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El Perfume en la vida de Jesús

La hagiografía abunda en historias que insisten en la emanación de perfumes inexplicables que actúan como signo de beatitud.

La Magdalena lava los pies a Jesús en un óleo de Veronés.
La Magdalena lava los pies a Jesús en un óleo de Veronés.

Los perfumes en vida de Jesús

Desde muy pequeño, Jesús toma contacto con los perfumes más valorados. Al ofrendarle su homenaje, los magos llegados de Oriente descritos en Mateo 2:11, le ofrecen sus presentes: oro, incienso y mirra.

Es evidente que la presentación de estos dones al Niño Jesús y su específica mención en el Evangelio no es un hecho trivial. El oro ha sido apreciado por todas las culturas, pero para comprender la estima en que se tenían al incienso y la mirra, es necesario efectuar algunas consideraciones y no olvidar los valores del mundo antiguo.

a. Incienso

La primera de las sustancias odoríferas mencionadas es el incienso. Esta palabra (en griego thumiama) proviene del latín incendere (quemar) y designa una sustancia aromática que se obtiene de ciertos árboles resinosos de la familia de las burseráceas cuyas exudaciones, al ser quemadas, despiden buen olor. Para producir un aroma más penetrante y pesado se le agregan otras sustancias, generalmente en número de cuatro, pero pueden llegar hasta trece, entre las que se encuentran sándalo, bálsamo, mirra, áloe, cedro, enebro, benjuí, almizcle, estoraque, ámbar. El incienso se conocía desde antiguo y se usaba para las ofrendas religiosas, ahuyentar a los espíritus malignos, alejar a las enfermedades y, naturalmente, como medio de comunicación de los hombres con sus dioses ya que los perfumes deliciosos agradaban a las divinidades y los predisponían a favorecer lo implorado en las plegarias. Colocado sobre rescoldos de carbón, el incienso se consumía lentamente, dejando escapar su fragancia exótica. Al igual que el olor del sacrificio de animales y la quema de ofrenda de cosechas, su aroma agradaba a las divinidades y quien lo ofrecía accedía desde la tierra al estrato divino. Sus ruegos, mimetizados con el humo, ascendían hasta el dios.

En el Antiguo Egipto, el incienso se usaba también para embalsamar y fumigar y en las fiestas, las damas más finas colocaban sobre sus pelucas conos de incienso que se disolvían lentamente, impregnando su ropa y su pelo con perfume. En los tiempos bíblicos, la quema de incienso acompañaba los sacrificios de aceite, frutas, vino y otros sacrificios incruentos en el Templo de Jerusalén. Existía un altar especial en patio del Templo para la quema exclusiva de incienso. El propio Dios prescribe a Moisés la fórmula del incienso, que sólo podía ser preparado por la tribu de los levitas y los únicos que poseían el privilegio de ofrendarlo en el Templo eran los sacerdotes. (Éxodo 30, 34-38)

Al Sancto Sanctorum, donde se encontraba el arca de la Alianza, sólo estaba permitido entrar una vez al año. Esto era en el Día del Perdón, y el gran sacerdote, único autorizado, lo hacía quemando incienso (Levítico 16, 12-13).

Pese al legado judaico, la quema del incienso no forma parte de los ritos religiosos en los primeros tiempos cristianos. Lucas lo menciona en su relato sobre el nacimiento de Juan el Bautista, cuando el ángel se le aparece a Zacarías a la derecha del altar del incienso(Lucas 1,8-11). Otra referencia neotestamentaria al incienso se encuentra en Apocalipsis 8,3-5.

Probablemente ambas alusiones al uso de incienso sean referencias a costumbres hebreas, con las cuales los primeros cristianos indudablemente estaban familiarizados. La práctica del encendido del incienso aparece en la liturgia cristiana alrededor del año 500 y al principio, sólo la Iglesia de Oriente quemaba incienso. Lo hacía antes de las plegarias con que se abría la liturgia y lo repetía muchas veces durante las ceremonias. Esta práctica continúa siendo hoy muy intensa en las Iglesias Ortodoxas ya que forma parte estructural de la liturgia: el incienso se usa para fumigar iconos, altar, utensilios de culto y la fumigación constituye un acto dedicado Dios, a quien se le rinde así honor y gloria. También se inciensan personas y esto significa que hasta ellos ha descendido el Espíritu Santo. Los incensarios que se utilizan en el ámbito de las Iglesias Orientales, derivan de las formas de la arquitectura religiosa (Iconos, 2000:65) y presentan la forma característica de las cúpulas bizantinas.

