Judíos y musulmanes unidos por el blues argelino medio siglo después
En mitad de la actuación de la orquesta, Robert Castel (Argel, 1933) arranca del público los aplausos más sonoros con una versión del Je suis un pied-noir (Soy un pies negros) de Luc Charki.
Soy un pies negros
Nacido en la casbah
Con la alegría en el corazón
Y aunque la Historia
Nos haya hecho cambiar el trote
Seguimos siendo pies negros.
El éxodo
Luc Charki y Robert Castel, los dos judíos, son dos de aquellos pies negros, 900.0000 argelinos de origen europeo y judíos sefardíes que tuvieron que dejar Argelia después de la independencia. “Salí de Argelia en barco en junio de 1962, con mi madre, mi padre, mis dos hermanas y mi hermano”. A Castel, hijo del conocido músico Lili Labassi, le ha ido muy bien en Francia como actor y cómico y nunca – “algún día”, suspira– ha querido regresar a Argelia.
Como tantos otros, tuvo que convencer a su madre para dejar su casa de Argel, los muebles, la vajilla… y embarcarse rumbo a la madre patria que, en la mayor parte de los casos, no recibió con alegría a sus hijos pródigos. Dejando todo atrás, pertenencias y amigos, se subieron a los barcos abarrotados que llegaban a Marsella.
En Francia fueron discriminados, caricaturizados como colonos explotadores después de dejar una Argelia en la que las matanzas eran diarias entre la Organisation de l´Armée Secrète (OAS), de extrema derecha, creada para oponerse a la independencia y a la que se habían unido muchos pied-noirs, y el Frente de Liberación Nacional (FLN). “Tenían que elegir entre la maleta y el ataúd” resume el musulmán Abdelmajid Maskud, que ha vuelto a encontrarse con Robert Castel 50 años después de aquel éxodo.
El reencuentro
En 2003, la arquitecta irlandesa de origen argelino Safinez Bousbia viajó a Argel para conocer más de su propia historia y, paseando por las calles de la casbah, vio un espejo en un escaparate que llamó su atención. Entró en la pequeña tienda para hablar con el propietario, Mohamed Ferkioui, y en el transcurso de la conversación Ferkioui le habla de un pasado brillante como acordeonista y director de orquesta con todos los músicos de la época. Le habla con nostalgia del ambiente de los cafés nocturnos en Argel, de las reuniones y las veladas de música chaabi, la música popular argelina que cultivó el maestro El Hadj Mohamed El Anka, de las celebraciones, de las bodas, de todo lo que se perdió con la guerra de la independencia de Argelia (1954-1962).
Ferkioui había perdido la pista a una buena parte de sus amigos músicos, judíos y musulmanes, todos hijos de la casbah, que tocaban juntos. “Jamás volví a ver a los que se fueron”, explica a la joven. La mayoría formaba parte de la primera clase de música chaabi del conservatorio municipal de Argel, dirigido por El Anka. Ferkioui le muestra las fotografías en blanco y negro, envejecidas, de las orquestas, en los años cuarenta y cincuenta, los carteles anunciando actuaciones y Bousbia decide emprender un proyecto ambicioso: reunirles a todos medio siglo después, grabar un documental y hacer renacer la música chaabi, que se estaba disipando poco a poco y de la que apenas quedaba nada.
No fue fácil. El proceso duró ocho años, dejó su trabajo y se empleó con todas su fuerzas, pero al fin consiguió reunir a una buena parte de aquellos músicos. Los que se quedaron en Argelia hicieron el mismo trayecto en barco, hasta Marsella, que 50 años atrás habían hecho compañeros suyos, como Robert Castel. “Todos lloramos cuando bajamos de aquel barco y les vimos esperándonos en el puerto. Lloramos de verdad, no porque hubiera delante una cámara”, recuerda el guitarrista y cantante Mohamed Sergua.
Sergua era el benjamín de toda aquella cuadrilla de músicos y comenzó a tocar “con un bidón de aceite y un palo” a los 12 años. Luego llegó el conservatorio. “Me acuerdo muy bien de cómo el maestro El Anka me llevaba en su coche con los mayores. Él siempre decía que el arte se presenta delante de cualquier puerta. Por eso hay que respetar a los mayores y a los pequeños”.
