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Los Kobdas de túnica azul y el legado de la Tabla Abydos

Tabla Abydos
Tabla Abydos

Los Kobdas de túnica azul. Al abrir los exploradores ingleses las entrañas de piedra de la famosa Esfinge, asentada como enorme bestia en la entrada al Valle del Nilo, encontraron una tabla de piedra incrustada en la roca viva, que un Escriba de nombre Abydos grabó por orden de Petik I, Faraón de la II dinastía de soberanos del antiguo Egipto, la cuál está conceptuada como lo más perfecto de la escritura en jeroglíficos de cuantas tablas se han encontrado en posteriores descubrimientos.

En la Tabla Abydos, de la que se conserva una copia en el más importante Museo de Londres, los orientalistas han descubierto que es un resumen de la leyenda bíblica sobre Adán y Eva que conocemos desde la infancia.

La Tabla Abydos en su oscuro lenguaje jeroglífico, sólo trata de divinizar el origen de los Faraones egipcios; pero los que narramos teniendo a la vista los panoramas vivos de la Luz Eterna, para la cuál no pasa desapercibido ni el más leve pensamiento puro o criminal, trágico o feliz, estamos en condiciones de narrar a los iniciados en los senderos de la Divina Sabiduría, todo cuánto pasó por las mentes de los que siguen y siguen leyendo  en  los Archivos de la Luz.

Hombres crueles y malvados, enriquecidos con el sacrificio de millones  de seres ignorantes y atrasados, se habían cargado del oro, piedras preciosas y obras magníficas de metalurgia que los piratas robaban a los grandes Santuarios de la civilización del Éufrates y del Nilo, y dándose los más disparatados nombres, gobernaban en calidad de dueños y señores de toda aquella inmensa porción de humanidad.

En los valles serenos del Éufrates y del Nilo iban durmiéndose lentamente en esa aletargada inconsciencia en que caen las regiones y los pueblos cuando  los espíritus impulsores de la civilización y del progreso han volado hacia otras comarcas designadas por la Eterna Ley para plantaciones nuevas.

El viejo Santuario de Neghadá sobre el Nilo y el Santuario de La Paz sobre el Éufrates, habían ido cambiándose paulatinamente en suntuosos palacios habitación de los nuevos soberanos que ya no eran los inegoístas y desinteresados Kobdas de túnica azul, sino Caudillos guerreros y conquistadores que con la ley del más fuerte, arrastraban cuanto despertaba su ambición o deseo.

A los últimos Kobdas fieles les había costado la vida ocultar en las criptas destinadas a los muertos, su grandioso Archivo de las Edades, y mediante grandes derrumbamientos y excavaciones, habían hecho desaparecer bajo moles de piedra, la sabiduría adquirida pacientemente durante tantas centurias. Algunos de ellos en calidad de pastores o labriegos, fueron quedando como custodios del tesoro oculto, transmitiéndose de unos a otros el sagrado secreto.

Hilkar de Talpakén y el Audumbla de Zoan que habían desencarnado a poco de morir Abel, volvieron a la vida física en una familia de pastores del Valle del Nilo, y por sabio designio divino se encontraron con los últimos Kobdas guardianes del tesoro de sabiduría encerrados en las criptas del Patio de los Olivos, del viejo Santuario que habiendo sido borrado por suntuosas terrazas y altiplanos de jardines fantásticos, como visiones   de  ensueño, los Kobdas guardianes le habían abierto salida hacia la costa del mar.

Un desbordamiento del Nilo había dejado sin hogar y sin familia a los  dos niños, el uno de doce años y el otro de nueve, y la choza de los Kobdas guardianes les ofreció refugio y alimento. He aquí anudado nuevamente el hilo conductor de verdad y de luz, nuevamente anudado para prolongarse en edades nuevas y en escenarios nuevos también.

