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Wallada, la última luna – (+ Video)

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» Estoy hecha, por Dios, para la gloria,

y camino, orgullosa, por mi propio camino.»

Wallada bint al-Mustakfi [994-1091] .Poetisa. Nace en Córdoba, en el año 994 de la era cristiana, y muere en la misma ciudad en 1091. Era hija de Muhammad III al-Mustakfi, uno de los últimos califas cordobeses, por lo que ostentó el título de princesa.

Su infancia coincidió con el esplendor de la carrera política de Almanzor que, en 996, se autoproclamó Melik Karim (noble rey), bajo la protección de Aurora, madre del pequeño heredero Hiken II.

Su adolescencia transcurre paralela a la agonía del Califato, en uno de los contextos históricos más sangrientos de la historia de Córdoba, cargado de intrigas palaciegas y guerras internas, desencadenadas tras la muerte del hijo de Almanzor, al-Muzzaar.

El padre de Wallada había accedido al trono el 11 de enero de 1024, después de provocar una revuelta popular contra el monarca legítimo, el también Omeya Abderramán V. Diecisiete meses después, al-Mustakfi tuvo que abandonar el palacio califal, disfrazado de mujer y fue envenenado, días más tarde, por uno de sus oficiales en un lugar fronterizo.

Nada sabemos de la madre de esta poetisa, ni de ninguna de las mujeres del serrallo de al-Mustakfi. En las numerosas crónicas (donde es catalogado como un personaje vulgar y frívolo) sólo hallamos la referencia de Ibn Hayyán, que lo acusa de dejarse mandar por una mujer perversa. La falta de información, en este sentido, se agrava por la circunstancia de que el califa no tuvo descendencia masculina -acontecimiento que solía ir acompañado de algunos privilegios para la madre-. Sin embargo, la inexistencia de un heredero, permitió a Wallada disponer de los derechos reales de su padre.

Su posición social, si bien le permitió adquirir una basta formación literaria que desarrolló con brillantez y transmitió a través de su propia escuela femenina, tampoco debió estar exenta de momentos difíciles, tanto en lo personal (por su incesante defensa de la igualdad de género y su rebeldía) como por su condición de Omeya dentro de un panorama político de pugnas y rivalidades entre su linaje y los Banu Yahwar, siempre temerosos de la restitución del poder legítimo Omeya.

Tras el asesinato de su padre, con la venta de sus derechos reales, Wallada adquiere la independencia y opta por un modo de vida inusual, de absoluta despreocupación por los convencionalismos sociales. Prescindió de la tutela masculina y abrió un salón literario al que concurrían los poetas y literatos de su tiempo. Tuvo el atrevimiento de intervenir y dar respuesta a sus consultas, mostrando libremente su rostro.

En una sociedad donde a la mujer sólo le estaba permitido relacionarse con los hombres de la familia y las llamadas «sabias» solían adquirir conocimiento a través de sus padres y/o parientes, incluso impartir sus enseñanzas veladas tras una cortina, la actitud de Wallada, indigna, según unos, de su estirpe y condición social, la hizo ser criticada muy duramente, aunque también tuvo numerosos defensores de su honestidad -Ibn Hazn, entre otros poetas- como el visir Ibn Abdus, su eterno enamorado que, al parecer, permaneció a su lado, protegiéndola en los momentos difíciles, hasta el final de sus días.

Pero el gran amor de Wallada, el que provoca, tal vez, que trascienda el personaje y su obra, fue el poeta Ibn Zaydún, con el que mantuvo una relación secreta,dada la vinculación del poeta con los Banu Yahwar. En torno a esta relación giran ocho de los nueve poemas que de ella se conservan, como una cronología exacta de aquella historia truncada por la relación de Ibn Zaydún con una esclava negra de Wallada.

De sus poemas, que fueron misivas entre los dos amantes, se conocen dos, de celos, de añoranza y deseos de reencuentro; un tercero, de decepción, dolor y reproche; cinco sátiras -género que dominaba a la perfección- escritas en términos durísimos y uno más, alusivo a su libertad e independencia, que lucía bordado sobre los hombros de su ropa (siguiendo la moda imperante).

Los hermosos poemas de amor que Wallada inspiró a Ibn Zaydún, además de incidir en la ilusión de la primera etapa, la posible infidelidad y el posterior arrepentimiento del poeta, nos dan también noticia de los rasgos físicos de la princesa, prototipo del ideal de belleza de los califas omeyas: cabellos y piel clara y ojos azules, características que, unidas a su inteligencia, brillantez y dotes literarias, la hicieron ser una de las mujeres más admiradas y deseadas de su tiempo.

