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Myriam – La Virgen Madre

¡Y el silencio se hacía, más hondo, a medida que se acercaban a la casita de Nazaret; silencio de voces humanas pero lleno de armonías, de resonancias, de vibraciones dulces, suaves, infinitas!

Cantaban en torno a Myriam, las Legiones de los Amadores, mientras la belleza ideal de una forma humana flotaba ya en la ola, formidable que es Luz y Energía, por medio de la cual van y vienen, suben y bajan las Inteligencias excelsas forjadoras de toda forma plástica en el vasto Universo!

Y apenas entró Myriam bajo el techo de José, fue a postrarse en el pavimento de su alcoba, y desde el fondo de su yo elevó a la Divinidad esta sencilla plegaria.

«¡Señor … Señor!… Desde tu Templo de oro me has conducido a esta humilde morada, donde continuaré cantando tus alabanzas, tejiendo el lino y  elaborando el pan de los que rodean mi mesa. ¡Señor… Señor!… ¡Myriam será tu rendida esclava, en cualquier condición de vida en que quieras colocarla!

— ¿Qué haces Myriam y por qué tienes lágrimas en los ojos? —le dijo José al verla, de rodillas en medio de la alcoba y con dos líquidas perlas en sus blancas mejillas.

—Oro a Alláh, para que sea yo portadora de la paz en tu hogar —respondió ella.

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Y llevada por José de Nazaret, fue a encontrar junto al hogar que ardió, en vivas llamaradas, a los cinco hijitos de José, que vestidos con sus mejores ropas esperaban ansiosos a la dulce madre, que les prometiera traer su padre. Los niños de 10, 8, 6, 4 y 2 años se prendieron de la túnica blanca de Myriam, mientras se alzaban en la punta de los pies para besarla en la boca.

Y una Legión de Amadores cantaban invisibles en torno a la Virgen, madre de cinco niños que otra madre trajera a la vida, y la cual, sin duda lloraba de felicidad., viendo a sus tiernos retoños acariciados por la hermosa Virgen rubia que les amaría como una madre.

El humilde hogar del artesano se vio con la llegada de Myriam inundado de interrumpidas ondas de luz, de paz y de amor.

Los niños reían siempre, las golondrinas alegres y bulliciosas anidaban en el tejado; las tórtolas aleteaban arrullándose entre el verdor brillante del huerto, las alondras y los mirlos cantaban al amanecer haciendo coro a los salmos de Myriam que les acompañaba con las melodías de su cítara.

— ¡Qué «hermosa es la vida a tu lado Myriam! —le decía José cuando terminada su labor de artesano, se sentaba junto al telar donde su esposa tejía o junto a la lumbre donde ella cocía el pan y condimentaba los manjares.

Me parece que estás siempre envuelta en la luz de Alláh y que le tengo a Él bajo mi techo, desde que estás a mi lado. Si la ley no dijera «No adorarás imagen ni figura alguna, sino sólo a Mí que soy tu Creador» estaría por adorarte Myriam como a un retazo de Dios.

Y cuando así empezaba José a diseñar en palabras sus pensamientos de admiración, Myriam ruborizada entornaba los ojos mientras ponía, sus deditos de rosa sobre la, boca de José para indicarle callar.

Su estado habitual era un dulce y suave silencio, porque la poderosa irradiación de la forma astral que flotaba acercándose y del radiante Espíritu Divino que vibraba en lo infinito, la tenía de tal modo embargada y absorta en su propio pensamiento, que con dificultad bajaba al mundo exterior, cuyas vibraciones eran pesadas y duras comparadas con la intensa y suavísima armonía de su mundo interior.

¡Myriam!… ¡Dulce y tiernísima Myriam! ¿Cómo habían de comprenderte en tu silencio las mujeres nazarenas que hablaban y reían siempre en alegres corrillos cuando hilaban o tejían, cuando recogían, leña y heno en el prado, cuando cosechaban sus viñedos y sus higueras, cuando caminaban presurosas a buscar con sus cántaros el agua de la, fuente?

¡Myriam! ¿Por qué estás triste?… ¡Myriam!… ¿Cuándo vas a reír? ¡Myriam!… ¿No tienes nada para contarnos?… ¿No eres feliz Myriam?

A todos estos interrogantes hechos espontáneamente y sin premeditación por las mujeres nazarenas, Myriam contestaba con una suave sonrisa o con estas palabras:

— ¡Soy tan feliz, que si hablara, paréceme que mis propias palabras interrumpirían la melodía interna que me arrulla siempre!

¿Cómo podían comprender a Myriam las mujeres nazarenas, si ella sola era el vaso de nácar elegido para recibir al amor que es canto universal, inefable y eterno?

