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Mamelucos contra Otomanos en Marj Dabiq

Miembro de los Mamelucos

Los mamelucos habían puesto sobre el terreno un gran ejército, pero las tropas otomanas les superaban claramente en número.

Sus disciplinadas filas de caballería e infantería habían de combatir con una ventaja numérica de tres a uno respecto de los mamelucos.

Los cronistas de la época estiman que el ejército de Selim estaba compuesto por unos sesenta mil hombres en total.

Además, los otomanos también contaban con una significativa ventaja tecnológica sobre sus adversarios.

Si los mamelucos habían formado un ejército a la antigua usanza, es decir, un contingente que confiaba fuertemente su suerte a la habilidad individual de cada uno de sus hombres con la espada, los otomanos habían dispuesto sobre el terreno una moderna infantería provista de mosquetes de carga de pólvora.

Los mamelucos se atenían a los valores militares característicos de la Edad Media, mientras que los otomanos representaban la vertiente moderna del arte de la guerra, y luchaban con técnicas propias del siglo XVI.

Los otomanos, que eran soldados endurecidos en numerosas batallas y poseían una amplia experiencia de combate, estaban más interesados en los despojos de la victoria que en blasonar de cualquier timbre de honor personal alcanzado en un fiero combate cuerpo a cuerpo.

Al producirse el choque de los dos ejércitos enfrentados en la batalla de Marj Dabiq, las armas de fuego otomanas diezmaron las filas de los caballeros mamelucos.

El ala derecha del ejército mameluco se derrumbó bajo la presión de la ofensiva otomana, y el flanco izquierdo se dio a la fuga.

El comandante del ala izquierda mameluca era el gobernador de la ciudad de Alepo, un mameluco llamado Khair Bey que, según se sabría más adelante, se había coaligado con los otomanos antes del enfrentamiento, transfiriendo su lealtad a Selim el Severo.

Poco después del inicio del choque, la traición de Khair Bey habría de dar la victoria a los otomanos.

Caída de los mamelucos

El sultán mameluco, Qansuh al-Ghawri, contempló horrorizado cómo el ejército se desbarataba ante sus propios ojos.

El campo de batalla se hallaba envuelto en tan espesa polvareda que los dos ejércitos apenas se veían.

Qansuh se volvió hacia sus asesores religiosos y les instó a rezar por una victoria que ya no confiaba que pudieran darle sus soldados.

Uno de los capitanes mamelucos, dándose cuenta de lo desesperado de la situación, arrió el estandarte del sultán, lo plegó y se volvió a Qansuh diciendo:

«Oh, sultán, amo y señor nuestro, los otomanos nos han derrotado. Salvad vuestra vida y refugiaos en Alepo».

Al comprender la honda verdad que encerraban las palabras del comandante, el sultán sufrió un ataque de apoplejía que le dejó hemipléjico.

Al tratar de montar en su alazán, Qansuh cayó fulminado y murió in situ.

Abandonado por su séquito en desbandada, el cadáver del sultán jamás llegaría a encontrarse.

Era como si la tierra hubiera abierto sus fauces y se hubiera tragado entero el cuerpo del caído monarca mameluco.

Al asentarse el polvo del combate comenzó a aparecer en toda su crudeza el absoluto horror de la carnicería.

«Fue un momento capaz de hacer encanecer a un niño y de fundir el hierro con su encono», sostiene el cronista mameluco Ibn Iyas.

El campo de batalla aparecía cubierto de cadáveres y de hombres y caballos agonizantes, aunque los otomanos frenaron en seco sus lamentos, tan ávidos estaban por hacerse con el botín de sus adversarios.

A su paso no quedaron sino «cuerpos descabezados y rostros cubiertos de polvo, convertidos en semblantes espantosos» destinados a servir de pasto a los cuervos y los perros salvajes.

Si para los mamelucos había sido una derrota sin precedentes, para el imperio habría de ser un golpe del que jamás lograría recobrarse.

La victoria obtenida en Marj Dabiq hizo de los otomanos los dueños de Siria.

Selim el Severo entró en Alepo sin encontrar resistencia y prosiguió su avance hasta Damasco sin tener siquiera que desenvainar la espada.

Las noticias del desastre llegaron a El Cairo el 14 de septiembre, unas tres semanas después de la batalla.

Los capitanes mamelucos que habían logrado sobrevivir se habían reunido en la ciudad para elegir a un nuevo sultán.

Acordaron que el sucesor debía ser la mano derecha de Qansuh, un hombre llamado al-Ashraf Tumanbay.

Tumanbay iba a ser el último sultán mameluco, y su reinado no habría de durar más que tres meses y medio.

Selim el Severo escribió a Tumanbay desde Damasco.

En la misiva le planteaba una disyuntiva: rendirse y gobernar Egipto como vasallo de los otomanos, o resistir y verse abocado a la más completa aniquilación.

Tumanbay sollozó de terror al recibir la carta de Selim, dado que la rendición era impensable.

El temor comenzó a atenazar tanto a los soldados del sultán mameluco como a sus súbditos.

En un intento de mantener la disciplina, Tumanbay promulgó un edicto en el que se prohibía, bajo pena de muerte, la venta de vino, cerveza y hachís.

Sin embargo, según cuentan los cronistas, los angustiados habitantes de El Cairo hicieron caso omiso de la orden y trataron de aliviar la tensión de la inminente amenaza de invasión refugiándose en las drogas y el alcohol.

Cuando se recibió en El Cairo la noticia de que la ciudad costera de Gaza había sido conquistada y de que los otomanos habían pasado a cuchillo a mil lugareños, el olor del miedo se apoderó hasta del último rincón de la urbe.

En enero del año 1517, el ejército otomano penetró en Egipto, poniendo inmediatamente rumbo a la capital.

Sigue…

Por E. Rogan

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