A Israel no le queda mucho tiempo – Por Gilad Atzmon – (+ Videos)
Reseña de la película The Time that Remains, de Elia Suleiman
Hasta un cierto punto, esta película me ha recordado el libro de Ramzy Baroud “Mi padre era un luchador por la libertad: la historia no contada de Gaza”. Ambas obras establecen una personal y devastadora expedición hacia el desaliento. Ambas están saturadas de fracasos y traiciones incesantes; tanto Baroud como Suleiman tienen el valor de criticar el discurso de su propia colectividad y, sin embargo, ambos salpimientan su narración con extraordinario ingenio, esperanza y humor. Hacen que uno sonría en el preciso instante en que está a punto de echarse a llorar. He aquí el tráiler de The Time that Remains :
Al igual que Baroud, Suleiman yuxtapone el viaje palestino desde el paraíso hasta el infierno con el fantasmático viaje inverso sionista, que supuestamente conduce desde el infierno al paraíso. Las demoledoras imágenes de la tortura y el despojo de los palestinos están sembradas con escenas de jubilosa arrogancia israelí, de pillaje y de sadismo. Este cruzamiento inverso de los dos pueblos es fundamental para la comprensión del conflicto. Cuanto más concreta es la expulsión de los palestinos fuera de su tierra y más profundamente imbuida está dicha expulsión en la conciencia de cada uno de ellos, más dudoso e imperdonable es el imaginario regreso judío a su supuesta patria desde el “infierno” de la diáspora.
Es evidente que los israelíes no han logrado nunca convertir la Tierra Santa en su patria. Son ajenos a su naturaleza, han envenenado el suelo y contaminado sus ríos, han arruinado el paisaje con gigantescos muros de cemento armado y monstruosos asentamientos urbanos y, lo que es peor, han erradicado la civilización nativa Palestina o, al menos, lo han pretendido. De hecho, lo que Suleiman introduce en su película es esta forma tan distintiva de indiferencia israelí.
Junto al propio Suleiman, sentado en silencio en el asiento de atrás de una flamante limusina, observamos cómo el chofer israelí se prepara para un viaje. Antes de iniciarlo, le comunica por radio al operador de su empresa que “no tratéis de contactarme, porque estoy a punto de salir para un largo viaje…” Al poco estalla una tormenta, con relámpagos, truenos y lluvia. El chofer está totalmente desorientado, no ve nada, no sabe dónde se encuentra, se le está acabando la gasolina. Poco antes de parar el motor se da cuenta de que la radio no funciona. “¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Dónde estoy? ¿Cómo llegué a este lugar?”, grita. Está perdido en medio de la noche, aislado sin radio ni gasolina en una tierra desconocida que era supuestamente su tierra prometida. Se siente solo, pero no lo está: hay un pasajero palestino sentado confortablemente en el asiento de atrás, que lo mira en silencio.
La alegoría es bastante obvia. Los sionistas estaban deseosos de creer que su proyecto de regreso a la tierra prometida era un regreso desde el infierno, pero ahora se están convirtiendo en prisioneros de su mortífera e inmoral aspiración. Absortos en el ejercicio del poder y armados hasta los dientes, conducen su todoterreno militar en la oscuridad, mientras atraviesan sin rumbo una tierra hostil y ajena, con el depósito siempre punto de agotarse, sin saber qué hacer. Pero una cosa es cierta: siempre tienen un silencioso palestino sentado tras ellos, que observa su caída.
Suleiman nos ofrece una lectura crítica de la sociedad palestina. No elude los temas más dolorosos, hurga en los colaboradores, se enfrenta a la cobardía, palpa el impulso maníaco-depresivo inherente a la cultura árabe y, sin embargo, a pesar de todo eso, conserva la esperanza. Como por milagro, Palestina parece prevalecer. (He aquí una escena de su película anterior, Divine Intervention:
En la crónica cinematográfica de Suleiman asistimos al reportaje de un ejército criminal organizado que se enfrenta a una resistencia desperdigada; vemos soldados israelíes que saquean, aterrorizan y torturan a la población civil; vemos cómo los orgullosos nativos se convierten en una minoría derrotada en su propia tierra; contemplamos a niños palestinos que cantan canciones sionistas en la escuela ante un jovial ministro israelí. Luego, una vez que se convierten en adolescentes y tiran piedras contra el ocupante, son tiroteados por soldados israelíes. Conforme avanza la narración, Suleiman nos lleva a la Ramalah actual, donde los palestinos celebran orgullosamente su cultura árabe.