Cuando los últimos Kobdas, disfrazados de pastores, cerraron sus ojos a la luz del plano físico, aquellos dos niños habían llegado a la juventud, y la carga del gran secreto pareció aumentarles los años, apareciendo ante  los demás con una gravedad y juicio de hombres en la madurez de la vida.

Davasen y Durando recibieron con juramento, el sagrado depósito cuya existencia no debían revelar a persona viviente hasta que voces de  los cielos les indicaran el camino a seguir.

Y los dos jovenzuelos vigilando su majada de antílopes y de avegrús robadas al desierto, esperaban en su choza, al occidente de la populosa ciudad que se extendía por todo el Delta del Nilo mediante puentes levadizos y jardines flotantes que unían los grandes barrios a través de los numerosos canales.

Ya no se llamaba Neghadá, sino Maridhea, que en la lengua de los nuevos soberanos quería decir: Diosa del Mar.

Devasen (o sea Hilkar), decía a su compañero, sentados ambos a la puerta de su cabaña mirando a lo lejos las cúpulas, torrecillas y minaretes de la suntuosa capital:

−Allí debajo duerme nuestro secreto, un sueño que lleva ya tres centurias cumplidas. ¿Cómo habremos de hacer el día que oigamos las voces del cielo que nos avisen la hora de la partida?

−Pero ¿adónde hemos de partir?, interrogaba Durando que como menor en edad física y también en edad espiritual, esperaba siempre que su hermano hablase el primero.

− ¿Has olvidado el encargue de nuestros padres de ser guardianes del gran secreto hasta que seamos avisados?

−Si, es verdad, mas tú, ¿qué piensas que será ese aviso?

−No lo se a ciencia cierta, pero algo como una convicción íntima me hace pensar en que tendremos que hacer un gran viaje llevando esa multitud de tubos de cobre a otras tierras lejanas, donde alguien nos espera  y nos ama.

−Bonito sueño es ese el tuyo hermano Davasen y ojalá sea una realidad porque me voy cansando de esta vida, apartada de todo y donde nadie nos comprende ni nos ama. Y dime, ¿nos llevaremos también las  enormes tablas de piedra de la cripta de Adam-Mena I?

−No, esas no, puesto que su contenido está grabado en los papiros de los últimos tubos de cobre que cerraron nuestros padres.

Tabla Abydos

Esas tablas quedarán allí para que los hombres de estas regiones que tuvieron la luz y la  apagaron, formen en un lejano futuro, un principio de historia, lo suficiente para saber que Adam-Mena I  fue el primer Faraón del Nilo. ¿Para qué quieren saber más si ellos rechazan todo lo que no sea fastuosidad, lujo y placer?

Esa noche, en que ambos jóvenes se habían entregado al sueño apenas entrada la noche debido a que el día les fue triste y penoso porque en él  tuvieron que exhumar los despojos de los cinco ancianos que les sirvieron de padres, para liberarlos de la profanación de extranjeros a quiénes les fue adjudicado el pasaje en que estaba la sepultura, tuvieron ambos un  sueño hermoso como una visión de los cielos.

En una bella planicie iluminada de suave claridad se encontraron de pronto con los cinco ancianos vestidos de azuladas túnicas y con cayados de viajeros.

− ¿Adónde vais?, les preguntaron ambos jóvenes a la vez.

−Tenemos que hacer un largo viaje y vosotros nos acompañaréis.

−Pero vosotros habéis cambiado de rostros, hasta el punto de no parecer los mismos, observaron Davesen y Durando.

−Es que ahora revestimos la investidura de los Kobdas que conocieron al Verbo de Dios y aun cerca de Él delinquimos. Y empezaron a nombrarse.

−Yo soy Madeo de Ghana, que entré al Santuario de La Paz para dar muerte a Abel, hijo de Adamú y Evana, mandado por entidades tenebrosas que buscaban impedir la obra del Ungido de Dios.

−Yo soy Marván, que arrojó la túnica azul para vestir la fastuosa indumentaria de Caudillo de Artinón, bajo la cuál cometí los mayores desaciertos que pueden oscurecer la vida de un hombre.