En el rito romano de la Iglesia Católica, el incienso se usa sólo como acompañamiento de otras acciones y su uso es aleatorio. Se puede emplear en la procesión de entrada, en la lectura del Evangelio, en el ofertorio y en la elevación de la Eucaristía. Al igual que en otras religiones, el humo del incienso significa la ascensión de las plegarias de los creyentes hasta Dios. El incienso no siempre se quema, ya que en para el período de cuarenta días que media entre la Pascua y la Ascensión se insertan cinco granos de incienso en el cirio pascual, que simbolizan las cinco heridas de Cristo.

El ingrediente principal de los granos de incienso es una sustancia gomosa resinosa (llamada también incienso) que se extrae de diversos árboles o arbustos que crecen en ambas orillas del mar Rojo y de los golfos de Suez y de Aqaba (Arabia meridional —el llamado país de Saba— de donde procede el mejor incienso), en el noreste de Africa (Somalia) y en la India. Para obtener esta resina, se le hacen incisiones a las plantas para que exuden unas lágrimas semiopacas amarillas o rojizas que endurecen al contacto con el aire. El incienso deliberadamente producido por cortes provocados, se llama «incienso hembra». El que produce la planta naturalmente, es el «incienso macho» u olibano y es más puro y de mejor calidad que el obtenido artificialmente. Su comercio era uno de los más lucrativos e importantes en la Antigüedad y la Edad Media, ya que se trataba de un artículo exótico, lujoso, sumamente costoso y muy apreciado.

En la Antigüedad se creía que el incienso era una sustancia divina y sus recolectores eran considerados sagrados. Durante la cosecha, los trabajadores debían abstenerse de ciertas actividades consideradas impuras, tales como asistir a funerales, tocar a los muertos, o tener relaciones sexuales. Al terminar la jornada, los cosechadores debían desvestirse para ser revisados y evitar así la sustracción de la resina, prevención inútil ya que el temor y el respeto sagrado provocados por el divino incienso evitaban por sí solos cualquier intento de robo.

El uso que se le daba en el mundo antiguo era principalmente ritual. Egipcios, griegos, romanos, quemaban incienso en sus casas y en sus templos y lo empleaban en sus ceremonias funerarias, en la creencia de que el alma ascendía junto con el humo. Plinio (HN 12.83) relata que el emperador Nerón mandó quemar la cosecha de incienso de Arabia de todo un año durante los funerales de su esposa Popea en el año 65.

El incienso también se usaba en cosméticos y medicinas. Los egipcios lo mascaban para combatir el mal aliento y también para aliviar lastimaduras en la boca. Griegos y romanos lo mezclaban con bálsamo y fabricaban ungüentos para las heridas y los chinos inhalaban el humo para curar los males respiratorios

b. Mirra

La otra sustancia aromática que menciona Mateo es la mirra. Se trata de una gomorresina aromática exudada por diversos árboles del noreste de África (Somalia), Arabia y Anatolia (Turquía). De la familia de las burseráceas, es un árbol espinoso que alcanza una altura de 1,2 a 6 metros (Burgstaller, 1984:102), y presenta un tronco desproporcionadamente grueso al que se le practican incisiones para recoger una sustancia que, al secarse, se torna roja, traslúcida, frágil y brillante. Las gotas que exuda contienen entre un 25 y un 45% de resina, de 3 a 8% de aceite esencial y entre 40 y 60% de goma.

Su nombre, mirra, proviene del árabe (murr) y significa amargo (The Oxford, 1979, p. 600). Tiene una doble connotación: por un lado se refiere al sabor acre de la mirra, de la que se dice posee «gusto amargo y dulce olor» (Vaughan, 1998). Y por otro, se refiere a la asociación de la mirra con el dolor, en referencia a su empleo funerario. Se la utilizaba también en las ofrendas y se la podía quemar sola o junto con otras resinas, ya que formaba parte de la mayoría de las fórmulas del incienso.

