La presencia de los árabes en el Perú – Por Jorge Paredes
La influencia árabe en el Perú empezó muy temprano, en el instante mismo de la conquista. Y entró por la sangre mora que llevaban los conquistadores.
El propio Francisco Pizarro descendía de un adalid moro de Portugal (y probablemente su ascendencia lo llevaba hasta el Profeta Muhammad (sws),según hipótesis de José Antonio del Busto), y tanto Diego de Almagro como Nicolás de Ribera, el Viejo, el primer alcalde de Lima, tenían antepasados moros, que es como se les llamaba en España a los árabes que habían conquistado la península por ocho siglos.
Pero, además, las primeras mujeres blancas traídas al Perú fueron también moras. Habían sido tomadas prisioneras después de la reconquista de Granada y fueron traídas como esclavas o amas de llaves por los conquistadores, y algunas heredaron fortunas notables.
Por eso, mucho antes de que los primeros sirios, palestinos y libaneses llegaran al Perú, a fines del siglo XIX, en nuestro castellano ya existían cientos de arabismos, ya se comían los dulces con miel, los alfajores y picarones.
Había ya edificios de arquitectura mudéjar, existían los balcones y las tapadas habían sido el coqueto símbolo de la Lima colonial, elementos todos de vieja estirpe árabe.
Entre las mujeres moras que llegaron con la conquista, la que más destacó fue Beatriz de Salcedo. Ella estuvo en Cajamarca, en 1535, y no solo presenció la muerte de Atahualpa, sino también conoció y entabló amistad con las hermanas y mujeres del Inca.
Beatriz tenía entonces 23 años y junto con su amo —y a la sazón pareja—, el veedor Pedro García de Salcedo, pasó de Cajamarca a Jauja y luego llegó a Lima a vivir frente a la casa del conquistador Pizarro.
En 1562, ya era viuda y rica. José Antonio del Busto cuenta, además, que ella fue la primera en sembrar el trigo en el Perú.
“De cierta harina mal molida de España que se pasó a estas partes para hacer hostias sacó unos granos de trigo que halló y los sembró y florecieron”, escribe, maravillado, en uno de los ensayos de este libro (*).
Radicada en Francia, la socióloga y escritora Leyla Bartet estuvo unos días en Lima con ocasión de la publicación de este trabajo.
Según ella (autora también de “Memorias de cedro y olivo”, otro trabajo sobre esta migración), el Perú colonial estuvo marcado por la cultura arábica-islámica de la que España estaba impregnada en el momento de la conquista.
“Como muestra —asegura— están los cerca de cuatro mil vocablos de origen árabe que se encuentran en el español”.
¿Cuánto influyeron las mujeres moras en la vida cotidiana de la Colonia?
Esto lo menciona James Lockard, quien dice que entre 1630 y 1660 se encuentran muy pocas mujeres españolas en el Perú, y los conquistadores para tener una ayuda doméstica compran lo que se llaman esclavas blancas, que eran las moriscas que habían sido hechas prisioneras luego de la reconquista de Granada.
Ellas se encargaron de las casas, y algunas se convirtieron en esposas de los españoles.
Estas mujeres trajeron una serie de hábitos caseros, por ejemplo toda la dulcería colonial está impregnada de la repostería árabe.
El seco de cordero tendría un origen sirio, y es preparado con culantro, planta que es también de origen árabe.
Sin embargo, la migración árabe propiamente dicha sucedió recién a fines del siglo XIX, ¿qué características tuvo?
Se produjo por la crisis del imperio otomano, del cual Siria, Líbano y Palestina eran provincias. Esto empujó a los árabes de esta zona a emigrar a América. Llegan a Brasil, Chile, Argentina y algunos pasan al Perú. Aquí se les conoció como turcos.
Estos pioneros, como Sa’id Sahurriyed, quien vino de Belén en 1884, y después los Salomón, los Kahhat, los Abugattás, los Majluf, llegaron con una idea vaga del país, atraídos por el deseo de progresar.
