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Mi cabeza está en peligro – Por Robert Fisk

Ahí vamos de nuevo. La siguiente cita, maligna y racista, procede de un mensaje de correo electrónico enviado a The Independent por «Bernadette», integrante de un grupo de presión pro israelí en Australia: “Robert Fisk es el tonto más antisemita, rabioso, prejuicioso y balbuceante de Gran Bretaña, por no decir del mundo: es un no periodista, un fanático idiota de mente muy pequeña y ego muy grande. No se detiene ante nada para transmitir su mensaje antisemita, que le es enviado desde dónde? (sic) en Medio Oriente, no por alguna investigación personal; dice cualquier cantidad de mentiras y personas que no piensan y se tragan todo se apresuran a estar de acuerdo. Es un peón de los musulmanes, gozará cuando instauren la ley sharia en Gran Bretaña y Europa, eso es lo que se proponen hacer. Tal vez si comete un desliz se volverán contra él y lo lapidarán, o quizá le cortarán la cabeza en público. Por desgracia demasiadas personas están totalmente engañadas por gente como él.”

No me molestan las ofensas personales; eso es lo que se recibe de los grupos pro israelíes cuando uno no les simpatiza, aunque me molesta el uso descuidado del lenguaje. Pero lo que sí me enfurece es la insinuación de que mi vida está en peligro, de que seré «lapidado» o incluso decapitado en público. La última vez que recibí semejante basura venía del actor John Malkovich, quien declaró en la Unión de Debates de la Universidad de Cambridge que le gustaría pegarme un tiro a mí y a George Galloway. Más allá de asociarme con un tipo tan repugnante como Galloway, Malkovich desató un torrente de vilezas en Internet de personas aún menos racionales, una de las cuales pintó mi rostro cubierto de sangre con la leyenda «Malkovich se está adelantando en la fila».

Debo agregar que The Independent llevó este asunto a la policía de South Cambridgeshire, la cual entrevistó a los presentes en el debate, pero concluyó que Malkovich no había hablado con «intención». Entonces, todo está bien. Sin embargo, en una entrevista subsecuente con The Observer, el actor no hizo el menor intento de disculparse por su amenaza, y el propio periódico repitió la calumnia de que soy antisemita. (Más tarde publicó una disculpa y retiró la entrevista con Malkovich de su sitio web.) Nada de eso me sorprendió.

En 2001, luego que fui golpeado en la frontera paquistaní por refugiados afganos, quienes acababan de perder a sus familias en el ataque de un B-52 a Kandahar, Mark Steyn escribió un artículo en el Wall Street Journal, titulado «Un multiculturalista que se odia a sí mismo recibe su merecido». Steyn bordaba sobre mi expresión de que si fuera un afgano que hubiera perdido a su familia también yo golpearía a Robert Fisk, y cacareaba –sin mencionar, por supuesto, la pérdida de familias– que «había que tener corazón de piedra para no llorar de risa».

Uno podría pasar por alto esa tontería, pero Steyn no para: el año pasado sostuvo que los bombazos de 2007 en Londres y los estallidos en el metro de Madrid fueron «los primeros disparos de una guerra civil europea», y que mientras la población de Europa huiría, el continente se «reprimitivizaría».

El escritor Kenan Malik –quien afirmó que Steyn también dijo que los musulmanes «se propagaban como mosquitos»– ha apuntado que hay en Europa 13 millones de musulmanes, en una población de 491 millones. Para alcanzar la mayoría en 2020, tendrían que multiplicar su número por 20 en solamente una década.

Supongo que por eso ahora cualquier acto contra la humanidad se atribuye con tanta rapidez a los musulmanes. Sí, claro, algunos musulmanes –o que dicen serlo (aunque a veces esto es un argumento peligroso)– han cometido crímenes de lesa humanidad, de los cuales el ejemplo más terrible son los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero, ¿ameritaba eso un encabezado como el que publicó The Sun después de que el asesino y autonombrado cruzado antislamita noruego Anders Anders Behring Breivik –quien se basó en el trabajo de Steyn para su «manifiesto»– asesinó a 77 personas en Oslo y en una isla cercana el año pasado? Decía: «Masacre de Al Qaeda: el 11/9 de Noruega».

Inútil decir que los islamófobos, luego de una condena ritual a Breivik, evitaron en general referirse a él como «terrorista», término reservado para los musulmanes, y optaron por llamarlo «demente». Reparo en que esa es la forma exacta en que Israel alude a sus propios «terroristas» (uso aquí la definición que ellos hacen de la palabra). El asesino en masa Baruch Goldstein, quien masacró a 29 palestinos en la mezquita de Hebrón, en 1994, siempre es caracterizado como «enajenado», no como «terrorista». De tal modo ese acto, como el de Breivik el año pasado, es des-politizado, des-«terrorizado».

Allá por 2006, un escolar de Bruselas, Joe Van Holsbeeck, fue asesinado en la estación central de la ciudad para quitarle su reproductor MP3. Paul Belien, periodista católico ultraderechista (hoy consejero del político holandés Geen Wilders), publicó un artículo titulado «Dennos armas». Los musulmanes, escribió Belien, eran «depredadores» que habían aprendido desde la infancia «cómo matar a los animales tiernos del rebaño». (Mi elogio aquí, de paso, al periódico Race and Class, única publicación en lengua inglesa que investigó esas escandalosas acusaciones.) Se exigió a los imanes que entregaran al asesino musulmán. Luego los diarios revelaron que los asesinos eran polacos.

Y más tarde, peor aún, el periodista Ian Burma encontró la verdadera perspectiva, cuando escribió que «la agresividad se ve como signo de autenticidad, y mostrar rabia es prueba de integridad moral». Por tanto, señor Belien, doctor Goldstein, señor Stein y hasta «Bernadette», la australiana que predice mi decapitación pública: enójense y tendrán la razón.

 Por Robert Fisk

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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