−Yo soy Diza-Abad, que cambió su azulado ropaje y su nombre limpio por el de Oso Gris, y amarrado a una cadena en el Peñón de Sindi,  quise estrujar entre mis garras al Verbo de Dios que me brindaba su luz.

−Y los dos que faltaban dijeron: Somos los Kobdas ciegos y mutilados del Pasaje de la Muerte, en Anfípolis, a quiénes arrastró la vanidad de destacarse en figuras de primera fila, lo que nos llevó a los más desastrosos excesos.

− ¡Cómo!, dijeron en un solo grito de asombro ambos jóvenes, sumergidos en los transportes del sueño. ¡Vosotros os llamáis Kobdas pecadores en presencia nuestra, que sólo hemos visto vuestra abnegación, vuestro desinterés, vuestra penosa vida de pastores de bestias sólo por ser guardianes de un secreto escondido entre las tumbas!…

Y el que se había nombrado Marván contestó por todos:

−Una sola vida de sacrificio y de virtud no borra el cúmulo de iniquidades que amontonamos en pocos años de una vida. Por eso hemos debido pasar tres vidas consecutivas en esta triste soledad, sin afectos, sin alegrías humanas, luchando con el desamparo de la intemperie, olvidados de los hombres y sólo rodeados de animales incapaces de comprendernos.

Vosotros dos fuisteis el beso suave de la Bondad Divina cuando la copa de la expiación estaba colmada y caísteis bajo el techo de nuestra choza, como rayitos de luz anunciadores de que había amanecido para nosotros el día glorioso de la redención.

−Y el cielo recortó de su manto de zafiro nuestras túnicas, añadió Madeo con el rostro inundado de felicidad, y ya nunca más las dejaremos hasta la última jornada Mesiánica en que el Cristo nos vestirá el manto blanco de los Maestros.

−Ha llegado la hora, díjoles Diza-Abad, de nuestro viaje común.

−Nosotros no necesitamos de mayores preparativos, pero sí vosotros que seréis portadores de nuestro tesoro de Sabiduría hacia lejanos parajes. Preparadlo todo para la próxima luna llena en que emprenderemos la marcha.

− ¿Hacia dónde?, habían preguntado en el sueño ambos jóvenes.

−Hacia donde sale el sol. En la desembocadura del Éufrates, en la bahía oriental del Golfo Grande (el Golfo Pérsico), encontraréis barcazas descargando pieles, maderas y resinas olorosas. Allí trataréis la travesía con el Capitán de las barcazas, un hombre ya anciano, vestido de amarillo y gorro de piel negra en la cuál veréis una estrella de plata de cinco puntas signo que está grabado también en el pabellón de las embarcaciones. Sólo diréis a este hombre estas solas palabras: “Somos los portadores de las momias del Nilo que esperáis.”

“Y no olvidéis nada de lo que os dejamos recomendado de la noche solemne en que recibisteis nuestro legado.”

Ambos jóvenes se despertaron al mismo tiempo y corrieron el uno hacia el otro para contarse el misterioso sueño.

Pero aun no se decidían, temiendo que todo fuera una ilusión.

−Mirad que es duro dejarlo todo y emprender un largo viaje lleno de peligros desconocidos, sólo por un sueño, exclamaba Davasen grandemente preocupado.

−Tenéis razón, pero también es cierto que estábamos avisados por nuestros padres antes de morir, de que llegaría un día en que tendríamos que realizar lo que anoche hemos soñado, decía Durando.

−Mas yo esperaba –añadía el mayor– en otra forma de aviso.

Y entristecidos por la indecisión, comenzaron sus tareas ordinarias de ordeñar las ciervas lecheras, recoger los huevos de sus avegrús y sacar a pastar sus animales.

