El cuento árabe sobre Qadis
La isla de Cádiz tiene un cuento árabe que todos deberíamos conocer, que se debería contar en las escuelas y que los guías turísticos deberían repetir citando fuentes y sin complejos, pues pocas son las ciudades que pueden presumir de este privilegiado patrimonio que la historia nos ha legado.
Durante la Edad Media se fueron elaborando en la cultura árabe una serie maravillosa de cuentos, que posteriormente fueron recopilados en la colección Las mil y una noches.
Libro de extraordinario éxito en el siglo XIX y que tradicionalmente ha representado a la narrativa árabe en el mundo occidental.
Pero también por aquellas fechas había enciclopedistas, cosmólogos y geógrafos, que elaboraron sus obras con un peculiar estilo en el que entremezclaban (queriendo informar, a la vez que sorprender y entretener) datos personalmente contrastados con relatos escuchados, textos clásicos griegos, leyendas populares y narraciones fantásticas.
Un estilo que conseguía hacer, en algunas ocasiones, que el componente de lo que hoy entendemos por «cuento» se impusiera a lo que actualmente consideramos un ensayo, histórico o científico.
Precisamente de esos relatos sale el bonito cuento en el que la isla de Cádiz tiene el papel protagonista.
La isla de Cádiz (Yazirat-Qadis), durante los siglos en que perteneció a la región de al-Ándalus, sorprendía y era citada por los viajeros y los geógrafos no por alguna obra o edificio de reciente construcción, sino por dos grandes edificaciones romanas con las que los musulmanes se encontraron al llegar, ya muy deterioradas por el tiempo.
Unas edificaciones impresionantes, tanto por sus dimensiones como por las dificultades técnicas para su construcción: un acueducto de piedra que traía el agua potable a la ciudad desde los manantiales del Tempul (en Jerez) y una gran torre de piedra junto al mar con una brillante estatua en la cúspide.
Edificaciones de cuyos antecedentes poco o nada sabían, para las que elaboraron unos orígenes a la medida de su extraordinaria magnitud.
Esta es la versión libre del «cuento«, sin aportación personal, elaborada conjuntando varias las narraciones árabes del siglo XIII.
Que se acompaña con la imagen del Ídolo de Qadis que aparece en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Francia:
Antes de que los musulmanes conquistasen al-Ándalus, gobernaba la isla de Cádiz un rey cristiano, que tenía una hija de gran belleza a la que pretendían los reyes de las tierras vecinas.
Pero la joven princesa puso condiciones y declaró:
«Solo me casaré con quien construya en mi isla un talismán que impida la entrada de los enemigos, o con quien sea capaz de traer a la isla agua potable desde tierra firme».
Dos jóvenes pretendientes empezaron a trabajar en cada uno de los difíciles retos que se propusieron, por lo que hubo que preguntar a la princesa con cuál de ellos se casaría, a lo que ella contestó: «Me casaré con quien primero termine la obra que ha emprendido».
El constructor del acueducto, tras canalizar el agua desde los manantiales, se esforzaba en el tramo final conduciendo el agua por dentro de piedras muy bien ensambladas, de forma que, cuando el acueducto cruzara la ría y las marismas para llegar a la isla, no entrase lo más mínimo de agua salada.
Al llegar a la ciudad el agua dulce se recogería en unas preciosas cisternas cubiertas de brillantes mosaicos de colores.
Por lo que se refiere al constructor del talismán, edificó junto al mar una gran torre escalonada y, sobre ella, la brillante figura metálica de un hombre.
La torre era maciza y sin ventanas con una base cuadrada.
Sobre este primer cubo había otro, igualmente de forma cuadrangular, que sostenía un tercero con la misma forma pero con los lados más cortos.
La torre se remataba con un cuarto piso con forma de pirámide truncada, al final del cual había una losa horizontal de mármol sobre la que se asentaba una escultura de maravillosa naturalidad, equilibrio y tamaño.
