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Cristianismo primitivo orígenes de Jesús (III)


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El bautismo como símbolo externo y visible de una renovación interna y espiritual fue un rasgo de muchos de los cultos mistéricos que existieron en todo el mundo helenístico de la época. Tuvo una tradición especialmente duradera en el antiguo culto mistérico egipcio de Isis. Y significativamente, el bautismo en sus templos a orillas del Nilo iba precedido de un arrepentimiento público y de la confesión de los pecados ante el sacerdote.

Fue aquél, además, el único período en la dilatada Historia de la religión de Isis en que se enviaron misioneros fuera de Egipto; así pues, parece bastante posible que Juan estuviese influido, concretamente, por ese ritual bautizador.

Quizá tuvo la experiencia personal de la religión egipcia en el territorio propio de ésta, pues de acuerdo con algunas tradiciones cristianas antiguas la familia de Juan huyó a Egipto para salvarse de la matanza de Herodes… tradiciones que se expresan, por ejemplo, en la Virgen de las Rocas de Leonardo.

El bautismo de Jesús presenta varias dificultades teológicas. La primera, y no pequeña, es que como Hijo de Dios nacido sin mancha no tenía ninguna necesidad de lavar sus pecados. Problema que no desaparece diciendo, como intentan algunos, que Jesús lo hizo para dar ejemplo a sus seguidores, porque esa explicación no figura en ningún pasaje de los Evangelios.

Por otra parte, hay además varias anomalías significativas en los relatos evangélicos que describen el bautismo de Jesús por Juan. Mientras Morton Smith señala que la imagen de la paloma que bajó de los cielos no tiene paralelismo ni precedente en la tradición judaica, (1) Desmond Stewart va más allá y descubre claros vínculos con el simbolismo y las prácticas de los egipcios, cuando escribe:

Aunque supuestamente Yahvé envió a unos cuervos para que llevasen comida a un profeta, no tenía la costumbre de manifestarse haciendo bajar pájaros. La paloma, en todo caso, era el ave sagrada de la diosa pagana del amor, llámese Afrodita o Astarté […].

En cuanto a lo que Jesús creyó ver, Egipto proporciona mejor explicación cuando Re [o Ra, el dios egipcio del sol] recibe en su seno al amado, que es el faraón, adopta el aspecto de Horus, cuyo símbolo más corriente es el halcón […]. Que un dios adoptase a un mortal mediante un rito de bautismo, no planteaba ninguna gran dificultad a los egipcios. (2)

La deidad egipcia principal a quien se asociaba habitualmente con el símbolo de la paloma es Isis, una vez más, la llamada «reina de los cielos», «estrella del mar» (Stella Maris) y «madre de Dios» desde mucho antes de que naciese la «Virgen María».

Con frecuencia se representó Isis dando el pecho al niño Horus, mágicamente engendrado por ella con el difunto Osiris. En la festividad anual que conmemoraba su muerte, y tres días después su resurrección, se decía que el Sol se volvía negro al morir y bajar a los mundos inferiores. (Y vemos los rayos de un sol negro sobre la escena de la Crucifixión en el mural realizado por Jean Cocteau para la iglesia de Londres.)

Dado el insólito celo misionero de algunos grupos de adoradores de Isis en la época, y la proximidad geográfica de Egipto, por no mencionar el ambiente cosmopolita de Galilea, no es de extrañar que Juan, Jesús y demás seguidores hubiesen recibido la influencia del culto de Isis.

Lo que sí extraña es la pretensión todavía viva de que la mayoría de los cristianos crea que su religión es algo total y absolutamente único, sin mancha alguna de otras filosofías o religiones, cuando evidentemente no es así. Tomemos por ejemplo la Última Cena, en la que según es creencia común Jesús instituyó el ágape sagrado del pan y el vino en representación de su carne y su sangre, o si se quiere, transustanciados en éstas.

Escribe A. N. Wilson que esto «tiene un recio sabor a cultos mistéricos del Mediterráneo, y muy poco en común con el judaísmo». (3) A continuación aplica el comentario a su idea de que la Última Cena fue una invención de los evangelistas, pero ¿y si hubiese ocurrido de verdad, sólo que como rito pagano?

La eucaristía y el simbolismo de Osiris

Desmond Stewart corrobora el paralelismo diciendo: [Jesús] tomó el pan y el vino, elementos de la hospitalidad cotidiana que sin embargo marcan la culminación del simbolismo de Osiris, e hizo de ellos, no un sacrificio sino la vinculación entre dos estados del ser. (4)

Para los cristianos el ágape sagrado del pan y el vino, punto culminante de la comunión protestante y la eucaristía católica, es algo exclusivo de Jesús. Cuando en realidad era ya una práctica común de las escuelas mistéricas principales del culto a un Dios que muere, sobre todo las de Dioniso, Tammuz y Osiris.