Pasados los días de esplendor y veladas literarias, parece ser que pasó el resto de sus días dedicada a la enseñanza. Entre sus alumnas quedó antologada Muhya bint al-Tayyani. Era una joven de condición muy humilde, hija de un vendedor de higos, a la que acogió en su casa y que terminaría dedicando a la maestra las más feroces sátiras.

Wallada murió el 26 de marzo de 1091, el mismo día que los almorávides entraron en Córdoba. No tuvo descendencia y nunca se ofreció en matrimonio.

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La escritora y periodista Matilde Cabello recrea en la biografía novelada ‘Wallada, la última luna’ (Almuzara) la vida de «una poetisa y princesa Omeya, hija de Muhammad III al-Mustakfi, que destacó no sólo por romper con todos los convencionalismos, sino por ser la que abrió el primer salón literario de Córdoba».

En declaraciones a Europa Press, la escritora explicó que el lector está ante una obra que se ambienta en «una de las épocas más terribles de Al-Andalus». De este modo, según indicó, «muerto el califa Alhakem II, las ansias de poder del general Almanzor desplazaron al joven e incapaz heredero Hixen II a desempeñar un papel meramente decorativo, mientras que el dictador gobernaba a su antojo».

«Así que –agregó– al morir Almanzor, el Califato se sumerge en una etapa de guerras civiles que dejaría una nómina de 15 mandatos en menos de 35 años». No obstante, aunque es en este contexto en el que se desarrolla la existencia de Wallada, es destacable el ambiente literario y cultural que se propaga por la Córdoba Califal de los Omeyas (919-1031). La novela, según explicó, «se hilvana a partir de la obra ‘El collar de la paloma’ de Ibn Hazm».

‘Wallada, la última luna’, según la autora, parte del personaje principal de un poemario «inédito» que lleva el nombre de Jemaa el-Fna, plaza central de Marrakech. En este contexto, Cabello puntualizó que escribir la novela «ha sido similar a un trabajo arqueológico; he ido cogiendo cosas de distintos autores para la reconstrucción de la vida de Wallada».

Wallada última luna De esta manera, la autora, que intenta «ser fiel» en todo momento a la prosa poética que ha encontrado en los textos traducidos del árabe, recrea «intensamente los elementos de la Córdoba mítica –poetas, ambientes y focos–«. En lo referente a la narrativa poética, Cabello añadió que «el lenguaje fue todo un reto porque creo que se mantiene el pulso hasta el final; he intentado contar las cosas a través de la herencia literaria andalusí».

‘Wallada’ tiene, según Cabello, dos vertientes: la histórica y la sentimental. Con respecto a la segunda, señaló que la novela recoge «desde la ilusión, hasta la decepción más absoluta, sentimientos eternos que son válidos, incluso, en el siglo XX». A tenor de los personajes y la historia, dentro de la subjetividad de la novela, Cabello puso de relieve que «he intentado ser lo más fiel posible a los restos arqueológicos que he ido encontrando».

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SENSUALIDAD Y EROTISMO ENTRE POETAS

La publicación recoge, además, poemas del escritor Ibn Zaydun, amante de Wallada, obra poética que, según la escritora, «tiene una enorme dureza al final». De este modo, Cabello expuso que la novela se impregna de «sensualidad» y «erotismo», así como que «Wallada, al final de su vida, evoca los buenos y malos momentos de su romance con Zaydun».

Por otro lado, preguntada por la situación de la mujer de Al-Andalus, la autora matizó que, «aunque sus vidas transcurrieran bajo los dos destinos irremediables de esclavas y libres, siempre a la sombra de los dogmas patriarcales, también supieron participar en la vida pública y contribuir brillante y decisivamente al esplendor cultural que hizo de esa tierra la capital del mundo».

En este sentido, para destacar el importante papel que desempeñó la mujer en torno a la cultura andalusí, Cabello destacó que para el cuidado de la biblioteca de al-Hakem II, contingente de 400.000 volúmenes, el califa puso su confianza en la poetisa Lubnà, dirigida por el eunuco Tarid. De este modo, añadió que «aquel tesoro, el más apreciado que el Omeya poseía, estaba compuesto por ejemplares llegados de todos los rincones del mundo».

Sin embargo, según dijo, «las calígrafas eran llamadas ‘Kátibas’, que solían ser esclavas ocupadas, por lo general, en la correspondencia de sus señores, haciendo las funciones de lo que hoy se conocería como secretarias». A este respecto, destacó la importancia de este hecho «si tenemos en cuenta que hablamos de mil años antes de la incorporación de las mujeres al mercado laboral».

