El español Samuel Aranda afirma que en el mundo árabe no tienen miedo a las fotografías
Aranda se encuentra en Chile para presentar la última muestra del World Press Photo, que recorrerá en total 100 ciudades de 45 países.
En la exposición destaca la imagen que Aranda tomó en Yemen el pasado octubre y que retrata a una mujer, Fátima al-Qaws, mientras acuna a su hijo Zayed, de 18 años, afectado por los gases lacrimógenos tras participar en una protesta callejera en Saná.
Revoluciones como la de Yemen ocuparon en 2011, y siguen ocupando aún, miles de páginas en periódicos de todo el mundo, pero Samuel Aranda (Santa Coloma de Gramanet, Barcelona, 1979) llevaba ya muchos años surcando esas tierras antes de que la «primavera» llegara.
Fue a los 19 años cuando viajó a Oriente Medio, «casi por accidente, invitado por dos amigos», y se enamoró de su cultura, cuenta en una entrevista con Efe.
«Resulta mucho más fácil trabajar allí (en el mundo árabe). La gente no tiene ese punto de paranoia, de miedo hacia la fotografía. Son gente más abierta que en Occidente y me he quedado allí a vivir. Me siento más cómodo», dice el fotógrafo, radicado ahora en Túnez.
Aranda confiesa que le atrae más esa región que otras que le podrían resultar más familiares, como América Latina, y cree que «es más fácil fotografiar algo que es muy diferente a tu cultura».
En Latinoamérica, de hecho, solo trabajó en Medellín, invitado por el anterior alcalde (2004-2008), Sergio Fajardo, para reflejar el cambio positivo que vivió esa ciudad colombiana, afectada antes por el narcotráfico.
Su próximo proyecto vuelve a tener el mundo árabe como escenario: allí planea, junto a «un grupo de amigos» de la agencia Magnum, documentar las transiciones políticas de esos países desde un punto de vista positivo.
Este fotógrafo, que ha trabajado para agencias internacionales como Efe y France Presse, confiesa que sus primeras tomas detrás de un objetivo fueron también accidentales.
Comenzó, a los 19 años, pintando grafitis y fotografiando esos dibujos, y casi en la misma época, en su pueblo, Santa Coloma de Gramanet, comenzó a expresarse cierto malestar social.
«Era un barrio bastante problemático y empecé a hacer fotos de mis amigos manifestándose en el barrio. Y algunos periódicos comenzaron a interesarse por las fotos hasta que al final pude vivir de eso. No era nada vocacional, fue casi accidental», relata.
Precisamente para él, criado en ese municipio del cinturón industrial de Barcelona, punto de destino de inmigrantes que en los años 60 abandonaron las zonas rurales de Andalucía, Extremadura y Castilla, la peor experiencia de su carrera ha sido vivir los dramas de la inmigración.
«Sobre todo los inmigrantes africanos que intentan entrar a España y (es) muy frustrante por la política represora y racista que tenemos en España hacia los inmigrantes. Eso me produce bastante frustración», confiesa este fotógrafo, que en sus viajes ha cruzado las fronteras de Irak, Pakistán o Líbano.
En todas esas coberturas, Aranda, que no se considera «un fotógrafo de primera línea» sino más bien de retaguardia, ha aprendido a moverse y a saber «dónde está la línea que ya no tienes que cruzar». «Es bastante intuitivo», asegura.
También a nivel ético, para él los principios básicos, como no realizar montajes o no intervenir para provocar una situación, resultan sencillos.
Y entre tanta agitación que vive el fotoperiodismo, Aranda cree que, más que crisis, «hay una evolución».
«Simplemente hay que adaptarse a eso. Quizá ahora hay que buscar nuevas fórmulas, hacer exposiciones, libros, buscar patrocinadores. Ya no se puede vivir a lo mejor sólo de las revistas, pero yo creo que es simplemente adaptarse y poco más», concluye este joven fotógrafo
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