En todos los casos se entendía que era un camino para hacerse uno con el dios en cuestión y alcanzar la elevación espiritual (aunque los romanos expresaron su repugnancia ante el canibalismo implícito en este género de creencias). Todos esos cultos se hallaban bien representados en Palestina hacia la época de la Última Cena, así que su influencia es comprensible.

Si consideramos los cuatro Evangelios canónicos, es de señalar que el de Juan cuenta la Cena pero no menciona la ceremonia del pan y del vino, quizá porque no se instituyó entonces; en otro lugar del Evangelio de Juan (6, 54) queda implícito que el ágape sagrado del pan y el vino se celebraba desde los primeros días de la vida pública de Jesús en Galilea.

En cuanto al concepto de comerse y beberse al dios de uno, según el ritual de la Misa, para los judíos era aborrecible. Observa Desmond Stewart que:

La noción de que el cereal era Osiris fue común entre los egipcios, y también tuvieron curso ideas muy similares en Hellas [la antigua Grecia] relacionadas con [las diosas] Deméter y Perséfone. (5)

Otro paralelismo con las escuelas mistéricas —y que no tiene parangón con ninguna creencia ni práctica judaica— es el suceso de la resurrección de Lázaro. Claro está que se trata de un acto de iniciación: Lázaro «resucita» de la muerte simbólica; lo uno y lo otro eran rasgos corrientes en las escuelas mistéricas de la época, y los ecos vuelven a aparecer en ciertos rituales de la francmasonería moderna.

El único Evangelio canónico que registra el acontecimiento, el de Juan, le atribuye un carácter milagroso, de literal resurrección de entre los muertos. Pero el Evangelio secreto de Marcos deja claro que fue sólo un acto simbólico, el cual marcaba la «muerte» del antiguo yo de Lázaro y su renacimiento como un ser espiritualmente más avanzado. Es verosímil que el episodio fuese suprimido de los demás Evangelios porque la alusión a las actividades de la escuela mistérica era demasiado transparente. Por lo que concierne a nuestra indagación, el punto más significativo de ese rito es que su parangón más obvio remite a las ceremonias de «renacimiento» del culto egipcio de Isis.

Refiriéndose a la mística de Isis tal como se entendió en el siglo I Desmond Stewart escribe:

[…] la evidencia de Betania indica que Jesús practicó una especie de misterio similar al que vivió Lucio Apuleyo en el culto de lsis. (6)

También la Crucifixión corrobora la postura de los judíos al negar que Jesús fuese el Mesías, porque una muerte en circunstancias tan deshonrosas era lo último que le habría ocurrido al caudillo victorioso que ellos esperaban. Esto en sí mismo no preocupa demasiado a los cristianos, porque mantienen que el suyo es un Mesías de un orden muy superior, en términos espirituales, al de las creencias judaicas.

Sin embargo el relato neotestamentario de la muerte de Jesús plantea otras dificultades. Es obvio que su interpretación cristiana como supremo sacrificio místico fue ideada posteriormente, en realidad, para explicar la discrepancia entre lo que habían esperado los judíos de su Mesías y lo que realmente le ocurrió a Jesús.

Se ha postulado que Jesús y los de su círculo desarrollaron su concepto propio de Mesías incorporándole la idea del Justo que Sufre, que derivaron del personaje de José según ciertos textos apócrifos de los judíos. Cumple observar que entre los «herejes» del norte de Palestina, es decir los galileos, este José «doliente» había absorbido algunas características del culto sino de Adonis-Tammuz. (7)

Los eruditos han observado asimismo la influencia del dios pastoril Tammuz sobre el Cantar de los Cantares, (8) tan importante por otro lado para el culto de la Virgen negra. Posiblemente Jesús emulaba a Tammuz cuando se comparó con el Buen Pastor, y sus seguidores en la época no desconocían ese término, ya que Belén era centro principal del culto de Adonis-Tammuz. (Recordemos que en la época de san Jerónimo los cristianos andaban indignados por la existencia de un templo de Tammuz en el lugar de Belén donde supuestamente nació Jesús.)

En vista de lo anterior sorprende que muchos comentaristas modernos, aun reconociendo la presencia de notables influencias paganas en la vida y enseñanzas de Jesús, renuncien a explorar el hecho y no pasen de una mención superficial.

