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De Medio Oriente al Caribe: los árabes en Cuba

Palacio de Cienfuegos, de estilo morisco
Palacio de Cienfuegos, de estilo morisco

La población cubana actual debe su conformación a una amplia variedad étnica que incluyó a la comunidad de inmigrantes árabes formada en nuestro país por efecto de diversas oleadas migratorias relacionadas con una conjunción de causas (económicas, conflictos intercomunales y otras) que afectaron a los territorios de Líbano, Palestina, Siria, Egipto y Jordania en diversas etapas de los siglos XIX y XX. En 1870, cuando el país se encontraba aún bajo el dominio español, llegó a Cuba el primer inmigrante árabe procedente de una de las áreas del entonces gobernante Imperio turco. Venía registrado como «otomano», se llamaba José Yabur y declaró a las autoridades que residiría en Monte y Figuras, una zona del actual municipio de Centro Habana que se convirtió en las décadas siguientes en la principal área de asentamiento de estos inmigrantes.(1) Como parte de esta primera oleada, que no fue muy numerosa en comparación con las posteriores, arribaron otras personas del área otomana, como el caso de Benito Elías, natural de Deir el Ahmar, entonces provincia autónoma del monte Líbano, y Alejandro Hadad, nacido en Alepo, Siria, quienes entraron en 1877, y Antun Farah, también libanés, que llegó en 1879 y se asentó en la ciudad de Pinar del Río.(2)

Sin embargo, en el período 1870-1880 muchos de los que llegaron escogían la isla de Cuba como un lugar de paso para emigrar a otros puntos del continente. Pero los que se mantuvieron residiendo en el país iniciaron la cadena de llamadas y una vez establecidos reclamaron a parientes y amigos, de manera que ya a fines del siglo XIX se puede hablar de una colectividad de procedencia árabe distribuida a lo largo del país donde destacan como asentamientos fundamentales La Habana, Santiago de Cuba, Pinar del Río, Holguín, Matanzas, Ciego de Ávila, Sagua la Grande y Camagüey.

Un análisis de los pueblos de nacimiento de los inmigrantes que llegaron durante el siglo XIX nos permitió constatar documentalmente que los libaneses eran campesinos de la zona maronita principalmente. Pero también en aquel siglo es observable la presencia de palestinos de Belén y del sanyaq (3) autónomo de Jerusalén. (4) En esa etapa otros territorios de Palestina estaban divididos en diversos sanyaqs adscritos al vilayato de Beirut. (5) También se aprecia desde los inicios de la migración árabe a la isla la presencia de sirios de Alepo, Homs y Safita. (6)



La documentación migratoria de los inmigrantes árabes y de todos los pasajeros pertenecientes al Imperio turco que ingresaban o salían de la isla era tramitada por Q. Gallostra, cónsul general otomano en Cuba, que radicaba en La Habana y ya en 1892 ejercía esa función, (7) en la que al parecer se mantuvo hasta los inicios del siglo XX. (8)

Uno de los rasgos más significativos en este período primigenio de inmigración fue el aporte de la comunidad árabe a la lucha por la liberación nacional, pues un total de once inmigrantes (cinco libaneses, cuatro sirios y dos palestinos) participaron en la última guerra por la independencia, iniciada en 1895, lo cual constituyó un temprano ejemplo de inserción e integración a la nación receptora. (9)

Aunque al culminar el siglo XIX ya se observan importantes asentamientos a lo largo del país, no es hasta inicios de la siguiente centuria que la colectividad árabe de Cuba incrementa su número y experimenta también un desarrollo y una identidad que la hace visible a los ojos de la sociedad de acogida. Pueden distinguirse dos grandes oleadas determinantes para este incremento comunal: el período de preguerra (1906-1913), antes del estallido de la Primera Guerra Mundial y una etapa posterior a ésta (1920-1931). El alza de la inmigración árabe en estos períodos respondía a causas exteriores bien definidas, como la  difícil situación de crisis acaecida en los territorios árabes del Mediterráneo oriental que pertenecían al Imperio turco otomano y la hambruna de los años de guerra que dejó pueblos enteros prácticamente deshabitados, pero la Cuba republicana de inicios del siglo XX ofrecía favorables condiciones para que aquellos inmigrantes árabes se asentaran en la isla, que ya se convertía en un auténtico país de inmigración.