Hay una escena en Ramalah que arroja nueva luz sobre el equilibrio de poder entre israelíes y palestinos. Mientras que un tanque Merkava del ejército sionista acapara toda la pantalla, sorprendemos a un joven palestino al salir por la puerta de su casa: va a tirar un saco de basura. El tanque israelí se detiene entonces. La mirilla de su cañón apunta a la cabeza del joven, que avanza hacia el contenedor. Se trata de una imagen devastadora. Sin embargo, al regresar hacia su casa, el palestino recibe en su teléfono móvil la llamada de un amigo. En ese instante, el cañón del Merkava sigue sus movimientos en algo que rápidamente se transforma en una parodia cómica del poder israelí. Mientras el joven palestino permanece ajeno al enorme calibre del cañón que apunta a su cabeza, parece como si el poder de disuasión de los israelíes fuese un mero asunto teórico de historiadores.
El mensaje de Suleiman es evidente: puede que Israel tenga que destinar un tanque a cada palestino si es que se empeña en mantener el proyecto nacional judío. Pero va más allá: mientras que el joven palestino pasea en libertad bajo el sol mediterráneo, los soldados israelíes de su misma edad permanecen encerrados en un tanque Merkava. Los israelíes están atascados en una despiadada y vana ideología que no lleva a ninguna parte, encadenados a un joven palestino que ni siquiera se molesta en dirigirles la mirada. Los soldados israelíes no pueden ver la luz del día, la única que ven es la que les entra a través de un periscopio militar. El tanque Merkava podría interpretarse como una metáfora de la mentalidad del gueto israelí. Sin embargo, para Israel el tanque Merkava no es únicamente una metáfora ni mero simbolismo, sino la cruda realidad del Estado judío y del ser político judío. Los israelíes se han encerrado a sí mismos intramuros, en el interior de tanques y búnkeres.
Mientras que en la anterior película de Suleiman la victoria era un asunto de intervención divina (Divine Intervention), en ésta la niebla se disipa. Los palestinos parecen vencer únicamente porque los israelíes están condenados a la derrota, son víctimas de su despiadado salvajismo. Cuanto más siniestros son más los atormenta el miedo que se infligen a sí mismos. La paranoia israelí es pura proyección: “Si los demás son tan brutales como nosotros, estamos perdidos”.
Parece también simbólico que Suleiman sea natural de Nazaret, lo cual nos recuerda que hace ahora 2000 años alguien del mismo pueblo formuló una crítica similar del tribalismo judío. Israel está encerrado exactamente en el mismo círculo vicioso de sus imaginarios antepasados. Cuanto más bestial se vuelve, más aterrorizado se siente de su propia ferocidad. Jesucristo lo entendió muy bien: “Pon tu otra mejilla”, fue su consejo. La incapacidad israelí para entender que la misericordia es el camino explica bien la tragedia judía. Ante nuestros ojos se está desarrollando la crónica de un desastre inaplazable. Por otra parte, en la narración que hace Suleiman de la reciente historia de su pueblo, lo que brilla es precisamente la capacidad de perdón de los palestinos.
Puede que Suleiman sea el maestro absoluto del simbolismo poético cinematográfico. Se las arregla para ofrecer el mensaje más pavoroso por medio de música y silencio. Logra transmitir la idea filosófica más profunda con la mínima expresión coreográfica. A pesar de que el cine es sobre todo una forma artística visual, en la obra de Suleiman prevalece lo auditivo. La música, los sonidos y los ritmos comunican donde el ojo no alcanza a hacerlo. El sonido es nuestro vínculo con el ayer, es el oído lo que nos transporta al reino de lo universal. Es con el oído, no con los ojos, como conectamos con nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
Traducido por Manuel Talens
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