Algunos decían que estaba hecha de oro rojo, pero a la salida del sol y a su ocaso la figura brillaba con colores verdes, azules y rojizos, como el cuello de las palomas.
Era la figura de un hombre barbudo, con un vestido, cinturón y un manto dorado que, colgándole desde los hombros, le caía hasta la mitad de las piernas.
Su mano izquierda, sobre el pecho, recogía las puntas del manto, mientras que el brazo derecho lo tenía extendido portando en la mano una llave.
La agarraba señalando hacia el mar como si dijese: ¡No se puede pasar!
Se cuenta que el primero en finalizar la obra fue el constructor del acueducto, pero el rey, temiendo que la obra del talismán se dejase inacabada, impidió que ese hecho se proclamara.
Cuando el pretendiente terminó de edificar el talismán, se le informó que el ganador había sido el constructor del acueducto.
Una noticia que le resultó tan insoportable, que subió a lo más alto de la torre y se arrojó al vacío, muriendo en el acto.
De esta forma, el rey de la isla consiguió el agua potable y el talismán.
Ocurriendo, según se decía, que desde que se colocó el talismán el océano se embraveció, con olas como montañas, cerrando la isla a la llegada de flotas enemigas.
Tras años de prosperidad y pacífica convivencia en la isla de Qadis, la caída de la llave que portaba el ídolo fue el presagio de una importante desgracia: una gran flota surta en la bahía, bajo el mando de Isa b. Maymún, se sublevó contra el gobernador de la isla, poniéndose de parte de los almohades del norte de África.
Hermanos en la religión islámica, pero intolerantes y violentos, los almohades sometieron sin miramientos a los habitantes de Qadis, mostrando gran hostilidad a lo que la figura del talismán representaba para los gaditanos.
Una circunstancia que llevó a que Maymún, fanático y codicioso, dando crédito a las leyendas que decían que dentro de la torre había un tesoro escondido y que la escultura estaba hecha de oro, mandase derribar el talismán.
Pronto vería la vanidad de su acción, al comprobar que no había ninguna riqueza escondida y que la figura metálica solo tenía un baño dorado.
Una acción que despertó los temores de aquellos que creían que la destrucción del talismán traería males y desgracias para Qadis.
Poco tiempo después, Maymún murió violentamente en las revueltas de al-Ándalus, cumpliéndose la maldición no escrita para quien destruyera el talismán, y los ejércitos cristianos comenzaron con éxito, por Córdoba, las batallas que les llevarían a la conquista de al-Ándalus y a la ocupación de la isla de Qadis (donde se encontraron con restos de magníficos edificios antiguos que no supieron interpretar).
Años después aún se discutía, desde al-Ándalus hasta Oriente Medio (y así consta en las versiones del cuento) si estas obras realmente las habían hecho los aspirantes a casarse con una princesa, un gigante o el mismo Hércules.
Si lo que portaba el ídolo en su mano era una llave, un bastón, un pergamino, una tablilla con un texto grabado o el mango de un látigo.
O si aquella torre rematada por una escultura era considerada como un talismán o como una atalaya de señales para la navegación.
Si cuando se derribó el talismán realmente se sucedieron las desgracias sobre la isla, o simplemente se perjudicó a la navegación y se quebrantó el orgullo de los gaditanos.
En Cádiz este cuento, mientras muchos atienden la programación habitual de Tele 5, sigue provocando excitación mental en personas sensibles: Francisco Javier Castro escribió la novela Al-Sanan.
La caída del Ídolo, Tere Posada hizo una recreación del faro en cerámica, Juan Antonio Fierro habla de la ubicación del talismán junto a la playa de El Chato y otras personas son abducidas a la plaza de Asdrúbal y al Museo Provincial, ante los restos del acueducto y la imagen del faro.
Dicen que, por la expresión de sus caras, los conserjes del museo ya saben a que van y las dejan pasar sin importunarlas.
Con información de Diario de Cadiz
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