La música chaabi sobre todas las cosas
“El chaabi es la música del pueblo, de las clases bajas, es como el blues en los Estados Unidos”, sentencia Maskud. La música chaabi nació en las calles de Argel. Es la música de la gente de la casbah, de los barrios populares de la capital argelina. Es una mezcla de ritmos andalusíes, árabes, mediterráneos, que hoy se puede escuchar en todo el Magreb, que está reviviendo aquellos años de gloria después del documental de Bousbia (‘El Gusto’, 2011).
“El maestro El Anka hacía pasar, mediante sus canciones, los mensajes de los independentistas a los argelinos. Decía “sed fuertes, permaneced unidos” en sus letras. Después muchos dejamos de tocar durante un tiempo”, se lamenta Sergua.
Habían perdido a familiares y a amigos, no había ganas de fiesta, y la historia se repitió en los años noventa, en la década negra de los atentados islamistas y las matanzas del ejército. “Fueron años muy difíciles”, recuerda Eyamine Abderrahman, que permaneció diez años sin acercarse a una mandolina ni cantar. “En los noventa trabajaba en una empresa como jefe de personal. Salía por la mañana de casa y nunca sabía si regresaría vivo por la noche”.
Una orquesta por la vida
Hoy quieren dejar atrás la sangrienta historia argelina. Les cuesta hablar de los años difíciles y de los amigos que murieron y están completamente entregados a una gira por África, Europa y ahora en los Estados Unidos, desde 2011. “Es maravilloso. Nos bajamos de un avión y nos subimos a otro. Nos bajamos de un barco y nos subimos a otro. Y tocamos con los amigos de siempre”, sonríe Rachid Berkani, un seductor guitarrista de 72 años convertido en una celebridad en Argelia. “Me paran todo el tiempo por la calle, porque salgo en la portada del disco”. Recuerda un viaje a España, a Sevilla, y haber estado tocando con Juanito Valderrama y Paco Martínez. “¿Siguen vivos?”, pregunta. A su edad, son conscientes de que esta es su última oportunidad para hacer lo que siempre soñaron, y la están aprovechando.
Han bautizado así, El Gusto, a la nueva orquesta, porque quieren transmitir el gusto por la vida, por los placeres sencillos, la alegría de aquel ambiente en Argel en los años cincuenta: “Las mujeres, las sardinas asadas, la noche de Argel. Ah, sí, todo eso volverá. Volverán los cafés nocturnos y que los jóvenes no salgan de casa hasta las ocho de la noche para ir a tocar”, vaticina Maskud.
“Si me quieren rendir homenaje, que lo hagan ahora. Después de muerto, ¿para qué?”, cuenta en el filme el musulmán Ahmed Bernaoui, fallecido poco después del estreno. También se ha quedado por el camino, ya cuando estaban de gira, el judío René Pérez. “Volver a tocar con los amigos es lo más importante. Nunca nos importó quién era judío o quién era musulmán o si iba o no iba a la mezquita”, cuenta Sergua, emocionado porque “Safinez nos ha hecho salir de una concha que estaba bien bien cerrada y ahora hemos conocido el mundo”.
Muchos de ellos jamás habían pisado otra tierra que la de Argel. Hoy la orquesta la forman 42 músicos en total. Más de una decena de los antiguos a los que se han sumado los nuevos jóvenes talentos del chaabi. Firman autógrafos, no se cansan de contar su historia a quien quiera preguntarles y posan, coquetos, antes de los conciertos, actuando o de cena, en las actualizaciones de sus estados en Facebook. “Es un sueño convertido en realidad. ¡Y vamos a ver Hollywood!”, apunta Berkani.
El cómico que lleva dentro Castel se arranca, aflamencado, durante la actuación en Fez, en Marruecos. Deja el violón a un lado y se lanza a cantar en español entre aplausos y risas del público y de sus compañeros de escenario:
Al pie de un árbol sin fruto/ Me puse a considerar/ Ole la improvisación de la noche/ Qué alegría/ En esta noche de la música chaabi/ Con mis compañeros/ Viva Málaga y viva Madrid/ Viva Sevilla y el barrio de Triana … y viva la libertad.
Po Elena González
Con información de: El Confidencial
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