Tierra Amada – Cultura y Resistencia en la Palestina Ocupada
«Con los dientes/ Defenderé cada palmo de tierra de mi patria/ Con los dientes.
Y no aceptaré otro en su lugar/ Aunque me dejen/
colgando de las venas de mis venas».
Así dice el poeta Tawfiq Zayyad. Y nos hace saber que una patria se defiende con la palabra y el cuerpo. Las dos herramientas básicas con las que cuenta el ser humano para la vida. También para el teatro. Para el combate. Para la muerte.
En el teatro se representan historias. En la vida, cada sujeto escribe su historia en el escenario que le ha tocado…
Esa escena espantosa en la que viven los palestinos desde 1948, que no eligieron sino que se les vino encima como un maremoto diabólico, tiene realizadores, directores y productores, guionistas y operadores, actores y técnicos, utileros y publicistas. A los palestinos, esa superproducción siniestra, les asignó el papel de expulsados, como no aceptaron les indicó el papel de dominados, como tampoco aceptaron les adjudicó el papel de exterminados.
Pero se siguen negando. Rechazan el personaje del colonizado. Prefieren, escribir la historia de los que luchan por la justicia. Aunque finalmente la horda primitiva logre su cometido eliminando de la faz de la tierra todo lo que remotamente recuerde a Palestina, ellos eligen resistir.
Los Niños de Arna. Crecer y morir en los campos de refugiados palestinos (J.Mer Khamis, 2003)
Este documental nos ofrece retazos de la historia de unos niños que crecieron en una tierra amenazada, que asistieron desde su nacimiento al constante y brutal acoso bélico israelí. Que lejos de sustraerse, ante su situación tan desfavorable, aceptan gustosos los instrumentos que Arna y sus hijos ponen en sus manos, a pesar de las sospechas, que al principio, genera la presencia de estos «israelíes». Se entusiasman con las actividades artísticas e incorporan y aprovechan los recursos expresivos que desarrollan en los grupos de pintura, música, cerámica, teatro…
Hay una escena, en la que entrevistan a los niños del grupo de teatro. Ellos no tenían un guión preparado, ni unas acciones prefijadas. No sabían qué iban a preguntarles.
Sin embargo, Ashraf, se plantó frente a las cámaras de la TV israelí firme, erguido, la frente alta y dijo desde el fondo de su corazón: «Cuando estoy en el escenario es como si estuviera tirando piedras. No vamos a dejar que la ocupación nos obligue a vivir en las cloacas».
Yusef, por su parte, asegura, con la mirada clara y la voz firme: «Estoy en contra de la ocupación israelí».
Sabemos que estos jovencitos, recibieron apenas instrucción primaria. Que viven con escasos recursos económicos. Que probablemente no conozcan otro espacio que ese campo de refugiados… ¿De dónde les viene la valentía, la inspiración, la precisión para definir, el gesto adecuado, la palabra justa, la claridad conceptual, la convicción férrea?
El poeta Mahmud Darwish, contesta:
Escribe/ que soy árabe/ Soy nombre sin apodo.
Espero, pacientero, en un país/ en el que todo lo que hay
existe airadamente.
Mis raíces/ se hundieron antes del nacimiento
de los tiempos/ antes de la apertura de las eras,
del ciprés y el olivo/ antes de la primicia de la hierba.
Mi padre…/ de la familia del arado/ no de nobles señores.
Mi abuelo era un labriego/ sin títulos ni nombres.
Mi casa es una choza campesina/ de cañas y maderos,
¿te complace?…/ Soy nombre sin apodo.
Escribe/ que soy árabe;
que robaste las viñas de mi abuelo
y una tierra que araba/ yo, con todos mis hijos.
Que solo nos dejaste/ estas rocas…
¿No va a quitármelas tu gobierno también,
como se dice?…
Escribe, pues…/ Escribe
en el comienzo de la primera página
que no aborrezco a nadie/ ni a nadie robo nada.
Mas, que si tengo hambre,
devoraré la carne de quien a mí me robe.
¡Cuidado, pues!…/ ¡Cuidado con mi hambre/ y con mi ira!
Todo eso les viene, entonces, de su identidad, de su cultura, de los principios éticos que la rigen, desde el comienzo de los tiempos, transmitidos hasta hoy a través de los labios y las manos de las madres.