«Pero –agregó– la presencia femenina en el mundo de las letras no se circunscribía exclusivamente al oficio de catalogar o copiar, sino que abarcaba también las ciencias, la creación literaria y la enseñanza». Asimismo, puso de relieve que «la capital del Califato fue la ciudad con mayor número de mujeres escritoras de toda Al-Andalus, las cuales estaban divididas en tres grupos: sabias, poetisas y esclavas».

Por otro lado, la escritora aseveró que, «salvo en el caso de las nobles, el acceso de las mujeres a la poesía parece estar unida al comercio de esclavas». Finalmente, matizó que «el precio que podía alcanzar en el mercado una pieza hermosa que, además estuviera educada en el arte de la música y el canto, era un sabroso aliciente para los mercaderes de la época».

 “Estoy hecha, por Dios, para la gloria,

 y camino, orgullosa, por mi propio camino.”

 En el hombro izquierdo lucía:

 «Doy poder a mi amante sobre mi mejilla

 y mis besos ofrezco a quien los desea.

Ibn Bassam nos dejó escrito de Wallada: “Era la primera de las mujeres de su tiempo; su garbo libre, su desdén por los velos daba testimonio de su ardiente naturaleza. Por otro lado, tal era el medio mejor de manifestar las cualidades interiores y plásticas notables, la dulzura de su rostro y de su carácter. Su casa en Córdoba era el lugar de reunión de todas las gentes nobles de la capital; su salón, el palenque donde luchaban poetas y poetisas. Los literatos se dirigían hacia la luz de esta nueva luna brillante como hacia el faro de la noche. Los poetas más excelentes, los escritores más notables se esforzaban por obtener la dulzura de su intimidad, a la que era fácil llegar. Añadía a esto una gran violencia de carácter junto a la fogosidad de su naturaleza y con una propensión a la generosidad que le venía de raza…”

Otras fuentes sin embargo celebran su modestia y honestidad. Cuando se rumoreaba en Córdoba de su liberalidad extrema escribió:

“Aunque las gentes admiren mi belleza, soy como las gacelas de La Meca cuya caza está prohibida”.

Wallada, enamoró al gran poeta neoclásico Ibn Zaydun de Córdoba. Ibn Hayyan así lo describe: “…es el joven de las bellas letras, el árbitro de la elegancia, el poeta de las magníficas descripciones; es hijo de un noble cordobés; bello, sabio, mordaz, de dulce poesía, de pronta réplica y de polifacético saber”.

De la amistad que nutre los corazones en los caracteres similares de Wallada e Ibn Zaydun surgió un enamoramiento que devino en arrebato y apasionamiento. Wallada insinuó el verse a solas pero Zaydun mirando por el nombre de ella no se dio por enterado. Tantas veces insistió que el poeta al final accedió, enviando a uno de sus esclavos con esta nota:

“Espera mi visita a la hora en que las sombras de la noche sean oscuras, pues juzgo que la noche es la que mejor oculta los secretos”.

Tras esta primera unión Wallada le envió:

“¿No tendremos, pues, después de esta separación un medio de reunirnos para que cada enamorado se queje de los obstáculos que ha encontrado?

Aún cuando me visitabas en el invierno, pasaba la noche ardiendo de deseo después de tu marcha.

Las noches pasan sin que nuestra separación acabe y sin que la paciencia me libre de la esclavitud del amor…”

Conmovido, Zaydun le contestó:

“¿Cómo puedo abandonar tu pacto. ¿Cómo puedo faltar a tu promesa?

Pues mis deseos estuvieron satisfechos contigo y nunca te sobrepasaron.

Ojalá tengas para mí tanto amor como yo para ti.

Ojalá tus noches después de mí sean tan largas como las mías después de tí.

Pídeme mi vida, te la daré, pues no puedo negarte nada.

El destino se hizo mi esclavo cuando me hice esclavo de tu amor”.

Orgullosa de estirpe, celosa por naturaleza, Wallada prohibió la entrada de mujeres en su salón literario para que no admirasen la prestancia, el ingenio y la galanura de Ibn Zaydun.

 “Tengo celos de ti, de tu tiempo y lugar.

 Si yo te escondiese en mis ojos,

 hasta el día de la resurrección,

 no sería bastante, pues mis celos nunca cesarían”.

Referencias
Wallada: La Pincesa Omeya, de Magdalena Lasala
Wallada, La Última Luna , de Mathilde Cabello

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