Como cuando escribe Hugh Schonfield:

Hacía falta un nazareo de Galilea para entender que la muerte y la resurrección eran el puente entre las dos fases [del Rey Mesiánico Único y Doliente]. La propia tradición de la tierra donde Adonis moría y resucitaba todos los años parecía reclamarlo así. (9)

Mientras tanto Geoffrey Ashe admite que «Cristo se convirtió en un Salvador notablemente parecido a los dioses que mueren y resucitan en los Misterios, Osiris, Adonis y los demás». (10)

No obstante, el arquetipo que mejor se adapta a la vida y a la peripecia de Jesús tal como ha llegado hasta nosotros es el del dios egipcio Osiris, consorte de Isis. Según la tradición lo mataron un viernes y resucitó al tercer día. (11)

Hay indicios de que los primeros cristianos solían confundir el título de Christos con otra palabra griega, Chrestos, que significa bondadoso o amable. Algunos manuscritos primitivos de los Evangelios la usan en vez de Christos, pero es que Chrestos era uno de los epítetos adscritos tradicionalmente a Osiris. Viene al caso recordar que además hay en Delos una inscripción a Chreste Isis. (12)

La exclamación de Jesús desde la cruz también da pie a una interpretación pagana. Tanto la versión de Marcos, «eloi eloi!» como la de Mateo, «eli eli!» se traducen por «¡Dios mío! ¡Dios mío!» [¿por qué me has abandonado?], aunque se dice también que algunos de los circunstantes creyeron que llamaba al profeta Elías, a quien el mismo Jesús había relacionado expresamente con Juan el Bautista. (14)

Pero «Dios mío» en arameo debía decir ilahi. Desmond Stewart ha postulado que la palabra debió de ser Helios, el nombre del dios solar, (15) y llama la atención que este grito coincide con el anómalo oscurecimiento a mediodía. De hecho, en uno de los manuscritos neotestamentarios más antiguos que se conocen los espectadores creen que está llamando a Helios, cuyo culto muy difundido en la Siria del siglo IV— se cristianizó sustituyéndole el nombre por el de Elías. Por supuesto una divinidad solar es la quintaesencia de los cultos que tienen cielos de muerte y renacimiento.

Por consiguiente vemos que Jesús se adapta a la tradición de los dioses que mueren, pero ese arquetipo no es el panorama completo de los misterios antiguos. El dios, llámese Osiris, Tammuz, Attis, Dioniso o cualquier otro de los que había, estaba inevitablemente asociado a su consorte, la diosa, a quien correspondía por lo general el papel de protagonista en este drama de la resurrección. Como dice Geoffrey Ashe:

El dios-compañero era el amante trágico de la Diosa, predestinado a morir anualmente con el verdor de la naturaleza viva y renacer en primavera […].

Es evidente que si Jesús quiso realmente cumplir una tradición de «Dios que muere», falta algo. Por lo cual Ashe apostilla:

En su papel de Salvador que muere y resucita no era posible que se le percibiese solo. No era eso lo que hacían aquellos dioses […] nunca se manifestaría un Osiris sin una Isis, ni un Attis sin una Cibeles. (16)

Dirán los críticos, por consiguiente, que como Jesús no tuvo a su lado una persona que figurase como diosa-compañera no era posible que estuviese representando el papel de dios que muere; él era único en su verdadera divinidad y no le hacía falta compartirla con ninguna mujer. Pero ¿qué pasa si tuvo en verdad esa compañera? Pues naturalmente que la tuvo, y ese conocimiento es lo que han atesorado en secreto las generaciones de «heréticos». La «Isis» de Jesús era María Magdalena.

Los egipcios interpelaban a su Reina Isis «amante de los dioses […] dueña de las ropas rojas […] amante y dueña de la tumba […]». (17)

Tradicionalmente se representa a la Magdalena llevando indumentaria de color rojo, lo que suele interpretarse como alusión a que era una «mujer de escarlata». Y fue ella quien presidió las ceremonias fúnebres de Jesús. Si se comprende esto, súbitamente encaja todo el rompecabezas de datos perdidos o deliberadamente confundidos y alterados, y aparece la propia naturaleza de lo que podríamos llamar el verdadero cristianismo.

Por Picknett-Prince


Notas:

1.Los textos de ambos manifiestos rosacruces están reproducidos en los apéndices de Yates, The Rosicrucian Enlightenment.
2.Ibid., p. 38.
3.Citado ibid., p. 44.
4.Ibid., p. 118.
5.Citado en Baigent, Leigh y Lincoln, The Holy Blood and the Holy Grail, p. 449.
6.Se hallará un resumen de The Chemical Wedding en Yates, The Rosicrucian Enlightenment, capítulo 5.
7.Ibid., capítulo VI.
8.Spence, p. 174.
9.Yates, The Rosicrucian Enlightenment, pp. 185-185.
10.Ibid., p. 183.
11.Hancock, p. 335.
12.Yates, The Rosicrucian Enlightenment, p. 210.
13.Ibid., p. 211.
14.Hancox, The Byrom Collection.
15.Véase Ellic Howe, «German Occult Groups», en Cavendish (recop.), The Encyclopaedia of the Unexplained, p. 89; Ellic Howe, «Rosicrucians», Man, Myth and Magic nº 87, p. 2.426; J.M. Roberts, The Mythology of the Secret Societies, p. 102.
16.Véase Findel, The History of Freemasonry, pp. 233-234 y Robert Amadou, «Martinès de Pasqually et l’Ordre des élus Cohen», L’Originel nº 2, otoño de 1995.


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