La república iniciada en 1902, después de un trienio de gobierno norteamericano, comenzó su período histórico heredando una aguda crisis demográfica y un déficit de población infantil, pues la guerra independentista de 1895-1898 había generado, debido a diferentes causas, una tendencia decreciente en la tasa bruta de natalidad. Baste saber que el censo de 1887 revela una cifra de 1 631 700 habitantes y el de 1899 exhibe un descenso a 1 572 800. Como señala Pérez de la Riva, la existencia de una deficitaria población infantil significaba una futura deficiencia de fuerza de trabajo que sólo la inmigración podía suplir. (10)

Ante esa crisis demográfica y la necesidad de establecer medidas concretas para favorecer la expansión de la producción que los capitales extranjeros proveerían, el gobierno cubano promulgó un importante documento el 12 de junio de 1906: la Ley de Inmigración y Colonización, que estableció la creación de un fondo de un millón de pesos para importar braceros que serían destinados a las tierras cedidas por los propietarios para arrendarlas a los inmigrantes. El proyecto intentaba lograr una transacción entre el ideal de la inmigración familiar capaz de asentarse productivamente en el país y la de trabajadores demandada por los productores de azúcar y otros artículos. (11)

Con esa ley republicana se anulaba la Orden Militar núm. 155 que prohibía la inmigración de colonos contratados para ocuparlos en tareas agrícolas. Otro decreto, esta vez de 1910,12 estimulaba la entrada de colonos agrícolas europeos.

Aunque ninguna ley mencionó ni estipuló específicamente la entrada de árabes (ya fueran cristianos o musulmanes), ese componente migratorio afroasiático influyó en el crecimiento demográfico cubano de las primeras décadas del vigésimo siglo; para el árabe que emigraba a Cuba en los inicios del período republicano, el país ofreció atractivos para residir y trabajar en él  con estabilidad. No hay ejemplo más ilustrativo de esta afirmación que una frase de Gabriel M. Maluf, quien se convirtió en su momento en el árabe más próspero del país y afirmaba en una carta enviada desde La Habana a su hermano Botros:

«Esta isla, en que se nos dio una oportunidad, progresa y va a convertirse en uno de los puntos más importantes del planeta, material, política y moralmente». (13)

Dentro de los inmigrantes de nacionalidad árabe sobresalían, en primer lugar, los libaneses, procedentes de unos 140 pueblos y aldeas —Gazir fue el pueblo que más emigrantes aportó—, y que constituyeron más del 70 % del componente demográfico de la comunidad. En segundo lugar, se encontraron los naturales de Palestina, llegados de unas quince ciudades, fundamentalmente de Nazaret y Jerusalén. Los sirios ocuparon el tercer puesto en el orden numérico comunal, entre los que predominaron los oriundos de Homs, Alepo y Damasco. El resto de las nacionalidades tuvo una representación muy exigua e incluye a los egipcios —en algunos casos se trató de nativos del país del Nilo pero con ascendiente libanés—, yemeníes y jordanos. (14)

En la etapa 1906-1913 entraron a Cuba un total de 3758 árabes, significativa oleada cuyos componentes se asentaron en los más diversos pueblos, entre ellos en la zona oriental del país, como refleja el siguiente testimonio:

Mi padre se llamaba Francis y mamá Amalí. Eran nativos de Gazir en Líbano. Llegaron a Cuba en 1909 después de dos meses de travesía entre Beirut, Marsella y Cuba. Papá tenía tres hermanos que ya vivían aquí y quiso venir. Sus padres se opusieron a que se fuera solo pues tenía 16 años. Le pusieron como condición que para irse tenía que casarse. Así fue, pues concertaron el matrimonio con los padres de quien después sería mi mamá. Se conocieron la misma noche que se arregló el matrimonio. Eran primos lejanos. Se asentaron en Banes donde nacieron sus nueve hijos. Yo soy la más pequeña. En esa época llegaron a Cuba muchas personas de Líbano. En mi pueblo recuerdo a los Tillán, los Chabebe, los Hadad y a la familia Bez. (15)



Como fruto de la importante oleada migratoria de 1920 a 1931, merece citarse el caso del matrimonio Bullaudy-Namy, procedente de Líbano, según testimonio de su nieto Kamyl y que refleja el proceso de la inmigración en cadenas:

Mis abuelos se llamaban Elías y Krainfle (‘Clavel’). Eran nativos de Faluga, en Líbano. Llegaron a Cuba en 1920 después de muchas vicisitudes. Abuelo había estado primero en los Estados Unidos por motivos de estudio, después decidió regresar a Líbano, casarse y volver a territorio norteamericano con parte de la familia (mi abuela, Zety —la madre de él—, y dos hermanas), pero no los dejaron entrar; entonces fueron para Canadá, donde también se les prohibió la estancia. Tuvieron que ir para Francia, durante un mes. Regresaron a Canadá y la situación de negativa de permiso continuaba. Por ello decidió emigrar a Cuba, donde ya vivía su hermano Felipe Bullaudy, que los reclamó. Se asentaron en Velazco, que en esa época era un municipio de Holguín y en la actualidad forma parte de Gibara. (16)

