Juana Dib: “A veces las mujeres escriben más duro que los hombres”
Todo en Juana Dib, en su vida, parece prolijamente ajustado. Desde el esmerado bordado de su mantel, hecho con sus propias manos, hasta el atinado verso de su último soneto. De su relato en primera persona se desovilla una existencia marcada por obligaciones tempranas, el amor incondicional hacia la familia, su vocación docente, las pérdidas, el talento literario, los reconocimientos y las esperas.
Juana Dib es escritora. Nació en Salta el 2 de agosto de 1924. Con 88 años, ha publicado diez libros (novelas y poemas), muchos de ellos premiados, y tiene en el último hervor un texto de semblanzas que llamará “Hierro dulce”, y que saldrá a la luz este año, si Dios quiere. Aunque, la verdad, Juana confía más la concreción de sus proyectos a su propia perseverancia y disciplina que a favores divinos. “Y sí, la verdad que soy poco rezadora yo. Prefiero «hacer’ que decir y repetir”, confiesa con voz temblorosa. Pero su aspecto frágil, producto de la edad, no se condice con su mirada. Dib tiene en los ojos el destello vigoroso de quien ha edificado su vida sobre firmes certezas. Ella es hija de padres sirios, la tercera de 9 hermanos criados como todavía se crían a los hijos en la aldea de Tumín, en la provincia de Hamah, donde las historias personales giran alrededor de un solo eje: la familia.
“Tumín es el pueblo donde tengo a casi todos mis parientes. Hace cerca de dos meses fue atacado, bombardeado. Lo vi en la televisión. Es una aldea mansa de 2.500 habitantes. Gente de trabajo. Todos tienen sus casitas y sus quintas. Es gente que trabaja de día y canta de noche. Desde que sucedió el ataque, no sabemos nada de mi familia. Es desesperante”, cuenta Juana con una mezcla de tristeza e indignación en la voz.
Las masacres de civiles en Siria y Palestina es, precisamente, uno de los temas que desvelan a esta escritora, que ha sabido también ocuparse del amor, de la historia, de la naturaleza y hasta de intrigas policiales. Una gran porción de su obra está inspirada en ese Oriente Medio “donde los horizontes se pierden/ porque la piedra se lastima/ y, sin rencor, devuelve rosas de arena”.
¿Conoció Tumín?
He ido en 1999. Después escribí la novela que se premió en el 2001, “Viajeros del Orontes”. Era como si conociera ese lugar desde siempre, porque mis padres hablaban mucho de su tierra y de sus antepasados. Y yo me sentaba con ellos cuando venían visitas. Andaba rondando, sirviendo, atendiéndolos… Así escuchaba las conversaciones. Tanto que soy una de las hermanas que mejor habla el árabe. Inclusive mejor que mis dos hermanas nacidas allá, en Siria. Eramos nueve hermanos; ahora quedamos sólo dos.
Al árabe lo practiqué un tiempo con mi marido, que era de ese origen. Pero ahora ya no lo hablo con nadie porque casi no salgo. Sólo voy a presentaciones de libros o a algún acontecimiento familiar ineludible.
¿Cómo fue su crianza en el seno de una familia árabe?
Mi papá se casó con mi mamá y vinieron de Siria. Formaban una pareja hermosa. Nunca he visto una pelea entre mis padres. Nunca. Mi padre era un hombre que trabajaba en forma independiente. Hubo épocas buenas en que prosperaron sus negocios. Otras veces se dedicó a vender en forma ambulante. Con la crisis del 30, todo el mundo se vino abajo. El hacía los caminos de a pie o en jardinera. Recorría Vaqueros, San Lorenzo, La Silleta, Pulares, El Carmen, La Isla… Andaba con atados de mercadería que se llamaban “cashe”. Ofrecía telas, pullóveres, medias… un surtido de todo. Me acuerdo que en esa época yo era maestra en Rosario de Lerma. Volvía a las seis de la tarde en el colectivo. Pasaba por El Carmen, cerca de Rosario, y lo veía a él ahí, con su atado… Yo volvía llorando, y él llegaba a las diez de la noche, cantando. Y bajaba huevos, cabrito, pollo, pavo, flores… De todo traía!
¿Era el pago por su mercadería?
Así es. Gracias a Dios, en mi casa pasamos una infancia en donde la comida nunca faltó, al contrario, la mesa siempre fue abundante.
¿Su mamá era ama de casa?
Sí, se dedicaba a la casa. No sabía leer ni escribir, pero hacía los panes más maravillosos del mundo. Hasta hace poco teníamos acá en la casa el tannur (tinaja de barro) donde ella amasaba seis kilos de pan. Se levantaba al alba. Usaba poca levadura, no como ahora, que abusan de este fermento. Y acá hacían cola esperando su pan.
A pesar de haber nacido acá, su esencia es la cultura árabe…
Sí. Yo escribí una poesía dedicada a mi familia de Tumín antes de conocer la aldea. Cuando volví de mi viaje, en 1999, la releí y me di cuenta de que si la hubiera escrito en ese momento, no hubiera podido quitarle ni agregarle una palabra. Pude conocer la tierra de mis padres recién a los 75 años. Demoré primero por cuestiones económicas. Después, cuando ya me había jubilado y tenía la posibilidad, enfermó mi mamá, y luego mi marido…