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"Tenues líneas rojas" rusas en Siria; Arabia Saudita y Egipto: incertidumbre sucesoria y electoral

Son tiempos de «desglobalización» y de fracturas sectarias, así como de creativos «regionalismos» (v. gr. Unasur, con cuyo flamante presidente Alí Rodríguez me reuniré la semana entrante en Sudamérica).

Lamentablemente el mundo árabe se encuentra fracturado en su núcleo ideológico/nacionalista (Siria), poblacional/militar (Egipto) y petrolero (Arabia Saudita).

Se despliega una ominosa guerra «civil» religiosa entre sunitas y chiítas que no se atreve a pronunciar su nombre en seis puntos ultrasensibles: Yemen (defenestración del dictador Alí Abdalá, sustituido por el vicepresidente, de acuerdo con el plan qatarí-saudita con bendición de Estados Unidos/OTAN), Líbano (al borde de la protobalcanización), Siria (la nueva fractura tectónica geopolítica regional y global), Irak (balcanizada de facto en tres provincias etnoreligiosas), Bahrein (intervención militar de las seis petromonarquías sunitas encabezadas por Arabia Saudita para someter la revuelta de la mayoría poblacional chiíta aliada a Irán), y Arabia Saudita, país de mayoría apabullante sunita, que Alá ha deseado que su región oriental, donde se encuentran sus mayores reservas de petróleo, esté en manos de su minoría chiíta.

No existe región alguna del mundo árabe que escape a la perniciosa confrontación entre sunitas y chiítas –lo cual, en última instancia, favorece la agenda balcanizadora de Estados Unidos/Gran Bretaña/OTAN/Israel–. Según PressTV (19/6/12), «los rebeldes sirios han recibido armas israelíes (¡súper sic!) para derrocar al régimen» de Bashar Assad.

Atroz espectáculo para quienes anhelamos el diálogo de civilizaciones, a escala global, y la unidad árabe (hoy atomizada) en coexistencia pacífica con el ascenso (mejor dicho, retorno milenario) de dos nuevas potencias regionales no árabes: Turquía (sunita) e Irán (chiíta).

Los conflictos específicamente locales se han desparramado al ámbito regional, mientras en unos sitios exquisitos, como Siria, las turbulencias han atraído a las tres grandes superpotencias geoestratégicas (Estados Unidos, Rusia y China) y donde Moscú, en la nueva etapa más vigorosa de Vlady Putin, ha definido sus «líneas rojas» (apuntalada por China).

Thierry Meyssan, director galo de Réseau Voltaire (12/6/12), ha sido de los pocos analistas en entender los alcances globales de las confrontaciones locales y/o regionales desde Siria hasta Irán.

Aquí no hay cabida para maniqueísmos lineales de la podredumbre epistemológica del seudoanálisis occidentaloide que ignora y/o desconoce los matices y las sutilezas del gran Medio Oriente.

Nos encontramos de lleno en la hipercomplejidad no lineal de variables múltiples.

Aquí no hay «buenos» (quienes siempre propagandísticamente están con Estados Unidos /OTAN/Israel) ni «malos» (los aliados de los BRICS/Irán), sino intereses primarios de supervivencia geopolítica delimitados por los trazados del incipiente nuevo orden multipolar.

Cada nuevo orden mundial traza sus cartografías geopolíticas. Ayer fue el trazado esquizofrénico de Sykes-Picot. Hoy, el «gran Medio Oriente» es codiciado, a través de aliados interpósitos locales/regionales, por Estados Unidos /OTAN/G-7/Israel en plena ofensiva, ante lo cual el Grupo de Shanghai/BRICS ha pasado a la obligada contraofensiva.

Como adelanté (ver Bajo la Lupa, 10 y 17/6/12): «La reunión Obama-Putin constituirá la parte trascendental de la insulsa cumbre multilateral» del G-20 (…) «No es improbable que Estados Unidos y Rusia delimiten sus respectivas esferas de influencia en el gran Medio Oriente».