Cuando a poco de volver hacían su frugal desayuno junto a la hoguera, llegó a la choza de los dos hermanos un hombre ya entrado en años que les dijo:

“Me acaban de dar la noticia de que os marcháis del lugar para no volver y vengo a proponeros que me vendáis la choza en que os cobijáis y algunos de vuestros animales. Mas como no tengo tesoro alguno con que  pagaros, os propongo un cambio que acaso os sea de utilidad puesto que vais a emprender un viaje: tomad a cambio mi tropilla de asnos y dos hermosos camellos, que es lo único que poseo sobre la tierra.”

Davasen y Durando se miraron con asombro y con inteligencia a la vez.

¿Quién podía ser el portador de aquella noticia si ellos a nadie lo habían comunicado? – ¿Serás tú acaso que has descubierto el secreto?, interrogaba con cierta alarma Davasen a su hermano.

−Estaba yo para preguntarte si por acaso eras tú, en procura quizás de los medios para viajar.

En realidad lo que había, era que aquel hombre a quién llamaban Maron, había pasado su vida en el transporte de maderas, resinas y otros productos desde la costa del Mar Bermejo.

Su mujer tenía la extraña facultad según él, de dormirse a horas fuera de práctica, y en ese estado de sueño le decía cosas cuya realidad había comprobado más de una vez. Por este medio había obtenido la noticia.

Maron y Thiniza habían sido tomados como instrumentos para cooperar a la realización del gran viaje.

Y pocos días más tarde estaban concertando el intercambio: los dos hermanos entregarían sus majadas de antílopes y de avegrús a Maron, a cambio de su tropilla de asnos y de sus dos camellos.

En el primer día de luna llena le dejarían la choza desocupada. Mientras llegaba ese día, ambos hermanos se internaban con las primeras sombras de la noche por el oscuro subterráneo que tenía salida a la costa del mar.

Tomaban su pequeña barca como si salieran a pescar y al llegar al sitio para ellos bien conocido, la amarraban, no sin antes haber puesto en ella alguna cesta de peces. Unas cuantas piedras recubiertas de breñas y de zarzas era la cubierta del negro boquerón que les conducía hasta su secreto.

Sus padres, como ellos decían, dejaron todo dispuesto, que por algo habían pasado tan largo tiempo preparando lo que ellos dos debían realizar.

En veintiocho arcas de cuero de búfalo, impermeabilizadas con brea por dentro y por fuera, estaban guardados bajo fuertes cerraduras los tubos de bronce que encerraban los papiros del Archivo de las Edades, más los rollos de la enseñanza de Antulio que habían sido llevados al viejo Santuario cuando La Paz cayó en manos de los invasores Zoharitas.

Estas arcas eran del mismo tipo de las usadas para guardar las momias de los familiares, costumbre generalmente seguida por todos los habitantes de aquellas comarcas. El cuero de búfalo usado por la clase media y gentes del pueblo, reemplazaba al ónix, al alabastro, al marfil, bronce o plata usados por los príncipes y casi la mayoría de las clases pudientes.

Bien manifiesto estaba, que los viejos Kobdas 1 guardianes habían preparado todo con harta prudencia y discreción.

Sólo una vez habían penetrado ambos jóvenes al profundo subterráneo  que era a la vez cripta sepulcral y archivo. La noche aquella en que los dos últimos Kobdas que fueron Madeo y Diza-Abad, les condujeron allí y les revelaron el gran secreto, les habían recomendado ir lo menos posible para no despertar sospechas entre los que pudieran verlos merodear por aquellos parajes. Habían pasado cuarenta lunas desde aquel solemne acontecimiento que Davasen y Durando no olvidarían jamás. Allí habían sido llevados los Kobdas guardianes del gran tesoro.

Una tristeza sombría iba cayendo como llovizna de invierno sobre Davasen y Durando que veían con dolor como aquellas cinco vidas amadas iban extinguiéndose una en pos de la otra. Hasta que los dos últimos sobrevivientes les dijeron un día:

“Llevadnos por favor a nuestro Santuario secreto, porque ya la vida se nos escapa por momentos”.

