Siria: la misma historia con similar guión
En el congreso de San Remo (abril de 1920), París se quedó con Siria y Líbano y Londres permaneció en Palestina (ocupada a partir de 1948 por el enclave neocolonial llamado «Israel»), la Transjordania (donde en 1950 los ingleses inventaron «Jordania»), Kuwait (protectorado de Londres desde 1899, «independiente» en 1961), e Irak, destruido tras la invasión militar de la «comunidad internacional» en 2003.
Revisemos la historia (esa que la Enciclopedia de Diderot y Wikipedia conciben como «universal») en los países del Levante. En una recopilación de documentos realizada por Walid Jalidi, del Instituto de Estudios Palestinos (From Heaven to Conquest, 1971), aparece el interesante memorando enviado a los congresistas por Arthur James Balfour, primer ministro (1902-06) y canciller de su majestad británica (1916-19).
Al segundo periodo de la gestión de Balfour pertenece la famosa declaración que en 1917 adoptó su nombre, pieza clave en la estrategia del sionismo para instalar un «Hogar Judío» en Palestina. Dato a considerar como algo más que una simple efeméride, pues sin él cualquier análisis que se pretenda objetivo sería totalmente inescrutable.
Con fecha 22 de septiembre de 1919, el memo de Balfour hace hincapié en las diferencias franco-británicas en relación con Medio Oriente y, en particular, con respecto a la política de Inglaterra frente a las pretensiones de Francia sobre Siria.
Balfour escribe acerca de cómo repartirse la herencia otomana, y asegura que el impacto que el problema sirio está produciendo sobre las relaciones anglo-francesas le causa «considerable ansiedad».
Dice: «No he podido nunca comprender sobre qué bases reales sustenta Francia su pretensión en Siria. La intervención francesa en las Cruzadas en la Edad Media, los arreglos hechos por Mazarino con los turcos, la turbulenta expedición de 1861, sostienen, muy débilmente, en mi opinión, sus desmedidas ambiciones».
Con ironía british, agrega: “Yo podría presentar un buen argumento en favor de Gran Bretaña, recordándoles la derrota infligida por sir Sydney Smith a Napoleón en Acre, y mejor aún, preguntando a los franceses qué porción, específicamente de Siria, o qué parte del imperio turco reclamarían, si no fuera la reciente derrota de los turcos a manos de las fuerzas británicas”.
Imagina: “Supongamos que pedimos a Clemenceau (jefe de gobierno del presidente francés Raymond Poincaré, 1917-20) que hable claramente. Yo creo que contestaría, más o menos, de la siguiente manera: ‘…Traté de llegar a un acuerdo con Inglaterra acerca de Siria. Tenía profunda conciencia de la necesidad de que hubiera relaciones amistosas entre los dos países, y quería a toda costa prevenir cualquier choque de intereses en Medio Oriente’.
“Por tanto, pedí al primer ministro que me indicara las modificaciones que Inglaterra quería que se rehicieran al Tratado Sykes-Picot (1916). El replicó: ‘Mosul’. Yo le contesté: ‘Usted lo tendrá. ¿Algo más?’ El contestó: ‘Palestina’. Otra vez digo yo: ‘La tendrá’.”
Meditabundo, Balfour apunta: «Cuál sería entonces mi sorpresa, cuando encontré que ser tan generoso ocasionaba más demandas. Parece ser que Mosul no servía si no se daba Palmira. Palestina no era lo suficientemente grande para servir de hogar a los judíos, a menos que sus fronteras se extendieran hacia el norte, adentrándose en Siria. Y como esto no era suficiente se descubrió que la Mesopotamia necesitaba de una salida directa, también británica, hacia el Mediterráneo».
Concluye: «Todo esto fue malo, pero falta aun lo peor por contar. En los primeros días de la Conferencia de paz se acordó que, en general, los territorios conquistados fuera de Europa serían controlados por los conquistadores, bajo mandato de la Liga de las Naciones. Según este plan, ¿quién tendría el mandato sobre Siria?»
No vamos a pormenorizar, ahora, las incontables masacres de civiles que Gran Bretaña, y en particular Francia, ejecutaron para sofocar los movimientos anticoloniales, independentistas, nacionalistas, antimperialistas y revolucionarios del «mundo árabe». Subrayemos, para abreviar, los últimos y falaces párrafos del memo de lord Balfour:
«El sionismo, sea correcto o no, bueno o malo, tiene sus raíces en antiguas tradiciones, en las necesidades presentes, en esperanzas futuras, de importancia más profunda que los deseos y prejuicios de los 700 mil árabes que habitan esta antigua tierra». Por último, y en lo que respecta a Palestina, para las potencias no hay ningún hecho correcto y ninguna declaración política que no tenga la intención de violar.
¿Quién juzga a quién en Siria hoy? O, mejor dicho: ¿quién interviene a quién? A 92 años de San Remo, y frente a la eventual (¿inminente?) renuncia del presidente sirio Bashar Assad, la última cruzada de Occidente está a punto de cantar victoria en el corazón del «mundo árabe»: Damasco.
Y así quedaría aplastado el último obstáculo para «meter en cintura» a Irán, Líbano y las milicias de Hezbolá, que en 2006 acabaron con el mito del «invencible» ejército israelí. Claro, Rusia y China podrían impedirlo. ¿A qué costo?
Por José Steinsleger
Fuente : La Jornada
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