¿El segundo impulso de la revolución egipcia?
Después de un año en el poder, el primer presidente elegido en las urnas, el islamista Mohamed Morsi, fue depuesto por el ejército en un golpe militar espectacular e inédito. Análisis del politólogo ginebrino Hasni Abidi.
Egipto, con sus campañas ancestrales, pero también sus megalópolis típicas del siglo XXI. En este contexto urbano y conectado al resto del mundo se produjo el miércoles (3 julio) un golpe de Estado planificado hasta el mínimo detalle, sin derramar una gota de sangre con el respaldo de una muchedumbre alborozada y consciente de que el mundo entero los seguía en directo.
El politólogo y experto en el mundo árabe, Hasni Abidi, dirige el Centro de Estudios e Investigación sobre el Mundo Árabe y Mediterráneo. Entrevista.
¿Cómo interpreta el golpe de Estado que el mundo entero pudo ver en directo?
Hasni Abidi: En la forma, hemos asistido al golpe de Estado más tuiteado, el más conectado de la historia que, además, nos aporta otra visión de la democracia. La percepción que tenemos en Europa no coincide con la de los egipcios que salieron a la calle. No podemos reprocharles haber apoyado el golpe de Estado. Están convencidos de que pedir ayuda al Ejército para deponer a un presidente elegido significa restablecer la revolución del 25 de enero de 2011.
Hemos asistido, pues, a un choque frontal de dos percepciones. Pero también es el choque entre las dos únicas fuerzas organizadas que existen hoy en Egipto: el ejército y los islamistas.
Este golpe de Estado recuerda el que vivió Argelia a principios de los años 90. Los militares argelinos acabaron violentamente con el proceso electoral, tras la victoria del Frente Islámico de Salvación en la primera vuelta…
H.A.: El ejército egipcio ha aprendido del episodio argelino y ha intentado no cometer los mismos errores. El miércoles (3 julio), se esmeró en organizar una rueda de prensa en presencia de magistrados, así como representantes de la sociedad civil, de algunos partidos políticos, de la universidad Al-Azhar –la máxima autoridad del sunismo en Egipto– y de la iglesia copta.
Significa que los militares son conscientes de que la religión es el referente número uno, que la sociedad egipcia es conservadora, pese a una corriente civil que reivindica el laicismo y que ha querido deponer el régimen de los Hermanos Musulmanes.
El ejército egipcio ha hecho todo lo posible para no ser visto como golpista, contrariamente a lo que ocurrió en Argelia (enero 1992).
¿El ejército no quiere entonces dirigir el país?
H.A.: En primer lugar, no tiene los medios para encabezar una transición, que será difícil, ni para afrontar una situación económica y política completamente estancada. Los militares aun despiertan simpatía en parte de la población, pero mucho menos desde la caída de Hosni Mubarak.
Además, no es un ejército republicano como el turco, sino una institución compuesta por diferentes segmentos de la población y las mismas corrientes ideológicas que se dan en la sociedad egipcia.
Cabe recordar que durante cuarenta años Hosni Mubarak hizo de todo para despolitizar al ejército, para limitar sus competencias a la defensa del territorio sin inmiscuirse en las decisiones políticas.
Pero la institución militar también busca preservar sus intereses económicos, o sea, el 20 al 30% del tejido económico y financiero del país. Una de las motivaciones del golpe de Estado reside en salvar esos intereses económicos que los Hermanos Musulmanes trataban de arrebatarles.
¿Cómo ve el periodo de transición que se abre?
H.A.: Un factor tranquilizante es el perfil de las personalidades que emergen. Mohamed El Baradeï, representante del Frente de Salvación Nacional (coalición de oposición) es un hombre que inspira confianza, que siempre se ha mostrado coherente y constante en sus posiciones. Desde la caída de Mubarak, ha reclamado una transición dentro del orden, es decir, una asamblea constituyente y elecciones organizadas por un órgano interino para promulgar una Constitución. Algo que el ejército no ha hecho.
Además, El Baradeï no se presentará a los próximos comicios presidenciales.
El jefe de Estado interino, Adli Mansur, es un jurista [nacido en 1945] que acababa de ser nombrado presidente del Tribunal Constitucional. Se encuentra, pues, en la situación paradójica de tener que dirigir un proceso de transición que ha suspendido la Constitución de la que él es garante.
Egipto necesita un gobierno de tecnócratas capaces de ocuparse, en primer lugar, de la situación económica y de seguridad, así como de levantar al país. Y esa tarea es aún más difícil porque el nuevo jefe de Estado también debe respetar el calendario previsto hasta las próximas elecciones presidenciales, evitar chapuzas en la nueva Constitución como ocurrió con la precedente, e integrar a todas las fuerzas políticas.
En otras palabras: tiene que satisfacer las expectativas del ejército y hacer frente al embrollo islamista.
¿Qué margen de maniobra tienen los Hermanos Musulmanes?
H.A.: Para ellos, el despertar tuvo que ser muy duro. Creyeron hasta el último minuto que se respetaría la legalidad constitucional. Con el golpe militar, es probable que se acentúen las divisiones en el movimiento islamista entre los defensores de la participación, incluso siendo víctimas del golpe, y los que ahora pueden denunciar que la democracia no funciona para los islamistas y que hay que elegir una vía más radical.
El apetito de ogro que manifestaron los Hermanos Musulmanes durante la presidencia de Morsi hoy les cuesta muy caro. Con su presidente depuesto, ¿cómo van a manejar a su base popular que está enfurecida y decepcionada? Es una cuestión crucial a la que hoy es imposible responder. En este contexto, las últimas declaraciones de Morsi son preocupantes, ya que llamó a la resistencia, incluso pacífica. Recordemos que los Hermanos Musulmanes están acostumbrados a la clandestinidad. Han vivido siempre entre la clandestinidad y la libertad condicional (bajo vigilancia).
Por Frédéric Burnand
Traducción: Belén Couceiro
Con información de : Swiss info
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