¡Y el amor cantaba en ella, oculto como una lira bajo su blanco tocado!

¡Y él amor cantaba para ella, cuando de rodillas en la penumbra de su alcoba solitaria, oraba a Dios para que enviara  el Salvador prometido a los Profetas!

¡Él amor cantaba junto a ella, cuando su meditación era profunda, y hermosas visiones iban surgiendo del claro espejo de su mente no ensombrecido por hálito alguno, que no fuera el aliento soberano del amor que buscaba nido en su seno!

El amor cantaba en sus ojos, que acariciaban al mirar, que el pudor o él éxtasis entornaban como pétalos mojados por la lluvia y besados luego por el sol!

El amor, cantaba en sus manos cruzadas por la oración honda, profunda, íntima, conque su alma de elegida le respondía en salmos idílicos, durante todas las horas que iban desgranándose de sus días como perlas blancas, azules, doradas!…

En su purísima inocencia, Myriam pensaba:

«Ni aún en mis días luminosos del Templo santo de Alláh, me sentí tan absorta en la Divinidad como hoy, que me hallo sumida entre las monótonas labores de ama de hogar.

Diríase que la casa de José es también un templo pequeño y humilde, pero donde baja en raudales el aliento de Alláh para purificar a las criaturas por la Fe, la Esperanza y el Amor».

Las Iglesias Cristianas, como inspiradas de oculto conocimiento de la Verdad profunda, encerrada en estos extraordinarios acontecimientos, rinden culto sin definir por qué, a los días solemnes de ansiedad y únicos, en la vida de una mujer, a los cuales han llamado «días de expectación de la Virgen Madre.».

Días de gloria, de paz y de amor incomprensibles para el vulgo, pero de una sublimidad clara y manifiesta para Myriam, que veía deslizarse en torno de ella visiones de oro magníficas y radiantes, que le hablaban con voces sin sonido, de cielos ultraestelares, de donde momento a momento bajaba la Luz sobre ella, y el Amor tomaba plena posesión de ella; y las arpas eternas cantaban en ella misma, como si todo su ser fuera una vibración con vida propia, un himno divino, que tomaba formas tangibles a intervalos, o se esfumaba en el éter con rumor de besos suavísimos después de haberla inundado de tan divina felicidad, como jamás lo soñara, ni aún en sus más gloriosos días entre las Vírgenes de Jerusalén.

Y este estado semi extático de Myriam, entristecía a veces a José, que en su inconciencia de los excelsos designios divinos sobre su compañera, se juzgaba a sí mismo duramente como un indigno poseedor de ese templo vivo de Dios, como un audaz gusano que había osado acercarse a la virgen núbil, bajada a su hogar de artesano, como un rayo de luna en las noches serenas; como un copo de nieve resbalado de cumbres lejanas vecinas de los cielos; como una ave del paraíso asentada en su tejado…

¡Pobre y triste José, en su inconsciencia de los excelsos destinos de Myriam traída a su lado por la Ley Divina, porque su honrada probidad de hombre justo, le hacía digno protector y amparo en esa hora extraordinaria y única, en la vida de Myriam!..

La mayoría de los primeros biógrafos de tales acontecimientos, tampoco interpretaron debidamente la tristeza de José, atribuyendo a que habían pasado por su mente alucinada, obscuros y equivocados pensamientos respecto a la santidad de su esposa. ¡Nada de éso!

José no pensó nunca mal de su santa compañera, sino que por el contrario, se vio a sí mismo demasiado imperfecto junto a ella; demasiado hombre junto a ella que era un ángel con formas de mujer, y hasta pensó en huir por juzgarse indigno de permanecer ni un día más junto a aquella criatura celestial, que él mismo solicitó por esposa en los Atrios del Templo de Alláh.

Mas, el amor que cantaba Myriam, cantó también una noche en sueños para el entristecido José que cayendo del lecho bañado en llanto se prosternó sobre el frío pavimento de la alcoba, adorando los designios de Alláh que  le había tomado como medio de realizar en el plano físico terrestre, lo que la Eterna Voluntad había decretado desde las alturas de su Reino Inmortal!

Y la infinita dulzura de una paternidad que le asemejaba a Dios, cantó divinas melodías en el alma de José, para quien se había descorrido el velo místico que ocultaba la encarnación del Verbo de Dios en el casto seno de Myriam.

 ¡Ya está todo comprendido y sentido!… Ya la gris nebulosa de cavilaciones se ha esparcido en polvo de oro y azul, y los esposos de Nazaret esperan felices que desborde la Luz Divina bajo el, techo humilde que les cobija.

… paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

Texto del Tomo I  A.E de Mamina.

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