De múltiples usos en la Antigüedad, se utilizaba la mirra para la fabricación de perfumes, ungüentos, medicinas. Se creía que curaba casi todo, desde las paspaduras de pañal hasta la calvicie. Se la utilizaba para tratar lastimaduras, problemas digestivos como atonía digestiva, dispepsia, gastralgia, diarrea y disentería; también como enjuague bucal, para bajar la fiebre y como emenagogo (para provocar el flujo menstrual) (Burgstaller, 1984:102).

Se le atribuía también un cierto efecto narcótico. Era práctica entre los romanos —como resabio de compasión hacia los condenados a tormento seguido de muerte— que se les ofreciera vino mezclado con mirra, a fin de adormecerlos previamente a su agonía. Antes de clavar a Jesús en la cruz le ofrecen, según esta costumbre, vino con mirra, bebida que rechaza : «Y le dieron a beber vino mezclado con mirra, más él no lo tomó» (Mateo 27:34).

Se usaba también en los embalsamamientos: los egipcios llenaban los cuerpos vacíos con mirra en polvo. Por un lado, tapaba los olores de la carne en descomposición y por otro, también ayudaba a conservar el cadáver. Asimismo, se creía que purificaba el cuerpo, preparándolo para la vida en el más allá. Heródoto destaca que el incienso no era utilizado en los menesteres momificatorios, lo que probablemente se deba a su carácter netamente ofrendatorio. Los judíos, que no practicaban el embalsamamiento, usaban mirra y áloe en los ungüentos funerarios para la preservación del cuerpo. Los cadáveres eran perfumados y ungidos con óleos y sustancias aromáticas antes de ser envueltos en lienzos blancos. En Asiria se quemaba mirra en la cabecera de los moribundos, tal vez con intenciones antisépticas. Debido a su uso en los padecimientos y en los preparativos mortuorios, la mirra se asocia con el dolor y la muerte en las culturas antiguas.

Antes de ordenarle a Moisés cuáles han de ser los componentes del incienso, Dios especifica la receta para el óleo que han de usar los sacerdotes para sacrificar y ungir (Éxodo 30,23-31).

El significado de la palabra Mesías en hebreo («Maschiah») es «el ungido» y se tradujo al griego como «Khristós», que no es un nombre propio sino que quiere decir «el ungido del Señor». La palabra griega «khrîsma» expresa la acción de ungir y pasó a denominar al óleo (santo crisma) que se utilizaba para la unción. El óleo que debía ungir al Mesías, al Cristo Jesús, se preparaba con la dulce mirra.

Por otro lado, en el plano terrenal y profano, la mirra se asociaba con estilos de vida lujosos, con la opulencia y la riqueza, como símbolo de un elevado nivel socio-económico. A fines del tercer milenio a. C., el egipcio Ipu-wer se queja amargamente del orden social trastocado y denuncia que los nuevos ricos han elegido a la mirra como emblema de su nuevo estatus.

La mirra se relacionaba en el mundo antiguo con los preparativos amorosos, la voluptuosidad y el placer. Era el perfume con que se aromatizaban los lechos cuando se preparaban para el amor: «He rociado mi alcoba con mirra y óleo, y cinamomo: Ven, embriaguémonos de amor hasta la mañana; solacémonos con amores (Proverbios 7:17-18)». El Cantar de los Cantares (1:12-13) se refiere a la práctica de las mujeres de llevar una pequeña bolsa que contenía mirra, bajo sus vestidos (Keller, 1980:223): «Mi amado es una bolsita de mirra que descansa entre mis pechos.» Con mirra se perfumaban las camas y las ropas de los reyes, y con mirra se preparaban a las bellas jóvenes que eran elegidas para formar parte del harén. El libro de Ester (2:13) refiere que las futuras esposas debían ungirse durante seis meses con óleo de mirra antes de ser presentadas al rey Asuero, a quien se lo identifica con el rey Jerjes I, que reinó entre 585 y 465 a. C.

Su elevadísimo precio hacía que antaño se le considerara un tesoro; una sola gota de mirra tenía el poder de convertir a un perfume ordinario en costosísima y codiciada fragancia. Pero su demanda decreció a partir de la difusión del cristianismo ya que los enterramientos simples de los cristianos menguaron las prácticas crematorias romanas y con ello, el habitual uso de la mirra en los funerales. Hoy en día, su aplicación es muy limitada (fabricación de tónicos, dentífricos, remedios para el estómago y medicinas para calmar el dolor de encías y boca) y por ello ha perdido su valor económico.

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