Las mismas herramientas-armas con las que amasan sus obras los actores, sirven también a los poetas, los labriegos, los obreros, las madres y los combatientes.
Los tanques y las topadoras israelíes con los que se impone la ocupación, no se detienen con obras de teatro…Los niños que se habían formado en las artes, llegados a la adolescencia, eligen combatir también, con otras armas. Fusiles y bombas caseras. Unas armas de morondanga, que tampoco paran los tanques, pero que requieren, para ser empuñadas ante esa parafernalia destructiva, de un arraigado ideal de justicia y libertad y de una disposición a perder la vida, antes que arrodillarse frente al invasor: «No queremos esta vida, es espantosa», dice una de las mujeres de Jenín…
En otra escena, Ala, nos hace saber que «Más vale la vida de un combatiente que una casa». «Mejor perder los bienes materiales, que a un familiar…»
Su madre había opinado lo mismo un rato antes: Y si destruyen su casa? -le preguntan-«Bienvenidos. Es una casa nada más. Puedo vivir en una tienda». Y muestra su disposición a morir antes que abandonar su ideal, cuando asegura: «No pienso decirle que se rinda aunque me pusieran la pistola en la frente.»
Ala, que no estaba presente cuando su madre hizo esta declaración, opinó como ella, poco después: ¿Y si te atrapan? -le preguntan – «La muerte o la libertad…» -dice-. Y cumple.
En una escena anterior, se asiste a una discusión entre Ala y Zaccaría acerca de la conveniencia o no de arriesgarse al arresto con tal de mantenerse vivo para seguir resistiendo, o directamente, arriesgarse a la muerte. Se escucha allí varias veces la palabra muqáuama, que es traducida como «combate», pero que significa literalmente «resistencia». Reserven esto en su memoria para más adelante.
El documental nos muestra la disposición a la resistencia de los habitantes del campo de Jenín.
Pero lo que se observa allí es sólo un ejemplo de un fenómeno que recorre toda Palestina: mayoritariamente, el pueblo resiste. Cada uno como puede, con lo que tiene a su alcance. Y tratándose de palestinos, cuerpo y palabra no son dos herramientas entre muchas: son casi, las únicas.
En otros documentales, en el abundante material que circula por internet y en muchas publicaciones, se confirman estas afirmaciones.
Por ejemplo, en el libro El Perfume de Nuestra Tierra (Taller de Mario Muchnik, 2003), la periodista francesa Kenizé Mourad, recopila valiosísimos testimonios tomados durante su recorrido de cuatro meses por toda Palestina.
Allí cuenta, por ejemplo, la historia de Salim, un hombre cuya familia fue expulsada en 1948 y nuevamente en 1967. Que se crió en un campo de refugiados y con mucho esfuerzo estudió, formó una familia, trabajó en Arabia Saudí y volvió a Palestina con dinero suficiente para comprar un terreno y construir su casa. Casa que fue demolida tres veces y que Salim insiste en reconstruir por cuarta vez. Este hombre declara: «Me dejaron a mí, a mi mujer y a mis seis hijos en el polvo de los escombros, sin nada. (…) Para mi esposa fue demasiado. Sufrió una auténtica depresión. No hablaba, parecía no oír nada. Tuvo que estar ingresada en un hospital durante meses, pero no se ha curado completamente. En cuanto a los niños (…) cuando por fin comprendieron que (la casa) había sido de nuevo destruida, debería usted haber visto sus ojos. El pequeño de seis años tenía convulsiones. Ya sabe, para un niño (…) la casa es la seguridad, el nido…Si se destruye el nido, se siente en peligro de muerte. (…) (Voy a) continuar resistiendo. Desde hace dos meses estamos volviendo a reconstruir. (…) Quienquiera en el mundo, que vea su tierra ocupada por otros y no resista, es un animal.»
Zayyad, el que defiende la patria con los dientes, piensa como Salim, cuando escribe:
«Sobre vuestros pechos/ aquí/ como un muro/ nos quedamos.
Aquí/ en vuestras gargantas/ como un trozo de vidrio/
como un higo de tuna sin pelar.
Como una tempestad de fuego/ en vuestros ojos.
Sobre vuestros pechos/ aquí/ como un muro/ nos quedamos.
Hambrientos/ Desnudos/ Desafiantes/ Cantando versos.
Llenando las irritadas calles/ de manifestaciones/ y de orgullo, las cárceles.»
