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Nusrat Fateh Ali Khan: Clamoroso canto de lo humano – Por Felipe LLanas Moreno

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Nusrat Fateh Ali Khan (13 de octubre de 1948 – 16 de agosto de 1997)

Para Victoria Yapur

1994. Por aquel tiempo terminaba mis estudios de Derecho y vislumbraba ya lo que me esperaba en el ejercicio profesional en un país como México, cuyo sistema de impartición de justicia, en sus retorcimientos, dejaría perplejos a Kafka y a los surrealistas. Me interesaba y mucho mi pasión por el cine. Alguien me avisó de un programa doble en el que se ofrecía la exhibición de » Interview with the vampire«, de Neil Jordan, y «Natural born killers«, de Oliver Stone. Ambos directores contaban con el crédito necesario para hacerme abandonar todo y acaparar mi atención.

Llegué a la sala. Admiré el insólito tratamiento al tema vampírico entre la decadencia y el dandismo, ornamentado con tonalidades oscuras, del film basado en el best-seller de Anne Rice. Siguió después el film de Stone, con su consabida y trepidante edición a machetazos, que ofrecía una muestra más de la enajenación perversa que alimentaba la cultura de los Estados Unidos. Con guión de Tarantino, quien despreció mucho el resultado final de la película, el film era un escabroso viaje de ácido con un pesimismo cínico inusitado. En alguna de las escenas, una voz cantante resonó en toda la sala con la magnificencia de la lamentación y la piedad. Una voz reverberante que modulaba el grito en un ejercicio sentimental arrasador, imponente. Traté de ver, en la tira de los créditos al final, el nombre de aquel cantor. Imposible, el operador los cortó ante la indiferencia de la mayoría. Salí del cine a pasear por la hermosa avenida Carranza, en el San Luis en que vivo, para así poder procesar la experiencia cinematográfica. Entre la multitud de coches y gente, caminé hipnotizado, como era usual, sabiendo que esa tarde estaría definitivamente rescatada para el recuerdo.

A la brevedad posible acudí a visitar a mi gran amigo Leonel Romero Mendez, un intelectual puro, sin afectaciones ni orgullo, cinéfilo consumado y experto. Le pregunté si sabía quien era el autor de aquel cántico poderoso que retumbaba en el film de Stone. «Me parece que es un pakistaní», me dijo.

Se puso de pie y rebuscó en su magnífica biblioteca y su legendaria colección de discos. Seleccionó uno. Era la música de «The last temptation of Christ» (1985) de Martin Scorsese, film prohibido en México por muchos años. El soundtrack fue encargado a Peter Gabriel , ex cantante de Génesis  el grupo inglés de rock progresivo célebre en los años setentas, quien llevaba años haciendo carrera solista y que era muy conocido por sus investigaciones y contacto con músicas autóctonas en todas partes del mundo. «Aquí está», me dijo mi amigo señalando con el dedo. Anoté el nombre y otros datos en un pedazo de papel que guardé enseguida.

Era inútil conseguir material original en mi pueblo, pero las grabaciones ilegales, piratas, estaban en el apogeo del comienzo mercantil. Encontré el soundtrack de «Natural born killers» en una cinta cassette que aún conservo. El tema que yo había oído se llamaba «Taboo», música de Gabriel y vocalizaciones del personaje que había anotado y cuyo nombre me parecía difícil de recordar.

Aquella voz mágica me estremecía. Me comunicaba con las ancestrales veredas que la humanidad habría de recorrer para llegar a la comunión elemental con el universo, esa máquina de hacer dioses de la que hablaba Henri Bergson. Aún mas, aunque aquella voz cantaba en su idioma natal, se refugiaba en el grito llano, la exclamación que la misma saeta plena de religiosa emoción constituía el impulso de elevación, aumentando el rango, modulando, retrotrayéndose al confín del origen, que como en el ourobouros mítico, se confundía con el final, la muerte, al completar el ciclo. Esa aspiración al éxtasis destrozaba los cánones occidentales del judeo-cristianismo, para dejar ver las entrañas de Oriente, que en lo humano son en realidad el emblema de lo profundo, de lo esencial, de lo auténtico. Pasión, reverencia, rito, ruego, secrecía sacramental, dogma, intensa, muy intensa redención del presente. Todas estas cosas concitaba mi pensamiento al entrar en contacto con aquel serafín de pelo escaso, ojos rasgados, semblante amable y cuerpo voluminoso, de credo sufí  enviado seguramente por la divinidad a éste mundo de ignorancia, adoración pecuniaria y contumaz hipocresía.

Con la llegada de internet pude tener acceso a numerosas grabaciones y a sus presentaciones mayestáticas por todo el orbe, algo que sus correligionarios no comprendieron y censuraron. Al memorizar los datos que contenía referentes a semejante y sublime artista, me deshice de aquel papelito que me había auxiliado durante años y dónde con letra en tinta azul se leía el esplendoroso nombre de Nusrat Fateh Ali Khan.

Por Felipe Llanas Moreno

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