Ambos viejecitos parecían un haz de raíces que los dos hermanos llevaron en brazos hasta la costa donde tenían amarrada la barca. Y en brazos  los internaron por la tenebrosa galería subterránea. Allí les habían hecho ver abiertas las cajas mortuorias de Abel, de Evana, de Bohindra, de la Reina Ada, de Senio y de Tubal.

Los Kobdas de La Paz al huir de los invasores no habían olvidado salvar de la profanación los cuerpos momificados de algunos de sus amados   antecesores.

Y en presencia de esos sagrados despojos, ellos habían jurado ser como todos ellos, fieles al mandato divino. Y lo fueron.

Eran seis arcas en cuya parte superior aparecía la momia, y debajo de ella, los rollos de papiro encerrados en tubos de cobre. Si durante el viaje las arcas eran abiertas por profanos, no veían mas que un cargamento de momias cosa nada extraña entre las más antiguas tribus del Nilo, cuyo culto por los muertos les hacía realizar sus emigraciones llevándose a cuestas sus muertos, que jamás dejaban abandonados en tierras habitadas por extranjeros.

La noche aquella del juramento, los dos viejecitos no quisieron ya volver al mundo exterior, y quedaron en una pequeña cavidad o cueva formada entre el tronco y las ramas de una vieja encina, que era como el pórtico exterior de la galería subterránea.

Los cuatro juntos habían pasado aquella noche memorable en la pequeña caverna de la encina, y después de dar de comer a los viejecitos, ya al amanecer, ambos jóvenes habían regresado a su choza para continuar sus tareas diarias y que nadie en la comarca pudiera notar su ausencia.

Cuando ya muy entrada la noche siguiente volvieron a la caverna de la  encina llevando cantarillos de leche fresca, pan y miel a sus viejecitos,  los encontraron ya fríos y rígidos, demostrando haber dejado sus materias varias horas antes.

¿Cómo pues podrían olvidar los dos hermanos la conmovedora tragedia silenciosa y oculta de aquella noche memorable en que perdieron los dos padres que más los habían acompañado en su dolorosa orfandad?

Y entre sus lamentaciones decían: ellos sabían que iban a morir este  día y quisieron ahorrarnos la angustia del tremendo adiós.

−Por eso nos dieron aquella gran bendición, decía Davasen, a la cuál   asociaban todos los bienes de la tierra y todos los dones de los cielos.

−Por eso, añadía Durando, no se cansaban de hacernos recomendaciones que hasta hartura nos eran sus repetidas observaciones.

Y Durando y Davasen, abrazados de los cuerpos rígidos, bajo sus  pesados cobertores, se desahogaban llamándolos por sus nombres como si ellos pudieran escucharlos.

Y cuando la noche primera de los preparativos del viaje penetraron nuevamente a la caverna de la encina para de allí pasar a la cripta, encontraron un trozo de arcilla, al parecer desprendido por roturas de las que encerraban las urnas funerarias y decía grabado con punzón:”No vaciléis en emprender el viaje porque ya es la hora. Vuestros Padres.”

Sus espíritus viajeros del Infinito han dejado este aviso para nosotros, decía Davasen, entrando alumbrados por sus antorchas en aquel abismo tenebroso que guardaba el gran secreto.

Todo estaba como lo habían dejado la última vez. Sólo notaron el hueco en la cerradura de la urna de Madeo, y con gran asombro vieron que en  aquel hueco coincidía perfectamente el trozo de arcilla en que les habían grabado el aviso.

−Fue nuestro padre Madeo que rompió la arcilla de su tumba para animarnos en nuestra vacilación, decía Durando enternecido por aquel pequeño   incidente.

− ¡Vamos pues!, dijo con decisión Davasen. Ya no podemos dudar de que caminamos sobre seguro.