Mourad, interesada por lo que ella llama en principio «atentado suicida», luego de que varios palestinos le hacen notar que no se trata de «suicidio», decide nombrarlo «atentado kamikaze», y obtiene al respecto, entre otras, estas declaraciones:
Ahmed, un joven profesor universitario de inglés, que durante una invasión a su pueblo, perdió a dos hermanos, dos primos y tres amigos, explica: – «Continuaremos luchando hasta que seamos libres, no tenemos elección. Aunque utilicen los armamentos más sofisticados y nosotros nuestras hondas y fusiles, finalmente venceremos porque el derecho está de nuestra parte. Es un combate entre un principio de humanidad -la lucha por la libertad, por los derechos- y el sionismo -que considera al pueblo judío el elegido y superior a los demás. (…) Señora, debe usted comprender: nadie se convierte en kamikaze por desesperación, porque se sufre demasiado. No se trata de un acto aislado, se trata de un acto de guerra, un acto político».
Imán, una estudiante de 19 años, afirma – «Hoy estoy viva pero mañana tal vez los israelíes vendrán a matarme, por lo tanto prefiero convertirme en kamikaze para que al menos mi muerte sirva de algo, que sirva a mi pueblo. No se necesita ser religioso, creer en una vida futura. La religión bien puede ser el amor a su tierra, el amor a su país».
Al menos en la cultura árabe, nadie se siente amenazado por la muerte natural, se la considera parte de la vida, una verdad inevitable. Pero estas personas viven bajo amenaza real de asesinato, lo cual le da a su vida y a su muerte un valor distinto. Porque la vida bajo la injusticia, en esa cosmovisión, es imposible.
Maha, una joven de 18 años, ofrece a la periodista, estas definiciones:
«(…) los palestinos asumimos riesgos todos los días, para estudiar, para salir, para simplemente vivir. Cuando miro objetivamente la existencia que llevamos, me digo: ¿cómo se puede soportar esto? y, sin embargo, encontramos los medios de vivir. Desde hace más de 50 años nuestro pueblo ha demostrado que es especialista en sobrevivir. Pase lo que pase, resistiremos.»
KM- ¿Resistir, es lo que los palestinos llaman el sumud?
Maha- «Exactamente. El sumud es no abandonar jamás, es resistir ante y contra todo, una resistencia pasiva si no es posible nada más. Es la paciencia: si somos débiles, bajo las botas del enemigo es no moverse, es aguantar, permanecer. Es, aún bajo el yugo, aún bajo la tortura, continuar con el espíritu libre, el espíritu de rebelión, continuar creyendo en nuestro ideal, en nuestro país…»
Es sumamente interesante, que en estas entrevistas realizadas en idioma inglés, que fueron luego transcriptas al francés y posteriormente traducidas al castellano, se mantenga intacta, justamente la palabra sumud. Palabra, que ha resistido y persistido, en árabe, pasando la barrera de tres idiomas!!
La descripción que Maha nos ofrece, es impecable, porque esa palabra literalmente implica: persistencia, perpetuidad, inmutabilidad, resistencia al hambre y a la sed, fortaleza, sostenimiento de un objetivo, disposición a enfrentar la adversidad…Significados que se mantienen en el uso.
Quiero señalar la diferencia entre sumud y muqáuama, esa palabra que pedí reservar en la memoria y que como dije, también significa resistencia. En esa diferencia hay un dato revelador.
Muqáuama se utiliza como resistencia en tanto respuesta a una agresión. Cuando cesa la agresión, cesa también la muqáuama.
En cambio, como bien lo indicó mi padre, «As-sumud, no es cosa de un día». Porque nombra una posición en la vida, una posición ética. Y eso es algo que debe ser sostenido eternamente, perpetuamente, para garantizar los derechos. Este es un principio que está en los cimientos de la cultura árabe. Y que ya existía en las culturas que se arabizaron hace más de 1400 años.
Del valor particular que toman la vida y la muerte en esta existencia resistente a la ocupación, da cuenta la poeta Fadwa Tuqan, a través de este dulce testimonio:
Me basta con morir en ella/ con enterrarme en ella;
bajo su tierra fértil disolverme, terminar/ y brotar hecha hierba de su suelo;
hecha flor, con la que juegue/ la mano de algún niño crecido en mi país.
Me basta con seguir en el regazo de mi tierra/ polvo, azahar, hierba.
