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al-Ashraf Qansuh al-Ghawri

al-Ashraf Qansuh al-Ghawri desde Cairo hasta Estambul
El mundo árabe en la era otomana 1516-1830

El ardiente sol del verano caía a plomo sobre los hombros de al-Ashraf Qansuh al-Ghawri, cuadragésimo noveno sultán de la dinastía mameluca, mientras pasaba revista a sus tropas, dispuestas en formación de combate.

Desde que fundaran su sultanato en el año 1250, los mamelucos habían venido gobernando el Estado islámico más antiguo y poderoso de la época.

Su imperio, que tenía su centro en El Cairo, se extendía por Egipto, Siria y Arabia.

Qansuh, que rondaba ya los setenta años, llevaba quince al frente del imperio.

El lugar en el que le vemos inspeccionar a su ejército se encuentra en Marj Dabiq, una vasta franja de terreno situada a las afueras de la ciudad siria de Alepo, ya en los límites septentrionales de su imperio.

Estaba allí para plantar cara al mayor peligro al que se hubieran enfrentado jamás los mamelucos.

Sin embargo, su empresa estaba llamada a fracasar, y ese fracaso habría de desencadenar un proceso que conduciría a la desaparición de su imperio y prepararía el terreno para que los turcos otomanos conquistaran los territorios árabes.

Estamos a 24 de agosto de 1516.

al-Ashraf Qansuh al-Ghawri

Qansuh llevaba un ligero turbante para protegerse del intenso sol del desierto sirio.

Un regio manto de color azul le cubría los hombros, sobre los que descansaba asimismo su hacha de guerra, contribuyendo a dar un aspecto aún más impresionante a su figura, erguida sobre el alazán de combate árabe con el que pasaba revista al ejército.

Cuando un sultán mameluco iba a la guerra, acostumbraba a capitanear personalmente a las tropas durante el choque y se rodeaba en campaña de la mayor parte de los miembros de su Gobierno.

Vendría a ser como si un presidente estadounidense se llevara a la guerra a la mitad de su gabinete, a los líderes del Senado y de la Cámara de Representantes del Congreso, a los jueces del Tribunal Supremo y a un sínodo formado por obispos y rabinos, todos ellos pertrechados para la contienda, junto con los oficiales y los soldados.

Los comandantes del ejército mameluco y los cuatro jueces de mayor rango se alineaban bajo el rojo estandarte del sultán.

A su derecha se situaba la cabeza espiritual del imperio, el califa al-Mutawakkil III, quien guerreaba bajo su propio pabellón.

También él aparecía tocado con un turbante ligero, lucía un lujoso manto y dejaba reposar sobre el hombro el hacha de guerra.

Rodeaban a Qansuh los cuarenta descendientes del profeta Muhammad, cada uno de ellos provisto de un ejemplar del Corán guardado en un estuche de seda gualda envuelto con bandas del mismo material en torno a la cabeza.

Y a los descendientes del profeta se unían los líderes de las órdenes místicas sufíes, marcialmente alineados bajo sus gallardetes verdes, rojos y negros.

Qansuh y su séquito debieron de quedar impresionados ante el espectáculo de los veinte mil soldados mamelucos congregados en las planicies que les rodeaban.

Los Mamelucos

Los mamelucos —se trata de una palabra árabe que significa «el poseído», es decir, «el esclavo»— formaban una casta de combatientes de élite carentes de libertad.

Sus filas se nutrían de jóvenes hombres capturados en los territorios cristianos de la estepa euroasiática y en el Cáucaso, que eran conducidos a El Cairo para ser convertidos al islam y formados en las artes marciales.

Separados de sus familias y lejos de su patria, debían una lealtad ciega a sus amos, esto es, a quienes no sólo los conservaban como un objeto físico de su propiedad sino que se erigían en maestros suyos.

Instruidos para alcanzar el más elevado nivel de eficacia bélica y adoctrinados en la absoluta entrega a la religión y al Estado, los mamelucos recibían la libertad al llegar a la madurez, accediendo así a los más altos peldaños de la jerarquía gobernante.