Todos fueron haciendo su destino en el camino. Una vez instalados llamaron a sus familiares, formándose clanes vinculados al comercio.
Otra característica es que estos árabes no eran musulmanes, sino cristianos ortodoxos, y muchos de ellos conocían el alfabeto latino.
“Un día pregunté a mis padres: ¿Por qué me llamaban “el turco”? Ellos me dijeron: “no les hagas caso. Tú no eres turco, tú eres árabe de Palestina, donde nació Jesús”. Eso me llenaba de orgullo, pero no podía disimular mi malestar por el apodo”, cuenta Roberto Abugattás en uno de los testimonios recogidos en el libro.
Abugattás a los 17 años fue campeón sudamericano de salto alto. “Por primera vez me sentí orgulloso de ser peruano”, recuerda, sobre todo cuando los periódicos lo bautizaron como “El Inca Abugattás”.
Si algo caracteriza a estos herederos es esa doble identidad, ese amor por la tierra que los acogió, y que los vio crecer y desarrollarse pero —sin olvidar sus raíces—, con el recuerdo vivo por la tierra que dejaron sus antepasados, algo que se profundizó después de 1948 cuando se creó el Estado de Israel.
Entonces Palestina se convirtió en esa patria imposible que algún día esperan y ansían conocer.
Aportes árabes
En la comida: los alfajores, que vienen de la palabra “alajú”, que quiere decir relleno.
El turrón, donde convergen varios aportes, incluido el africano.
La mazamorra morada, la mazamorra de cochino y sabores diversos, siempre con clavo y canela.
El escabeche, un plato de fusión, pero de origen árabe.
El seco de cordero y los estofados, así como el uso del culantro.
Un ejemplo de arquitectura mudéjar, de clara influencia árabe, es el Palacio de Torre Tagle.
[*] “La huella árabe en el Perú”, Leyla Bartet, Farid Kahhat (compiladores). Fondo Editorial del Congreso. Lima, 2010.
Diario El Comercio.
Pizarro, heredero de Muhammad (sws)
Conquistador. Hipótesis de José Antonio del Busto en libro “La huella árabe en el Perú”.
“Se puede comenzar diciendo que Francisco Pizarro, conquistador del Perú, tenía sangre árabe.
Su ascendencia era antigua y hasta probablemente relacionada con el Profeta Muhammad (sws)”, así inicia su ensayo “La huella mora en el Perú virreinal” el recordado y notable historiador José Antonio del Busto.
Luego añade: “Pizarro descendía de Albohali, adalid moro de Portugal, al norte del río Tajo, que “era cabdiello et adelantado de los aláraves” y que, preso en batalla por varios caballeros cristianos, fue llevado ante el rey de León, Alfonso III, El magno, ofreciéndole entonces cien mil maravedís por su rescate y obteniendo así su libertad. […]
Entiéndase, que era muy noble, lo que induce a pensar —por la época y figuración— que provenía de los abasidas de Bagdad, lo que equivale a decir que descendía de Abd al Muttalib, el abuelo del Profeta Muhammad (sws).
Los documentos lo llaman indistintamente Abehali, Albolhaly, Albelhay o Abohali, nombres que pueden proceder de Abutalib o Abd al Muttalib”.
Este texto ha sido recuperado por Leyla Bartet y Farid Kahhat en un libro que reconstruye la memoria de la presencia árabe en nuestro país y que acaba de editar el Fondo Editorial del Congreso, bajo el título de “La huella árabe en el Perú”.
Siguiendo con el texto de Del Busto, el historiador también rastrea los orígenes árabes de Almagro y otros conquistadores, así como de algunas mujeres blancas llegadas al Perú, que eran esclavas moriscas, pero que aquí adquirieron fortuna y linaje.
Entre otros aportes árabes, también destacan la arquitectura —el arte mudéjar y los balcones— y la costumbre de las famosas tapadas, atuendo granadino y valenciano de origen morisco que reinó entre las limeñas durante trescientos años.
Eddy W. Romero Meza,CLÍO y El Comercio.
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