Samah Jabr, psiquiatra palestina, en un artículo que titula Ocupados, pero libres en nuestras mentes afirma:
«Ahmad, un hombre de Ramallah de 46 años, estaba bien hasta la última vez que lo detuvieron. Pero esta vez no pudo soportar el largo encierro en una celda minúscula donde no podía ver ni oír nada. Primero perdió el sentido del tiempo, luego se obsesionó con los movimientos de sus vísceras y empezó a creer que se estaba volviendo “artificial por dentro”. Después desarrolló una paranoia, empezó a oír voces y ver gente en su celda de aislamiento. Actualmente Ahmad ha salido de la prisión, pero está encerrado en la idea de que todo el mundo lo espía».
Fátima ha pasado varios años consultando a los médicos por una serie de graves enfermedades de cabeza y estómago asociadas con dolores y diversas dermatosis. No había nada que permitiese pensar en una razón orgánica. Finalmente Fátima se confió a nuestra clínica psiquiátrica y contó que todos los síntomas empezaron cuando vio el cráneo abierto de sus hijos asesinados en el suelo de su casa durante la incursión israelí (…).
(…) Durante mi formación como médico en diferentes hospitales y clínicas palestinos he visto a hombres quejarse de imprecisos dolores crónicos desde que perdieron su trabajo como obreros en los sectores israelíes; he visto a colegiales sufrir de incontinencia después de una noche terrorífica de bombardeos. Tengo en la memoria el recuerdo de una mujer que llegó a urgencias con una ceguera súbita producida por la visión de su hijo asesinado; una bala le entró por un ojo y salió de la cabeza por detrás.
(…) Observo el comportamiento trastornado de mis pacientes, escucho sus terribles historias y respondo con los medios de que dispongo: algunas palabras que les ayuden a ordenar sus ideas dispersas; algunas píldoras que pueden ayudarles a reorganizar su pensamiento, a calmar sus delirios y alucinaciones, o que les permitan dormir o relajarse. Pero las palabras y las píldoras no pueden devolver un niño asesinado a sus padres, un padre encarcelado a sus hijos, ni reconstruir un hogar demolido.
(…) El hecho de que nuestra patria esté ocupada no significa, en sí mismo, que no seamos libres. Rechazamos la ocupación en nuestras mentes en la medida en que podemos enfrentarla; aprendemos cómo vivir a pesar de la ocupación y no a adaptarnos.
La resistencia a la ocupación y la solidaridad nacional son muy importantes para nuestra salud mental. Ejercerlas puede protegernos de la depresión y la desesperación.
(…) la enfermedad mental sigue siendo una excepción en Palestina. Resistir y enfrentarse todavía son la norma en nuestro pueblo. A pesar de todas las demoliciones de casas y la extrema pobreza, no será en Palestina donde se encuentre gente que duerma en las calles o rebusque en los cubos de basura para encontrar comida. Esta determinación se basa en los cimientos familiares, en la tenacidad social y en una convicción espiritual e ideológica (…).
La postura de Jabr es muy clara: cuando una población mayoritariamente, generación tras generación, conduce su existencia aceptando lo justo y rechazando lo injusto en sus actos, sus palabras y sus pensamientos, hay menos posibilidades para el arrasamiento subjetivo. Pero si el arrasamiento acontece, contarán quienes lo padezcan con una multitud de compatriotas dispuestos a escuchar, acompañar, tolerar, comprender, cuidar, alojar…
Como si hubiera leído la mente y el corazón de cada palestino, la pluma combatiente de Samih AlQassem, escribió:
Tal vez me arranques hasta el último palmo de mis tierras.
Tal vez mi mocedad alimente la cárcel.
Tal vez robes la herencia de mi abuelo:
los muebles/ la vajilla/ y los cántaros.
Tal vez quemes mis versos y mis libros.
Tal vez mi carne arrojes a los perros.
Tal vez en nuestra aldea permanezcas
como una espantosa pesadilla.
¡Enemigo del sol!
Pero yo no cederé
Y hasta el último pulso de mis venas
¡Resistiré!
*Artículo presentado en el VI Congreso de Salud Mental y Derechos Humanos, organizado por la Universidad Popular de Madres de Plaza de Mayo, llevado a cabo en Buenos Aires, Argentina, 15 al 18 de noviembre de 2007.
Por Beatriz Esseddin
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