Exhibían la más acabada superioridad en el combate cuerpo a cuerpo y ya habían doblegado a los mayores ejércitos medievales: en el año 1249 los mamelucos habían derrotado al ejército cruzado del rey francés Luis IX, en 1260 conseguirían expulsar de los territorios árabes a las hordas mongolas y en 1291 desalojarían de las regiones islámicas a los últimos cruzados.

El ejército mameluco constituía un magnífico espectáculo.

Sus soldados vestían ropajes de seda de brillantes colores, sus cascos y su armadura eran obra de los más finos artesanos, y sus armas poseían hojas de acero templado con damasquinados de oro.

La exhibición de tales refinamientos formaba parte de una escala de valores basada en los códigos caballerescos y constituía asimismo un signo de la confianza de que hacían gala aquellos hombres, seguros de alzarse con la victoria.

Frente a los mamelucos, al otro lado del campo de batalla se distribuían los aguerridos veteranos del sultán otomano.

El imperio otomano había surgido en las postrimerías del siglo XIII a partir de un pequeño principado turco que había participado en la guerra santa que se había librado contra el imperio cristiano bizantino en Anatolia (esto es, en las regiones asiáticas de la actual Turquía).

En el transcurso de los siglos XIV y XV, los otomanos habían logrado integrar en su esfera política a los demás principados turcos y conquistado los territorios bizantinos, tanto en Anatolia como en los Balcanes.

Mehmed II

Al llegar el año 1453, el séptimo sultán otomano, Mehmed II, lograría culminar con éxito la empresa contra la que se habían estrellado todos los intentos musulmanes anteriores, ya que se apoderó de Constantinopla y cerró así el último capítulo de la conquista del imperio bizantino.

En lo sucesivo, Mehmed II pasaría a ser conocido como «el Conquistador», y Constantinopla, convertida ya en Estambul, se convertiría en la capital otomana.

Los sucesores de Mehmed II no habrían de mostrarse menos ambiciosos en su determinación de expandir los límites territoriales del imperio.

En el día que nos ocupa, el 24 de agosto de 1516, Qansuh estaba a punto de entablar batalla con el noveno sultán otomano, Selim I (que gobernaría entre los años 1512 y 1520), apodado «el Severo».

Paradójicamente, Qansuh había abrigado la esperanza de evitar el choque mediante una demostración de fuerza en la frontera septentrional de sus dominios.

Los Safávidas

Los otomanos se hallaban entonces en plenas hostilidades con el imperio safávida persa.

Los safávidas, que dominaban lo que hoy es Irán, hablaban turco como los otomanos, y su origen étnico los emparentaba probablemente con los kurdos.

Su carismático jefe, el shah Ismail I (cuya gobernación se extiende de 1501 a 1524), había decretado que el shiismo habría de ser la religión oficial del Estado, lo que le abocó a una colisión ideológica con el imperio otomano, de confesión sunita.

Los otomanos y los safávidas se habían enfrentado por el control de la Anatolia oriental entre los años 1514 y 1515, y la victoria había caído del lado de los otomanos.

Y así fue cómo los safávidas buscaron con toda urgencia una alianza con los mamelucos a fin de lograr contener de ese modo la amenaza otomana.

Qansuh no sentía ninguna particular simpatía por los safávidas, pero deseaba mantener el equilibrio de poder en la región y tenía la esperanza de que una fuerte presencia militar mameluca en el norte de Siria pudiera circunscribir las ambiciones otomanas a Anatolia, dejando Persia para los safávidas y el mundo árabe para los mamelucos.

Sin embargo, en vez de verificarse esos planes, lo que sucedió fue que el despliegue de los mamelucos se convirtió casi inmediatamente en una amenaza estratégica para el flanco de los otomanos, y que éstos, guiados por el sultán otomano, y para no correr el riesgo de verse envueltos en una guerra con dos frentes, decidieron suspender las hostilidades que les enfrentaban a los safávidas para guerrear con los mamelucos.

Sigue…

Por E. Rogan

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