Veronika Krasheninnikova («Plan Los Cabos para Siria: usar a Rusia para deponer a Assad», Russia Today, 19/6/12) aduce que «Estados Unidos está persuadiendo activamente a Rusia para que apoye a Occidente a deponer los regímenes que Washington desea». De ser así, ergo las «líneas rojas» trazadas por el Kremlin se descolorarían, lo cual, a mi juicio, comportaría como corolario algunos trueques sustanciales favorables a Moscú para que la caída del régimen sirio sea digerible: ¿abolición del escudo misilístico de Estados Unidos? ¿Apoyo al proyecto nuclear iraní?

Según Financial Times (18/6/12), Obama y Putin se pusieron de acuerdo para la «transición política a un sistema político democrático y plural en Siria». ¿Bye bye Bashar?

En el peor momento coyuntural ocurrió el deceso del príncipe heredero saudí Nayef (79 años), cuando Arabia Saudita se encuentra enfrascada en varias intervenciones: Yemen, Líbano, Siria, Irak y Bahrein, frente a lo que tildan de irredentismo jomeinista.

De todo lo que leí sobre la sucesión en Arabia Saudita, me llamó la atención la opinión de Zayd al-Isa (experto de nacionalidad «británica» y de origen «iraquí») que cita DeDefensa (19/6/12), think tank europeo: «Nayef fue uno de los cerebros para enviar tropas sauditas a invadir Bahrein» (…) y jugó un rol primordial para «desmantelar el proceso político en Irak». Lo relevante: «deja un vacío de poder muy difícil de llenar» en medio de la lucha por el poder entre varios príncipes, y considera que «la situación ahora es muy volátil y precaria».

El príncipe Nayef jugaba un papel pivote por su responsabilidad de la seguridad al interior y al exterior del reino.

El rey Abdalá (87años) nombró heredero a su medio hermano, el príncipe Salman (76 años): último del linaje de los «siete Sudairi», el cual conforma un poderoso bloque que controla defensa y seguridad (Financial Times, 18/6/12).

En Egipto, el país más fuerte (desde el punto de vista militar) y el más poblado del mundo árabe, la poderosa junta militar realiza su enésimo golpe militar desde la defenestración del sátrapa Hosni Mubarak, hoy en agonía.

No se anuncia aún al vencedor de la elección presidencial entre Mohamed Morsi, candidato de los poderosos Hermanos Musulmanes, y Ahmed Shafik, favorito de los militares: ambos reclaman el triunfo, que solamente puede descolgar uno.

Los Hermanos Musulmanes acaban de sufrir un «golpe» severo con la abolición del Parlamento (donde gozaban de mayoría) por una corte constitucional nombrada por el sátrapa Mubarak y con la flagrante bendición de la junta.

Los Hermanos Musulmanes han vuelto a llenar la legendaria plaza Tahrir para defender su «democracia islámica».

No importa quién sea ungido triunfador, pero el verdadero vencedor, 16 meses después de la defenestración de Mubarak, ha resultado la junta militar, que se ha dado el lujo de propinar varios golpes de Estado secuenciales, ante el sepulcral silencio «democrático» de Estados Unidos y el G-20.

El periódico turco Hurriyet (19/6/12) sentencia que «los militares son los únicos triunfadores en la elección», al «haberse otorgado poderes apabullantes que restringen el poder del nuevo presidente».

La junta se ha arrogado el suprapoder de redactar la nueva Constitución: «con el Parlamento disuelto, los generales decretaron una constitución interina que les permite mantener el control del Estado y subordinar al presidente».

Caso insólito de una «democracia totalitaria» en la que la junta se autonombra parlamento, asamblea constituyente, «controla el presupuesto y determina quién redacta la constitución permanente que define el futuro del país».

El rotativo Al-Masry Al-Youm, con el peculiar humor egipcio, tituló: «Los militares ceden el poder a los militares». ¿Para esto sirvió la revolución de Tahrir?

Por Alfredo Jalife-Rahme

Fuente Bajo La Lupa (La Jornada)

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