Y a la medianoche del día siguiente cargaron las fúnebres arcas sobre el lomo de los asnos y montados ambos sobre los camellos emprendieron  la marcha por los caminos más solitarios, cortando campos en diagonal hacia el país de Gosen 2, para lo cuál debieron atravesar uno de los grandes terraplenes, como monstruos de piedra que estaban tendidos sobre los enormes brazos del Delta del Nilo.

El camino de Shur 3 les llevaría de seguro hasta Urcaldia 4, a través de tres desiertos: el de Shur, el de Paran y el de Sin. Eran desiertos por la gran soledad que en aquellos parajes reinaba, mas no por la aridez, pues que estaban entrecortados por montañas y riachos donde algunas tribus nómadas de beduinos compartían la vida con los buitres y las fieras. Una cadena de hermosos lagos azules formaban al parecer el límite de las tierras del Nilo con el desierto: Estos lagos estaban como alineados por la Naturaleza, en lo que hoy es el Canal de Suez.

Entre dos de aquellos lagos existía una gran aldea con pretensiones de ciudad que denominaban: Pithon, y que era comúnmente el sitio donde buscaban reunirse las caravanas que se arriesgaban a atravesar los tres desiertos. Aquel viejo decir que la unión hace la fuerza, lo tenían muy en cuenta los viajeros hacia regiones desconocidas y con los penosos medios de transporte que se disponía  en aquel remoto pasado.

Aquellos lagos entre praderas de exuberante verdor, eran las últimas regiones pertenecientes a los soberanos del Nilo. Más allá de ellos estaba lo desconocido que podía encerrar grandes peligros, el mal o el bien, la vida o la muerte.

Una pequeña caravana de mercaderes saldría de Pithon dentro de tres días llevando cargamentos de cereales y de lana, y los dos hermanos se unieron a ella que contaba con guías experimentados en la larga travesía.

Y Davasen y Durando vieron en el sueño de aquella noche, bajo su tienda enclavada en la playa del «Golfo Grande,” que aquel bloque de piedra blanca llamada la Tabla Abydos, que vieran en la cripta funeraria de Negada, se transformaba en millares de hojas de papiros que un gran buitre negro se encargaba de desparramar como una lluvia sobre toda la faz de la Tierra.

Que todos los hombres devoraban como un manjar aquellos millares de papiros volando, y luego quedaban adormecidos, ebrios, hipnotizados.

Ambos hermanos fueron clarividentes en ese sueño que encerraba toda una verdad que ellos no pudieron comprender entonces y que ha necesitado millares de siglos para que una pequeña porción de humanidad  pueda  interpretarlo y comprenderlo.

Estas pequeñas porciones de humanidad lúcida, fueron las grandes Escuelas Ocultistas y Secretas de la Antigüedad, que guardaron en sus archivos  el verdadero origen de la humanidad terrestre y el de la Civilización Adámica que comenzara en los valles del Éufrates, con una pareja de adolescentes: Adamú y Evana, de dónde surgió la divina flor de loto, Abel, que disgregó las tinieblas de aquella hora remota.

Mas como los apóstoles de la Verdad entre los hombres son siempre condenados al martirio, al oprobio, al baldón y a la muerte, las verdades se reservan para unos pocos, y el resto se alimenta y vive del error y del engaño, para que se cumpla siempre por encima de todo, la gran palabra del Cristo:

    “Dios da su Luz a los humildes, y la niega a los soberbios”.

Por J. Luque


Notas:
  1. Los Kobdas o Koptos pertenecían a una escuela de Alta Sabiduría del antiguo Egipto de la época Pre-Histórica, (en el lejano neolítico).
  2. La tierra de Gosén es un espacio ubicado en el actual Egipto. En esta zona es donde José, hijo de Jacob, instaló a su familia cuando se trasladaron a Egipto.
  3. Zona desértica, en el límite nororiental de Egipto (; 27:8), donde el ángel encontró a Agar.
  4. Urcaldia: reino ubicado cerca del delta del Éufrates.

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