con los gobiernos y los movimientos es controvertido. Hay muy poco acuerdo, aun en torno a los hechos relacionados con los eventos más importantes. Comencemos por el 11 de septiembre mismo. Primero que nada debemos distinguir tres momentos en tiempo: los seis meses (o algo así) anteriores al 11; el día mismo y el año que siguió (o más o menos) al 11 de septiembre.

La narración plausible más reciente acerca de los seis meses previos al 11 de septiembre parece indicar que la CIA y otras agencias de inteligencia en Estados Unidos alertaban al presidente y a sus asesores de seguridad que Al Qaeda preparaba algún ataque letal. Fueron ignorados. ¿Por qué? Parece que los neoconservadores en el gobierno estadunidense –que eran una secta considerable, incluidos el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld– negaron su plausibilidad sobre la base de que Al Qaeda no era competente para representar una amenaza importante. Los conservadores decían que las agencias de inteligencia le daban crédito incorrectamente a algo que sólo era un alarde cuyo objetivo era desviar la atención de la amenaza real para Estados Unidos: Saddam Hussein y sus supuestas armas de destrucción masiva.

Hay un cierto número de críticos de izquierda que sugieren que un debate así nunca tuvo lugar al interior del gobierno. Y lo explican diciendo que el 11 de septiembre en realidad fue planeado por el gobierno mismo como forma de movilizar a la opinión pública en favor de una guerra en Irak. Esto por supuesto es teoría de la conspiración. Yo no tengo nada per se contra las teorías de la conspiración. Todo el tiempo hay conspiraciones reales, constantes.

Pero nunca he pensado que ésta sea probable, en lo más mínimo. El argumento lo basan en la improbabilidad inherente de que una organización como Al Qaeda pueda amasar las capacidades técnicas y la planeación táctica necesarias para arreglar los ataques y las explosiones. Éste es por supuesto el mismo argumento que los neoconservadores daban en la otra narración acerca de Al Qaeda.

Francamente pienso, y siempre lo he pensado, que tal argumento es profundamente racista. Implica que aquellos sujetos fanáticos en el tercer mundo, no pueden ser tan listos. Bueno, claro que pueden, y yo creo que pudieron. En cualquier caso, Al Qaeda lo ha estado alardeando desde entonces. Y no hay gobierno alguno hoy, tanto en el mundo paneuropeo como en Medio Oriente, que se arriesgue a jugar a la supuesta incompetencia técnica de Al Qaeda.

El siguiente punto en tiempo es el día mismo. Aquí soy mucho más propenso a darle crédito a la teoría de la conspiración. Hay demasiados puntos dudosos acerca de la respuesta del gobierno estadunidense a los ataques. Los aviones lanzados para contrarrestar los ataques fueron lanzados demasiado tarde. El presidente George W. Bush parece haberse quedado fuera de la cadena de información demasiado tiempo, haciendo que Cheney fuera quien tomó las decisiones de facto. Rumsfeld parece haber preparado casi al instante un procedimiento para vincular a Saddam Hussein con los ataques –lo que no es nada plausible.

En resumen, los neoconservadores sacaron ventaja de los ataques para su tan anhelada y largamente planeada guerra en Irak. En el año que siguió al 11 de septiembre, los neoconservadores triunfaron en el gobierno y efectivamente ahogaron todas las voces disidentes. Obtuvo sus guerras, primero en Afganistán y luego en Irak. El mundo entero, incluido Estados Unidos, sigue sufriendo las consecuencias de estas injustificadas e injustificables guerras.

¿Qué pasó entonces con Al Qaeda? Parece que, al principio, era una pequeña estructura, controlada muy estrictamente por Osama Bin Laden. Los ataques del 11 de septiembre primero y luego las guerras lanzadas por Estados Unidos incrementaron su prestigio en el mundo musulmán lo que atrajo personas a unirse a la estructura. También atrajo a otras organizaciones a que juraran su alianza con Al Queda y se renombraran a sí mismas, sin que en realidad se sometieran a alguna disciplina central.

Estados Unidos y sus aliados de hecho sí comenzaron a matar a muchos cuadros directivos de Al Qaeda, incluido, eventualmente, el propio Osama, Pero Al Qaeda ha demostrado ser hasta el momento un monstruo con cabeza de hidra, que renueva constantemente los cuadros caídos. Y al contrario de ser un símbolo de profundo resentimiento y una inspiración para un califato reconstituido, parece que las fuerzas centrales de Al Qaeda nunca fueron capaces de constituir una red mundial.

La primavera árabe ha creado una nueva apertura para Al Qaeda. Ha debilitado la legitimidad de cada uno de los gobernantes de todo Estado árabe sin excepción. La cuestión es entonces qué fuerzas políticas llegarán al poder. Esto ha conducido a luchas prolongadas al interior de cada uno de estos estados, siendo algunas más sangrientas que otras.

Hoy, la más fuerte oposición a Al Qaeda no es Estados Unidos sino otra fuerzas políticas dentro de estos estados. Estamos apenas en la fase inicial de estas luchas políticas. El ataque de las fuerzas salafistas a la embajada estadunidense en Bengasi, que condujo a la muerte del embajador estadunidense, puede ser sólo el principio de este resurgimiento. Es demasiado pronto para decir que Al Queda haya dejado de ser relevante.

Por  Immanuel Wallerstein
Traducción: Ramón Vera Herrera
Con información de: La Jornada

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