Música sagrada en la noche
El primer día de enero se despertó al alba y ese hecho fortuito determinó que resolviera ser metódico en su vida. En adelante actuaría con todas las reglas del arte. Se ajustaría a todos los códigos. Respetaría, sobre todo, el viejo y buen abecedario que, al fin y al cabo, es la base del entendimiento humano.
Para cumplir con este plan empezó como es natural por la letra A. Por lo tanto la primera semana amó a Ana; almorzó albóndigas, arroz con azafrán, asado a la árabe y ananás. Adquirió anís, aguardiente y hasta un poco de alcohol. Solamente anduvo en auto, asistió asiduamente al cine Arizona, leyó la novela Amalia, exclamó ¡ahijuna! y también ¡aleluya! y ¡albricias! Ascendió a un árbol, adquirió un antifaz para asaltar un almacén y amaestró una alondra.
Todo iba a pedir de boca. Y de vocabulario. Siempre respetuoso del orden de las letras la segunda semana birló una bicicleta, besó a Beatriz, bebió Borgoña. La tercera cazó cocodrilos, corrió carreras, cortejó a Clara y cerró una cuenta. La cuarta semana se declaró a Desirée, dirigió un diario, dibujó diagramas. La quinta semana engulló empanadas y enfermó del estómago.
Cumplía una experiencia esencial que habría aportado mucho a la humanidad de no ser por el accidente que le impidió llegar a la Z. La decimotercera semana, sin tenerlo previsto, murió de meningitis.
Luisa Valenzuela
Al comienzo, antes de lo claro y lo oscuro, antes del universo mismo, fue el Verbo… La palabra.
Para que se diera el origen de cualquier cosa, fue necesario pronunciar su nombre.
Hubo un tiempo en que el aire, las ideas o los sonidos no existieron hasta que fueron lexis. Y la palabra, creadora, formó todo lo que conocemos. La palabra dijo Luz, y la luz se hizo. La palabra dijo Agua, dijo Tierra, y los valles se inundaron. Hubo un tiempo en que no había nada más importante que la palabra. La palabra era divina porque Dios fue palabra antes del mundo, antes de la creación. Y Dios, dio el don de la palabra a los ángeles, arcángeles y demás seres celestiales, para que supieran dirigir a los hombres. Y asimismo les concedió la palabra a los hombres, para que dominaran la Tierra y todo lo que hubiera en ella.
Y cuando la palabra alcanzó el esplendor de su reino, ésta parió a la escritura.
Dicen los textos que las primeras palabras dichas en los cielos, ya creados, fueron: “Non serviam”. Cuenta la leyenda, recogida en páginas perdidas por el tiempo, que aquellas palabras rasgaron la infinitud, rompiéndola en dos. Narran que se desprendió al vacío el dueño de las primeras palabras del cielo y que se abrió la tierra en abismo, para tragárselo por siempre. A partir de aquel momento se les prohibió a los seres celestiales dirigir la vida de los hombres
Cuentan los mismos textos que las primeras palabras dichas en la tierra, ya formada, fueron: “ Non serviam”. Confiesa el libro sagrado que Lilith no aceptó ser una mera propiedad del esposo, no se conformó con la inferioridad ni el yugo de la ignorancia. Dicen que aquellas palabras, malditas siempre, no fueron perdonadas por el Dios que les había enseñado a pronunciar. El Dios, que también había sido verbo, borró el nombre de la mujer, desterrando a su estirpe de la historia de la humanidad.
Nos enseña la Historia que jamás se volvieron a pronunciar aquellas palabras. Quedaron malditas en los textos y en la memoria. A nosotros nadie nos enseñó a pronunciarlas. Las escrituras se escondieron, para que el hombre no pudiera encontrarlas. Pero las Palabras, poderosas, siempre perviven a través del tiempo.
Y dicen que Dios, arrepentido por el gran poder que nos había otorgado, prefirió guardar silencio y observar cómo el mundo se consumía desde las alturas. Y que, desde entonces, millones de hombres sin voz sirven a otros pocos charlatanes y que, mientras el mundo sigue girando, los ángeles, rendidos, se callan.
Connie Marchante
Un himno a Nikkal
Hija del dios cananita Jirjibi, el rey del verano, se casó con el dios lunar Yarij, que le regaló collares de lapislázuli. Su matrimonio es descrito líricamente en el texto ugarítico “Nikkal y las Kathirat”. Probablemente se festajaba a finales del verano cuando ya se hubiesen cosechado los frutos de los árboles. Su equivalente sumeria es la diosa Ningal, la “gran señora”, consorte de Nannar y madre de Inanna y Ereshkigal.
La más antigua obra anotada completa de música antigua es una canción hurrita, un himno escrito en cuneiforme ugarítico silábico dedicado a Nikkal. Fue publicada después de su descubrimiento en Ugarit por Emmanuel Laroche, por primera vez en 1955 y con una versión más completa en 1968, y ha sido el foco de muchos estudios posteriores en paleomusicología por, entre otros, Anne Draffkorn Kilmer, quien le dio el nombre de “Himno a Nikkal”
Aquellas noticias acerca de la aparición de una grabación musical inédita que permaneció oculta durante algunos años, o décadas, o incluso la aparición de una partitura escondida por siglos, se vuelven triviales al lado de la aparición de una pieza musical de 3.400 años. Parece imposible, pero es real: científicos de la Universidad de California en Berkeley han hallado y decodificado un conjunto de antiguos textos cuneiformes cuyo resultado es la recreación de una pieza de música inédita.
El cuerpo de las antiguas tablillas cuneiformes, conocido como texto léxico, fue descubierto por primera vez en la década de 1950 en la antigua ciudad siria de Ugarit. Antes no se sabía casi nada acerca de la música sumerio-babilónica, aparte del tipo de instrumentos musicales que se utilizaban, que fue derivado de las imágenes talladas y los restos arqueológicos encontrados. Nada se sabía acerca de la teoría y la práctica de lo que se consideraba un arte divino, cuyo patrón era el Dios Enki/Ea, quien supervisaba los reinos de la magia, las artes y la artesanía. Ahora se ha encontrado una colección que cuenta con cuatro textos cuneiformes individuales y un quinto grupo de textos, de una compleja teoría musical y notación, y un himno de culto de hace 3.400 años, la pieza completa más antigua de música escrita que se haya descubierto.
La tableta contiene la letra de un himno a Nikkal, diosa de los huertos, e instrucciones para un cantante acompañado de un “sammûm” de nueve cuerdas, un tipo de arpa o lira. Además, varias de las tabletas tienen instrucciones para afinar el instrumento. Los especialistas de la Universidad de California en Berkeley han publicado un libro de audio llamado “Sonidos del silencio”, en el que presentan a los oyentes una interpretación, titulada “Una canción del culto Hurrian de la antigua Ugarit”. Otros científicos y artistas han realizado sus propias versiones de esta música ancestral. Una invitación a adentrarse en la atmósfera mágica de música que llega desde una pasado muy, muy lejano.
Bajo la luna y las flores
Cuarenta y nueve años
De infructuoso vagabundeo
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