La selección de los asentamientos venía condicionada o bien por los relatos de familiares o amigos ya asentados en pueblos cubanos, o por las condiciones ofrecidas por las ciudades o los pueblos de la isla, muchos de los cuales estaban en un incipiente grado de desarrollo, cercanos a centrales azucareros o compañías extranjeras, donde el árabe pudo asentarse como el buhonero o el quincallero, que llegó a convertirse en una personalidad tan importante como el alcalde o el juez. Su aparición en el escenario económico y político cubano no los eximió de críticas, que muchas veces no provenían del gobierno sino de periódicos o columnistas que no respondían favorablemente a este tipo de inmigración, lo cual se refleja en el siguiente fragmento:

En la actualidad continúa entrando en la isla, poco a poco, el turco, o árabe, o palestino, o maronita o como quieran llamarle. Este elemento no conviene de ninguna manera al país y nuestro gobierno debe tomar medidas para impedirle la entrada: no se fusiona con ninguna otra de las razas que habitan en la república, exporta del país cuanto gana, no adquiere arraigo, no se dedica a ningún oficio ni empresa, vaga de un lado a otro vendiendo baratijas. ¿Qué beneficio puede reportar esta gente? (17)

Además de su matiz xenófobo, el planteamiento anterior no refleja la realidad de los hechos cuando habla de la no fusión del inmigrante árabe, quien desde los primeros momentos migratorios siempre mostró su carácter integrativo en los más diversos indicadores: perfil ocupacional, comportamiento religioso y asociacionismo.

Dentro de los asentamientos principales el primer lugar pertenece a La Habana como capital, e incluso en ella se distinguen varios núcleos urbanos donde hubo  fuerte presencia numérica de los inmigrantes árabes, entre ellos lo que denominamos el barrio árabe de Monte, una zona ubicada mayormente en el área de Centro Habana y donde se desarrolló la vida comercial, religiosa y asociacionista de los inmigrantes con mucha fuerza, sobre todo en las décadas de esplendor de la colectividad.



Notas:

  1. Rigoberto D. Menéndez Paredes, Los árabes en Cuba, La Habana: Ediciones Boloña, 2007, pág. 38.
  2.  Ibídem, págs. 38-39, pág. 44.
  3. Distrito de una provincia o vilayato en la división administrativa otomana.
  4.  La familia Azar, procedente de Jerusalén, aparece radicada en La Habana en el año 1899 (Rigoberto D.Menéndez Paredes, Componentes árabes en la cultura cubana, La Habana: Ediciones Boloña, 1999, pág. 26).La denominación Jerusalén y el área circundante era, para el año antes mencionado, un distrito aparte cuyo gobernador respondía directamente al sultán (Reinaldo Sánchez Porro, Aproximaciones a la historia del Medio Oriente, La Habana: Editorial Félix Varela, 2004, pág. 178).
  5. Provincia otomana gobernada por un wali. Los vilayatos se dividían en sanyaqs, éstos en cazas, y las cazas en distintos pueblos o aldeas.
  6. Rigoberto D. Menéndez Paredes, Los árabes en Cuba, cit., pág. 44.
  7. Directorio Mercantil de la Isla de Cuba para el Año de 1892 a 1893, La Habana: Imprenta del Avisador Comercial, 1892, pág. 159.
  8. Directorio Mercantil de la Isla de Cuba para el Año de 1901, La Habana: Imprenta del Avisador Comercial, 1900, pág. 118.
  9. Rigoberto D. Menéndez Paredes, Los árabes en Cuba, cit., pág. 44.
  10. Juan Pérez de la Riva, La conquista del espacio cubano, La Habana: Fundación Fernando Ortiz, 2004, págs. 221-223.
  11. Julio Le Riverend Brussone, Historia económica de Cuba, La Habana: Pueblo y Educación, 1974, pág. 564.
  12. Se trata del Decreto núm. 743 del 20 de agosto de 1910.
  13. Amin Maalouf, Orígenes, Madrid: Alianza Editorial, 2004, pág. 193.
  14. Para ver la información total de los pueblos de procedencias de los árabes asentados en Cuba consultar: Rigoberto D. Menéndez Paredes, Los árabes en Cuba, cit., págs. 63-64.
  15. Entrevista realizada por el autor a Mercedes Batule Batule, La Habana, 19 de noviembre de 2005.
  16. Entrevista realizada por el autor a Kamyl Bullaudy, La Habana, 28 de julio de 2001.
  17. Citado por Eurídice Charón, «El asentamiento de emigrantes árabes en Monte (La Habana, Cuba), 1890-1930», Awraq, vol. XIII, 1992, pág. 43.

Por Rigoberto D. Menéndez Paredes
Historiador, director de la Casa Museo de los Árabes de La Habana

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